El silencio de Caín
Cerca de las ocho de la mañana el equipo de americana tomó un autobús para el gran partido rumbo a la final.
Nadie se imaginaría en la tragedia que terminaría, primero un ruido en el motor se hizo presente, nada de que preocuparse pensó Steve el conductor del autobús.
Sin embargo cuando la velocidad aumentó y los frenos no funcionaron supo que algo andaba mal.
Bom...
El autobús explotó al estrellarse contra una montaña.
Los 12 jugadores del equipo de americana murieron de inmediato, de esa tragedia solo sobrevivieron tres.
Steve, Derek y el entrenador.
Caín despertó con un terrible dolor de cabeza, de esos de los que solían dejarlo tirado en cama.
Abel lo supo pues sintió ese pequeño dolor en la nuca que solía sentir cuando eso pasaba.
Adán preparaba el desayuno, solo tres platos pues su esposa ya se había ido, nunca pasaba demasiado tiempo en casa y sabía el porqué.
No podía soportar los impotentes ojos morados de su hijo.
—Solo dos —dijo Abel mirando los platos.
—¿Caín no va a desayunar? —preguntó confundido.
—Tiene dolor de cabeza —respondió él sin mucho animo.
—Bien, así que ya hablaron —dijo el padre feliz, odiaba cuando sus gemelos se peleaban.
—No, solo lo sé —comentó para empezar a comer.
El padre prendió la televisión para aligerar el ambiente que estaba algo tenso.
Al prenderla se dieron con las noticias.
"Autobús escolar con 15 personas sufre un gran accidente".
"Solo 3 sobrevivientes".
El padre apagó la televisión de inmediato, era muy temprano para malas noticias.
—Pobres chicos —susurro el padre recordando el dolor que sufrió cuando su pequeño Set murió.
Abel se quedó impactado, el único autobús que había salido era el del equipo de Americano, lo que quería decir que quienes habían golpeado a su hermano ahora estaban muertos.
—Ya... no tengo hambre —dijo asustado.
—Ni yo —aparto el padre su plato de comida— puedes subirle el desayuno a tu hermano.
—No —se negó él cruzándose de brazos.
—Es tu hermano Abel, tienes que disculparte —pidió su padre mirándole serio.
—Por que yo siempre me tengo que disculparme —exclamó molesto.
—Por que sabemos que eres el único que puede —explicó su padre tratando de resolver sus problemas.
Abel tomó el plato para llevárselo, lo considero durante el trayecto hasta la habitación de su hermano, esta vez su hermano se disculparía.
—Caín —le llamó cansado.
—Ahora no —dijo él, le dolía hablar al igual que no quería pelear con su hermano.
—Te traje el desayuno —comentó Abel entrando, dejando la comida en su buró.
—Gracias —susurro.
Abel lo reconsideró pero la respuesta fue la misma, en su lugar preguntó algo que lo estaba volviendo loco.
—¿Dónde estuviste cuando no te encontré? —preguntó algo incómodo.
—Fui por comida —respondió él mintiendo, no podía saber lo que de verdad había hecho —¿Por?.
—Nada —contestó confundido— será mejor que descanses.
—Puedes darme una pastilla —pidió Caín esperanzado.
—Sabes que no —dijo él, Caín tenía un pasado oscuro con las pastillas.
Abel salió de la habitación, sabía que algo andaba mal con su hermano.
Después de un rato salió para encontrarse con Dianne sentada en el borde del tejado.
—¿Qué haces ahí? —preguntó nervioso.
—Solo pienso —contestó ella sin mirarle, estaba en su lugar.
—Bueno pero puedes pensar en un lugar más seguro —dijo algo incómodo, odiaba las alturas.
Dianne sonrió, se sentía más segura cuando estaba con Abel.
Ella bajo para hacer entrar a su novio, sus padres no estaban y su hermano estaba dormido.
—¿Cómo estás? —le preguntó mientras se sentaban en el sillón de la sala.
—Lo dices por lo del equipo de americana o por el conejo —contestó ella recargándose en su pecho.
—Ambos supongo —dijo Abel abrazándole.
—Bueno lo del equipo fue horrible... digo eran tan jóvenes y tenían tanta vida —explicó ella, le estaba afectando demasiado.
—Entiendo —comentó pero no lo hacía— escuché que sobrevivieron tres, al menos es algo.
—Al menos sobrevivió Derek —se consoló ella triste— ¿Y tu hermano? —preguntó para cambiar de tema.
—En casa, con migraña —contestó Abel comprendiendo lo que estaba haciendo.
—Es su karma por haber matado al conejo —gruño Dianne molesta.
—Él solo trataba de hacer lo correcto, el conejo hubiera sufrido de no haberle matado —excuso Abel a su hermano como siempre.
—Sabes cuando tenía seis años tenía un conejo, un bello conejo llamado Butter, era perfecto —contó mirándole a los ojos— un día se mudaron una familia de hermanos a la casa de a lado, salí a jugar con el nuevo niño, un niño encantador.
—No estoy entendiendo —dijo Abel confundido.
—El punto es que ese día yo le di el conejo a ese niño y lo mató, un niño de cinco aplastó entre sus brazos a un conejo de cuatro kilos, le rompió el cuello y después amenazo con hacerle lo mismo a mi madre —explicó Dianne llena de odio.
