El misterioso caso de Abel
Mientras su padre limpiaba las heridas de Caín él solo se quedaba inmóvil, esperando a que su padre lo dejara para poder leer la carta.
—Me sorprende que aún no hayan llamado —dijo su padre poniendo hielo en la cara de su hijo.
—Bueno Abel me saco antes de que llegara alguien —explicó calmado.
—¿Te sientes bien? —preguntó Abel, quien miraba a su hermano con tristeza.
—Si —respondió él— puedo irme a mi habitación.
—No, necesito hablar con los dos —dijo el padre molesto.
Adán estaba por empezar con uno de sus típicos discurso cuando el teléfono sonó, el contesto sabiendo quien era.
—Hola habla Adán Stepler —dijo mirando a Caín en especial— si están aquí —si estoy consiente de lo qué pasó —exclamó con un tono molesto —expulsión, pero si ellos atacaron a mi hijo.
Tras las señas de su padre para irse los gemelos hicieron caso, ambos subieron a la habitación de Caín.
—Abel estoy bien no tienes que cuidarme todo el tiempo —pidió él, necesitaba deshacerse de su hermano por unos minutos.
—Cuando este seguro de que no cometerás ninguna estupidez te dejaré tranquilo —sentenció sentándose en la cama — ¿Por qué no te defendiste? —preguntó preocupado.
—Cual era el punto —respondió sentándose.
—Que no te usarán como saco de box —dijo irónico- no dejes que te golpeen, la próxima vez igual y no puedo defenderte
Caín sonrió débilmente— y se supone que yo soy el mayor.
Abel no pudo evitar sonreír —lo eres— dijo aunque ciertamente siempre tomaba el papel del mayor.
—Puedes traerme de comer —pido Caín.
—Seguro —dijo él sonriendo.
Abel bajó a preparar algo cuando su padre apurado tomaba sus cosas.
—¿A donde vas? —preguntó confundido.
—A la escuela, a evitar que expulsen a tu hermano —respondió tomando las llaves— estás a cargo.
—Siempre —contestó él sonriendo.
Mientras Abel preparaba algo de comer para su hermano, Caín abría la carta para encontrarse una vez más con el mismos estilo, letras moradas y con ese olor que reconocía perfectamente.
Caín palideció con la nota, alguien sabía su secreto, un secreto que solo una persona sabía pero esa persona estaba oculta en tres metros de cemento.
Sabía que tenía que hacer algo, sabía que las cartas eran un inicio y estaba seguro de que no quería un final.
Dianne estuvo todo el día preocupada por Caín, había visto como le habían dado una paliza y por unos segundos vio como su rostro estaba cubierto en sangre.
<¿Estas bien?> —le pregunto su hermano quien venía a su lado.
<Si, solo un poco preocupada> —respondió ella sonriéndole.
<¿Por Abel?> —preguntó el pequeño.
<Su hermano, hoy le dieron una paliza> —respondió Dianne un tanto triste.
<Si quieres podemos ir a verle> —dijo emocionado, había escuchado ya del chico con ojos morados.
<Olvídalo, él me odia> —respondió Dianne.
El pequeño Dylan trató de convencer a su hermana, sin embargo Dianne desistió no quería tratar con Caín.
En casa de los Stepler, Abel subió la comida para su hermano quien se encontraba en cama, lo miró por un segundo, su cara estaba transformada por los golpes, tenía un ojo morado, el labio roto y uno de los pómulos hinchado, además de varios raspones.
—Ya te habías tardado —gruño él esperándole.
—Lo siento —se disculpó tendiéndole la comida.
En un principio le costó trabajo pero ya estaba acostumbrado, no era su primera pelea.
—Mañana iremos a un torneo de paint ball —comentó Abel, pues no estaba seguro aún de su respuesta.
—En serio quieres llevarme a un lugar donde puedo dispararle a quien yo quiera con un arma —dijo Caín riendo.
—Si lo dices así no suena tan buena idea —dijo él reflexionando— pero quiero que vayas.
—No sé si estoy en condiciones de hacerlo —respondió comiendo lo que su hermano le había preparado.
—Al menos puedes acompañarme —pido Abel, era importante para él.
—Bien —aceptó el mayor.
Caín no quería ir, odiaba los lugares con personas, pero era una buena oportunidad para escaparse un momento sin que nadie lo supiera.
Por la mañana Dianne se preparaba, amaba estos eventos la hacía sentir más fuerte de lo que era, aunque su puntería era fatal.
Salió, había obtenido el auto de sus padres así que se llevaría a los gemelos con ella.
Ella toco su puerta, Caín abrió la puerta, solo la miró de arriba abajo.
—Hola Caín, ¿Cómo estás? —preguntó sonriendo tristemente.
—Me duele la cara —respondió él serio.
