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C U A R E N T A Y T R E S


Salgo de la estación de policías con mis padres siguiendo mis pasos. Mamá no puede ocultar la incomodidad al estar en el mismo metro cuadrado que mi padre, y él, bueno, ni siquiera me tomo el tiempo de repararlo.

—¿Segura que no quieres volver a casa? —me pregunta cuando nos detenemos frente al Jeep de Logan— Yo puedo ir a cualquier hotel.

—¿Y qué pensaría tu novia? —cuestiona mamá.

Papá responde algo, pero no le presto atención. Me monto en el asiento del copiloto y cierro la puerta.

He pasado dos horas con el culo sentado sobre una silla incómoda en la sala de interrogación, todo ese tiempo lo usé para inventarme una historia súper dramática donde yo intentaba entregar a mi hermano a las autoridades, pero él se salía con la suya y escapaba justo a tiempo.

Me creyeron como cree un fanático religioso a la biblia, claro que, a excepción de la teniente Brown, ella sí tuvo sus dudas, esa mujer tiene un sexto sentido, pero ni aun así le sirvió. La única persona que descubrió alguna vez una de mis mentiras ahora está abriendo la puerta del conductor. Logan sube al rodado con una cara de culo que ni me dan ganas de hablarle.

—No sé si eres muy valiente, o eres muy estúpida —manifiesta.

—Ambas, pero con preferencia a la segunda opción —me encojo de hombros.

Mamá sube a la parte trasera y corta cualquier tipo de conversación antes de que empiece siquiera.

Logan nos pone en marcha y nadie vuelve a hablar.

Les aviso a las chicas que todo está bien y que no hay de qué preocuparse. A Daniel me toma más tiempo convencerlo, pero termina aceptando que estoy bien y termina la llamada.

Llamada que estaba consciente de que Logan escuchó con mucha atención, mientras conducía con los nudillos en blanco sobre el manubrio. Al llegar a su edificio, bajo con rapidez y sin esperarlos, voy al ascensor, se suben a él justo antes de que las puertas se cierren.

Mamá alega que está muy cansada y que necesita dormir por lo menos veinte horas, paso de ella y subo en dirección a la habitación de huéspedes, dónde Cancerbero me espera con el rabo moviéndose de un lado al otro a toda velocidad.

Me quito la sudadera y la lanzo a la cama. Antes de que me quite el sujetador, la puerta se abre y vuelve a cerrarse con fuerza detrás de mí.

—¡¿Se puede malditamente saber por qué hiciste eso!? —Ruge Logan, llenando la habitación con toda su ira.

—¿Sabes lo que es la privacidad? —inquiero. Vuelvo a ponerme la sudadera, están vez con brusquedad.

—Eres una irresponsable, ¿y qué si te hacía algo?

—No te interesa.

—Ya tuvimos esta conversación, Kiera, no me saques de mis casillas —se pasa la mano por el pelo intentando aplacar su furia— Dime por qué te escapaste de esa manera y te fuiste a dónde ese hombre.

—¿Ahora te importa?

—Responde.

—¡No! —exclamo— ¡Respóndeme tú por qué no apareciste en dos días!

—No cambies de tema.

No sé en qué momento nos acercamos tanto, así que rodeo su cuerpo y salgo de la habitación. Escucho sus pasos siguiéndome por el pasillo. No llego ni a la escalera cuando me toma del brazo y me arrastra a su cuarto, cierra el pestillo antes de que Cancerbero puede entrar detrás de nosotros, mi perrito gruñe al otro lado de la puerta.

A alguien no le cae bien el doctorcito.

—Ábrela ahora mismo —ordeno con la furia manando por cada poro de mi piel.

—No hasta que me des una explicación.

—Como si te la debiera —digo con sarcasmo—. Vuelve con Ginebra, de seguro ella te responde todo lo que quieras.

Enarca una ceja con diversión.

—¿Es eso acaso? —interroga— ¿Estás celosa?

—Ay, ajá —ruedo los ojos.

Acorta la distancia entre nosotros y me toma de la mandíbula para que no me distancie.

—No volverás a salir de este departamento hasta que apresen a tu hermano —dice, todo lo contrario, a lo que yo esperaba—. Y si tengo que encerrarte aquí mismo para que mantengas ese hermoso trasero en un lugar, créeme que lo haré.

—¿Mi trasero te parece hermoso?

—Ya basta de juegos —me suelta—. Es mi última palabra, ese maníaco pudo haberte matado.

—No lo hará —digo con seguridad.

—¿Ah sí? Qué raro que no hace menos de una semana lo haya intentado, ¿verdad?

—No lo hará —repito—. Se ha ido a Rusia.

—¿Qué? —arruga el entrecejo.

—No me fui a ese cuchitril para que detuvieran a mi hermano, Logan. Me fui a presionar las heridas que aún no le sanan y lo obligué a irse.

—No entiendo.

—Andas muy lento, doctorcito.

—¿Con qué lo amenazaste?

Suelto un suspiro, camino hacia la cama y me siento en ella. La suavidad de la seda me acaricia la piel que entra en contacto con ella.

—Un pequeño secreto familiar.

—¿Más secretos?

—Siempre hay más, Logan, siempre.

Cruza la habitación y se sienta a mi lado.

—Puedes confiar en mí.

No digo nada, solo asiento. Tampoco insiste, sabe que nunca se puede conocer del todo a otra persona.

—¿Dónde estuviste estos días? —pregunto fingiendo desinterés.

No responde. Entiendo, estuvo con ella.

