D I E C I S I E T E
Abandonamos la feria sonriendo como cómplices de un crimen. Acabo de dejar botada a mi amiga y, sin embargo, no siento peso alguno, porque de una forma retorcida sé que con Logan me espera algo mejor.
Y eso es lo que no me gusta. No me agrada que al estar con él no recuerdo nada y me siento liberada. No debería sentirme así, pero lo hago y no puedo evitarlo.
Me abre la puerta de su Jeep y me ayuda a subirme mofándose una vez más de mi estatura, se monta a mi lado y enciende el motor, rápidamente acelera y nos perdemos en la carretera, el ruido de la aglomeración de personas se apaga y solo queda el sonido de las ruedas sobre el asfalto.
—¿A dónde me llevarás? —pregunto.
Manipula algo cerca del manubrio y la capota de la camioneta se levanta. Sonrío al sentir el sol bañarme con su calidez y el viento ondear las mechas sueltas de mi cabello haciéndolas danzar con libertad.
—Deja de ser impaciente, por algo se llama sorpresa.
—Vale —ruedo los ojos.
Me estiro hacia atrás y dejo mi cartera en los asientos traseros.
Con una sonrisa maquiavélica, elevo las piernas y las dejo sobre la guantera, enarca las cejas mirándome en plan “¿es en serio?”
—¿Qué? —finjo inocencia.
Regresa la vista al frente.
—Si llegas a ensuciar algo tendrás que lavarlo.
—Que mal amigo eres, es de muy mala educación tratar así a tu mejor amiga.
—Tú no eres mi mejor amiga.
—¿Cómo que no lo soy?
—Eres mi amiga y listo, y eso solo los sábados y domingos.
Suelto un bufido.
—No sabía que tenías que seguir una agenda incluso para tener amigos —Me cruzo de brazos—. Dime, ¿acaso Rick es tu amigo de lunes a sábado al medio día?
—Él no es mi amigo —contesta—. De hecho, yo no tengo amigos.
—¿No? —Analizo sus facciones buscando la mentira. Spoiler: no la encuentro. — Todos tenemos, aunque sea un amigo, de lo contrario todo sería muy aburrido.
—Pues yo no tengo, y es solo aburrido para personas que quieren tener amigos, a los que no queremos nos da igual.
—Hace cuarenta segundos dijiste que yo era tu amiga.
—También que solo los sábados y domingos.
Arrugo el entrecejo. Qué tipo tan raro.
Se desvía en un tramo de camino de tierra y comenzamos a ascender entre árboles de un bosque, perdemos de vista a los demás automóviles y el silencio de la siesta se vuelve absoluto.
—No piensas matarme, ¿no? —inquiero con duda.
—Si quisiera matarte, no respondería esa pregunta.
—Depende.
—¿De qué?
—De que seas un psicópata o un sociópata, según Discovery Investigation pueden ser muy distintos —parloteo—, los psicópatas no durarían en responder con un sí.
—Para empezar —Rodea un tronco y continúa conduciendo—, un asesino no es justamente un psicópata, y viceversa.
—Punto para ti.
—Y, para terminar: no pienso matarte, aún no completaste un mes de trabajo.
Le enseño el dedo del medio fingiendo que estoy ofendida, sonríe marcando sus hoyuelos, lo que me hace quedarme viéndolo por dos segundos más de lo necesario.
Detiene el auto justo frente a un mirador abandonado.
—Llegamos —anuncia.
Descendemos del automóvil y miro el lugar, estamos en la cima de una colina, desde aquí puede verse el sendero de Scarborough Bluffs y justo a su lado el lago de Ontario. La vista es increíble, nunca me imaginé la belleza de este sitio desde una perspectiva tan elevada.
Me acerco al borde y miro hacia abajo, un acantilado de arenillas descansa a mis pies y varios metros más abajo hay rocas, mortales ante una caída desde esta altura.
—Nunca había oído hablar sobre este mirador —comento maravillada.
—Fue bastante concurrido años atrás —dice a mis espaldas. Me encaramo a la barandilla oxidada— pero hubo un suicidio, una mujer se lanzó desde este lugar. Las autoridades prohibieron la visita durante meses y cuando lo volvieron a habilitar ya no vino nadie, solo algunos drogadictos u otro adolescente en busca del espíritu de la fallecida, hasta un día que ni ellos regresaron.
