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Las últimas palabras de Abel

El agua golpeaba con fuerza demostrando una vez más lo diferente que los gemelos podían ser, para Abel el insesante golpeteo del agua golpear la superficie, aquellos gruñidos que retumbaban por los cielos era un suave arrullo que lo hacía dormir como un bebé.

Para Caín ese mismo golpeteo de la lluvia solo retumbaba en su cabeza una y otra vez entrando en su cabeza, recordándole todos sus pecados.

Molesto por la lluvia Caín se levantó de su cama, bajó a la sala en busca de algo que tomar para encontrarse con una escena particular.

La madrugada era la hora preferida para Adán, mientras sus hijos dormían o al menos uno de ellos lo hacía, solía pasear por la casa con su bata unos pantaloncillos cortos y su viejo jersey de su equipo favorito... a las tres de la mañana era cuando le llegaba la inspiración para sus novelas... también era la hora donde se permitía recordar aquel hijo arrebatado de su lado.

Aquel viejo video era del día en el que habían llevado al pequeño Set a casa, cuando sus hermanos habían conocido a su hermanito.

Sentados en el sofá sus gemelos esperaban su "sorpresa", vaya sorpresa que se llevó Caín al ver que no era el perro que quería si no una pequeña bola de carne que lloraba y cagaba todo el día, para Abel siempmemente la fascinación.

Tomándolo en brazos el menor de los gemelos besaba efusivamente a su hermanito, sonriendo y riendo por verle.

Era en esos momentos cuando Adán más se lamentaba de no haber visto las señales que evidentemente estaban frente a él, su hijo mayor solo le miraba serio y de haberlo interpretado mejor, de no haberlo subestimado a su hijo seguiría vivo y probablemente su esposa también, porque Set no había sido su primera víctima...

—Caín —dijo su padre apagando el televisor al verle por el reflejo de esta misma— ¿Problemas para dormir?

—Como siempre —contestó bajando los últimos escalones que le faltaban.

Su padre le sonrió para levantarse del sillón y acercarse a él.

—Venga te caliento algo de leche —dijo tomándolo del hombro suavemente.

Su padre le sirvió algo de leche para calentarla y dársela con un par de galletas oreo, ambos se sentaron en la sala, mientras su hijo comía las galletas de una forma única su padre le miraba sonriendo.

—¿Qué? —preguntó Caín confundido ante su reacción.

—Se supone que es separas, saboreas y sumerges —comentó.

—Me rehusó a seguir esa estupida regla —señaló partiendo la galleta a la mitad y metiéndola a la leche apesar de que la taza era lo suficientemente grande para que cupiera toda la galleta.

Su padre negó divertido, el ruido del rayo retumbó por toda la casa, apesar de que el cielo se estuviera cayendo la calma reinaba en la casa.

Caín miró el techo instintivamente como si pudiera ver a través de el, realmente odiaba la lluvia.

—Sabes siempre nos diste trabajo a tu madre y a mi a la hora de dormir —lo distrajo.

—No dices que era un bebé muy tranquilo —recordó lo que siempre le decían.

—Oh lo eras, nunca lloraste hijo —comentó algo que aún lo tenía sorprendido.

—Bueno Abel lloraba por ambos —bromeó.

—Oh vaya que lo hacía —aseguró— sabes una vez había una tormenta espantosa, entonces escuchamos a tu hermano llorar como nunca, de verdad el llanto más fuerte que haya escuchado en mi vida —recordó— así que fuimos a su habitación y ahí estaba él con sus ojitos cerrados, llorando dormido —contó— y tú solo estabas ahí despierto, mirándome.

Caín sonrió, era raro escuchar a su padre hablar de cuando eran pequeños.

—Así que tu madre cargo a tu hermano para arrullarlo pero no dejaba de llorar y solo hasta que te cargue fue cuando tu hermano dejó de llorar —contó asombrado— tu hermano estaba perdido de dormido —aseguró.

—Poder de gemelos —sonrió Caín.

—Ese día descubrimos que ustedes dos eran raros, defectuosos la verdad —se burló.

Él mayor no pude evitar reírse, aquella risa de su primogénito era lo que lo hacía soportar todo.

—También fue el día que descubrimos que no dormías —confesó— o por lo menos no como tu hermano.

—Papá él hiberna —se defendió él ojipurpura.

Su papá solo negó divertido.

