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Querido Severus

𝐎𝐍𝐄-𝐒𝐇𝐎𝐓

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 Todos los retratos de la sala observaron con curiosidad a la pequeña criatura que se encontraba delante de ellos. Era una niña, de no más de trece años. Tenía la piel tan pálida como la suave y blanca nieve que rodeaba Hogwarts en invierno. Algunas pecas, como estrellas perdidas en la infinidad, cubrían todo su rostro. Sus ojos, tan profundos como un pozo sin salida, parecían observar con determinación todo lo que la rodeaba. Su pelo anaranjado como las llamas de un fuego crepitante, caía por su espalda, formando un arco perfecto. Una alegre sonrisa se exhibía en su rostro, una sonrisa que revivió recuerdos de un pasado lejano a algunos de los asistentes. Ni la niña ni los retratos parecían dispuestos a pronunciar palabra. Quizás era por la sorpresa de encontrarse unos frente a otros, o quizás, por la falta de palabras que expresaran lo que realmente estaban pensando.

Snape suspiró, sin poder apartar la vista de esa curiosa niña que había ganado toda su atención. Tenía la sensación que la conocía, que estaba estancada en uno de esos recuerdos que luchaban para salir. Finalmente, y siendo consciente del incómodo silencio que parecía dominar la estancia, alguno de los retratos carraspeó.

—¿Quién es esta señorita? —preguntó Armando Dippet, un poco confundido por la situación que se desenvolvía delante de sus ojos.

Los demás retratos asintieron, queriendo saber lo mismo.

—¿Y quién la ha dejado entrar? ¿Dónde está McGonagall? —aportó Phineas Black, arrugando la nariz.

—¡No seas descarado, Phineas! —habló un último retrato.

La niña, que había presenciado la conversación entre los antiguos directores con una extraña curiosidad, pareció iluminarse cuando el último retrato al hablar, se giró hacia ella.

—¡Albus Dumbledore! —exclamó, reconociendo de inmediato al hombre de larga barba blanca.

El antiguo director sonrió a la pelirroja, asintiendo lentamente con la cabeza. Algo en ella le resultaba familiar, aunque no lograba encontrar el qué.

—¿A qué debemos su visita, señorita...?

—Potter.

En ese momento, fue como si hubieran soltando una bomba. Todos los presentes parecieron despertar de repente, mirándose entre ellos y susurrándose.

—¿Potter? ¿Como Harry Potter?

—Entonces es verdad, hay una nueva generación en el castillo.

—¡La hija del héroe!

—No me lo puedo creer, ¿Potter?

La niña miró a su alrededor con el cejo fruncido. La confundía a ver a todos esos directores, poderosos, importantes en algún momento de su vida, alarmarse tanto por su apellido. Ella era consciente que su padre tenía cierta relevancia en el mundo mágico, pero le costaba imaginarse que fuera tan importante como para ser el centro de una conversación. En ese momento se sintió expuesta ante todos esos ojos que la miraban con curiosidad. Se revolvió incómoda, sin saber qué podía hacer. Por un momento, estuvo a punto de irse corriendo, sin mirar atrás. Fue la mirada penetrante de uno de los retratos que la mantuvo en su sitio, como si estuviera atrapada por unas cadenas de acero, unas imposibles de romper. Le sostuvo la mirada durante unos instantes hasta que, por miedo o quizás, por vergüenza, la apartó, enrojeciendo en el acto. Fue en ese mismo momento cuando Dumbledore, guiado por su poderosa voz, ordenó a todos los demás retratos que hicieran silencio. Todos se giraron a mirarla, pero, ahora, algo se reflejaba en sus ojos, una esencia que antes parecía solo presenciar en algunos rostros. Interés.

—Estoy buscando a un director —se limitó a susurrar, mirando la mesa de madera de la directora como si le fuera la vida en ello—. Mi padre me dijo que podía encontrarlo aquí. —Parecía nerviosa de repente, una actitud que ninguno de los directores había presenciado en ella hasta el momento. Jugaba con su túnica, un gesto que muchos intuyeron que solía hacer. Entonces, levantó la mirada y se encontró con Albus Dumbledore, animándola con su sonrisa—. ¿Severus Snape?

