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Querido Abel

Ver a su hermano besando aquel chico lo desconcertó ¿Es algo que su hermano haría?... definitivamente no, tal vez...

Los gemelos se reunieron para chocar puños y caminar a casa.

—¿Qué día es hoy? —preguntó el menor a su hermano.

—Pues por la cara de odio la vida de la maestra jueves seguramente— expresó el ojipurpura.

—Jaja muy gracioso —puso los ojos en blanco— el numerito Caín, el numerito—señaló lo obvio.

Caín negó divertido para ponerse serio, sabia a lo que se refería su hermano.

—Veintisiete de abril —suspiró nostálgico.

Abel asintió para mirar a su hermano.

—Ya son...

—Nueve años —completó mirándole.

Abel asintió, tantas muertes en menos de una década.

—Lo qué pasó esa noche... no fue culpa de nadie —le recordó el menor dando palmaditas en su hombro.

Caín asintió para sonreírle a su hermano.

—Será mejor que nos preparemos para papá —abrazó a su gemelo.

—Lo sé —bufó riendo para negar— amo a ese señor, pero demasiada azúcar un día como hoy nos dará diabetes.

Caín asintió riendo, los gemelos regresaron a casa burlándose de aquella tradición que llevaban para honrar al pequeño.

Aquel día tan triste en el que habían perdido al pequeño Set los padres habían decidido que ese día no sería recordado por la muerte de su hijo.

Cuando eran pequeños la mejor opción era llenarlos de dulces y con el tiempo se quedaron con esa tradición.

Al llegar la casa ya olía a galletas de chocolate.

—Hey llegan temprano —sonrió su padre— prepare galletas, sus favoritas.

—Gracias papá —dijo Abel mientras recibía el abrazo de su padre.

—No tenía ganas de cocinar así que pedí una pizza —se adelantó feliz.

—No tenías ganas de cocinar pero hiciste galletas —mencionó Caín divertido.

—Y un pastel —contestó abrumado— no me juzgues niño.

Caín negó para abrazar a su padre, se tiraron en la sala para pasar la tarde mientras comían pizza y gozaban de una buena película, Caín trataba de pasar los últimos momentos con su familia completa.

Al terminar subió para descansar un rato, preparando todo para la hora, escribiendo la última carta para su padre, aquella que encontraría explicándolo todo.

—Tarea —susurro su hermano confundido desde la puerta.

—Algo así —sonrió Caín guardando la carta.

—Tengo un plan —sugirió Abel.

—Involucra alcohol —arqueo la ceja.

—Cuando no —sonrió divertido.

Lo pensó por un momento, acabaría todo como inicio: con su hermano.

—Estoy dentro —acepto el ojipurpura.

Una chaqueta ligera y estaba listo, los gemelos bajaron cautelosos ante su padre quien comía sus galletas mientras veía el partido de la semana.

—Podemos salir —pidió Abel a quien claro le dirían que si.

—¿Tardarán mucho? —preguntó un poco distraído.

—Llegaremos antes de las doce seguro —mencionó Caín.

—Bien con cuidado —permitió.

Caín se acercó para despedirse de él con un abrazo.

—Te amo papá —susurro.

—Yo también mi niño —correspondió confundido.

El ojipurpura se separó del abrazo para asentir y darle una sonrisa, aquella sonrisa que nunca antes vió en su hijo, una que lo paralizó sin razón.

Los gemelos salieron con las llaves del auto.

—Te gustará —animó Abel.

—Me hace falta —asintió— pero yo conduzco, por eso soy el mayor.

Abel rodó los ojos para reír divertido, aquel ruido fue lo que alarmó a Dianne frente a su ventana, la rubia se asomó para verles ambos vestido casi igual de no ser por la chaqueta, una sonrisa se formó en su rostro siendo sorprendida por los gemelos.

El menor sonrió al ver a su novia mandándole un beso acompañada de una sonrisa, el mayor de los chicos miró aquello tan lejano e inalcanzable que una vez pensó, una sonrisa le dió para desaparecer.

Las sonrisas suelen calmar el alma pero aquella, aquella sonrisa de un psicopata era solo la llama para encender el fuego, una sonrisa que le hizo saber a Dianne que nada estaba bien.

