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Mala suerte Abel

Los días pasaban pero la suerte de Abel no cambiaba, su plan no estaba funcionando... cada día sentía que perdía más a su hermano y el simple hecho de imaginárselo le destrozaba el alma.

—Escucha un solo movimiento y me quedo —dijo frente a su hermano mientras sujetaba su mano.

Un par de segundo y un simple parpadeo se dió, derrotado Abel suspiró.

—Bueno tomaré eso como un si —murmuró abrazándolo.

—Fue un simple parpadeo Abel —lo calmo su padre, mientras servía el desayuno.

—Una señal —estableció el menor.

—No, el simple reflejo de su cuerpo para mantener sus ojos humectados ves —el chico volvió a parpadear.

Abel bufo para empezar con su desayuno, era hora de volver a la escuela.

—Tal vez deba quedarme hasta que mejore —aseguró nervioso.

—Yo se que quieres pero tienes que volver hijo, ya perdiste muchas clases —le recordó.

—Y si me lo llevo, el doc dijo que volver a su rutina lo ayudaría —insistió.

—Aún no puedes hacer esfuerzos, no quiero que te lastimes o tu hermano —mencionó— Caín se quedará de acuerdo, al rato vendrá el terapeuta y veremos que podemos hacer, de acuerdo.

El menor hizo puchero como cuando era pequeño, Adán ya no podía convencerlo con un sobre de galletas como antes.

—Escucha —dijo pasando su brazo sobre el hombro de su hijo— tu hermano se pondrá mejor, lo prometo —besó su frente— ahora ve a la escuela, relájate un momento y prometo que cuando llegues intentaremos cualquier teoría que tengas.

—Para que si no sirven —bufo algo cansado.

—De que hablas, yo lo veo parpadear —bromeo su padre para animarlo.

El menor solo negó divertido para terminar su desayuno.

—Te veré en la tarde —se despidió el menor besando la mejilla de su hermano— pórtate mal.

Abel salió de la casa inseguro de dejar a su hermano, afuera ya lo esperaba la rubia.

—Hola guapo —saludo contenta.

—Hola guapa —correspondió para besar sus labios.

—¿Listo para volver? —preguntó emocionada.

—Supongo, extrañaba tener clases contigo pero el hecho de pasar horas en una banca no me emociona —sonrió.

—Ni a mi —aseguró para tomar su mano— pero al menos conseguiré parar a Dexter y Shawn con sus preguntas.

—Oh extraño a mis chicos —acepto Abel.

—Y ellos a ti, te lo aseguro —mencionó riendo,

Camino a la escuela Dianne lo ponía al día tratando de evitar lo que quería preguntar pero sedio ante su impulso.

—¿Cómo está Caín? —se atrevió a preguntar.

El castaño le miró para darle una sonrisa forzada y negar ligeramente.

—Sigue igual —mencionó con un dejo de tristeza.

—Se pondrá mejor —ánimo.

Para Abel ese miedo no le dejaba seguir con su vida.

—Pero miren quien llegó —exclamó Shawn— gracias por honrarnos con tu visita.

—Te morias por verme no es así —le guiñó picaron.

—Obviamente —aceptó— me alegro de que estés bien.

Abel abrazó al chico con cuidado para no lastimarse.

—¡Abel! —exclamó Dexter uniéndose al abrazo.

Después de su usual ronda de joteo, los chicos fueron a sus clases, un día normal para chicos normales.

No muy lejos de ahí en casa Cain se encontraba frente a su Padre merendando, un par de galletas y leche tibia.

—¿Qué tal si me acompañas hacer las compras? —preguntó esperando respuesta.

Silencio como siempre, Adán sonrió ligeramente para darle una galleta en la boca a su hijo la cual no rechazó, era la única muestra de vida que le demostraba.

—Bueno aún así me acompañarás, te dejaré escoger el cereal si quieres —otro intento fallido.

El timbre de la casa retumbó en el silencio, la vista de Caín cambió para ver la puerta.

—Es el terapeuta—lo calmo Adán.

Se levantó de la mesa para ir a la puerta, esperaba ver a alguien más pero el rostro conocido del joven Blue lo desconcertó.

—Buenos días señor Stepler —saludo cordial extendiéndole la mano.

—Jensen ¿Cierto? —preguntó inseguro.

—Así es señor, llegue un poco temprano supongo —mencionó mirando su reloj.

—No teníamos algo programada o si —dijo desconcertado.

—Oh no le dijeron, me mandaron a mi como su terapeuta tengo una especialidad para este tipos de casos, puede confiar en mi he logrado sacar a muchos en un estado similar —explicó.

—Permíteme dudar pero te ves demasiado joven para esto —señaló con incredulidad.

—Señor Stepler nunca se es demasiado joven para titularse en la escuela de la vida —aseguró— lo sé me ve y es probable que vea a uno de sus hijos, un poco más pequeño claro.

Adán soltó una pequeña risa para asentir.

—Y es por eso que soy el mejor en mi trabajo, soy joven y puedo acoplarme a las necesidades, sé que su mayor preocupación es que su hijo esté bien lo entiendo soy padre —empatizo— así que de padre a padre su hijo está en buenas manos.

Era difícil no creerle, esa seguridad en su voz, el porte y elegancia que solo él podía llevar, no lo pensó más y dejo entrar al enviado del diablo.

—Está en la sala, lejos de ir al baño solo no hace nada... solo se sienta y mira la nada —explicó desgastado.

—Me encargare de esto, pero necesito estar solo con él, si está usted solo lo verá como un objeto de protección para seguir en su zona —aseguró— porque no sube y descansa un poco, dormir, ver una película, algo de tiempo para usted.