Esta vez, un silencio penetrante se apoderó del ambiente. Los directores, esos mismos que minutos antes habían estado tan ilusionados al escuchar el apellido de esa niña, parecían haberse quedado sin palabras. Se volvieron hacia uno de ellos en particular. Ese mismo, observó la niña, le resultaba conocido. Llevaba el pelo suelto hasta medio cuello, negro y grasiento. Su mirada era oscura, penetrante y profunda. Parecía estar juzgándola sin tan siquiera pronunciar palabra.

—Yo soy Severus Snape —dijo al fin, sosteniéndola la mirada a la pelirroja, con una pizca de curiosidad en su rostro.

Los ojos de la niña se iluminaron al oír tales palabras. Con rapidez, sacó de su bolsillo un trozo de papel arrugado. Snape enarcó una ceja, sin acabar de entender qué pretendía la pelirroja. Ella solo se limitó a desdoblar el papel con lentitud, como si estuviera disfrutando el momento.

—Tengo esto —dijo, mientras levantaba el papel, al igual que un guerrero levanta su espada—. Creo que es para usted.

Snape se encontraba confundido. Abrió la boca, quizás para pronunciar una pregunta, pero la cerró de inmediato, sin saber cómo expresar sus dudas. Ninguno de los presentes tuvo tiempo a decir nada, ya que la niña había empezado a leer en voz alta las palabras que se encontraban en ese viejo papel.

"Querido Severus;

Hoy me he levantado con ganas de escribirte. Desde el nacimiento de Harry suelo soñar contigo. Al principio eran solo apariciones espontáneas, me mirabas, mirabas a Harry y sonreías. A medida que han pasado los meses, has empezado a hablarme en sueños. Me pides que te diga algo, que te perdone. Nos veo paseando por Hogwarts, estudiando en los jardines, riendo a carcajadas sin ningún motivo y debo admitir que te echo de menos. Me despierto llorando, porque soy consciente de que nada volverá a ser como antes. James intenta tranquilizarme, susurrándome que está a mi lado, que tú estás a salvo, que solo es cuestión de tiempo que nos volvamos a encontrar. Yo no estoy tan segura. Veo el fantasma del amigo que un día fuiste escondiéndose entre los libros, observando a Harry, tocando mi mano. Y no sé qué hacer, porque lo que más deseo ahora mismo es abrazarte, gritarte que te perdono, que en realidad, todo este tiempo he deseado que llamaras a mi puerta, que volviéramos a ser esos amigos que en un pasado fuimos.

Los recuerdos no me dejan vivir tranquila. Tengo que admitir que ahora mismo no sé quién soy. Tengo miedo de perder la esencia que me caracteriza, miedo de dejar de ser feliz, de que esa niña que conocías muera en el olvido. Miro a Harry, y no puedo evitar pensar que te llevarías bien con él. Es decir, es la viva imagen de James, pero cuando me mira a los ojos, tengo la sensación que una parte de ti vive en él. Quizás me estoy volviendo loca, la verdad es que empiezo a perderme en mis propios pensamientos.

Mientras escribo estas palabras, la lluvia golpea sin control la ventana de mi habitación. Una lluvia que me trae recuerdos, angustia, añoranza, perdida, amor, miedo, sentimientos que yo misma anhelo tener. Parece comprender lo que siento ahora mismo, esa mezcla de emociones que nubla mi interior, que me pide que cierre los ojos e imagine un mundo en el que no tuviera que vivir escondida, en el que no tuviera que reprimir el terror que invade mis sangre. Porque estoy intentando ser más fuerte de lo que he sido nunca. Por mi niño, por Harry.

