Capítulo 10
A la mañana siguiente me levanto temprano para verificar que todo esté bien con señor Gruñón, y lo encontré estirando una de sus patitas para acomodarse como podía en su cama perruna de algodón, se ve tan tierno dando un pequeño suspiro, que me derrito de amor por él, cuando bajo mi mirada a su pequeña cicatriz, no puedo evitar pensar en todos esos poemas que le había escrito a la persona que amo ¡Esperen! ¿Dije amo? En verdad es así, amo a esa persona que Dios tiene preparada para mí, porque sé que será alguien con quien seré yo misma.
Suspiro, o al menos un intento fallido de eso, me da algo de tristeza saber que esos pensamientos ya no serán leídos, que ya no podre escribir algo parecido a lo que me había salido en aquella tarde lluviosa, no todos se los comió, pero tampoco se salvó ninguno, lo que no se pudo comer, ya los tenia hechos trizas.
Me inclino para acariciar su cabeza y verlo moverse con suavidad por la sensación de placer que estas le proporcionan, sonrío viendo sus gestos sin abrir los ojos. Él no es un chico problemático, es hasta el día de hoy, y todavía no entiendo qué le paso, admito que hace travesuras, esconde mis pantuflas, incluso les pega sus cuantos mordisquitos, pero mis libros él nunca los había tocado, mucho menos mi cuaderno de nota.
Por ahí dicen que para todo existe una primera vez, pues creo que tienen razón, incluso el niño más lindo y obediente tiene sus días de rebeldía.
Me levanto de la posición en que me encuentro, y paso mis manos sobre mi pijama para sacudir algunos cabellos del señor Gruñón que quedaron pegados como garrapatas, hoy tenía que conseguirme un cuaderno de notas nuevo, era urgente, no iba a parar de escribirle a esa persona que espero con paciencia, aunque hay días que me siento desesperada más de lo normal, y admito que he tenido muchos pensamientos cursis, de esos que te dan pena contar.
Que pueden esperar de mí, soy un poco unicornio como dice Ricardo, tengo 15 años, y a pesar que por ahí dicen que soy muy madura, en mi interior soy solo una niña que sueña con su príncipe azul, vestidos rosas empopados, junto con un palacio donde haya arcoíris de muchos colores, donde la paz de Dios inunde todo su interior y haya un felices para siempre.
Tras ese pensamiento tan romántico que se me pasó por la cabeza, me arrodillo y cierro los ojos para hablar con papito Dios:
—Hola padre celestial, soy yo Abi, aquella chica piel morena, cabello rizado y esponjado, ojos negros, pero destellantes, me pregunto: ¿Por qué me creaste con tanto brillo en ellos? Siempre doy la sensación de que estoy feliz, lo sabía, tú me dotaste de un súper poder y no me lo quisiste decir antes —sonreí al decirlo —padre, yo sé que me hiciste perfecta, aunque en muchas ocasiones quieran llegar a mi mente pensamientos diciéndome que no es así, creo que tú no creas a nadie por casualidad, todo lo haces perfecto, absolutamente todo, ayúdame a demostrar esa alegría, ese amor, esa seguridad a los demás, a mis compañeros, a mis amigos, a mis profesores, y a todos los que me rodean, necesito seguir siendo luz, sin importar que tan difícil sea, yo quiero expandir tu amor al que se me acerque —suelto una lágrima y suspiro —Gracias por todo señor, gracias por mi familia, y mi iglesia, ya casi estoy completa, solo me falta ya sabes que... —al momento de decir eso, se me pasa por la cabeza, esa persona perfecta para mí, y mi corazón palpita con fuerzas, —mándame a mi idóneo por favor, lo necesito, hay tantas cosas que quiero compartir con él ¿Sí? Te prometo que si me lo mandas este año, no lo trataré como osito de felpa...
No puedo decir más, abro los ojos de golpe cuando siento algo mojado y caliente sobre mi pantorrilla flexionada, giro mi cabeza hacia atrás, y un líquido amarillento moja parte de mi alfombra, subo mi mirada en dirección derecho a pocos pasos de ahí, y Susi me mira como haciendo una sonrisa malévola.
Ya sabía de qué se trataba todo.
Estas dos gatas quieren vivir felices acosta mía, claro, Abigail O'Connor no solo era su dueña, era también su juguetito gigante que tenían para fastidiarlo todos los días.
—¡Eres una cochina Susi, que no vez que estoy orando filistea! —digo levantándome molesta para limpiar el apestoso orín.
Arrugo mi cara cuando el olor se comienza a expandir por casi todo el cuarto, miro la alfombra, y esta tenía una gran mancha amarilla.
Pego mis manos a la cara y pienso en que esa apestosa mancha iba a costar salir, y no solo eso, no volveré a conseguir otra igual, la tía Griselda me la trajo de su último viaje a la India, esa era otra de mis tías, ella es súper linda, parece una modelo de marca reconocida, tiene unos bellos ojos color miel y un rostro muy angelical, está casada con un misionero desde hace dos años, él es muy adorable y divertido.