Mientras los minutos pasaban la ansiedad de Dianne se hacía presente, la sensación de que su novio estaba en peligro era inminente.

—Mierda —gruñó prendiendo el teléfono.

Hace una semana Abel había perdido su teléfono en la escuela por lo que le había dado su código de rastreo, el mismo que uso para ver su localización.

—Oh no... —susurró al ver la localización.

No podía quedarse sentada, fingir que todo estaría bien y solo esperar a ver el auto de la policía llegar para dar las malas noticias... tenía que hacer algo.

La chica se levantó, segura que seguirlos era lo mejor.

—<¿A donde vas?> —preguntó su hermanito.

—Mierda soy niñera —susurro recordando el pequeño problema— <vamos saldremos a dar un paseo>

El pequeño castaño asintió para ir por una sudadera y subirse al auto con su hermana, aquel día empezaba a ponerse frío.

Un camino de cuarenta minutos más una parada por el alcohol y habían llegado a su destino.

—A donde me trajiste Bel —murmuró viendo el establecimiento dudoso.

—Ya lo verás Cai —sonrió— uno de tus mayores sueños hechos realidad.

Los gemelos bajaron del auto para poder examinar el establecimiento.

—¿Una escuela abandonada? —señaló Caín confundido.

—Algo así, hace años había una juguetería abandonada aquí —contó— encontraron cerca de diez cuerpos de niños, bueno restos... en fin construyeron la escuela pero terminaron por abandonarla pues decían que veían a los niños.

Una sonrisa se formó en su rostro, aquella fascinación por lo oscuro era de los placeres del ojipurpura.

Ambos entraron al establecimiento cuya puerta sólo necesitó de un pequeño empujón para entrar.

Dentro de aquella oscuridad los ojos de Abel brillaban, dando un toque estes de terror al lugar.

Los gemelos recorrieron el establecimiento, con Abel pegado a su hermano por el miedo que se sentía inevitablemente.

Llegaron hasta el lugar predilecto para beber: la alberca del establecimiento, aquellas ventana de cristal que cubrían uno de los muros permitían entrar la luz de la luna iluminando el lugar.

Sentados en el borde empezaron con tan esperado plan.

—Salud —sonrió Abel.

—Salud —correspondió chocando con la lata.

Una tras otra fueron bebiendo.

—Si supiera Papá que estamos aquí —bromeó el menor.

—Probablemente nos mataría —bromeó— es un buen hombre, pero Dios si pudiera estaría sobre nosotros todo el tiempo.

—Lo sé —suspiró Abel— no se lo hemos puesto fácil, ya perdió un hijo y una esposa, solo quiere cuidar bien de nosotros.

Caín suspiró, todo sería más fácil cuando solo cuidara a uno de ellos.

—Te amo hermano —susurró dando un trago a su bebida.

Abel le miró curioso, esperando el licor le permitiera sentir lo que su hermano pero no fue así, no sintió nada.

—¿Todo bien? —mencionó incrédulo.

—Todo estará genial —aseguró relajado.

Aquel objeto brillan salió de la chaqueta de Caín, una sonrisa para ver a su hermano.

—Todo estará Perfecto —asintió, acercándose a su hermano con la navaja.

Dianne llegó tras la parada de urgencias de su hermano por ir al baño, una vez ahí el menor le miró.

—<Absolutamente no> —se negó conociendo la historia— <No me has dicho porque estamos aquí>

—<Es una emergencia, te necesito conmigo en esto de acuerdo> —rogó ante el pequeño— <por favor>

El nene asintió aterrado, con su mano recién recuperada tomó la mano de su hermana para aferrarse a ella, un suspiro y lo lograría.

Con cautela entraron por la puerta recién abierta, aquel sentimiento de querer huir era insaciable, otras razones de que la escuela fuera cerrada era su construcción tan incierta volviéndola un laberinto.

Con el ruido de su corazón latiendo aquel grito de dolor se hizo presente paralizándolos en su lugar.

—<Vámonos> —lloró su hermanito.

El corazón de Dianne estaba en conflicto, podría irse y esperar a su suerte o hacer algo al respecto.

—<Tranquilo no es nada> —le sonrió para cargarle.