Adán asintió, necesitaba tomar una ducha y algo de alcohol en sus venas.

Ambos entraron a la sala donde el chico seguía en la misma postura.

—Caín te dejo con Jensen, es el terapeuta de acuerdo —informó.

Silencio total, el joven Blue se giró para dar un par de palmaditas en el hombro del padre afirmando que desde ahí él se hacía cargo.

Adán los dejo, sin miedo a lo que podría pasar.

—Buenos días Caín —saludo— no te molestes en contestar —sonrió sentándose a frente a él.

Aquel peculiar aroma llamó la atención del menor, un olor particularmente agradable que hizo prestar un poco de atención.

—Memento mori —dijo Jensen— ¿Sabes lo que significa? —le preguntó.

Aquella palabra que alguna vez escucho le hizo levantar la mirada, Caín estaba acostumbrada a que las personas miraran sus ojos atraídos por su peculiar color, esta vez fue él quien se perdió en aquellos ojos tratando de descifrar su color.

—Recuerda que morirás —expresó— una frase en latín que se refiera a la mortalidad humana, recuerda que morirás porque todos morimos no es así, el problema en cuestión es cuando.

Caín sin parpadear le siguió mirando, procesando lo que el hombre decía.

—Muchas veces la vida te pone frente a la muerte, cuando tenia doce años casi muero, tiempo después un hombre disparó a centímetros de mi —atrajo su atención— irónico sería pensar que ya que sobreviví soy inmortal, prefiero respetar y aceptar que moriré sin temer y algo me dice que tú y yo somos iguales.

Caín lo pensó, no tenía miedo a morir... seguir viviendo era lo que le causaba conflicto.

Blue sacó de su mochila aquel juego de ajedrez que su antiguo mentor le dió.

—Me gusta pensar en el ajedrez como el juego de la vida —mencionó Jensen.

Mientras él colocaba las piezas la atención de Caín fue lo suficientemente fuerte para mantenerlo presente y no perderse en sus pensamientos.

—Los peones son las cosas que mueves con facilidad, las cosas que estás dispuesto a perder con tal de ganar —explicó mientras mostraba los movimientos.

El menor conocía el juego perfectamente, lo había llegado a jugar pero nunca lo vio de la manera de Jensen.

—La torre es el tiempo en la vida, solo puedes ir adelante y hacia tras solo para recordar, el caballo representa las elecciones a tomar, muchas en diferentes maneras —prosiguió— el alfil marcará que tan lejos llegas, y llegamos con el rey, que representa la vida y la muerte pero es la pieza más inútil, solo se mueve un lugar y muchas veces solo para evitar que lo maten.

La fascinación por el juego causó que involuntariamente Caín cambiara de posición y sin darse cuenta comer una de las galletas que tenía a su alcance.

—La reina —sonrió— es la capacidad de adaptarse, es la pieza más poderosa porque se adapta al movimiento de cada pieza, su éxito radica en cuanto se adapte, pero lo más importante no son las piezas si no quien mueve.

Jensen hizo un primer movimiento sacando un peón esperando a ver la respuesta del menor, pasaron treinta minutos sin respuesta más que la mirada de Caín sobre Blue, una que resistió sin titubear, aquellos ojos morado no le perturbaban podía encontrar la belleza del infierno en sus ojos.

Caín movió, no movió un peón o un caballo, movía a la reina al centro terminando por rodearla con los peones en específicos espacios, cada movimiento que hiciera la reina para huir sería comida por un peón, la pieza más débil.

Jensen alzó la mirada para verle, entendía lo que quería decir, no estaba seguro de que Cain lo entendiera como él.

—He decidido pensar que si la vida se refleja en el juego, el juego puede plasmarse en la vida —expresó.

El joven se levantó para tomar dos fichas blancas colocándolas una en cada mano.

—Tu decides cómo jugar en la vida, como peón o como Reyna —aseguró— memento morí Caín, juega bien tu último movimiento —susurro al menor levantándose.

Volviendo a su lugar Jensen se acomodó la chaqueta.

—Te dejó el juego Caín, decide tu siguiente movimiento sabiamente —mencionó sintiendo la presencia del padre.

El joven Blue revolvió la cabellera del menor para dirigirse al padre.

—¿Algún avance? —preguntó esperanzado.

—Véalo por usted mismo, yo no le di más galletas —sonrió.

Adán se acercó un poco para notar que el plato estaba vacío, satisfecho volvió con el joven de escasa estatura para acompañarlo a la puerta.

—Tenias razón eres bueno, gracias de verdad  —dijo sincero.

—Te lo dije, de padre a padre no se miente —asintió.

—¿Qué edad tiene tu hijo? —preguntó curioso.

Jensen sacó su teléfono para mostrarle la foto, un pequeño de no más de tres años, copia idéntica de su padre.

—Su nombre es Cade, y no hay nada que no  haría por él —sonrió feliz.

—Cosa de padres —asintió, quien más que él podía saberlo.

Un apretón de manos y el joven se fue, la próxima vez que se vieran no sería tan grata su visita.

Adán volvió con su hijo quien seguía mirando el tablero.

—¿Quieres que lo acomode para que juguemos? —le preguntó tranquilo.

La mano del padre se aproximó al tablero para acomodar las piezas siendo detenido por la mano de su hijo, apartándola con delicadeza sin siquiera verle.

Otra sonrisa se hizo en su rostro, se acercó a su pequeño para abrazarle.

—De acuerdo Caín —aceptó.

Mucho pasaba por la mente de Caín pero solo una cosa reinaba su mente ¿Era peón o era reina?

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