Little Caín
El trayecto a casa fue silencioso, más aún extraño para Abel.
La extraña conexión que tenía con su hermano era algo que siempre estaba presente, desde un pequeño cosquilleo hasta un ligero dolor.
Esa tarde Abel no sintió nada, nunca había dejado de sentirlo más que la vez que su hermano casi moría.
Al llegar a casa los gemelos se apresuraron a bajar, uno pegado del otro.
El corazón de Caín se empezó acelerar cuando noto aquel sobre frente a su puerta.
Disimuladamente se agachó a tomar la carta, sin embargo la distancia de los gemelos fue suficiente para que Abel pudiera verlo.
—¿Qué es eso? —preguntó confundido.
—Que te importa —contestó molesto.
—Estaba frente a nuestra puerta así que si me importa —explicó frustrado.
Caín solo puso los ojos en blanco y entró a la casa.
Abel no se quedó atrás, entró a la casa lleno de frustración.
—¿Cual es tu problema? —le preguntó tomándolo del hombro.
El mayor giró con fuerza para empujar a su hermano, por el impulso el menor cayó dándose un buen golpe.
Adán no creía lo que veía, sus gemelos si bien peleaban pero nunca se hacían daño.
—Caín —lo llamó desconcertado.
La mirada de su hijo sería algo que nunca olvidaría, furia, verdadera furia.
—Tu... solo déjame tranquilo —contestó molesto.
Caín subió a su habitación molesto, desde abajo se escuchó el ruido de la puerta cerrarse.
Abajo el menor se levantó con el corazón destrozado, levantándose estaba dispuesto a ir con su hermano.
—Dale espacio Abel —le sugirió su padre.
—Eso no hacemos nosotros —respondió con una sonrisa triste.
En su habitación Caín abrió la ya conocida carta.
Las últimas palabras lo dejaron helado.
El asesino de Abel.
Sus pensamientos se dispersaron por los golpes en la puerta de su habitación.
—Lárgate —exclamó, sabía quien era.
—Hermano no podemos resolver lo que estés pasando si no me dejas hablar contigo —persuadió a su hermano.
—Me estás ahogando —exclamó frustrado.
Aquellas palabras lo desconcertaron.
Abel no resistió y abrió la puerta con las llaves extras de la casa.
—Estás violando mi derecho a la privacidad —exclamó molesto.
—Compartimos útero eso no aplica con nosotros —dijo serio— empezarás hablar o que.
—No tengo nada que decir —contestó bajando la mirada.
—Caín —se acercó para sentarse a su lado— ¿Qué ocurre? —preguntó.
—No ocurre nada —exclamó con un nudo en su garganta.
Abel suspiró algo dentro de él se sentía nervioso y se alegró pues ese sentimiento no era suyo.
El menor abrazó a su hermano, no sabía por qué, solo sabía que su hermano lo necesitaba.
—Suéltame —ordenó Caín no tan cómodo.
—No hasta que me digas qué pasa —dijo abrazándolo más fuerte.
Los hermanos empezaron a forcejear, Caín era más fuerte sin embargo su hermano lo sostuvo como si su vida dependiera de ello.
—Abel suéltame —gritó frustrado.
—No hasta que me digas —exclamó.
Los chicos continuaron, su padre por su parte solo escuchaba, preparado por si algo ocurría.
—Abel... no me dejas respirar... no puedo respirar —exclamó.
El menor lo soltó, su hermano respiraba con dificultad y estaba más pálido de lo normal aunque empezaba a tomar un tono morado.
—Caín yo...
—No me dejas respirar —se levantó molesto— siempre estás sobre de mí, siempre siendo el chico bueno, el buen hijo... el gemelo no raro... yo no soy tu —gritó entre respiraciones, estaba teniendo un ataque de pánico— no quiero ser tú.
Caín cayó al suelo desesperado por respirar, Abel no hizo nada, se quedó en cama sentado inerte ante lo dicho.
Adán dejó de escuchar a sus hijos lo que le preocupó.
Al entrar a la habitación pudo ver a su hijo en el suelo luchando por respirar.
—Caín —le llamó preocupado— tranquilo hijo vas a estar bien.
El tener a su padre cerca no lo ayudó, no era la primera vez que le sucedía.
—Abel —le llamó su padre.
En ese momento el menor salió de su trance.
Se acercó a su hermano y lo tomó por los hombros.
—Escúchame esto está por pasar de acuerdo, concéntrate en mí voz, estamos aquí y esto está por pasar —le calmó su hermano.
Al mirarle a los ojos todo el miedo que sentía se fue, el ojipúrpura se calmó hasta que su respiración se normalizó.
—Prepararé algo de chocolate caliente para calmar los nervios —dijo su padre saliendo de su habitación.
Los gemelos se quedaron sentados en el suelo.
—No eres como yo Caín y no quiero que lo seas, lamento si te abrumo a veces pero eres mi hermano gemelo, eres mi persona favorita en este mundo, solo quiero que estés bien —confesó con seriedad.
—Lo se —suspiró— lamento haberte empujado.
—Está bien, prometo no ser tan pesado contigo —sonrió.
Caín sonrió y abrazó a su hermano.
Había demasiado estrés en ellos, pero no eran los únicos.
Enfrente Dianne llegaba con su hermano en brazos, el pequeño se había roto el brazo y tendría el yeso por lo menos dos meses.
En cualquier otro niño sería algo común que no afectaría, sin embargo para Dylan limitaba su conversación con las personas.
Dylan estaba en su habitación cuando Dianne llegó, con los ojos hinchados por llorar, se sentía pésimo por su hermano.
<Hola Dyl> —le dijo sonriendo.
—Hola —contestó la voz de su tableta, aquella App que lo ayudaba hablar.
<¿Estás enojado conmigo?> —le preguntó algo dolida pues su hermano la había estado evitando.
—¿Por qué lo estaría? —preguntó confundido.
<Bueno yo no te cuide bien hermanito, si lo hubiera hecho probablemente te hubiera gritado antes de que te subieras> —respondió apenada.
El pequeño suspiro, tardó un poco en escribir, siempre tuvo la opción de usar el aparato sin embargo nunca le gustó, sentía que no era su voz.
—No puedes cuidarme todo el tiempo, es lo que me gusta de tenerte como hermana, no estás sobre mi todo el tiempo —el pequeño sonrío cuando la voz terminó.
<Te amo> —le dijo Dianne con una sonrisa.
<Te amo> —contestó con un par de señas mal.
Dianne abrazó a su hermano quedándose con él por un buen rato.
Por la mañana los gemelos se apresuraron para llegar a la escuela.
Grata fue la sorpresa que se llevaron cuando aquel chico de ojos peculiares se presentó frente a ellos.
—Quien diría que nos veríamos más —sonrió Caiden.
Caín sonrió, ahora no sería el único de ojos púrpuras en el pequeño pueblo.
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