C U A R E N T A Y D O S
Golpean la puerta por tercera vez en el minuto. Me seco las lágrimas con los nudillos y desenredo las sábanas antes de bajar de la cama, me detengo frente a la puerta y apoyo la frente en ella.
—Ábreme, por favor —pide mi mamá con la voz delgada.
No lo hago.
Insiste una vez más y mi respuesta es la misma. Silencio.
—Vino alguien junto a ti —agrega. Un ladrido resuena detrás de la madera.
Destrabo el pestillo y dejo una pequeña abertura para que Cancerbero se adentre a la habitación.
—Lina lo trajo…
Vuelvo a cerrar la puerta antes de que termine la oración.
Mi hijo canino se para sobre sus patas traseras y apoya las delanteras sobre mis hombros, no puede contener la emoción al verme. Y eso termina por quebrarme, porque en este animal siento más amor del que he recibido en el último año.
Amor genuino. Sin engaños, sin desconfianza, sin mierda oculta debajo de la alfombra.
Me dejo caer al suelo y lo abrazo con fuerza tratando de canalizar el dolor que me oprime el pecho. Mientras él me lame las lágrimas, yo desnudo mis sentimientos, bajo la coraza y vuelvo a derrumbarme, cada vez más hondo.
Porque ahora sí estoy sola.
Sin Bruce. Sin Ciaran. Sin Sasha. Sin mis padres. Sin nadie.
Unos mueren, otros me traicionan.
¿Tan mala soy?
¿Me merezco todo eso?
No.
Y si lo hago, no lo quiero, no lo acepto. Ya basta de tanta mierda, caer y volver a caer.
Estoy harta. No quiero seguir cayendo y no quiero tener que sostenerme de nadie, porque, al fin y al cabo, lo único que tengo soy yo, luego yo y por último yo.
Todos estos meses buscado que alguien me abrace, que me consuele, que me pida disculpas, para seguir estando en el mismo punto de partida.
La única esperanza que encontré fue Logan, me aferré a la luz que me mostró, a las palabras de aliento, pero, al final del día, tampoco está. Y está bien. Soy yo la que debe levantarse sola. Ya me quebré, sangré y me rompí como alguien puede hacerlo, pero sigo aquí, a pesar de todo sigo teniendo el control.
Yo soy mi propio pilar, y si no lo soy, me construiré a mí misma.
Ya no recibiré el golpe de nadie.
Así que me pongo de pie y enciendo el móvil. Cancerbero yace dormido en la cama luego de horas de haberme servido de almohada mientras lamía mis heridas y las cerraba a punta de hierro.
Cancelo todas las citas con mi psicóloga en lo que queda del año. Sin ningún tipo de explicación.
«Tenemos que hablar» dice el mensaje que me dejó Sasha hace dos días.
Dos días.
Dos días sin saber de Logan. Ni de Ciaran.
Ninguno dio señales de vida.
Ignoro a Sasha y voy a otra bandeja de mensajes. Escribo en él y doy enviar.
Salgo del chorro de agua fría y me enfundo en leggins y sudadera negra, me calzo mis Vans y amarro mi cabello en una trenza después de sacarme los vendajes. Le doy beso en la cabeza a Cancerbero y lo dejo seguir con su siesta. El sol ya comienza su descenso detrás de las montañas cuando salgo del edificio y subo al Uber que ya me estaba esperando.
Nos alejamos de la ciudad y nos adentramos en un camino de grava rodeado por edificio viejo y casas precarias. Cuando la oscuridad pinta el horizonte, el GPS marca mi destino y bajo del auto. El conductor me dedica una mirada con tintes de preocupación, pero en cuanto me alejo lo suficiente, eleva las ventanillas y se va a toda prisa levantando el polvo a su paso.
Me froto las manos en los muslos borrando el rastro sudor en ellas. Barro con la mirada el panorama que me rodea. Un grupo de hombres en la esquina de la cuadra me miran con suciedad, aparto la mirada, ignorando el cuchicheo y las expresiones morbosas. Reparo a mis costados una vez más e ingreso al motel de mala muerte con paso seguro… aunque por dentro sienta todas mis defensas temblando y con ganas de salir corriendo.
