La muerte de Caín
La sangre brotaba...
Caín lo sabía, no hacía falta mirar... ese olor lo reconocía bien.
Ambos gemelos se encontraban de rodillas frente a frente en el polvoriento suelo.
—Caín... —lo llamó su gemelo sin dejar de mirar su abdomen.
El mayor bajo la mirada para ver a su hermanito, la sangre no dejaba de brotar... le había disparado.
—Lo siento —dijo monótono.
Abel cayó tendido a lado de su gemelo.
—¡Abel! —gritó Dianne con el corazón en la garganta.
La rubia corrió hacia su novio, las lágrimas ya habían salido por sus ojos, con gran astucia lo giró para ponerlo boca arriba y mirar la herida.
—¡Abel! —lo llamó— ¡Abel!
El chico abrió los ojos con dificultad, quería cerrarlos... quería dejarlos así y no pensar ante el hecho de que su hermano le había disparado.
—Vas a estar bien cariño —lo llamó presionando la herida para parar la hemorragia.
El chico moribundo asintió con un gesto de dolor para darle una liguera sonrisa con esperanza de calmarle.
Dianne giró para mirar al otro chico quien se mantenía inmóvil, con la mirada perdida en aquel muñeco.
—¡Ve por ayuda! —ordenó pero el chico no se movía— ¡Caín tu hermano se muere!
Ni un movimiento, en ese momento él ya había muerto.
—Dian... —la llamó Abel.
—Shh no hables de acuerdo —se enfocó en él— no pierdas fuerzas.
Abel miró a su gemelo, sentía todo, sentía nada...
—Ayu... dalo —pidió, una lágrima bajo de su mejilla— por... favor.
Dianne negó con lágrimas en sus ojos.
Débil el chico limpio aquellas lágrimas que brotaban de la rubia.
—Por... favor, por mí... —rogó con las pocas fuerzas que le quedaban.
—Okay... okay pero tienes que quedarte conmigo —acepto— no cierres los ojos.
El menor asintió, sus lágrimas rodaban por sus ojos una oleada de frío le recorría el cuerpo.
Dianne suspiró, estaba por ayudar a un asesino... con agilidad tomó al ojipurpura de su chaqueta para jalarlo y ponerlo frente a ella.
—Haremos esto por él —le miró sin repuestas.
Tomó las manos del mayor para ponerlas sobre el abdomen de su hermano, estaban ya sobre un charco de sangre.
—Mantén la presión fuerte —ordenó Dianne.
La rubia se levantó para tomar el arma que no estaba muy lejos y guardarla en su mochila, junto con aquel muñeco extraño, tomó a Caín del mentón para enfocar su mirada en la de ella, sin evitar mancharle un poco con la sangre de su hermano.
Sus ojos púrpura habían perdido color, eran más oscuros porque el brillo de Abel se desvanecía.
—Nos íbamos de pinta y un hombre nos quiso robar, me apuntó con el arma, se puso intenso y le disparó —inventó— eso es lo qué pasó, solo eso diremos ni mas ni menos, ahora iré por ayuda y tú mantendrás la presión.
Dianne miró Abel, pálido... no le quedaba mucho y lo sabia.
—Tu y yo tenemos un trato —le recordó, la chica se acercó para besar sus labios, podía escuchar como cada vez más le costaba trabajo respirar —por favor resiste —suplicó.
Dianne salió corriendo en busca de ayuda dejándolos solos.
Caín estaba inmóvil viendo la sangre del abdomen de su hermano.
Abel hizo su último esfuerzo para poner su mano sobre la de su hermano, tenía más miedo de lo que le pasaría a Caín que de su propia muerte.
—N-no... fue tu c-culpa —trato de decir, podía sentir el sabor a metal en su boca— cuida... papá.
Era como hablarle a un muerto.
Los ojos de Abel se fueron cerrando lentamente sin dejar de ver los de su hermano, su persona favorita en este mundo.
