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Capítulo 11: Junta familiar

La cena estuvo muy buena. Matilda había preparado macarrones con milanesa. Me gustaban los macarrones. Mamá los amaba también, según papá una noche cuando estaba embarazada lo obligó a ir al supermercado a comprar una bolsa. Lo malo fue que ninguno sabía prepararlos.

Sin embargo apenas podía pensar en la comida esa noche. Estaba emocionada por la última carta de Angélica. Tenía planeado decirle a papá que me explicara un poco más, pero había olvidado que era miércoles y que significaría que su atención estaría compartida.

La mujer que nos acompañaba era muy bonita, me recordaba a Ginny Weasley, de Harry Potter. Tenía un cabello largo pelirrojo muy brillante y un montón de pecas entre sus ojos azules. Hablaba poco, era recatada y amable y eso hasta cierto punto la convertía en una persona agradable. El problema venía cuando te dabas cuenta que no te escuchaba y que prestaba poca atención a todo lo que no saliera de su boca.

Papá y ella se la pasaron hablando de lo inteligente que era. Había viajado a un montón de partes, creo que una vez fue a Narnia, pero no encontré el momento oportuno para preguntarle si conoció a Aslan. También enumeró todos los títulos que tenía, hablaba tres idiomas y cantaba. Me sentí pequeña al lado de ella, más de lo que era. Papá apenas pronunció monosílabas antes de que ella comenzara a platicar que ganó un par de trofeos en deportes y que trabajaba en el periódico.
Luego dejó que papá contara sobre él. No estoy segura pero me pareció que papá se sintió igual de pequeño que yo en ese momento. Papá tenía muchos logros, pero no tenía muchos diplomas para comprobarlos.

Nadie da un trofeo por ser el mejor orador de historias. Nadie premia ser el tipo más creativo de la zona. Jamás vi una medalla para el mejor papá del mundo. Eran logros igual de valiosos, pero él no los tenía en una estantería, ¿servían realmente entonces? La repuesta me era confusa.

Papá mencionó su posible ascenso como su logro más destacable, pero la mujer apenas le prestó atención. Estaba recordando alguna de sus últimos viajes antes de contarlo.

Se hizo un silencio incómodo. Odiaba esos silencios. Pensé en algo, si la chica apenas nos ponía atención y yo tenía que resolver mi duda seguro no pasaría nada si lo hacía en ese momento. Ella ni lo recordaría, papá tendría que responder.

—¿Papá, qué es la junta familiar de tu trabajo? —pregunté como si nada mientras clavaba el tenedor a un macarrón para que no se viera mi impaciencia.

Su rostro no cambió como lo esperaba, todo lo contrario, se tornó más tenso.

—¿La junta familiar? —No parecía confundido, más bien intrigado—. ¿Quién te dijo eso?

—Angélica lo escribió en su última carta, dijo que le encantaría verme ahí —solté muy normal—. ¿Qué es?

—No tiene importancia. Es una reunión en la que los empleados acuden con sus familias...

—¿Me llevarás? —pregunté emocionada. Bien, eso de fingir no era mi fuerte.

Papá no respondió. Se quedó mirando a su plato como si la respuesta fuera aparecer en él en cualquier momento.

Después de un rato levantó la vista y se topó con dos miradas sobre él. Ya no estaba yo sólo pendiente de su respuesta, aquella escena había atrapado la atención de la pelirroja que nos veía como si fuéramos actores de televisión.

—¿Qué? —se hizo el desentendido mientras bebía agua.

—Te está preguntando si la llevarás o no —intervino la chica como si también le intrigara.

Papá me miró y yo le dediqué una sonrisa, esa clase de sonrisa que te obligan a decir que sí. Y lo logré, papá aceptó, pero me pareció que no del todo porque durante la cena estuvo más pensativo que nunca.

🔸🔹🔸🔹

 Angélica.

Quizá debería ser más paciente con las computadoras, así quizás dejarían de detenerse cada vez que las sobrecargo.
Desde que me ofrecieron el ascenso me obsesioné con entregar todo a tiempo y en el mejor estado, por lo que el reloj de arena en la pantalla aparecía con mucha frecuencia.

Cuando eso pasaba a veces charlaba con Esmeralda, pero en esa ocasión estaba en la oficina del señor Martínez justificando su faltas. No habíamos hablado mucho de lo que pasó en su casa, cada vez que trataba de preguntarle cambiaba drásticamente del tema. Creo que darle su espacio era su derecho.

Volví la vista al computador, pero la pantalla pasó a segundo plano cuando vi que alguien estaba frente a mí.

Me levanté de golpe pensando en la mejor manera de disculparme por la distracción, pero no hubo necesidad de eso.