Armándome de valor, cruzo el vestíbulo y consulto lo que necesito con el recepcionista, un hombre al que no le prestó atención y fácilmente se convierte en una voz sin rostro olvidable en el segundo siguiente.
Subo las escaleras de madera desgastada por los años nada generosos.
Minutos después llego a la habitación que me indicaron y doy dos golpes a la puerta. Se abre al minuto siguiente, sin mirarlo y con la frente en alto, ingreso al cuarto.
El olor a naftalina y velas aromatizantes me golpea el olfato, arrugo la nariz con desagrado. Las sábanas están deshechas, bolsas de snacks y latas de cerveza están tiradas en el suelo y no hay indicios de que se haya barrido en los últimos días.
—Si debo admitir algo, hermanita —dice Ciaran cerrando la puerta. No le pone pestillo—, es que eres más valiente de lo que pensé. Mira que venir hasta mí, sola y desarmada… admirable y digno de una Borisyuk.
—Venegas —lo corrijo.
Suelta una media risa sarcástica.
—¿Venegas? Nadie puede presumir ese apellido tan común y poca cosa y sentirse orgulloso.
Me giro hacia él, con cara de póker y me encojo de hombros.
—Ese es mi apellido.
Eleva la comisura de la boca. Sabe que ni yo me lo creo. Me rodea y se acuesta en la cama y pone sus brazos de bajo de su cabeza, cuidando de no lastimar su muñeca vendada, esa que yo herí, antes de decir:
—Es curioso.
—¿Qué cosa?
—Como durante años intentaste adaptarte —responde con el entrecejo fruncido, como si lo asimilara recién—, ser parte ellos, una “Venegas”. Querías ser igual que ella, tu supuesta madre, enorgullecerlos, reprimir lo que te hacía ser como yo y no como ellos. Claro, hasta que llegamos Bruce y yo, y las cosas cambiaron, te diste cuenta de que no podía ser como ellos. ¿Cuándo un león puede ser criado por ovejas y aparentar ser uno más del rebaño? Un monstruo, querida Kiera, siempre es un monstruo. —Se vuelve a parar y se acerca a mí— No importa la máscara que se ponga, sigue teniendo el instinto asesino.
Mi palma impacta con su mejilla, se desestabiliza por un instante, no había esperado ningún movimiento de mi parte, así que le tomo provecho y le arrebato el arma que escondía debajo de la cinturilla del pantalón y destrabo el seguro, con el cañón firmemente presionado en su coronilla y con mi dedo en el gatillo susurro con voz filosa:
—Pero la máscara tiene un beneficio: cuando sueltas al monstruo más mortal es su ataque.
Clava sus ojos en los míos.
—No debiste decirle a mi madre que mentí. No debiste atormentarme durante meses. Y jodidamente, no debiste demostrarme tu verdadera cara.
—¿Vas a disparar?
—¿Sabes que es más peligroso que un monstruo, hermano?
—Dime tú.
—Un monstro al que atacan por todos los flancos y ya no tiene nada que perder.
—¿Segura que no tienes nada que perder?
—¿Acaso tiene algo perder un alma que no estaba destinada a nacer? Tienes razón al decir que no pertenezco a ellos, pero te faltó decir que no pertenezco a ningún lugar. Porque soy tan Borisyuk como Venegas. Soy un pobre monstruo que se aferró a lo único que hizo parecer que pertenecía a algo, a alguien, pero que lo perdió y se dio cuánta que sin él vuelve a ser más de lo mismo.
—Son palabras vacías —suelta presionándose contra la pistola—, soy lo que te queda. No dispararás.
—¿Es que tú no oyes? Ya no intentaré ser parte de algo que no soy. Así que te doy dos opciones.
—Ilumíname.
—Volverás a Rusia antes de que la policía llegué —sus ojos, idénticos a los míos, me penetran con odio— y la esperarás hasta que ella decida volver.
—¿Qué?
—No creerás que yo estuve aquí por pura diversión —expreso con burla—. La conoces. Vendrá cuando se le dé la gana y ni tú ni yo tenemos poder en eso —Estudio sus facciones, analizando cada movimiento—. La segunda opción es más sencilla, me quito la máscara y te mato aquí mismo. ¿Quieres que sea un monstruo? Lo seré.
