El lamento de Abel
Por la madrugada de un viernes cálido el cuerpo de Eva Stepler fue encontrado colgado en un viejo motel a las afueras de Eden Hill.
La policía dictaminó un suicido dado a la manera que encontraron el cuerpo, no tardaron en encontrar a sus familiares.
Por la tarde mientras los gemelos volvían de la escuela, Adán Stepler se encontraba escribiendo su novela que no tardaría en terminar.
El timbre de la casa sonó sacando a Adán de su transe.
—Si se les olvidaron las llaves otra vez ahora si los dejo afuera —habló consigo mismo.
Bajo las escaleras y abrió la puerta pero al ver a los policías frente a él un sentimiento de terror se encendió, temía por sus hijos.
—Señor Adán Stepler —dijo aquel policía intimidante.
—Si —respondió con la poca voz que pudo salir.
—Podemos pasar —pidió el otro policía.
—Adelante —contestó.
El policía Smith y su aprendiz Hernandez entraron al pequeño hogar de los Stepler llevando malas noticias.
—Ocurre algo, ¿Mis hijos están bien? —se apresuró nervioso.
—Sus hijos están bien señor Stepler pero traemos malas noticias —dijo Smith en un tono tranquilo.
—¿Qué ocurre? —preguntó ya en un estado de nerviosismo.
—Señor Stepler lamentó informarle que encontramos el cuerpo de su esposa sin vida en un motel a las afueras de Edén Hill —dictaminó el aprendiz.
Un nudo en la garganta se formó en Adán, cada respiración le dolía.
—...¿Cómo?... —preguntó dolido.
El oficial Smith suspiró, no era la primera vez que daba una noticia similar, sin embargo era la primera vez que veía a una persona tan tranquila en esa situación.
—Encontramos su cuerpo colgado —explicó— Ella se suicidó, lo lamento mucho.
Todo lo que salía de la boca del policía era solo ruido para Adán, ruido en su mente que aún cuando los policías se fueron siguió en su cabeza.
Los gemelos venían de regreso junto con Dianne cuando observaron aquella patrulla alejándose de casa.
Los gemelos se miraron confundidos.
—Será mejor que vayan —recomendó Dianne.
Los gemelos sin pensarlo salieron corriendo para llegar a casa encontrando a su padre sentado en la sala.
—Papá que ocurre, acabamos de ver una patrulla irse de aquí —exclamó Abel.
Su padre les miró triste, ni siquiera había tenido la oportunidad de pensar como decírselos.
—Papá —lo llamó Caín.
Su padre suspiró cansado.
—Siéntense chicos —pidió nervioso.
Los gemelos hicieron caso y se sentaron frente a él.
—¿Qué ocurre? —preguntó Abel nervioso.
Pequeñas lágrimas se llenaron en los ojos de su padre.
—Chicos su madre... su madre está muerta —dijo soltándolo, no sabía como decirlo.
—No... ella no —exclamó Abel con un nudo en la garganta, unas lágrimas aparecieron en sus ojos.
—Ella se suicido Abel —explicó dejándose llevar por las lágrimas.
Su padre abrazó a sus gemelos, solo uno de ellos estaba llorando.
Por su parte Caín solo se quedaba inmóvil, sin expresión, sin sentimientos, su madre no estaba en su cabeza.
Su padre había salido para ir al hospital a firmar los papeles para poder transferir a su amada esposa a la funeraria.
Mientras Adán se iba sus gemelos se quedaban en casa procesando su duelo.
Caín se encontraba en su habitación, sentado en el piso mirando la ventana inmóvil.
—Caín —dijo su hermano entrando a su habitación— ¿Estás bien?
—¿Por qué no lo estaría? —preguntó aún mirando la ventana.
Abel se sentó a lado de su hermano, observándole con confusión.
—Nuestra madre está muerta —le recordó.
—Lo se, pero aceptémoslo ella ya no era nuestra madre —explicó.
—Claro que lo era, tal vez no estuvo todo el tiempo pero era nuestra madre Caín —quiso hacer entrar en razón a su hermano.
