¿Caín?... Abel
Aquella noche algo dentro de Abel no se sentía bien, cerca de las dos de la madrugada un dolor en su estómago se hizo presente, unas horas más tarde el vomito comenzó.
Después de la tercera vez fue cuando decidió despertar a su hermano.
—Caín —le llamó el menor.
Caín despertó muy confundido y con un ligero dolor en el estómago.
—No me siento bien —confesó Abel.
El mayor no supo que hacer, usualmente no le tocaba cuidar a su hermano.
—Llamaré a papá —dijo levantándose de la cama.
—¡No! —exclamó Abel— solo...
No pudo terminar pues salió corriendo al baño, su hermano fue tras él para verle, casi nunca se enfermaban.
Caín se sentó a su lado y sobo su espalda.
—No debí comer ese taco —dijo sintiéndose terrible.
—No debiste comer quince tacos —lo corrigió— buscare algo para el dolor.
Caín salió de su habitación para buscar un medicamento, no dió hasta encontrarlo en la oficina de su padre.
Tomó el medicamento el cual estaba junto a su ordenador, el cual estaba prendido, lo que vió le llamó la atención.
"Síndrome de Alejandría"
No le tomó tanta importancia hasta que vió una de las imágenes, unos ojos morados brillantes.
—Caín —le llamó su padre quien había despertado por el ruido.
—Abel no se siente bien —se precipito mirando el medicamento.
Su padre suspiro y le sonrió.
—Vamos a ver cómo está de acuerdo —dijo sacándolo de su oficina.
Ambos llegaron al baño donde se encontraba el menor vomitando.
—Caín tráele un vaso con agua a tu hermano por favor —pidió sentándose a un lado de Abel.
Su hijo hizo caso y fue por lo que se le pidió.
—¿Cómo estás? —le preguntó su padre.
—Mejor de lo que me veo —aseguró pues se veía bastante mal.
—¿Cuantas veces has vomitado? —preguntó preocupado.
—Una o dos —respondió, su padre enseguida le sentenció con la mirada pues sabía que le mentía —con esta es la quinta.
Su padre suspiro abrumado.
—Te llevaré al hospital —dijo levantándose.
—No... solo dame algo para el dolor y estaré mejor —pidió, odiaba los hospitales.
—Abel —respondió inseguro.
—Por favor —rogó él.
—Bien pero más tarde te llevaré —dijo como última palabra.
Adán tenía todo bajo control, después de preparar una mezcla especial que había aprendido en los primeros años de su internado de medicina, su hijo se sintió mejor.
Los gemelos se quedaron un momento en su baño.
—Puedo dormir contigo —pidió Abel cansado.
—No, hueles a vomito —dijo Caín serio.
El menor lo único que pudo hacer fue mirarlo enojado.
—Oh claro que si bebé —dijo Caín sonriendo.
—No me llames así —le molestaba ser tratado como menor.
Los chicos se quedaron en la habitación de Caín, por la mañana aún con molestias Abel se resistía a quedarse en casa.
—Yo iré —exclamó mientras vomitaba en el baño.
—Claro ahora dilo sin vomitar —dijo su hermano poniendo los ojos en blanco.
—Cállate —le dijo el menor molesto.
—Tu hermano tiene razón —dijo su padre— te quedarás y más tarde llamaré al doctor para que venga.
Abel los miró molestos pero no tuvo más que quedarse callado.
—Tu iras a la escuela —le dijo Abel.
—Oblígame —se quejó, aún se estaba "recuperando" de su incidente.
—Vamos hermano tengo un examen de matemáticas —pidió.
—Encima quieres que haga tu examen —exclamó molesto.
—Por favor —pidió haciendo la cara con la que su hermano no se podía resistir.
Caín suspiro —¿Plan V?
—Claro que si, amo el plan V —sonrió.
Caín se preparó para el plan V, los gemelos eran idénticos excepto por sus ojos sin embargo eso se podía arreglar, Abel le dio a su hermano los pupilentes azules, iguales al color de sus ojos.
Por años Caín insistió en usarlo sin embargo sus padres se lo negaron, eran los únicos que amaban el color de sus ojos.
—Usalos para que no se de cuenta —dijo tendiéndole los lentes negros— se yo de acuerdo.