—Una vez que matas siempre quieres repetirlo —dice.
Sus rasgos, tan similares a los míos, pero pincelados en dureza, se tensan cuando muevo la pistola y dejo la punta en medio de sus cejas.
—No saques excusas, K —continúa—, sentiste el poder aquella noche, quieres volver a sentirlo. Ese día acabaste con alguien que te ultrajó físicamente, ahora quieres acabar con el que te rompió la mente.
—A lo mejor sí —le doy la razón—, a lo mejor mis huesos me imploran que apriete el gatillo, que termine con tu patética vida. Pero primero quiero que me aclares algo.
Mueve más cejas pidiendo que siga.
—¿Me empezaste a odiar antes o después de Bruce?
Guarda silencio.
—Antes —responde al cabo de un momento.
—Bien —asiento—. No me interesa saber el porqué. Ahora recoge tus mierdas —ordeno.
Doy un paso atrás, sin dejar de apuntarlo. Sus manos hechas puños se relajan, sin embargo, no acata la orden.
—¿Cómo sabré que ella regresará?
—Lo sabrás —respondo—, conformarte con eso. Ve a Rusia y recupera lo que es de ustedes, a mí me dejas fuera de eso.
Asiente, poco convencido y se gira dándome la espalda, recoge una mochila que tenía debajo de la cama y guarda en ella lo poco que tenía afuera, se calza sus zapatos y se pone una chaqueta de cuero marrón, la misma que le vi el día que dejó aquel cuervo en mi cama.
Psicópata.
Busco en mis bolsillos y tiro sobre la cama un fajo de dinero, el que tenía en las tarjetas que destruí. Papá me envió el valor de ellas en físico hace unas semanas, no he utilizado ni un centavo.
Clava su mirada en él. Endurece la mandíbula y se vuelve hacia mí.
—No lo necesito.
—Claro que sí —me burlo—. Tómalo como un préstamo. Ahora largo.
Toma el dinero y lo guarda en su mochila. Se acerca dos pasos, pero se detiene al pensarlo bien.
—¿Te quedarás con ese hombre? —cuestiona— ¿Con el hijo de esa mujer?
—No te interesa lo que yo haga con mi vida.
—No lo entiendes —gruñe—, él…
—Cállate —ladro—, te dije que te fueras.
—¿Ya lo olvidaste?
Sé que se refiere a Bruce.
—Jamás podría.
—Entonces no puedes estar con él.
No respondo, mantengo mi semblante frío. Señalo con el mentón a la puerta. A lo lejos, comienzan a escucharse las sirenas de los coches patrulla.
—¿En serio los llamaste? —enarca una ceja— Eres increíble.
—No me metería a la boca del lobo sin tener un boleto de salida.
Eleva la comisura de los labios en una sonrisa tensa.
—Inteligente. Hasta vernos otra vez, hermanita.
Se gira hacia la puerta y toma el picaporte en sus manos.
—Ciaran —lo llamo antes de que la abra. Se vuelve hacia mí, expectante—. Ten —bajo el arma y se lo tiendo. Arruga el entrecejo.
—Eso sí que no es muy inteligente, Kiera.
Me encojo de hombros.
—Sé que no dispararás —manifiesto con frialdad.
Duda por un momento, hago un ademán con la mano insistiendo. Luego de un debate interno, acorta la distancia y me arrebata el arma. Me apunta con seguridad.
Acerco la cabeza al cañón y me presiono contra él.
Nada.
Vuelve a bajarlo y lo oculta en su cinturilla.
—Hasta vernos otra vez —digo.
Me observa por última vez y después se va desapareciendo detrás de la puerta.
Doblo mis rodillas y me siento en el piso. Mi corazón bombea a toda marcha, todo mi cuerpo tiembla con la adrenalina disipándose de él, la respiración se me vuelve irregular y mi garganta se seca como papel de lija. Los pasos apresurados se oyen al otro lado de la pared, son varios.
Me acuesto en una posición que simula haberme caído y cierro los ojos. Calmo mi respiración y espero, fingiendo haber sido golpeada y haberme desmayado por causa de ello.
La puerta se abre de golpe y la voz de la teniente Sheila Brown resuena en la habitación.
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