—Bueno si hubieras metido las manos no te dolería —dijo Abel saliendo tras de él— hola amor —saludo sonriéndole para posteriormente besarla.
Los chicos se fueron, el lugar eran casi dos hectáreas de campo con distintos obstáculos cerca de la escuela.
Al llegar los otros chicos los esperaban entusiasmados.
—Chicos —saludó Dianne abrazándoles, Shawn y Dexter solo quedaron sorprendidos por el rostro de Caín.
—Te ves bien —dijo Dexter tratando de ser amable.
—No le mientas, párese ese tipo de pudín con pasas que preparan en la cafetería —contestó Shawn.
Todos rieron excepto Caín, estaba más ocupado tratando de escapar.
—Por que no empezamos —dijo Abel para cambiar de tema.
Caín espero afuera pues no se sentía del todo bien para jugar.
Abel entró con Dianne con la protección necesaria, jugarían tres rondas.
—Listo —sonrió.
—Listo —remarcó Abel.
Lo que creían sería un día divertido termino en un desastre, resulta que el equipo de Dianne era un asco en el paint ball, para la primera ronda habían recibido entre cinco y seis balas cada uno.
El receso de los diez minutos llegó y los chicos salieron, Abel no encontró a su hermano lo que empezó a preocuparle.
—No está —dijo nervioso.
—Debe de estar por ahí —le calmo— qué esperabas que se quedara ahí sentado las dos horas que dura esto.
—Si —dijo él convencido.
—Anda volvamos —sonrió, sabía que lo que los unía era más que un lazo de sangre.
Abel desilusionado volvió al partido esperando poder atinarle por una vez.
Lo que serían dos horas se convirtió solo en una y media dado a la eliminación del equipo, al salir Abel sentía que algo andaba mal pero su corazón se calmó al ver a su hermano sentado comiendo papas fritas.
—¿Dónde estabas? —preguntó Abel enojado.
—No podía soportar ver lo malos que son —dijo Caín.
—Cómo si tu fueras mejor —exclamó Lisa molesta.
Caín se levantó, tomó su arma y disparó dándole justo al pequeño blanco a distancia.
—Mierda mejor te hubiéramos metido a ti que a Dexter —gruño Shawn recibiendo un disparo de su amigo en la pierna.
—Nos enseñas —pidió Dianne sonriendo.
—Seguro pero no aquí —dijo él.
Los chicos se introdujeron al bosque con las armas de pinturas.
—Ven los pequeños arboles de ahí —explicó él tomando el arma.
—Si —dijeron al unísono.
—Solo dispárenles —ordenó sonriendo.
—¿En serio? —preguntó Dianne confundida.
—Si —respondió él.
Los chicos hicieron caso, la mayoría falló excepto una bala, la bala que le había dado a un pequeño conejo que se había cruzado en su camino.
Los chicos se acercaron para mirar al pequeño conejo.
—Fue tu bala —dijo Dexter a Dianne.
—Lo sé —chilló ella con lágrimas en los ojos— hay que llevarlo al veterinario.
—No —dijo Caín serio— la bala le rompió el cuello, solo está sufriendo.
—¿Qué hacemos? —preguntó Abel confundido.
Caín hizo lo único sensato que pudo hacer, tomó una de las rocas y antes de que pudieran decir algo estrello la roca contra la pequeña cabeza del conejo terminando con su inmundicia.
Dianne empujó con fuerza a Caín para después salir corriendo, todas las miradas recaían en el.
Adán se había quedado en casa como siempre, había logrado que no expulsaran a Caín aunque no sabía si eso era bueno o malo.
Preparaba su famosa receta de estofado cuando escuchó la puerta abrirse.
—No digas que fue lo mejor, no tenías que hacerlo —gritó Abel molesto.
—Yo no fui él que lo puso en esa situación —dijo Caín sin expresión.
—No, solo fuiste él que lo golpeó con una roca a la cabeza —exclamó él irritado.
—¿Que está pasando aquí? —preguntó u padre esperando que no fuera una persona de la que estaban hablando.
—Tu hijo mató a un conejo con una roca frente a mis amigos —explicó irritado.
—Caín —exclamó su padre sorprendido.
—El conejo iba a morir, solo adelante su muerte para que ya no sufriera —dijo calmado.
—Que no puedes ser normal una vez en tu vida —gritó Abel irritado.
—Abel —exclamó su padre— discúlpate con tu hermano.
Abel se dio la vuelta molesto sin antes decir algo de lo que se arrepentiría para siempre.
—Ojalá no hubiera tenido un gemelo —dijo para irse.
—Abel regresa aquí —regaño su padre sorprendido.
—Déjalo —dijo Caín con un nudo en la garganta— estaré en mi habitación.
Caín subió, no sabía cómo procesar las palabras que su hermano le había dicho, solo sabía que las cosas cambiarían desde ahora.
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