—Dormías si acaso veinte minutos cuando un bebé de esa edad duerme casi quince horas, en esos tiempo fue cuando tus ojos comenzaron a cambiar de color así que nos preocupaba que estuvieras enfermo —confesó— así que te llevamos con demasiados doctores, te hicieron miles de pruebas, estudios y nada, estabas tan saludable como se puede, al parecer solo esos veinte minutos eran suficientes —algo que Caín ya sabía.

—Quien te manda a tener hijos defectuosos —sonrió.

Una sonrisa se formó en el rostro de Adán y aquel constante pensamiento que le recordaba que no eran sus hijos lo atacó como siempre.

—Al menos lograste que estuviera en mi habitación por las noches —animó.

—Oh por favor tu y yo sabemos que en cuanto aprendiste a quitarle el seguro a la cuna te escabullías para rondar por la casa —le aseguró lo que Caín pensaba era uno de sus mejores logros.

—Dejé de hacerlo después de verte con esos pantalonsitos —se burló.

Adán negó para revolver la cabellera de su hijo.

Después de un momento padre e hijo Caín subió para dormir sus veinte minutos.

—Descansa yo aún tengo un capítulo que terminar o la publicista se molestará —sonrió.

El mayor se quedó mirando la televisión un instante, algo que su padre notó, estaba por decir algo cuando su mirada cruzó con la de su hijo.

—Lo siento —dijo algo que nunca había dicho.

De la boca de Adán no salió nada solo vió a su hijo subir las escaleras, había esperado tanto ese momento... pero lo que su boca decía sus ojos no expresaban, no hubo ningún sentimiento.

Entonces todo en lo que creía Adán se desmoronó porque dentro de él creía que aquella noche había hecho bien, que dentro de su hijo había algo de alma... gran error.

Caín subió a su habitación encontrando una carta en su cama, esa conocida carta.

La tomó irritado para leer con disgusto las palabras de quien alguna vez fue su amada... esta vez no era así, de aquel sobre salió algo tan inesperado que lo hizo sentarse.

La foto de su hijo, un hijo que llevaba el color de sus ojos.

Su corazón se detuvo al ver a su pequeño, apenas un bebé, se quedó observando aquella foto por horas hasta que tuvo el valor de darle vuelta viendo la tinta brillante.

Faltaban un par de horas para conocer a su hijo.

Por la mañana Caín lleno su mochila de la escuela con suministros básicos, pijama, calzoncillos, sus ahorros, aquella caja donde contenía sus secretos, un par de pop-tarts y el arma de su padre.

No se andaría con rodeos, él no iba en plan amistoso iría a recuperar a su hijo.

Durante el desayuno no dijo nada, una extraña tensión se sentía hasta que los gemelos abandonaron la casa... un sentimiento se presentó en Adán, sabía que su hijo estaba por hacer algo malo.

En el camino Dianne se cruzó con los gemelos besando a su novio.

—Pensé que te quedarías en casa —dijo Abel confundido.

—No, entre más rápido vuelva mejor —aclaró— además mi hermano me está volviendo loca.

—Hermanos —se burló el menor mirando a su gemelo.

Caín le miró poniendo los ojos en blanco para recaer en Dianne, sabía que había abierto la boca.

—Lindo labial —murmuró retador.

La rubia bajó la mirada avergonzada, no saber si Caín le había dicho del beso la presionaba demasiado.

—¿Qué? —dijo Abel confundido.

Caín le miró para sonreírle a su hermano.

—Que te quiero hermano —dijo en tono burlón— te veo al rato —comentó para subirse la gorra de la sudadera y apresurar el paso.

Abel se quedó serio, procesando lo que había pasado, esa mirada perdida en el rostro de su novio le hacía pensar una cosa... estaba por descubrir lo ocurrido.

—Abel yo... tengo que decirte algo —se adelantó esperando confesarse y que no se molestara.

—No va a la escuela —aseguró.

—¿Qué? —preguntó ella.

Abel le miró con sus brillantes ojos azules, una mirada que encantaba a cualquiera... una mirada llena de dolor.

—Se va —dijo con un nudo en la garganta.

—¿A dónde? —preguntó más confundida— de que hablas Abel.

—El día que June murió él se iba a escapar porque ella estaba embarazada, ese día me dijo que me quería... y ayer... yo... tengo que ir tras él —trato de explicar.