Hay otro motivo por el que te escribo, Severus. Los rumores se escampan como la pólvora, como esa mismo que, de igual manera, te puede destruir. Las voces dicen que te has aliado con el Señor Tenebroso, con ese que nunca debe ser nombrado. Ante Merlín juro que si fuera verdad no podría soportar el sentimiento de culpa que pesaría dentro de mí. Creía que eras diferente, Severus, intenté que fueras diferente. Ver a todos esos muggles y magos morir me eriza la piel, me come por dentro. ¿Acaso eres tú el responsable de algunas de esas muertes? Solo pensarlo me dan ganas de huir, de dejarlo todo atrás, de llorar hasta que mis ojos no puedan más. Te has convertido en mi peor pesadilla, aunque juraste que nunca me dañarías. Tú no eres como ellos, Severus, no eres como sus otros seguidores. Creo que, detrás de la apariencia que has construido, debajo de la máscara que te cubre el rostro, se encuentra una buena persona. El camino que estás siguiendo es el equivocado, espero que pronto puedas verlo.

Han llegado a mis oídos los horribles actos que has cometido. No sé si son ciertos, no sé si son viles metidas, solo sé que me repugnan. A veces, recuerdo a mi amigo, ese que tanto me ayudó, con el que pasaba noches enteras estudiando, y no reconozco el hombre en el que te has convertido. ¿Dónde está el verdadero Severus Snape? ¿Dónde está ese amigo que no puedo evitar añorar?

Es injusta la manera en la que acabó nuestra historia, Severus. Es injusto como el destino jugó con nosotros, como acabamos siguiendo dos camino totalmente opuestos. Es injusto el dolor que siento en el pecho cuando te recuerdo. Es injusto pensar que la vida nos ha destrozado.

No sé si llegarás a leer esta carta, ni siquiera sé si tendré el valor de enviártela. Solo espero que algún día nuestros destinos se vuelvan a cruzar, que logres salir de la oscuridad en la que pareces estar sumergido. Hasta entonces, cuídate, ¿de acuerdo? No soportaría asistir a otro funeral, y menos si es el tuyo.

PD: Harry te envía saludos, está deseando conocerte.

Con mucho cariño;

Lily."

Las palabras seguían flotando en el aire, acariciando los rostros perplejos de los presentes. La niña suspiró profundamente y volvió a guardarse el trozo de papel en el bolsillo, sin saber qué más decir. Dumbledore le dirigió una mirada a Snape, consciente que las palabras de Lily eran difíciles de asimilar. Pero el hombre de pelo negro no conseguía entender lo que acababa de escuchar. Miraba a la niña de pelo anaranjado con añoranza, quizás recordando el único momento de su vida en el que fue verdaderamente feliz. Sus ojos estaban cubiertos por una fina capa de lágrimas, nublando su imagen de la pelirroja.

—La encontramos revisando unos viejos libros de mi abuela —dijo la niña, encogiéndose de hombros—. Pensé que quizás le gustaría saber que pensaba en usted muy a menudo.

Y, en ese preciso momento, y ante la mirada incrédula de los retratos, Severus Snape empezó a llorar. Lágrimas saladas corrían por su rostro a toda velocidad. Los antiguos directores se miraron entre ellos, sin poder creer lo que sus ojos estaban presenciando. Nunca, nadie, había visto llorar a Snape de esa manera. Por muchos era sabido que era un hombre con pocos sentimientos , o, quizás, que escondía sus verdaderas emociones, por miedo a parecer débil. Mientras, Severus estaba avergonzado de su reacción ante las palabras de Lily. Se sentía desnudo, expuesto ante todos esos ojos curiosos. Pero, aunque quisiera, no podía parar. Tenía la sensación de estar desahogando todas esas emociones que había estado conteniendo tanto tiempo. Al fin, y después de tantos años, pudo llorar a Lily como se merecía.

"—Qué irónica es la vida —no pudo evitar pensar—, tuve morir para sentirme libre."

—Gracias —susurró Snape, abriendo su corazón ante esa niña.

La pelirroja solo le sonrió, sintiendo que había cumplido su cometido. Se dispuso a salir, a correr hacia los jardines y contarle a Albus y a James todo lo que había sucedido, pero alguien la paró.

—¡Espera! —exclamó Albus Dumbledore, provocando que ella se girara con el cejo fruncido—. ¿Cuál es su nombre, señorita Potter?

La niña sonrió.

—Me llamo Lily, Lily Luna Potter. 


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