—Que horror —respondió poniéndose los anteojos.
—Trata de no besarla de acuerdo —pidió el hermano.
—Como digas —sonrió para salir.
—Hablo en serio —gritó Abel.
Caín salió a escondidas para no alertar a su padre quien se encontraba hablando por teléfono.
Su plan era ir, hacer el examen e irse sin embargo su plan falló cuando Dianne se presentó.
—Hola guapo —sonrió.
—Dianne —dijo él incómodo.
Ella se acercó para besarle, Caín por instinto retrocedió, recibiendo una mirada confundida de su parte.
—Estoy un poco enfermo, no quisiera enfermarte —mintió, era bueno haciéndolo.
—Entiendo —dijo abrazándole— ¿Por qué los lentes? —cuestionó.
—No es nada —sonrió, él se quitó los anteojos sin embargo ella no lo noto.
Ambos llegaron a la escuela como si nada, Caín por fin sentiría lo que era vivir un día siendo Abel en este nuevo lugar.
El menor de los Stepler se quedó en cama sintiéndose terrible, nunca había sido de los chicos que se enfermaban pero cuando lo hacía se enfermaba fuerte.
Adán estaba preocupado por su hijo aún más por su esposa quien seguía en su papel.
Richard recibió la llamada de su vecino cerca de las dos de la tarde, odiaba las consultas a domicilio pero con un propósito de por medio era claro que iría.
Tocó a la puerta y enseguida se encontró con aquel hombre que aún en "fachas" daba un porte de elegancia.
—Hola Adán —saludó cordialmente.
—Richard, gracias por venir —agradeció sincero.
—No hay de que —sonrió.
Richard entró y revisó Abel, nada que un buen cóctel de medicamentos y descanso no curará.
—Se pondrá bien —le dijo mientras salía.
—Gracias de verdad —sonrió Adán quitándose un peso de encima.
—Y has pensado lo de Caín —persuadió Richard.
—Bueno estuve investigando y creo que puede ser posible que Caín lo tenga —dijo un poco avergonzado.
Richard calmo su entusiasmo, se relajó y pensó en algo.
—Empezaremos el sábado con las pruebas —dijo tendiéndole una tarjeta —sería una gran oportunidad para Caín.
Adán asintió y se quedó observando la tarjeta, sabía que algo no andaba bien.
El día de Caín fue... estupendo, si bien hizo el examen y debió irse pero decidió no hacerlo, en años no se había sentido tan libre.
Nadie lo veía como un bicho raro, nadie hablaba a sus espadas, nadie pensaba que era un asesino.
De vuelta a casa todos se habían creído la farsa, y quien no lo haría los gemelos habían practicado por años.
—Oye vas muy rápido —se quejó Dianne quien iba tras él.
—Solo quiero llegar a casa —sonrió torpe.
—¿Por Caín? —preguntó.
—Si —respondió sin saber que hacer.
—Tu hermano está bien, no te necesita —dijo acercándose para abrazarlo.
—¿Por qué lo dices? —preguntó confundido.
—Bueno si te necesitara no hubiera hecho lo que hizo —dijo y sus palabras le dolieron.
Caín la apartó suavemente.
—Nos vemos mañana —susurro.
Caín estaba por irse cuando ella lo detuvo, lo giró con fuerza y besó sus labios.
Un beso largo, un beso diferente, un beso qué género tantos sentimientos en ella que jamás sintió.
—Wow —exclamó confundida.
—¿Qué? —preguntó confundido, él también lo sintió.
Ella se quedó observándole detenidamente, un destello en sus ojos fue lo que lo delató.
—Caín... —susurro.
—Esto nunca pasó —le amenazo, se puso los lentes y se dio media vuelta para irse.
Por primera vez en la joven vida de Dianne supo que algo no andaba bien.
Caín corrió hasta su casa para encontrarse una carta frente a su puerta.
La misma carta de siempre.
La abrió pues la curiosidad lo estaba matando.
Caín la arrugó y miró con asco, odiaba no ser normal, odiaba no ser Abel.
Y por primera vez en su vida pensó en que sería de él si su hermano no existiera y le gustó, la idea le encanto por un par de minutos.
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