Dianne suspiró y tomó sus manos entre las suyas.

—Vamos por tu hermano —afirmó.

Caín era rápido, tenía un plan, un destino y un cartucho lleno de balas pero del cual solo una bala saldría ese día.

Llegó al lugar a la hora establecida, una vieja estación de trenes un poco concurrida.

Se sentó en una de las bancas esperando ver algo, alguien... a su hijo.

Después de los veinte minutos más largos de su vida la vió, aquella chica con la capucha morada, el gorro cubriendo su rostro pero de él cayendo una cabellera negra brillante.

Aquella chica se levantó, llevaba en brazos un bulto entre cobijas, era de la estatura de June, era su June.

La chica camino desapareciendo de la multitud, era su momento.

Caín se levantó metiendo las manos a su chaqueta donde en uno de los bolsillos ya se encontraba el arma esperando ser disparada.

El ojipurpura la siguió llegando a un lugar  vacío lleno de trenes abandonados.

—Alto —la llamó.

La chica no se detuvo, aún dándole la espalda.

—Dije alto perra —comentó acompañado del ruido del cargador, un pequeño apretón y la bala le atravesaría la cabeza... esta vez de verdad.

La chica se giró para darle frente topándose con el arma.

—No espera, no dispares —dijo la voz, una voz que no era de June.

La castaña soltó el bulto dejando ver lo que era en realidad, un muñeco con los ojos pintados de púrpura.

La sangre hervía bajo su piel levantando la capucha de una chica de unos veinte tal vez.

—¿Quién eres? —le gritó molesto.

—M-me llamó Amanda Berry —tartamudeó— baja el arma si.

No lo hizo, en su lugar se acercó más.

—Habla ahora o mi arma lo hará por mi —sentenció.

—O... okay una chica con un bebé en brazos me pago por hacerlo, solo debía alejarte para darte el muñeco —chillo— por favor no me hagas daño.

Caín se quedó observando aquel muñeco, aún pensando que podía ser una trampa.

—¿Cómo eran? —preguntó molesto— ¡La chica y... el bebé!

Amanda temblaba, con el arma apuntándole y la mirada sin alma del chico frente a ella... ¿En qué se había metido?

—Su cabello era negro y... tenía una mancha roja en la cara, el bebé era muy lindo, sus ojos son como los tuyos... —confesó entendiendo tal vez lo que sucedía.

Caín miraba inseguro, temblando... sin decidir terminar con esto de una vez.

—Baja el arma Caín —pidió la voz.

Caín se giró bruscamente para darle frente a la persona.

—Por favor hermano, solo bájala —rogó.

—No debiste venir —dijo sin bajar el arma.

Frente a sus ojos se encontraba su hermano apuntándole con el arma de su padre.

Aquella mujer vio la oportunidad de escapar.

—¿Caín qué haces? —preguntó Dianne.

—¡Tu no te metas zorra! —le gritó.

A tal punto solo había desesperación en su mirada.

—Caín mírame —llamó su gemelo caminado hacia él— solo dame el arma.

Caín miró a su gemelo, retrocediendo ligeramente negando con su cabeza... sin dejar de apuntar.

—Ella no va a parar bel —lo llamó bajo el apodo que no había usado en años— lo tiene.

—Cai —lo siguió— ella esta muerta, tu hijo esta muerto Cai.

Un nudo se hizo en el estómago de Dianne, ¿Qué estaba pasando?

—No, no —miro desesperado— tu no lo entiendes, ¡Tu nunca entiendes nada! —escupió.

Ver a su hermano así le rompía el corazón.

—Lo se, sé que muchas veces no fui buen hermano Cai y lo siento, pero no hagas esto, solo quiero ayudarte así que por favor... por favor dame el arma —pidió acercándose a su hermano sin importar el arma que temblaba frente a él.

Caín miró él arma... no mentía él acabaría con todo de una vez.

—Caín —lo llamó su gemelo.

—Lo siento —susurró.

Él arma cambio de posición acercándose con brusquedad a su frente, sin dudarlo Abel se aventó a su hermano tratando de evitar una desgracia.

Un forcejeo entre ambos llevando el arma de un lado al otro en una especie de ruleta rusa.

¡Bam!

Un grito ahogado salió de Dianne al ver la escena.

Uno de ellos no había sido más rápido que una bala...
















Jeje 🌚

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