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La pesadilla de Abel

Eva se encontraba estacionada a las afueras del hospital, en su coche estaba indecisa de saber que hacer.

Había recibido hace ya unas horas la llamada de su esposo diciendo que Caín había sido ingresado al hospital por una sobredosis.

La madre de inmediato dejó el trabajo para llegar al hospital, sin embargo una vez ahí no supo si debía entrar.

Después de una batalla interminable con su mente decidió entrar.

Abel y su padre se encontraban en la sala de espera, la fiebre de Abel había bajado ya pero un dolor en el estómago era incesante.

—¿Crees que esté bien? —pregunto Abel mirando a su padre con tristeza.

—Se pondrá bien —respondió seguido de una sonrisa, no sabía que decir.

Su hijo se apretó el estómago e hizo un gesto de dolor.

—¿Estas bien? —preguntó su padre confundido.

—Si, solo me duele el estómago —explicó el gemelo adolorido— deben de estar haciéndole un lavado estomacal.

Adán no se sorprendió, había notado ya hace tiempo como los gemelos podían sentir el dolor del otro.

El padre abrazo a su hijo con uno de sus brazos, Abel se recargó en el hombro de su padre.

Más que triste estaba enojado, por no haber prevenido esto.

El rato pasó, cuando Abel se quedó dormido en el hombro de su padre, Eva entró al hospital confundida para verlos.

Adán la miró, estaba molesto por que no había estado ahí para ellos en un buen rato, pero no podía hacer una escena.

—¿Cómo está? —preguntó la madre preocupada.

—No hemos sabido nada de él —contestó el padre con un nudo en la garganta— ¿Dónde estabas?

Eva lo miró con tristeza pero la cara de su esposo era de enojo. Su relación se había destruido hace ya años, justo después de la muerte de su hijo.

El doctor Hills había atendido a Caín esa noche a petición de su hija, parecía una simple intoxicación por aspirinas, pero se complicó poco después de que Caín se convulsionara mientras hacían el lavado estomacal.

No había pasado a más, después del lavado y una diálisis para limpiar la sangre, solo tendrían que esperar a su recuperación.

Richard Hills salió para mirar a lo que creyó los padres del joven, se acercó cauteloso podía sentir la tensión.

—Señor Stepler —llamó la atención del padre.

Adán se levantó al mirar la cara del doctor, temía que algo le hubiera pasado a su hijo.

En su reacción despertó Abel quien se paró alertado.

—¿Cómo esta Caín? —preguntó Adán.

—El se encuentra estable, hubo un par de complicaciones pero ya está fuera de peligro —explicó el doctor.

—Puedo verlo —pidió Abel apresurado.

—Por el momento se encuentra en terapia intensiva cuando lo suban a una habitación podrán verle —explicó el doctor mirando con particularidad al gemelo, él aún no sabía de los ojos de Caín.

—Bien muchas gracias doctor —dijo el padre.

La familia pasó la noche en la sala de espera, cerca de las cinco de la mañana pudieron entrar a ver a Caín quien seguía dormido.

Ver a Caín en esa cama formó un nudo en el estómago de Abel.

Eva por otro lado no pudo con la escena, ver a su hijo en esa cama le hizo recordar la noche que perdió a Set.

—Será mejor que vaya a casa —dijo Eva dándose vuelta para irse.

Adán salió para seguir a su esposa.

—En serio te vas ahora —gritó Adán molesto.

—Adán por favor ahora no —pidió Eva al borde del llanto.

—Tus hijos te necesitan, Caín te necesita —dijo molesto.

—No puedo hacerlo —exclamó ella llorando.

—¿Por qué?, por Set —dijo el padre enojado.

Eva no soporto esas palabras y sin pensarlo le dio una bofetada a su esposo.

—No vuelvas a meter a nuestro hijo en una discusión —gritó ella tratando de calmarse.

—Sabes tienes dos hijos más —comentó herido— si hubieras comprendido eso desde que Set murió tal vez no estaríamos aquí.