Todas las chicas de mi familia están casada, menos yo.
Pero si tú tienes 15 años nada más.
Sacudo mi cabeza para no escuchar mi voz interior, muchas veces no ayuda en nada.
Voy en dirección a Susi para sacarla como toda vándala de un local, ya era demasiado, esta vez ella y Almendra estarán castiga, no habrá más habitación de Abi, ni tampoco paseos al lindo parque de dos cuadras, las mandaré al refugio por unas cuantas horas, tal vez así valoren a su dueña y las cosas que tienen, están muy mimadas y malcriadas.
Susi mira venir mis intenciones y se quita del lugar subiéndose al mueble donde se encuentra la computadora, abro mis ojos viendo la malicia que desprendía en todo su pequeño y peludo ser, pone una de sus patas en el teclado y comienza abrir sus uñas.
—¡Quítate de ahí gata loca! —grito desesperada.
No le interesa mi grito y se acomoda sobre un espacio vacío del mueble, dejando atrás sus malas intenciones.
Al hacer eso, dejo caer mis hombros como muestra de alivio, pero sin esperarme a que mi reacción termine de ser, ella hace una mirada maquiavélica y sin poder decir tan siquiera "pio" de un simple manotazo deja caer el regalo del año pasado que me dio con tanto amor Anabel.
Era una bailarina de porcelana fina color rosa, recuerdo que le había costado tanto encontrarla, que me dijo que la cuidara con mi vida si era necesario, porque otro regalo así, no iba a tener en lo que quedaba de mi existencia.
Me dejo caer sobre mis rodillas en el piso y con mis manos tomo con fuerzas mechones de mi cabello para jalotearlo con desesperación, hundo mi cabeza sobre mis piernas y grito con coraje.
—¡Mamá! Abi está practicando budismo...
No puede ser, mis mañanas no se las deseo a nadie. ¡A nadie!
—¡Abigail Isabel O'Connor!
Ach, re ach.
Detesto cuando menciona mi segundo nombre ¿No pudo ser más creativa y dejar de inspirarse en la reina Isabel?
Me paro de inmediato frente a los gritos que comienzan a salir de su boca, no me gusta que lo haga, me pone nerviosa y de mal humor. A nadie le gusta que le griten, y menos tu propia madre.
Miro a un lado, y tengo muchas ganas de llorar al ver la bailarina en mil pedazos.
La cabeza me retumba y ya no resisto. Tomo valor y lo digo.
—Mamá, no grites —señalo su mal proceder y eso la hace ponerse peor de lo que está.
—A mi usted no me da órdenes señorita, cuando sea mayor de edad y gane su platita sola, entonces si puede hacer lo que se le pega la regalada gana, eso sí, fuera de esta casa —advierte poniendo sus manos en posición de jarra viéndome fijo con su ceño fruncido, daba la sensación que era la versión sexi de la señora tronchatoro, pero igual no dejaba de lucir cruel y despiadada como ella.
—No te estoy dando órdenes mami — digo más calmada para que entienda que todo está bien.
Muevo mis pestañas para parecer tierna, pero no funciona.
—Deja de mover esos abanicos —dice refiriéndose a mis pestañas espesas — Vete a bañar, que ya es tarde, y la próxima vez que te encuentre practicando budismo, te mando a dormir afuera —apunta mi puerta abierta y Enrique sonreía hasta no más poder.
Se me olvidó que el enano se tiraba toda la película completa de la pobre e indefensa hermana mayor con su cruel y despiadada madre.
Presiono mis labios para no decirle lo que pienso a él y a mi madre, y me dirijo al baño, cuando quito mi pijama para poder ducharme, mi madre querida pega otro grito que casi me hace caer de un infarto.
—¡Y cuando salgas limpiarás esa cochinada que dejó tu gata!
¡A, claro! Ahora es mi gata, pero cuando la halagan en la calle por ser la gata más bonita de la cuadra, ahí si no es mía.
Muerdo mis labios para no contestarle mal y suspiro profundamente abriendo poco a poco la ducha.
—Con mucho gusto mami —digo desde adentro retorciéndome de indignación.
—También dejas bien acomodado al señor Gruñón, que por tu culpa el pobrecillo casi muere.
—¿Por mi culpa? —pregunto hundiendo mi ceño.
—No, por la mía —caigo tendida sobre la tina de mi baño frente al golpe bajo que me ha tirado mi madre. Olvidaba lo sarcástica que podía ser —Yo no soy la que ando escribiendo locuras en un cuaderno de notas.
—¡Mamá! —espeto.
—Está bien, corrijo, yo no soy la que vive enamorada de un chico imaginario —dice.
Siento como esas últimas palabras me dieron una puñalada directamente en el pecho ¿Por qué es tan cruel conmigo?¿Es qué ella nunca se enamoró de alguien a mi edad?