—Estuve en la casa del bosque —contesta minutos después—, solo.

Giro la cabeza hacia él, no hay mentira en sus ojos, solo sinceridad.

—¿Y por qué no viniste junto a mí? ¿Por qué… por qué simplemente te fuiste?

Me coloca un mechón de cabello que se escapó de la trenza detrás de mi oreja.

—Necesitaba pensar muchas cosas —es lo único que dice—. ¿Segura de que él no volverá? —la preocupación tiñe cada una de sus palabras— No puedo dormir en paz sabiendo que alguien quiere lastimarte.

Sus ojos gris tormenta observan mis facciones, bebiendo cada espacio de mi rostro. Poso mi mano sobre la suya.

—No lo hará. No hasta que yo muera.

Analiza mis ojos, debatiendo en su interior la veracidad de mis palabras. Algo en mí me dice que no…

—Confío en ti —dice interrumpiendo mis pensamientos.

Parpadeo un par de veces. Baja la mano hasta mi mejilla y acuna mi rostro.

—¿Lo haces? —pregunto en un hilo de voz.

Asiente. Sus ojos bajan de los míos y se posan en mis labios, por instinto me los humedezco como acto reflejo. Mis latidos se aceleran cuando acerca su rostro al mío y sella sus labios sobre los míos. El toque solo es fugaz y luego ya se ha vuelto a alejar, no tanto, pero si lo suficiente.

—Una vez me preguntaste si creía en ti —murmura, el tono que utiliza es suave, el de un amante—. Te respondo ahora: Lo hago.

Una sonrisa tira de mis labios al oírlo.

Ahora, vuelve a besarme, y ya no es solo un gesto rápido. Es un beso lento, dulce, un beso que no nos habíamos dado antes. No hay furia, ni deseo salvaje. Es el beso que le das a alguien justo antes de desnudar tu alma, un beso cargado de promesas.

Lo alargamos todo lo que podemos, elevando la intensidad en cada segundo. Sus manos bajan a mi cintura y me jalan sobre su regazo, enredo mis piernas alrededor de su cadera, mis manos firmemente apoyadas en sus hombros, cubiertos por una camisa suave, se aferran a él, no queriendo apartarme nunca. Cuando el aire me falta, gruño al tener que separarme. Apoyo mi frente en la suya, nuestros alientos mezclándose en el aire.

—Logan, tengo que decirte algo —musito.

Tengo que decirle todo. Él dijo que me cree. Que confía en mí. Tengo que confesarle lo que me hizo su madre, lo que… lo que pasó después. No quiero más secretos entre nosotros. Por lo menos esto puedo confesarle.

—Ahora no —dice subiendo sus manos por debajo de mi sudadera.

Su piel sobre la mía hace que se me olvide por un instante lo que iba a decir.

El deseo se arremolina por mi cuerpo al sentir como baja sus labios a mi mandíbula y desde allí sigue un camino húmedo hasta mi cuello.

—Es sobre tu madre —insisto.

—Ahora no —repite—. Por un momento me hice la idea de que te perdería para siempre —confiesa— ahora quiero asegurarme de que estás aquí, conmigo.

Quiero insistir, decirle todo. Pero me rindo cuando pasa me pasa la sudadera por la cabeza y me la quita, su boca baja por el valle de mis senos, baja la copa de mi sujetador de encaje y atrapa mi pezón, duro como una roca, con sus labios.

Al otro lo estimula con sus dedos, despierta mi corteza sensorial y mis terminaciones nerviosas envían ese placer a mi parte baja, mi clítoris palpita con fuerza sobre su abdomen. Gimo al percatarme de como algo duro crece bajo mi trasero, en un intento desesperado por sentirlo, muevo mis caderas de atrás para adelante.

Logan gime sobre mi piel, ese rico sonido hace que la humedad en mis bragas se triplique. Sus dedos abandonan mi seno y me libera del brasier. Mis manos inquietas abren su camisa de un tirón haciendo volar por los aires más de un botón.

De forma lenta, se deja caer hacia atrás y se acuesta en la cama. Aprovecho eso y termino de abrir la camisa. Su piel bronceada brilla bajo la luz de foco, me deleito con cada relieve de los músculos de su abdomen, paso el dedo sobre el tatuaje con forma de golondrina justo encima del hueso de la cadera. La rama por la que está posada el ave sube por encima del ombligo y termina de forma brusca, rota.

Bajo hasta allí y lamo. La suavidad de su textura es adictiva. Doy pequeños picos hasta llegar a la curva de su clavícula.

—Que bien sabes —ronroneo.

—Ven aquí —ordena. Su mano se enreda en mi cabello y me lleva de vuelta a sus labios.

Nos fundimos en otro beso, esta vez cargado de hambre.

En medio de eso, gira los papeles y ahora quedo yo aprisionada contra la cama y su cuerpo macizo.

Se quita la camisa y coloca sus dedos sobre la cintura de mis leggings, me pide permiso con los ojos y yo se lo concedo. Me saca la prenda y se lleva consigo mis zapatos, ahora solo estoy en bragas ante él.

Me mira. De verdad lo hace, como si quisiera embriagarse con mi imagen. Y no me siento intimidada por eso. Quiero que me vea. Que vea que me entrego a él. Qué soy yo, Kiera. Nadie más. Y qué solo pienso en él. En nadie más.

Lo ayudo a desnudarse y nos hundimos en un remolino de besos, caricias y un deseo implacable.

No hay apuro. Ni enojo.

Solo nosotros.

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