Vuelvo la vista hacia las rocas, si cayera en este mismo momento sería una caída limpia y por la distancia moriría al instante, solo sería un segundo de dolor y luego todo terminaría.
—¿En qué piensas? —Se para a mi lado, nuestros hombros se tocan mínimamente.
—¿Te gusta la adrenalina? —inquiero, en cambio.
Giro la cabeza en su dirección, lo encuentro mirando hacia el lago. Sus ojos están iluminados por el sol sobre nosotros.
—Me gusta lo que consigo con ella.
Se mueve hacia mí y quedamos frente a frente.
—¿Y a ti? ¿Te gusta?
—Me gusta su efecto —respondo—, estar en ese punto tope, dónde solo eres tú y los latidos de tu corazón. Es instante en el que sientes que flotas y todo lo demás se evapora, los problemas y los dolores se convierten en una bola que… ¡Puf! Desaparece.
Coloca un mechón de mi pelo atrás de mi oreja.
—¿Cuál es el dolor que quieres que desaparezca?
Aparto la mirada sin poder contestar. La imagen de Bruce empaña mis ojos y me obligo a cerrarlos para que no se dé cuenta.
—¿Esta era la sorpresa?
Cambio de conversación.
—¿Qué te parece?
—Me gusta, este lugar tiene mucha paz.
—Es una suerte, una pena que esta no sea la sorpresa.
Lo miro inquisitiva.
—Aún es temprano para llevarte al sitio de la sorpresa —explica—, así que toma esto como una ruta hasta llegar allí.
Sonrío asintiendo.
—Bien, me tocará esperar.
Nos sentamos sobre el capo del Jeep y hablamos durante horas sobre cosas triviales riendo a cada nada, me gusta esta faceta nuestra, tan relajada y juvenil, necesitaba sentirme de esta manera después de estos meses tan difíciles.
El sol toca el horizonte a nuestras espaldas y las estrellas toman el firmamento iluminando el cielo con ayuda de la luna.
—Vamos, hora de la sorpresa —baja de un salto y me toma de la cintura para darme apoyo al bajar, su pecho choca con el mío trayendo recuerdos de la noche anterior.
Me separo e ingreso al Jeep, cierra el techo cuando el frío de la noche se hace presente.
Salimos del bosque y seguimos por la carretera de tierra.
—¿En serio no debo preocuparme de que esperaras hasta la noche para llevarme por esta carretera desolada?
—Dios, qué paranoica eres.
—Es que yo veo películas, ¿sabes? —hago un puchero ínfimo— Esto es muy sospechoso en una de ellas.
—No lo sería en una película romántica.
Me pongo de todos los colores, apenas suelta lo dicho. ¿Esto es romántico?
—Las películas de terror sangriento también tienen romance —acoto.
—Tenía que decirlo —murmura entre dientes.
Conduce media hora más tragándose mi cuento de que los asesinos suelen escoger este tipo de escenografías para cometer sus delitos.
Por fin, la luz de un edificio en medio de la nada indica que no estamos solos en el mundo.
Estaciona justo enfrente y baja. Lo sigo mirando todo a mi alrededor, es un observatorio. Debe de ser relativamente nuevo porque conozco todos los observatorios de Canadá y nunca vine a este.
—¿Cómo...?
—Ven.
Extiende la mano tomando la mía, camino absorta en nuestros dedos entrelazados, creo que su acción fue involuntaria porque segundos después me suelta e ingresa al local.
No hay nadie en la recepción y nos toca esperar unos minutos. Una mujer de una cincuenta años aparece detrás de una puerta y nos sonríe con calidez.
—Señores Walsh —nos saluda, me quedo de piedra ante ello—. Me alegra que ya hayan llegado.
—Buenas noches, Samanta —le responde Logan ofreciéndole la mano, ella lo toma gustosa—, disculpe la tardanza.
—Oh, no es nada. El camino no es nada fácil, supongo que la señora Walsh está tan ansiosa como nos comentó.
Los miro a ambos sin saber de qué hablan.
—Claro, si hasta se quedó sin habla —contesta mi jefe con sátira—, cuando supo que estaríamos aquí un día antes de la inauguración se puso muy contenta, ¿verdad, amor?
—Yo… sí, lo estoy.
—¿Querrán un guía? —Consulta la señora.
—No —rechaza Logan—, tengo a la mejor guía a mi lado —me señala.
