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Los miedos de Abel

Para Abel su prioridad siempre había sido su hermano, a pesar de ser el menor muchas veces  se comportaba como el mayor, siempre pendiente que estuviera bien, que no estuviera solo y principalmente que nadie le molestara.

Para Abel el simple hecho de que Caiden se interpusiera en su relación y volteara a su hermano contra él ya suponía un riesgo.

—Yo no te agrado —dijo Caiden mirándole.

—Apenas te das cuenta —atacó.

—Pero creo que es porque tienes miedo —inicio algo que nunca iba a parar.

—¿De ti? —le miró riendo.

—No de mí, de lo que pueda pasar entre tú y tu hermano —bufo— tienes tanto miedo de que deje de ser tu puta marioneta, que ya no te necesite más.

—Tu solo hablas pero no nos conoces —se defendió— no sabes ni una mierda por lo que hemos pasado, yo no lo controlo lo protejo.

—¿De quien? —preguntó intrigado.

—De idiotas como tu que van por ahí queriendo ver el mundo arder, metiéndose en lo que no le importa —contestó.

—Yo creo que lo proteges de ti —gruñó.

Los chicos estaban demasiado cerca, a nada de golpearse el uno al otro viéndose fijamente, Caiden no tenía esa mirada, la mirada profunda de Caín.

Poco les duró la riña cuando todo empezó a moverse, Abel solo se quedó quieto sin poder procesar lo que estaba pasando.

—Abel vamos —le gritó Caiden tomándolo del brazo para salir de ahí.

Una vez fuera cuando todo se calmó los chicos se encontraron con el director, unos cuantos estudiantes más y los profesores al mando.

—Todos tranquilos de acuerdo llamaremos a sus padres, si alguien sabe de alguno de sus compañeros que no esté por favor avísenos —pidió el director.

Entre el caos solo pudo salir una palabra de Abel.

—Caín —susurró.

—¿Qué? —preguntó Caiden.

—Faltan Caín y Dianne, estaban en el almacén —contestó nervioso.

—Mierda —murmuró abrumado.

Mientras arriba se hacía el caos abajo era lo mismo.

—Nos vamos a morir aquí —chillo Dianne.

—Cálmate ya vendrán —murmuro sentándose en la mesa y tomando una de las donas.

—Tú no sabes que tan grave fue, podríamos estar atrapados entre los escombros —le gritó molesta.

—Lo sabríamos —quito importancia dando una mordida a la dona.

—Estamos encerrados aquí por quien sabe cuanto, el oxígeno se nos va acabar y tu estás tragándote las donas del profesor —regaño.

—Cierra la boca, me estresas —le gritó.

Dianne se calmó y se sentó en la mesa para comerse una de las donas.

—¿Cómo estás tan calmado? —preguntó confundida.

—A diferencia de ti yo tengo quien se preocupe por mi y estoy seguro que me sacarán pronto —confesó— ahora cállate y disfruta las donas.

La rubia hizo caso, no le quedaba más.

Mientras su hijo disfrutaba de una dona, Adán conducía para llegar hasta ellos.

Al llegar encontró a uno de sus chicos sentado en una de las bancas.

—Abel —lo llamó preocupado.

En seguida el menor abrazó a su padre sin decir nada más, respondió al abrazó para calmar a su hijo.

—¿Estás bien? —preguntó nervioso.

—Si papá —contestó— Caín está abajo en el almacén pero las luces se apagaron y no pueden sacarlos.

—Tranquilo de acuerdo —le calmó— iré hablar con los profesores de acuerdo.

Abel asintió, parte de él estaba tranquilo pues sentía a su hermano lo que significaba que estaba bien.

El padre se acercó a dialogar como todo padre civilizado haría con un hijo en peligro.

—¿A qué hora sacarán a mi hijo? —gritó molesto.