—Que lindo niño —dijo Abel sarcástico.
—Caín me recuerda a ese niño —comentó Dianne.
—Caín no es un asesino de conejos —dijo Abel recibiendo la mirada amenazadora de Dianne —bueno tal vez si -sonrío apenado.
Dianne sonrió y abrazó Abel fuerte— Te amo aunque no veas que tu hermano es un demente.
Abel sonrió y besó su frente.
En la casa de los Stepler los mejores días eran cuando Caín tenía dolor de cabeza, significaba que toda la casa estaba en completo silencio por lo cual Adán podía escribir su libro.
Se preparó como siempre, una bolsa de frituras, chocolates y una gran taza de café, la perfecta combinación para escribir un Best Seller.
Adán se sentó en su cómoda silla frente a su ordenador sin embargo le faltaba algo.
—La salsa —exclamó preocupado no podía escribir su obra sin salsa.
Después de buscarla y darse cuenta que no estaba decidió salir por ella, dejando una nota en la puerta de la habitación de su hijo.
El timbre de la puerta sonó incesantemente pero nadie estaba para abrir la puerta.
Caín se levantó molesto para ver quien era, encontró la nota de su padre lo cual significaba que no había nadie.
Bajo para abrir la puerta y encontrarse algo que no esperaba ver.
Las cartas estaban frente a su puerta, esas cartas que había enterrado para que nadie las encontrara, las tomó con cautela esperando a que nadie lo viera.
Subió a su habitación para mirar las cartas, estaban sucias por tierra lo que significaba que alguien las había desenterrado, entre ellas había otra carta.
Caín no supo que hacer, el dolor de cabeza se hizo mayor era un dolor que taladraba su cabeza.
Las pastillas estaban prohibidas para Caín, pero no para los demás por lo que sabía que había en la casa.
Las encontró en la oficina de su padre, un frasco lleno de aspirinas, las tomó y se las llevó a su habitación, primero fue una, a los cinco minutos otra y al notar que el dolor no bajaba, tomó otra más y así hasta que el sueño se apoderó de él.
Abel estaba en casa de Dianne, habían pasado ya un par de horas juntos, estaba por anochecer, Abel empezó a sentir demasiado frío.
—¿Estas bien? —le preguntó Dianne confundida al mirar que trataba de cubrirse con una cobija.
—Si, solo tengo frío —respondió Abel temblando.
—De que hablas estamos como a veintisiete grados —dijo ella confundida, pasó su mano por su frente— Abel estas hirviendo.
—Gracias —contestó él coqueto.
—Hablo de que tienes fiebre —dijo ella mirándole preocupada.
—Será mejor que me vaya —dijo Abel sintiéndose algo mal.
—Te acompaño —se ofreció ella levantándose.
Ambos cruzaron la calle sujetados de la mano.
—Tomate una ducha y cuando estés mejor me envías mensaje de acuerdo —dijo ella besando su frente.
—De acuerdo —aceptó él, entró a la casa encontrando a su padre en la cocina.
—Cuatro tiendas para poder encontrar la salsa —gruño Adán frustrado.
—Si sabes que tu salsa está guardada en tu refrigerador verdad —contestó Abel riendo.
Su padre lo miró frustrado había perdido casi todo el día buscando la salsa.
—¿Qué haces tan temprano en casa? —preguntó confundido.
—Creo que tengo fiebre —respondió Abel cansado.
Su padre pasó la mano sobre su frente para asegurarse que así era.
—Sube, te llevaré una pastilla —dijo preocupado.
Abel hizo caso, empezaba a sentirse mareado, estaba por entrar a su habitación pero algo lo hizo entrar a la de su hermano.
—Caín —le dijo preocupado— Caín —lo llamó pero no hubo respuesta.
Se acercó a él para mirarlo, su hermano se encontraba en cama recostado, estaba pálido, más de lo usual, Abel tocó a su hermano, estaba helado.
—Caín —dijo triste.
Empezó a moverlo con fuerza al ver las pastillas a su lado, se acercó para escuchar su corazón, apenas y latía.
—!Papá¡ —gritó Abel desesperado.
Su padre llegó para mirar la escena, un hueco se hizo en su estómago.
—Llama una ambulancia —gritó acercándose a su hijo.
Al no escuchar el corazón de su hijo comenzó aplicar RCP.
Dianne estaba en su cama con su hermano recostado en su pecho cuando de repente empezó a escuchar la sirena de una ambulancia.
De inmediato se levantó para ver qué sucedía.
<¿Qué ocurre?> —preguntó su hermano preocupado.
<Una ambulancia, saldré a ver qué ocurre quédate aquí> —le contestó ella en señas.
Dianne salió de su habitación con un nudo en el estómago, temía que le hubiera pasado algo Abel.
Salió corriendo de la casa para encontrarlo parado frente a la casa.
—Abel que ocurre —dijo preocupada, el chico le miró con ojos llorosos.
—Es Caín... creo que se trató de suicidar —comentó llorando.
Dianne vio como bajaban a Caín en una camilla, nunca pensó que sería capaz de algo así.
En ese momento comprendió que Caín no era aquel niño que había asesinado al conejo, él era ese conejo.
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