Cerré el diario con alguna que otra lágrima en los ojos que me quité rápidamente. Una sonrisa había acompañado todo el tiempo a la lectura. Me había olvidado de que había escrito ese diario cuando tenía ocho años.

Ya habían pasado casi diez años de eso y no podía dejar de leerlo después de haberlo encontrado en el fondo de un cajón. Aún era increíble que un objeto tan pequeño guardara y avivara tantos recuerdos.

Suspiré. Estos se arremolinaban en mi cabeza como mariposas revoloteando. Sabía que, esa vez, guardaría a buen recaudo el diario para no volver a perderlo y olvidarme de él. Sabía que ya no volvería a hacerlo.

Sin embargo, una idea sobrevoló mi cabeza.