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La llegada de Caín

—Pero, ¡¿Qué has hecho Caín?! —le preguntó su padre desesperado.

—Yo no he sido —respondió Caín tan calmado como siempre, sentado en la mecedora con una almohada en su regazo sin despegar la vista de su hermano muerto.

—Le has matado —dijo su padre sosteniendo el cuerpo inerte del bebé, llorando desconsoladamente.

Caín se levantó, muchas cosas pasaban por su cabeza pero ni una de ellas saldría de su boca.

El pequeño de nueve años se acercó al teléfono que estaba en la mesa de noche, lo tomó y lo llevó hasta su padre.

—Llama a la policía —ordenó tendiéndole el teléfono.

—¿Caín? —preguntó el padre tomando el teléfono desconcertado.

—Tomaré una ducha avísame cuando hayan llegado por mi —comentó Caín dejando a su padre.

Adán tenía dos opciones llamar a la policía y perder a su segundo hijo en una noche o ignorar lo que había pasado, no le tomó más de cinco minutos tomar una decisión, entró al baño donde se encontraba su hijo, estaba terminando de ducharse.

—Caín —le llamo a su hijo.

—Si papá —contestó él cerrando la llave del agua.

—¿Mataste a Set? —preguntó su padre dándole la toalla para secarse.

—Si —respondió él sin una pizca de sentimientos, como si le preguntaran si quería un caramelo.

—¿Por qué? —preguntó tranquilo, quería comprender la actitud de su primogénito.

—No lo sé —contestó poniéndose la pijama— ¿Llamarás a la policía? —preguntó.

—Quiero que vayas a tu habitación y te acuestes con Abel y no te levantes por nada del mundo —ordeno el padre mientras cerraba la pijama de su hijo.

Él le miró con esos brillantes ojos morados que lo caracterizaban demasiado, no mostraba ni una emoción, ni una señal de culpa, se acercó a su padre y beso su mejilla.

—Buenas noches papá —susurró el pequeño.

Caín entro a su habitación, esa pequeña habitación que compartía con su hermano gemelo, aquel con quien compartía todo.

Su padre entro a la habitación de su pequeño hijo Set, lo colocó en la cuna en la que dormía, empezaba a ponerse tieso, colocó un peluche a su lado, aquel que la madre solía colocar en su cuna, besó a su pequeño y se fue a dormir junto a su esposa quien había tomado una pastilla para dormir.

Un par de horas después despertó por los gritos de su esposa.

—¡Adán! —gritó ella desconsolada— ¡Adán! —chilló entrando a la habitación.

—¿Qué pasa? —preguntó preocupado.

—Esta muerto —anunció teniendo en brazos a su hijo— mi bebé está muerto —chilló ella desesperada.

Los padres empezaron una discusión mientras sus gemelos dormían, Abel despertó primero y simultáneamente despertó a su hermano.

—Caín —lo llamó moviéndolo— vamos despierta Caín —pidió Abel asustado.

Él despertó, miró a su hermano y lo abrazo con fuerza.

—Estaremos bien —calmo Abel mientras abrazaba a Caín

Los doctores dictaminaron que se había ahogado por un objeto en su cuna, un accidente dijeron ellos.

Adán nunca volvió a preguntar sobre la muerte de Set y Caín nunca le interesó explicarle a su padre lo sucedido.

El funeral fue lo más difícil para ellos, toda la familia llegó, lanzaron globos y se toco música, todos estaban tristes excepto Caín, el chico no soltó ni una lágrima, ni un suspiro, ni una prueba de sentir algo lo que hizo que Adán cuestionarse si había tomado la decisión correcta.

8 años 6 meses después

Dianne reposaba en el balcón mirando a las pequeñas estrellas que empezaban aparecer, se había pasado todo el día viendo la mudanza de la casa de enfrente imaginándose que tipo de familia viviría frente a ella, esperaba una familia numerosa con varios hijos, uno que otro de la edad de su hermano para que tuviera con quien jugar y tal vez una chica que se volvería su mejor amiga, pero no se decepcionó en nada al enterarse que la casa sería habitada por gemelos nuevamente.