Adán dio media vuelta para irse y dejar a su esposa ahí parada.

Unas horas después de lo ocurrido el padre salió para hablar con los doctores de Caín.

Abel se encontraba ahí sentado a un lado de su hermano, Caín empezó a despertar, sentía un gran dolor en todo su cuerpo.

Abel lo notó cuando su hermano trataba de despertar.

—Caín —llamó su hermano con un tono triste.

El joven de ojos morados lo miró extrañado, aún no comprendía que ocurría.

—¿Dónde estoy? —preguntó confundido.

Abel no resistió y se aventó sobre su hermano en un abrazo fuerte.

—No vuelvas hacer algo así —dijo Abel mirándole con los ojos hinchados por llorar.

—Solo quería que el dolor parara —excusó Caín confundido.

—¿Cómo?, matándote —gritó el menor dolido.

—No —dijo Caín arqueando la ceja— no se supone que estabas molesto conmigo.

Abel sonrió, y volvió abrazar a su hermano.

—Lo qué haces por ganar una pelea —sonrió  Abel con un dejo de tristeza.

Caín lo abrazó, si bien él no trataba de suicidarse, solo había tomado un par de pastillas con la esperanza de que el dolor bajara.

Esa misma mañana Dianne se encontraba en otro mundo.

—Dianne —la llamó su madre.

—Si ya voy —respondió ella sin mirarla.

—Dianne te pregunte qué hora era —dijo la madre un poco molesta— ¿Estas bien?

—Si, yo solo estoy algo preocupada por Caín —expresó ella, jamás pensando decir esas palabras.

—Veras que tu amigo se pondrá bien —reconfortó sonriéndole.

—Eso espero —dijo mirando el teléfono.

—Tu padre ya llamará —dijo ella tomando su teléfono— por que no me ayudar hacer unas galletas para que se las lleves.

—Creó que eso le gustaría —sonrió.

Dianne pasó la mañana haciendo galletas para Caín, más tarde llegó al hospital para encontrarse con su padre primero.

—Papá —llamó ella nerviosa.

—¿Cariño qué haces aquí? —preguntó el padre confundido.

—Vengo a ver a Caín —respondió nerviosa— ¿Cómo está?

—Se pondrá bien —le sonrió el padre— ahora apresúrate o no podrás verlo.

Dianne llegó indecisa a la habitación, Caín se encontraba dormido, sin embargo su hermano se encontraba a su lado.

—Hola —saludó Abel no muy fuerte para no despertar a su hermano.

—¿Cómo está? —preguntó algo triste.

—Bien creó —sonrió.

Caín despertó por la voz de su hermano, se quedó observando a la rubia confundido.

—¿Qué haces aquí? —preguntó confundido.

—Yo... te hice galletas —sonrió nerviosa tendiéndole la caja de galletas.

Caín miró a su hermano confundido.

—Tranquilo no te envenenará con las galletas —sonrió Abel divertido.

—Me gustan las galletas —comentó Abel tomándolas.

Los chicos se quedaron por un rato hasta que tuvieron que irse, Abel no pudo quedarse con su hermano, sería la primera vez que dormirían separados.

A unas cuantas habitaciones se encontraba Derek, era un milagro como había sobrevivido.

Con tres costillas rotas, varios raspones y una leve contusión estaba vivo y consiente.

Esa noche mientras la cabeza le daba vueltas recordando el accidente la puerta se abrió.

—Ya era hora, dijeron cinco minutos y ya pasó una hora, quiero mis medicinas ahora —se quejó molesto.

Aquella persona entró con cautela mirándole con sus brillantes ojos.

—¿Qué haces tu aquí idiota? —preguntó confundido, la persona no respondió— queréis una paliza acaso.

Las luces se apagaron.

Derek no tuvo ni un minuto para protegerse.

—Debiste morir con ellos —dijo él.

Fuera luces Derek.

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