—Señor estamos trabajando en eso, ya llamamos a todos los que debíamos llamar y en cuanto se restablezca la luz las puertas se activarán y los podremos sacar —trato de calmar el director.

—¿Y en cuanto será eso? —preguntó molesto.

—Unas seis horas tal vez —contestó no muy seguro— primero tienen que asegurarse que no exista ninguna estructura que se pueda derrumbar.

—Y si la hay que se caiga sobre mi hijo no —atacó.

Entre una pelea y otra unos metros abajo era lo mismo, si bien no morirían por falta de oxígeno pues el sistema de tuberías permitía la entrada y salida de oxígeno pero eso no impedía que no murieran por el calor que se acumulaba cada vez más.

—Mierda tengo que ir al baño —murmuro Dianne.

Caín soltó una pequeña risa.

—Te hice reír —comentó Dianne triunfante— nunca te había visto reír.

—Me das pena por eso me reí —contestó mirándole otra vez serio.

—¿Por qué haces eso? —preguntó molesta— cuando pienso que podemos ser amigos me atacas, siempre que soy buena contigo me atacas, siempre me atacas...

—No empieces —se quejó Caín, no necesitaba ese drama.

—¿Es porque soy la novia de tu hermano? —pregunto confundida.

—Mi hermano se puede cojer a quien quiera y no es mi problema, si sientes que te ataco es tu problema y si tu autoestima no lo soporta deja de tratar de que seamos amigos —explicó.

—Eres un idiota —gruñó— lo hago por tu hermano.

Caín dió otra vez esa sonrisa, una sonrisa burlona que hervía la sangre de Dianne.

—Lo soy y tú la zorra de mi hermano, por favor salieron cuantas veces, una —atacó— a la semana de conocerse ya eran novios y crees estar en posición de hacer algo por él.

Dianne se acercó para darle una buena bofetada.

—No me vuelvas a llamar zorra —ordenó con un nudo a la garganta.

Caín le miró, pero por primera vez su mirada no fue suficiente pues Dianne la sostuvo como nadie.

—Lo siento —murmuro dando vuelta para pasar de ella.

Un pequeño triunfo para Dianne.

Las horas pasaron y pasaron hasta que se convirtieron en cuatro.

—Ya pasaron cuatro horas empiezo a preocuparme —dijo Dianne mirando al chico quien se mantenía en el suelo acostado.

—Nos sacarán —repitió.

Cansado el ojipurpura se quito la camisa.

—¿Qué haces? —preguntó nerviosa.

—Estamos a unos cuarenta grados aquí —aclaró— no sé tú pero yo tengo calor.

—Bien pero no te quites ninguna otra prenda —sentenció.

—Quisieras —murmuró.

Y Dianne no se resistió, una mirada fugas para apreciar el buen cuerpo del ojipurpura.

Por más que quisiera Dianne no resistió el calor quitándose la camisa.

—Puedes no mirarme —pidió avergonzada.

—No me excitas —aseguró.

—Solo no me veas —gruñó.

—Pero yo si te pongo —murmuró.

Dianne le miró molesta.

—Tu hermano es mi novio —le recordó.

—Somos gemelos pendeja nos vemos igual —atacó.

—La diferencia es que nadie quiere salir contigo —se defendió— porque eres odioso, te crees mejor que los demás y adivina que, eres un psicopata que mató a su madre.

Caín le miró interesado, nadie le había hablado así.

El chico se levantó para acercarse a ella, un nudo se hizo en la garganta de Dianne al verla ponerse frente a ella con la mirada llena de desprecio, ira, ¿Culpa?

—Yo me andaría con cuidado, dime ¿Quién está encerrada con el psicopata?

Dianne pasó saliva pero su garganta estaba seca.

—No me harías daño —susurro.

—Una caja le cayó sobre la cabeza y la mato —dijo— se me da bien mentir lo sabrás tú.

Entonces si sintió miedo.

—Boo —dijo Caín.

La chica se estremeció haciéndose pequeña en su lugar.

