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El hogar de Abel

La ciudad se hacía cada vez más grande conforme volvían a su lugar natal, aquel lugar donde los gemelos habían nacido, el lugar que los vió crecer y poco antes formó la pareja de Adán y Eva... el lugar donde Seth había muerto.

Una vez terminado con Donari la familia Stepler podía cumplir al menos el último deseo de la difunta Eva, ser enterrada con su hijo.

Debido a su inesperada muerte y su previa incineración no sería enterrada pero bien podían esparcir sus cenizas donde yacía el cuerpo del pequeño Seth.

Para Caín volver no le era grato, no tenía deseos de pisar el lugar que lo hizo escapar por el caso Bates, para su hermano volver era una oportunidad de ver a sus amigos.

—Al menos puedo verlos una hora —suplico Abel.

—Estaremos menos de un día Abel —dijo su padre no muy convencido.

—Iremos a comer y volveré para lo de mamá —aseguró— lo necesito.

Adán suspiró, no se habían ido de aquel lugar en buenos términos y sabía que la gente era de armas tomar, sin embargo sabía que su hijo lo necesitaba, después de todo había perdido a su madre.

—Una hora y te llevas a tu hermano —aceptó condicionándolo.

—¿Y quién dijo que yo quería ir? —se quejó Caín— no soy su perro para seguirlo a todos lados.

—Eres mi hermano —le recordó— pero estoy de acuerdo en que no vaya.

—Déjalo ir ya están grandes para que hagan todo junto, necesitan independencia —apoyo Deimon.

Adán miró a su hermano molesto, en su posición no podía sugerir nada sobre los gemelos.

—Por favor —pidió Abel insistente.

—Está bien pero no te tardes —aceptó su padre.

Para Abel era grato ver a las personas que consideraba familia.

Una vez llegado a su antigua casa no tardo más de un minuto para que Abel desapareciera.

Caín por su parte trató de huir sin embargo su padre se dió cuenta.

—¡A donde crees que vas! —exclamó su padre.

—Visitaré a Big Red —contestó confundido.

—No, tú no vas a ningún lado solo —afirmó, tenía miedo de que le pudieran hacer daño.

—Abel puede ver a los idiotas de sus amigos y yo no —se quejó molesto.

—A tu hermano no lo acusaron de homicido —le recordó.

Caín se cruzó de brazos, nunca tendría la libertad que quería pues su padre siempre estaría sobre él, cuidando que no hiciera nada "malo".

—Yo voy con él si te preocupa dejarlo solo —se apuntó Deimon.

—Si ya le dije que no puedes no meterte —le gritó Adán a su hermano.

—No matare a nadie si es lo que te preocupa —murmuro molesto.

—Pues no estoy tan seguro —explotó Adán.

Caín solo le miró con desprecio, al final su padre pensaba igual que los demás.

El menor se dió vuelta para irse.

—¡Caín! —lo llamó.

—Ya no soy un puto niño —gritó para irse.

Deimon miró a su hermano burlón.

—Bien hecho —dijo burlón.

Adán le miró levantó el dedo medio para entrar a su casa azotandole la puerta en la cara.

Los amigos de Abel eran los típicos chicos bonitos, adinerados por lo tanto se adjudicaban el término reyes de la preparatoria... idiotas sin futuro pensaba Caín.

Para él solo había dos personas a las que había llamado amigos, una de ellas ya no estaba y la otra era a quien lo apodaban Big Red por su gran cabellera roja.

En sus buenos momentos lo había conocido en su trabajo de verano en el taller de mecánico de los padres del chico, un chico tan particular como Caín.

Tan pálido como un muerto, su cabello parecía fuego pero no era lo único, al igual que Caín poseía unos ojos hermosos... uno azul como el mar y otro un verde fuerte que constantemente se confundía con castaño, unos ojos que no veían desde nacimiento.

Caín entró al taller tratando de sorprender a su amigo, un intento estupido.

—Caín Stepler —dijo el chico emocionado.

—Esperaba que no recordarás mi olor —comentó asombrado.