—Bien, los llevo a la sala de observación.
Camina frente a nosotros ignorante del golpe que le doy a Logan en el brazo.
—¿Cómo que tu esposa? —le reclamo— Ni siquiera tengo una argolla.
—No querían darme las entradas antes de la inauguración sin una excusa valedera.
—¿Y no se te ocurrió otra idea aparte de que seamos marido y mujer?
—Esa no es la excusa.
—¿Entonces?
—Solo te quedan dos meses de vida.
Abro la boca incapaz de creerlo.
—La próxima espero mi argolla, y que sea antes de que muera.
Abordamos un ascensor y subimos un piso, las puertas metálicas se abren y continuamos el recorrido. Todo huele a nuevo.
Mi corazón late con fuerza ante la idea de que Logan se tomó el tiempo de buscar la manera de que nos dejaran entrar aun cuando no estaba habilitado para el público.
Samanta se para frente a las puertas corredizas de vidrio y nos invita con amabilidad a pasar. El lugar es fantástico, la cúpula de metal se abre sobre nosotros dejándonos de bajo del centro del universo, las estrellas son el punto focal llamándome en forma silenciosa.
No las había vuelto a mirar después de la muerte de Bruce, lo que queda de mi telescopio son unos pedazos de metal irreconocibles. La rabia mezclada con la desolación me ha hecho perder la pasión por los astros que me rodean en el espacio.
La mano de Logan se posa en mi espalda baja incitándome a acercarme al telescopio del centro. Detengo mis pasos negándome a continuar.
Doy media vuelta y escondo la cabeza en su pecho. Los pasos de Samanta se alejan y nos deja solos.
—¿Qué ocurre, Kiera?
—Y-yo —la voz se me quiebra incapaz de emitir nada—… no puedo.
Sus dedos toman mi mejilla y sube mi rostro con suavidad.
—Claro que puedes, esto es lo que amas.
Los flashbacks me golpean con fuerza, el accidente, la sensación de vacío y las estrellas sobre mí.
Una vez más mi mente trae a colación mi desespero al llamarlo y no recibir su respuesta.
—No entiendes —balbuceo—, no puedo hacerlo.
Me alejo dos pasos con la respiración acelerada. Observar las estrellas es recordar todo, no puedo soportar eso.
—No sé cuál es la espina que tienes enterrada, pero quiero ayudarte a sacarla.
Agacho la cabeza.
—No tiene sentido sacarla —murmuro—, en realidad no quiero sacarla.
—¿Entonces piensas vivir con ella para siempre?
Asiento. Aunque es mentira, no quiero vivir con ella, lo que quiero es morir para poder recuperar lo que perdí.
—Lo que amas no puede hacerte sufrir más.
—Claro que puede y lo hace —objeto con enojo.
Se queda callado observándome. Desvío la mirada cuando la suya es demasiado intensa.
—Bien, quieres vivir con la espina, pues hazla parte de ti y ya no dolerá.
Arrugo el entrecejo.
—¿Hacerla parte de mí? ¿Y cómo haré eso, Sherlock?
—Enfrentándola, diciéndole que no importa que esté ahí, convertirás el daño que te hace en tu fortaleza.
Me quedo en silencio tragando sus palabras. ¿Cómo podría hacerme fuerte el sentir el vacío que dejó en mí su muerte?
—Tal vez esto para ti ya no tiene sentido —apunta el telescopio—, pero algún día lo tuvo, fue tu razón de existir, haz que vuelva a hacerlo, demuéstrate a ti misma que eres una roca que no se rompe con facilidad.
—No sé cómo.
—Yo te ayudo.
Corta la distancia y me lleva hasta el telescopio, coloca mis manos sobre él y se posa a mis espaldas.
Mi corazón golpea mi caja torácica con fuerza. Elevo el ocular a mi altura y lo dejo justo frente a mis ojos.
—¿Cuál fue la primera constelación que observaste? —susurra sobre mi pelo.
—Hércules —respondo.
—Búscala —pide—, que vuelva a ser tu punto de partida.
Sus manos tocan mis hombros dándome aliento. Acerco mi ojo al ocular y lo giro en la dirección correcta.
Minutos después, ahí está, la primera constelación que observé cuando era apenas una niña y, así como ahora, también tenía un par de manos en mis hombros sosteniéndome con fuerza.
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