Las primeras impresiones para ella eran importantes y la que se llevo de los Stepler no fue la mejor.

Mientras veía las estrellas el ruido de un coche derraparse fue lo que llamó su atención, al bajar la vista vió como el auto se detenía frente a la casa, un chico que apenas distinguió salió del coche para entrar a la casa que se encontraba abierta.

—¡Caín vuelve acá! —Exclamó el hombre que sería el padre entrando tras de él.

—Cariño déjalo en paz —pidió una mujer rubia entrando a la casa.

Los minutos pasaron y fue cuando por fin vió bajar a el segundo chico, estaba a punto de entrar a la casa cuando volteó a mirar a la chica, una sonrisa se dibujó en su cara y saludó con la mano derecha a lo cual contestó con el mismo saludo.

En casa, Caín se encerró en su habitación cada gemelo tendría su cuarto pero Abel desistió de la orden de sus padres, entró a la habitación donde su hermano se encontraba mirando la pared en el centro de la habitación.

—Se que no te gusta mudarte pero verás que estaremos mejor —ánimo Abel sentándose a su lado.

—Solo estaremos por un tiempo —expresó Caín— solo un tiempo —repitió sin mirar a su hermano.

—Vamos duerme, debes estar cansado —dijo, solo él podía entender a su hermano.

Caín se recostó en el suelo, no le era necesario una cama, él nunca dormía solo cerraba los ojos por un tiempo.

Por la mañana Dianne desayunaba con su hermano, había sido la mayor de un pequeño hermano sordomudo.

Durante el camino a la escuela no podía sacarse de la cabeza aquel chico de la noche.

—¿Entonces están buenos o qué?—preguntó Lisa su mejor amiga.

—No lo sé solo vi a uno —sonrió ella sentada en la banca con los pies sobre la mesa.

—Bueno pero si son gemelos no —dijo ella sonriendo— uno para ti y uno para mi.

El salón empezó a estallar en risas y gritos mientras llegaban cada vez más adolescentes, todos tomaron sus lugares cuando el profesor entró acompañado de dos chicos, ambos tenían la misma complexión excepto que uno llevaba lentes.

—Chicos les presento a sus nuevos compañeros Caín y Abel —presentó el profesor con todo el ánimo del mundo— por favor tomen un lugar.

Los chicos hicieron caso, Caín se sentó hasta la orilla del salón apartado de los demás, sin embargo Abel se sentó a un lado de Dianne.

—Caín los lentes por favor —le pidió el profesor, Caín lo dudo por unos segundos pero lo hizo, al quitarse los lentes todas las miradas pararon en él, sus ojos atrajeron la atención de todos.

—Muy bien todos realicen las actividades del libro con su compañero de a lado —ordenó el profesor.

Para sorpresa de Dianne sería la primera persona en hablarle.

—Abel —saludo tendiéndole la mano.

—Dianne —sonrío ella.

—¿Eres mi vecina no es así? —preguntó él con esa sonrisa que derretía a todas.

—Si así es —afirmó sacando su libro— así que Caín y Abel, tus padres deben de ser muy religiosos no es así —asumió ella ante la peculiaridad de sus nombres.

—No realmente, mi mamá se llama Eva y mi papá Adán, creyeron que sería gracioso ponernos nombres bíblicos, eso y que estaban ebrios cuando nos registraron —explicó con una sonrisa haciendo que Dianne sonriera.

—Bueno al menos ya no te molestarán preguntando quien es el mayor —dijo ella sonriendo.

—Oh créeme lo hacen —comentó riendo.

Mientras Dianne sonreía y se divertía Lisa no la pasaba muy bien junto a su compañero.

—Tienes lindo ojos —halagó Lisa, él la miró.

—Es una mutación —dijo sin bajar la mirada.

Cuando Caín nació sus ojos eran de un color azul grisáceo pero en el transcurso de los meses empezaron a tomar el color morado, sus ojos eran hermosos sin embargo nadie los observaba durante tanto tiempo, nadie podía soportarle la mirada y para Caín era lo mejor, él sabía que los ojos eran las ventanas del alma pero a él ya no le quedaba demasiada.

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