—Eso nunca, apestas —se burló.

Los chicos se dieron un abrazo fugas, por años Caín se preguntaba cómo lograba reconocerle, una vez revelado su secreto había intentado de todo, otro jabón en la ropa, perfume diferente, incluso shampo diferente, al final siempre lo reconocía.

Un olor único, incomparable al que alguna vez pudiera oler, un olor que de cierta forma siempre lo dejaba con intriga y cierto temor.

—¿Cómo has estado? —le preguntó sentándose a su lado.

—No me quejo, bastante aburrido sin ti —contestó— te fuiste sin despedirte.

Caín miró a su amigo, su vista se posaba en un punto fijo.

—Papá pensó que sería mejor así —dijo desanimado— además de que no sabía cómo reaccionarías ante los supuestos hechos.

Big Red sonrió.

—Creíste que pensaría que mataste a mi hermana —supuso.

—Todos lo creen —aseguró Caín.

—Sé que estuviste ahí —anunció— y si lo hiciste o no, no me importa.

—¿Qué? —preguntó nervioso.

—Conozco a mi hermana —aseguró— y te conozco a ti, prefiero no hacer conclusiones... pero si me lo dices no lo diré, solo quiero saber la verdad.

Caín suspiró, tomó la mano de su amigo y la colocó para que sintiera su pulso.

Le debía la verdad pero decirlo en voz alta era sentenciarse.

—Solo pregúntalo —aceptó su destino.

—¿Mataste a mi hermana? —preguntó tan tranquilo, como si preguntara la hora.

Entonces lo sintió, la respuesta a la tan esperada pregunta.

Él chico por nombre James sonrió ante la respuesta, giró hacia su amigo centrando su vista en sus ojos, algo que causaba cierto temor.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de su amigo.

—Bien hecho —señaló.

Ambos se quedaron un momento en silencio, era su forma de socializar favorita.

—Tengo que irme —dijo por fin— el estupido esparcimiento será pronto.

—Lamento lo de tu madre —dió el pésame.

—Lamento lo de tu tío —dijo burlón, antes de irse tenía que preguntar— ¿Cómo sabes que fui yo? —preguntó intrigado.

—Tu olor estaba en ella —contestó— eso y que cuando lo mencioné tú corazón se puso como loco.

Caín sonrió, jamás se cansaba de descubrir los talentos de su amigo.

—Adiós Big Red —se despidió.

—Hasta luego —sonrió sabiendo que no era el final de su amistad, había hecho algo por el que nunca terminaría en pagarle.

Caín se fue del viejo taller donde había aprendido demasiado, el único lugar en el que se sentía seguro.

Algo desconcentrado fijó su rumbo al panteón pues no quería llegar a casa y enfrentarse a su padre.

Una vez en el panteón se dirigió al lugar acordado, la tumba de su hermano.

Caín la observó recordando aquel día, recordaba a su madre desbordarse en llanto, a su padre consolándola y a su hermano sujetar su mano con fuerza, para él solo era el recuerdo de mirar los globos volar, preguntándose en qué momento explotarían.

—Nunca has pensado que hubiera pasado si no hubiera muerto —dijo Abel mirando a su hermano.

—No —mintió, lo había pensado muchas veces.

—¿Te acuerda de cómo era? —preguntó quedando a la par de su gemelo.

—Lloraba mucho —respondió Caín— pero olía bien.

Abel sonrió y miró a su hermano, estaba por abrazarlo cuando una voz los llamó.

—Que profundo —dijo burlona esa reconocida voz.

Los gemelos miraron al dueño de esa voz.

—No deberías estar entregando tu placa —atacó Caín.

—Probablemente, pero antes de entregar mi placa y asumir una mínima condena prefiero agregar otra —aseguró.

—Ah si... ¿Cual? —preguntó Caín con desprecio.

—Homicidio —aseguró.

Antes de que reaccionaran Donari sacó su arma de electrochoques para paralizar a los gemelos.

Si la ley no haría justicia Donari lo haría por él mismo.

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