—¿Me dejas bañar? —Ya no la soporto, siempre es lo mismo, me regaña, y luego está haciendo el día conmigo, como que si fuera su payasa.
—Claro que te dejo bañar, te espero abajo para que desayunes bien, no quiero que te pase lo de las adolescentes que andan por ahí, caminando con los huesos al aire como si se viesen bonitas, claro, no deben tener una madre que les digan la verdad. ¿No lo crees?
No digo nada y termino de hundirme en la tina con todo el agua que había caído, literalmente quería ahogar mis penas, quería ahogar todo el coraje que sus palabras huecas me habían hecho aparecer.
Escucho el sonido de la puerta cerrarse, y cierro mis ojos, aprecio el silencio y me mantengo en la misma posición hasta que no puedo más.
A los diez minutos salgo y me pongo lo primero que miro.
Doy una última revisión al señor Gruñón antes de salir del cuarto y me siento bien al saber que descansa sin dolor.
Bajo a desayunar, y cuando estoy ya dentro de la cocina, yéndome a sentar a mi silla, veo que mi madre pone el plato lleno, como si comerán tres Abi en él.
Iba a engordar cerdos ¿O qué?
—¿Qué es esto mamá?
—Tu desayuno ¿Qué no ves? —dice señalándolo mientras seguía preparando algo en la cocina, olía demasiado bien.
—Pero yo no puedo comer esto —me encojo de hombros y me dejo caer sobre la silla.
—Ya te dije que no quiero un esqueleto andante en la casa —dice acercándose con un plato de jamón y huevos, su olor me hace enmudecer.
—Es que no le basta con escribir en cuadernos rosa, quiere ser un unicornio desnutrido —Ricardo suelta la risa y de nuevo muerdo mis labios, hoy ando en mis días, y no estoy de humor para tolerar sus bromitas.
¡Caramba! ¿En qué momento se pusieron de acuerdo para ser tan malos conmigo hoy?
—Me voy, no tengo hambre — digo tomando una decisión drástica. Mi límite de tolerancia había pasado su nivel.
Sin voltear a ver, sin esperar respuestas por partes de todos los presentes, camino firme hasta llegar a la puerta de salida.
No me importa si cuando regrese iba a ser castiga, solo quiero estar fuera de este manicomio que es mi casa. Otra vez papá no está cuando más lo necesito, lo extraño, en estos momentos solo quiero un abrazo de él, me molesta pensar que ese trabajo que tiene ni si quiera le dé tiempo para vernos, para pasar un tiempo de calidad en casa.
Abro la puerta y saco un enorme suspiro, el aire de la mañana refresca mi rostro, y da una sensación de alivio en mi pecho.
Iba a salir por completo cuando unos suaves maullidos me hacen ver a bajo.
Sus ojos verdes y brillosos me miran con ternura, hace dos días que no había visto a mi pequeño Pitufino.
—¡Hey! —me inclino emocionada por verlo y lo tomo —¿Dónde te has metido? —él solo ronronea y pasa sobre mis manos acariciándome como si fuera el único ser que existe en el mundo.
Lo acaricio por todos lados y luego lo suelto con suavidad, al menos él si me quiere, o al menos eso es lo que demostró ahorita, no creo que sea un mentiroso, y sus caricias sean más falsas que una pluma artificial.
Lo veo mover su pequeño trasero para ir a pedir de lo que doña Carmen cocina, ese era otro mimado de ella, es tipo Ricardo O'Connor, solo maúlla y ella le dice que sí a casi todo.
Termino de salir de la casa y cuando abro la pequeña cerca de madera de color blanco, un auto muy fino se para en frente de mí, me quedo paralizada viendo cada detalle del lujoso objeto.
Sí que debe de costar una fortuna, pienso dentro de mí.
Ladeo mi cabeza y mis ojos se abren cuando una linda rubia casi de la edad de mi madre sale dando pasos seguros y muy elegantes, parecía una condesa, sus mechones ondulados se movían con el sutil viento, era totalmente hermosa.
Llega cerca de donde estoy y me sonríe, veo sus grandes ojos azules luciéndolos con un poco de mascara de pestaña.
—Hola Abi
¿Abi? ¿Cómo sabe mi nombre?
—Ho...la —digo viéndola confundida.
—Venía a dejar esto a tu mamá —me extiende la biblia colorida de doña Carmen y puedo notar su esmalte color rojo perfecto.
—Claro, yo se la entrego — digo disimulando mi confusión, no había visto a esta señora tan bella en la iglesia. ¿Será de otra?
Mis preguntas dan una respuesta, cuando de la nada se escucha un portazo del coche donde se bajó la mujer, sale un tipo enfurecido caminando a zancadas, lo veo venir con todo el enojo que se podía notar en una persona. Sus ojos azules me golpean y mi garganta se reseca de inmediato.
Era él, el chico nuevo.
—¡Necesito irme ya, madre!
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