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Los sueños de Abel

Para Abel siempre había sido fácil identificar sus sentimientos, sin embargo muchas de las veces no eran su sentimientos los que sentía, particularmente esa mañana sentía muchos sentimientos dentro de él.

Los gemelos se dirigían a la escuela, estaban a tan solo quince minutos a pie por lo que sus padres los dejaban ir solos, en el transcurso ambos iban callados.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Abel a su hermano quien se mostraba alerta— Caín —lo llamó al ver que no respondía.

—¿Qué? —preguntó confundido.

—Hermano no te ves bien —comentó Abel, ambos pararon, Caín empezaba a perder más el color.

—Yo... estoy bien —confirmó, amaba a su hermano pero no podía contarle todo.

—No, no lo estás puedo sentirlo —aseguró poniendo su mano en se hombro.

—Tienes razón, yo... no me siento bien, será mejor que vuelva a casa —aceptó mirándole a los ojos.

—Te acompaño —se apresuró preocupado.

—No, se te hace tarde para la escuela —se negó dando vuelta y sin decir más regreso a casa.

Desconcertado Abel camino hasta la escuela sin antes escuchar esa voz que ya conocía.

—Espera —gritó Dianne con esa sonrisa especial que le encantaba Abel.

—Ah hola —saludó sonriéndole.

—¿Y tu hermano? —preguntó confundida.

Apenas llevaban un día ahí pero ya sabía que los gemelos eran inseparables.

—No se sentía bien —explicó algo desanimado.

—Que mal —dijo ella tomando su mano, él la miró extrañado— ¿Ocurre algo? —preguntó ella con una sonrisa pícara.

—Quieres salir conmigo —soltó Abel viendo su oportunidad, si ella se lo ponía fácil porque hacerla esperar.

—¿Cómo en una cita? —preguntó ella sonriente.

—Si, una cita —dijo feliz— ¿Quieres?

—Claro —aceptó ella, esperaba ya ese momento.

Ambos siguieron su camino hasta llegar a la escuela, ambos sin soltarse de las manos.

Caín volvió a casa esperando entrar desprevenido, sin embargo su padre fue quien lo encontró.

—Caín, ¿Qué haces aquí? —preguntó confundido, su hijo prefería estar en cualquier lugar menos en su casa.

—No me siento bien —comentó él esperando que no hiciera preguntas.

Su padre se acercó para colocar su mano en su frente.

—Tienes un poco de fiebre, porque no subes y duermes un poco —le aconsejo preocupado.

—De acuerdo —aceptó él sin objeción.

Subió con cuidado esperando que su madre no estuviera.

Tras la muerte de su hermano su madre no volvió a ser la misma, pasaba los días recordando al hijo que perdió dejando atrás a los hijos que aún tenía.

En la escuela Abel era la sensación, adaptarse para él siempre fue fácil, era un instinto natural.

Mientras las horas pasaban Dianne y Abel fortalecían su relación.

Dianne era una chica muy lista, además de que tenía la particularidad de no tener filtro, si quería saber algo lo decía y en esos momentos solo le interesaba el pasado de Abel.

Se encontraban sentados en las bancas del estadio mirando la práctica.

—¿Tus padres de que trabajan? —preguntó ella mirándole.

—Mamá toma fotos y papá es escritor —respondió él sin tomarle importancia a la pregunta.

—Pensé que dijiste que habían transferido a tu padre —dijo confundida.

—Bueno necesitaba algo de inspiración, pero suena mejor decir que fue un traslado —comentó él sonriendo.

—Seguro —le quito importancia— ¿Solo son tú y Caín? —preguntó ella recordando su comportamiento del día anterior.

—Si —afirmó con un tono triste— bueno teníamos un hermano, se llamaba Set.

—¿Qué le pasó? —preguntó ella con un nudo en la garganta temiendo su respuesta.

—Él era un bebé —empezó a explicar con la voz cortada— se ahogó accidentalmente con su peluche.

—Oh Abel lo siento tanto —dijo Dianne abrazándole— ¿Qué edad tendría ahora?

—Nueve —respondió, las palabras de Abel la helaron.

Por un momento se imaginó lo que sería perder a su hermanito, ella le abrazó con más fuerza.

—Dianne me estás ahorcando —exclamó ante el agarre de la chica.

—lo siento —expresó triste.

—Hablemos de otra cosa quieres —pidió él incómodo.

—Seguro, no más preguntas por hoy —aceptó asegurándose.

Mientras Abel practicaba su coqueteo con Dianne, Caín miraba la carta una y otra vez.

La carta estaba escrita a mano con tinta morada, el papel era un papel viejo impregnado de un particular olor, quien había escrito la carta se había tomado la molestia de darse el tiempo para hacerla.

Caín tomó la carta y la ocultó, la casa era vieja y un tanto extraña.

A la mitad de la habitación se encontraba un hueco en las tablas de la habitación, ahí Caín ocultaba lo más especial para él.

Un libro de dibujos viejo, un collar dorado con un pequeño cristal morado, un frasco de calmantes y aquel pequeño peluche del que se había culpado por la muerte del pequeño Set.

Sentado en la alfombra, Caín se encontraba inmerso en sus pensamientos cuando su padre entró.

—¿Te encuentras bien Caín? —preguntó su padre con una bandeja en la mano.

—Si —respondió sin mirarle.

—Te traje algo de comer —dijo el padre preocupado.

—No tengo hambre —afirmó Caín aún sin mirarle.

Adán se sentó frente a su hijo, el chico no se movió, tenía la mirada perdida, era como si su padre no estuviera ahí.

—Caín empiezo a preocuparme por ti —dijo él empezando su típico discurso— no comes, no duerme, casi no hablas.

—Eso no es novedad papá —aseguró Caín serio.

—Sé que desde esa noche nuestra relación a cambiado, pero quiero que sepas que yo haría todo por ti —aseguró poniendo su mano en su hombro.

—¿Todo? —preguntó Caín mirándole por fin.

—Todo Caín —respondió serio.

—Cómo ocultar un asesinato —insinuó, sus palabras lo helaron.

—Hablas de Set —dijo su padre pasando saliva pero sin recibir respuesta— escucha Caín eres mi hijo y te amo tanto que no dejaría que nadie te hiciera daño, pero no puedo protegerte si no me dices que está pasando —comentó un tanto desesperado.

Caín se levantó y miró a la ventana.

—Pronto —calmó mirando a su hermano llegar.

Su padre se levantó, trató de decir algo más pero simplemente no pudo.

—Come un poco quieres —pidió para salir.

Tras despedir a Dianne, Abel regresó a casa para ver cómo se encontraba su hermano.

Subió las escaleras para cruzarse con su padre quien le dió una sonrisa fingida.

Abel entró a la habitación para encontrar a su hermano sentado en la cama.

—¿Te sientes mejor? —preguntó con una sonrisa.

—Si, era solo una pequeña gripe —mintió Caín mirándole.

Abel se sentó en la cama a lado de su hermano.

—Tengo una cita —le confió.

—Dianne —supuso él seguro.

—Claro que si —sonrió— es perfecta.

—Eso dices de todas —se burló Caín mirándole.

—Lo sé, pero ella es especial —afirmó en un suspiro.

—Especial —dijo Caín pensando que si era especial para Abel también podía serlo para Caín.

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