Prosiguieron el paso en busca del gemelo, una vuelta y ambos estaban de frente, sin poder recaer en su mano ensangrentada.

—¡Dianne! —susurró girando a todos lados— ¿Qué haces aquí? No deberías estar aquí... —mencionó asustado

—Yo vine por ti —susurro confundida— ¿Qué esta pasando?

Abel miró su mano para verle aterrado.

—Es mi hermano Dianne, tienen un navaja y él... —negó para si reprimiéndolo.

Un ruido se hizo presente, resonando entre los pasillos, la mirada de terror de Abel le hizo ver la verdad: nada estaba bien.

Los chicos corrieron entre los pasillos para esconderse en el primer lugar que encontraron.

—Escúchame —susurró Abel— él no sabe que están aquí así que todo estará bien, pero deben quedarse aquí.

—Es una locura, tenemos que irnos —le miró aterrada.

Una sonrisa triste se hizo en el rostro del menor.

—Él no me dejará ir —susurró.

Aquella sonrisa triste y un beso en los labios fue lo últimos que vió de su chico antes de desaparecer en la oscuridad.

Entre los pasillos Abel los recorrió hasta llegar al mismo punto donde estaba su hermano.

—¿Lo encontraste? —preguntó dando otro trago a su bebida.

—Quien lo diría, no hay un botiquín —sonrió él— estoy bien.

—No puedo creer que seas tan estupido para cortarte —murmuro Caín mirando las iniciales de ambos en el borde de la acera.

—¿Quieres ver algo estupido? —sonrió burlón —Ven.

Caín asintió levantándose con torpeza, el menor lo Llevó hasta el trampolín de cinco metros, el único estable aún.

—¿Aún le tienes miedo a las alturas? —preguntó Abel riendo.

—Lo descubriremos —mencionó dando otro trago a su bebida.

Con dificultad y torpeza subieron los escalones hasta llegar a la cima, un vista única frente a la luna llena.

Caín se acercó al borde para ver mejor la vista.

—¿Cuándo ibas a decirme? —preguntó Abel por fin.

—¿Qué? —contestó sin despegar la mirada de la luna.

—Que planeabas marcharte hoy —soltó irritado.

Las palabras de su hermanito lo helaron para girarse a verle.

—¿Cómo...

—¿Cómo? —preguntó riendo para negar— sigues sin aprender verdad hermanito, no puedes separarte de mí y no entiendo porque querrías.

La saliva del mayor se formó en su garganta ahogándolo.

—Abel...

—Abel, Abel —gruñó el menor— es que no lo entiendo, desde chico hemos sido los dos y me esforzado porque así sea, te he protegido incluso de esos imbeciles y así me lo pagas.

—¡No tenías que matarlos por eso! —exclamó Caín.

—Te golpearon al punto que tú y yo ya no nos parecíamos —señaló molesto— no podía permitirlo.

—Y mamá...

—Lo sabes bien —asintió mirándole con aquella cara que solo él conocía— nos quería separar, ademas de que le hice un favor a esa perra.

Caín suspiró para mirarle con los ojos brillantes que siempre odio su gemelo... lo único que los hacía no verse idénticos.

—Pero ya me cansé, no importa cuánto me esfuerce siempre quieres separarte de mi —le gritó molesto.

El movimiento hizo temblar la tabla inestable, el mayor miró abajo... una caída fatal.

—Al final lo descubrí —sonrió Abel— la forma de que siempre estemos juntos.

—De que hablas —menciono inseguro.

—Somos un alma en dos cuerpos —confesó— pero sólo si hay un cuerpo por fin viviremos juntos, como siempre debió ser...

—Abel, no —negó con tristeza.

—Estaremos bien —le sonrió—nadie nos separara al final.

Aquella mirada entre ambos fue lo último que vió Caín ante el salto de su hermano haciendo la tabla rebotar con fuerza, con la agilidad inhibida por el alchol sin permitirle quedarse estable.

El ojipurpura cayó, con el estruendo de su cuerpo chocar contra el firme pavimento.

—Pronto estaremos juntos Caín —aseguró Abel sonriendo desde lo alto.

¡Próximo capítulo el gran final!

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