—¿Lo era? —preguntó a la defensiva— donde estuvo cuando casi mueres del apéndice, cuando casi me mata con esas pastillas... puedo seguir sabes, si quieres estar triste por esto está bien, por mí no te preocupes.
Escuchaba a su hermano hablar pero dentro de él sabía que no era asi pues podía sentir su dolor.
Abel suspiró cansado y abrazó a su hermano.
—No es necesario —comentó molesto.
—Lo se pero lo necesito —confesó.
Su hermano reaccionó dándole un seco abrazó que era suficiente para Abel.
Más tarde salió para encontrarse con Dianne.
—¿Abel qué pasó? —preguntó alterada viendo los ojos hinchados de su novio.
—Amm —suspiró dolido— mi madre... mi madre está muerta Dianne —una vez más las lágrimas brotaron de sus ojos.
Dianne no supo que decir, que se podría decir en ese momento un lo siento era solo una formalidad, lo único que hizo fue abrazarlo inmediatamente.
Los chicos entraron a su casa para que Abel fuera reconfortado por su chica.
Esa noche Adán hizo algo que no se imagino en su vida, reconocer el cuerpo de su esposa.
Por los largos pasillos del hospital recorrió un camino desconocido hasta la morgue del hospital, todo indicaba que era su esposa desde su tarjeta de identificación, hasta la carta de suicidio.
Al llegar a ese punto donde lo único que había entre él y el cuerpo de su esposa era una delgada toalla.
—Sé que puede ser duro pero es necesario —informó quien se encargaba del cuerpo.
—Solo terminemos con esto —contestó.
El hombre levantó la sabana para dejar ver el cuerpo de su mejor, en esos momentos podía notar lo hermosa que era.
Una piel pálida, una cabellera de un color negro con toques marrones y bajo esos párpados grisáceos unos ojos azules brillantes.
La marca de una línea púrpura se mostraba en su cuello, una gruesa línea.
—Es ella —soltó en un suspiro.
Adán salió de ahí con la mirada baja y una mar de confusiones, afuera se encontraban varios policías entre ellos un rostro que no pensaba volver a ver.
—Señor Stepler —lo llamó Donari.
—Lárguese de mi vista, que descaro tiene de venir aquí —gruño.
—No vine a incomodarlo señor Stepler, vengo hacer mi trabajo —contestó.
—¿Su trabajo? —preguntó.
—Así es, no se lo han dicho hay inconsistencias en el caso de su esposa y adivine quien está en el caso —explicó con una sonrisa triunfante.
—Eso está por verse —respondió intimidado.
Adán pasó de él sin embargo su voz le taladró haciéndolo voltear.
—Stepler —lo llamó— yo nunca me rindo.
—Yo nunca pierdo —aclaró Adán.
Salió del hospital para llegar a su casa, necesitaba saber si lo que había pasado con su esposa no había sido un suicidio.
Al llegar vió a su hijo dormido en el sofá, lo cubrió con una cobija y besó su frente, en su rostro podía ver la tristeza de perder un ser querido.
Subió para ver a su primogenito sentado en el suelo mirando la ventana, la luz de la luna brillaba deslumbrando sus ojos púrpuras, no se había movido en horas.
—Caín —lo llamó pero no respondió.
Adán se sentó a su lado.
—Necesito saber si tienes que ver con la muerte de tu madre —pidió en un tono de voz temeroso.
Su hijo salió de su trance para mirarlo.
—¿Quieres saber si yo la maté? —preguntó sin una muestra de sentimiento.
—¿Lo hiciste? —preguntó temeroso.
Miró a su padre por unos segundos.
—Ella no nos iba a separar —confesó.
Su padre pasó saliva, no sabía qué decir simplemente tomó a su hijo para abrazarlo.
Una vez a solas, con sus dos hijos dormidos Adán abrió su caja fuerte, tomó la pistola con tres balas, las balas que quedaban de un pasado oscuro, la observó por unos segundos pensando en lo que podría hacer.
Término desechando la idea para dejar el arma y tomar un viejo teléfono con un solo número guardado.
El teléfono sonó mientras su corazón latía con fuerza.
—Tienes que venir —pidió— es hora de deshacerse de alguien.
Adán lo sabía, había traído de vuela a su vida al verdadero diablo.
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