El pecho de Abel se detuvo, su abdomen dejó de elevarse y ahora no solo la mente de Caín estaba quebrada, también su corazón...
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Diez minutos fue el tiempo que el corazón de Abel estuvo detenido hasta que los paramédicos recuperaron su pulso.
—Lo tenemos —dijo el paramédico.
Al igual que el corazón de Abel el de Dianne volvió a latir.
—Gracias Dios —respiró.
—Tenemos que llevarlo al hospital de inmediato, ya perdió mucha sangre —dijo uno de los paramédicos levantando al chico en la tabla para ponerlo en la camilla.
—Vamos Caín —levantó Dianne al chico que en este punto ya sabía que no reaccionaría por si solo.
—Solo puede ir uno —dijo el paramédico— alguien debe quedarse para hablar con la policía.
—Déjenos ir, él está en shock y yo... —rogó la rubia, un par de lágrimas volvieron a salir— me necesitan.
El hombre miró a Caín, para suspirar.
—Bien suban —aceptó.
Los chicos subieron a la ambulancia, el paramédico era rápido y en cuestión de segundos ya había entubado al menor, le pasaba sueros y monitoreaba el pulso... no perdería a un chico tan joven en su turno.
—¿Qué tipo de sangre es tu hermano? —le pregunto mirando al ojipurpura.
Caín mantenía la mirada baja, ni siquiera le escuchaba solo escuchaba ese pitido en su cabeza.
Dianne miró a Caín y suspiró para ver al paramédico.
—Es tipo A —contestó.
El paramédico asintió dando órdenes de avisar al hospital.
—¿Él... se recuperará? —preguntó Dianne.
—No te daré esperanzas chica, su corazón estuvo detenido por un largo tiempo, ya perdió demasiada sangre —le miró— sería un milagro que sobreviva.
Dianne suspiró para tomar la mano del chico quien yacía en la camilla, tan pálido como el color de la sabana.
El hospital estaba a siete minutos de la estación pero al minuto seis el corazón de Abel se detuvo una vez más, para Caín se sentía como si le presionaran el pecho con fuerza.
—Vamos chico quédate conmigo —dijo el paramédico tratando de reanimarlo.
Los minutos fueron eternos y al momento de que las puertas de la ambulancia se abrieron el corazón de Abel aún no latía.
El padre de Dianne trabajaba en la sala de urgencias, una mañana tranquila que término al ver a su hija con Caín de la mano viendo como se llevaban al otro chico.
—¡Dianne! —llamó su padre.
La rubia se lanzó a su padre en un abrazo, necesitaba sentir el calor humano.
—¿Qué ocurre cariño? —preguntó preocupado.
—Sálvalo —rogó.
Richard siempre había sido un padre que no le decía que no a sus hijos, siempre esforzándose por darles todo, nunca un no a su nenita.
—Haré lo que pueda —dijo lo más sensato que pudo, besó la frente de su niña para ir ayudar Abel.
Dianne tomo a Caín del brazo para llevarlo a la sala de espera, al transcurrir los minutos la adrenalina dejaba su cuerpo sintiendo ese desgasto en su cuerpo, miró al ojipurpura con la mirada pérdida en sus manos manchadas de la sangre de su hermano.
—Caín —lo llamas sin respuesta— voy a llamar a tu padre.
El chico ni siquiera la escuchaba, tanto dentro de él sucedía...
—Hey —dijo poniendo su mano en su hombro— fue un accidente —se trató de convencer.
En esos momentos era lo único que podía decir, porque internamente la rubia solo deseaba que esa bala le hubiera dado a él...
Dianne sacó el teléfono de Abel para marcar el teléfono de su padre, Adán estaba en esa pequeña habitación escribiendo el último libro de su saga, inspirado que apenas escuchó el teléfono sonar, fue hasta la tercera llamada que por fin contestó.