Caín soltó esa pequeña risa que jodia.

—Idiota —murmuró.

El castaño se volvió a su lugar riendo mientras Dianne estaba hirviendo en furia.

Lo que serían seis horas habían sido ocho, afuera ya era de noche, abajo todo estaba oscuro pero con una temperatura de 46 grados.

Las lámparas que guardaban en el almacén apenas y alumbraban una zona.

—¿Ya me puedo poner nerviosa? —preguntó Dianne.

Caín asintió con los ojos cerrados.

—¿Estas bien? —preguntó preocupada.

—Me duele la cabeza —confesó.

La rubia se acercó a Caín para mirarle, le preocupaba que el golpe fuera peor de lo que pensaba.

—Puedes abrir tus ojos —pidió.

—No —gruñó.

—Necesito ver que tus pupilas se dilaten para ver que no tengas nada grave —explicó.

Caín bufó pero terminó abriendo sus ojos, su padre le había enseñado bien, con la ayuda de la lámpara acercó y alejó para mirar sus reflejos ópticos.

En la oscuridad sus ojos brillaban como nunca, Dianne no se resistió... era imposible dejarle de ver.

Estaban muy cerca.

—¿Me voy a morir? —preguntó.

—No tengo tanta suerte —sonrió.

Caín asintió, trato de quitarse la sudadera que aún tenía en la cabeza pero Dianne lo detuvo.

—No —tomó su mano— déjatelo hasta que te revisen.

—Se me está calentando la cabeza —se quejó.

—Déjame revisar —sugirió.

Terminó aceptando pues no le quedaba más, Dianne se arrodilló para quedar a la altura del chico, se acercó con cautela para mirar la herida.

La sudadera estaba empapada pero había dejado de sangrar.

—Quítamelo —ordenó.

—No, mejor te lo dejo —murmuró.

Sin darse cuenta estaban muy juntos, los ojos de Dianne le miraban, atraída por el color, un extraño impulso la atraía hacia el... una voz que  le decía que juntaran sus labios.

Y no lo resistió... plantó un beso en sus labios.

Caín se separó confundió, porque había sentido algo... algo que no debía ser sentido.

Un fuerte estruendo se hizo.

—Unidad de bomberos hay alguien con vida —gritó la voz.

Dianne se separó reconociendo su error de inmediato.

—Aquí —gritó.

—Manténganse alejados de la puerta —ordenó.

Los chicos se levantaron del suelo en el que se encontraban para colocarse su playeras.

—Tu mochila —le tendió a su compañero.

Las cosas cayeron de su mochila regándose por todo el suelo.

—Bien hecho —se quejó.

—Lo siento —murmuro.

La chica se inclinó para meter todo a su mochila tomando uno de las hojas observándola detenidamente, era un acta de defunción donde había alcanzado a leer suicidio.

—No te metas en mis asuntos y yo no le digo a mi hermano que me besaste —dijo quitándole el papel de la mano.

La puerta se abrió dando paso a los bomberos quienes no tardaron en sacarlos.

Abel esperaba impaciente, pero al ver a su hermano salir no dudo en correr hasta él.

—¿Estás bien? —le pregunto aterrado.

—Si, pero no me creen —miró al bombero molesto.

—Te llevo a la ambulancia y que ellos decidan —murmuro un poco arto de él.

Como dijo fue llevado a la ambulancia para inspeccionar la herida, el paramédico quito la sudadera revelando la herida.

—No vomites —miró a su hermano.

—No lo prometo —murmuró, odiaba la sangre.

—Bueno necesitarás suturas y te pondré un suero —explicó— te llevaremos al hospital será mejor que te mantengan vigilado.

—Sutúrame aquí y listo —se quejó.

—Haremos lo que los médicos digan —regaño su padre— tu amiga también irá.

—No es mi amiga —gruñó.

No muy lejos de ahí Dianne se preguntaba que le estaba pasando.

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