—Abel, perdón hijo estaba escribiendo —contestó— ¿Todo bien?
Escuchó aquel suspiro atraves del teléfono, la primera alerta de que algo no andaba bien.
—Hola señor Stepler habla Dianne —se atrevió a decir.
—Dianne, ¿Ocurre algo? —preguntó— ¿Por que hablas del número de mi hijo?
—Señor hubo... hubo un accidente —soltó— estamos en el hospital, Caín está bien pero Abel... Abel... —el llanto de la chica fue lo último que escuchó.
No supo como, no supo cuándo pero de un momento a otro iba en su auto camino al hospital, al llegar lo vió... su hijo sentado en las sillas del hospital, con la mirada perdida entre sus manos, unas manos llenas de sangre... las manos de un asesino.
—Caín —salió de su boca, como todo padre se acercó a su hijo preocupado —Caín—lo llamó sin recibir una respuesta.
El padre preocupado miró a la rubia, la garganta de Dianne estaba hecha un nudo... como le decía que probablemente su hijo estaba muerto.
—¿Qué pasó? —preguntó cansado.
—Nosotros... arma... —las lágrimas se acumularon en los ojos de la chica— lo siento.
Ese sentimiento generó una oleada de temblor en el padre.
—Adán —lo llamó Richard.
El padre se levantó para ver al doctor, buscando en su rostro algo que le dijera como estaba su hijo.
—Abel...
—Sigue en cirugía, llegó en paro pero logramos sacarlo, la bala perforó uno de sus riñones, parte de intestino y género una hemorragia interna sin contar toda la que ha perdido —explicó— hacemos todo lo que podemos pero los pronósticos no son buenos...
Adán suspiró para asentir estresado, no podía perder a su hijo, no a su pequeño Abel.
—Gracias —murmuró— por favor...
Richard asintió, sabía cuánto había perdido ya... no quería ser quien le quitara más.
Adán miró a su hijo, para verle triste.
—Vamos Caín, te ayudaré a limpiarte —dijo cansado, no soportaba verlo cubierto de la sangre de su hijo.
Levantó a su pequeño para llevarlo al baño del hospital.
Lavó sus manos mientras la sangre teñía el lavamanos de rojo, limpio la sangre de su rostro y quitó aquella ropa tirándola en el bote de basura, había sido como cambiar a un muñeco pues su hijo apenas y se movió.
Adán le colocó su chaqueta para cubrir el pecho desnudó de su hijo.
—Caín —lo llamó su padre tomándolo de la nuca para ver sus ojos, aquellos le miraron perdido —¿Qué pasó Caín?
La voz de su padre fue lo que lo centro, lo centro en aquella nube de sentimientos mezclados de pensamientos, de verdades y pecados... vió la realidad.
—Él... esta muerto —afirmó.
Soltó un suspiro aferrándose a los brazos de su padre para desvanecerse mentalmente, Adán sostuvo a su hijo como siempre, pero esta vez no pudo ser fuerte porque ambos se derrumbaron en aquel baño de hospital, llorando la muerte anunciada de su hijo.
Afuera la rubia esperaba que su padre regresara, con buenas noticias... con noticias que la sacaran de aquella terrible espera.
—Eres Dianne Hills no es así —se acercó aquel hombre.
La rubia le miró confundida, nunca había visto aquel hombre en su vida.
—Perdón, soy Jensen Blue oficial, vengo por el accidente del tren —explicó mostrando su placa— necesito que me cuentes que ocurrió con Abel Stepler —pidió.
La chica se levantó, era hora de comenzar... las puertas se abrieron dejando ver a su padre salir con aquella mirada que solo ella conocía... por su cabeza solo pensó un cosa contar la verdad.
Pero aquel policía no era un simple policía, aquel policía era un detective, uno de los mejores... el mejor que alguna vez Donari entrenó... no estaba ahí de paso, estaba ahí para encontrar la verdad.
Una verdad que sin duda encontraría.
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