Sólo era Roberto.

Suspiré aliviada.

—Disculpa, no quería asustarte.

—No me asusté —aseguré más tranquila—, estaba estirándome.

Bueno, quizás algo más creativo hubiera servido.

—¿Traes una carta? —pregunté para olvidar el tema.

—Sí, como siempre. —Me entregó el sobre con cuidado, se lo agradecí y volví a mi lugar.

Esta era nuestra rutina últimamente. Llegaba, entregaba y se iba.  Era amable y se lo agradecía, yo lo era igual. Nuestra relación laboral era buena a pesar de la competencia.

Pero Roberto no se fue, ni siquiera se movió de su lugar. Estaba divagando si debía o no decirme algo.

—¿Podemos hablar?

Volví a ponerme de pie. Veamos lo positivo, estaba haciendo ejercicio.

—¿Pasa algo? —Evidentemente pasaba algo, si no fuera así se hubiera marchado enseguida.

Roberto tardó en contestar. Me sentí como cuando las personas dicen "tenemos que hablar" y tardan un año en decírtelo, me hacen pensar en todas las cosas que hice y en que me equivoqué.

—Angélica, sabes que no me molesta que le escribas a mi hija, eso la tiene emocionada y es un gesto muy tierno de tu parte —comenzó a explicarme—, pero creo que sería una buena idea que cuides un poco la información que le compartes.

—¿Hice algo malo? —pregunté tratando de parecer tranquila aunque estaba muy nerviosa. Empecé a recordar la carta palabra por palabra.

¡¿Qué hice?! Corrompí a una niña, no sabía cómo, pero tenía que ver una razón y  rogué que no fuera grave.

—No, nada malo... —se adelantó, pero no parecía muy convencido—. Sólo que no quiero que ella se enteré de cosas por tercero, ¿entiendes?

Asentí, pero mi rostro reflejaba la negativa.

—Es sobre la junta familiar —soltó como si hubiera repetido ese nombre un montón de veces.

¿Qué?
¿La junta familiar? Bien, acepto que esa era mi última opción.

—Sí, sé que suena raro, pero en mi planes no estaba que Lisa se enterara de eso tan pronto —Un suspiro de frustración se perdió entre nosotros—. Es una situación difícil... ¿Entiendes?

—No. Es decir, en parte, como un tres por ciento de todo.

—Eso es casi nada.

—Exacto —acepté.

—Angélica, es la junta familiar. Familiar. Junta familiar —remarcó la última palabra un montón de veces—. Se supone que se reúnen las familias. Nuestra familia es diferente. Y sé que ella es consiente de eso, pero ese evento lo remarca demasiado. ¿Alguna vez viste los carteles? Un papá, una mamá y los hijos. Los eventos familiares tienen los modelos más antiguos. Se planean actividades para las familias más comunes. No quiero exponerla a eso. No quiero que cada tres segundos le recuerden que somos diferentes.

—Ser diferente no es malo...

—Explícale eso a la sociedad —estaba desesperado aunque lo oculta.

—¡Manda al diablo a la sociedad! —dije. Estaba algo molesta, lo peor es que no sabía con quién—. ¡Ellos no importan!

—La sociedad nos mandó al diablo hace mucho... Eso no es el tema, el tema es que ahora no podré decirle que no.

—¿Se lo prometiste? —Él negó  con la cabeza—. Roberto, tú eres su familia. Sé que es difícil, pero en ocasiones parece que tienes miedo de aceptarlo. Ella está intentando superarlo, tú deberías hacer lo mismo.

—Angélica, tú no vives en esa casa. Un par de cartas no te muestran la realidad completa. No trates de darme consejos sobre eso, por favor.

La gente nos miraba. Guardé silencio. Tiene razón. Ambos teníamos razón en cosas distintas y eso era lo complicado.

—Lo lamento, Roberto. No sabía lo mal que te caería eso. Escribiré una carta y le diré que me confundí o que se canceló. Ahora déjame trabajar, por favor.

Me senté de golpe en el asiento. No sé si estaba molesta, apenada o triste.
No sé cuanto tiempo pasó, pero yo siento que fueron horas.

—No lo tomes personal, Angélica —pidió ya más tranquilo.

—No lo hago —confesé después de un rato—. Lamento esto de verdad, lo lamento por Lisa ¿Estaba muy ilusionada?

No lo vi a la cara, tenía la mirada en el computador aunque no lo estaba utilizando.

—Algo.

Eso no me hacía sentir mejor. Me sentí extraña. Una parte de mí quiso decirle a Roberto que superara un par de cosas, que dejara de ser tan cobarde en algunas decisiones y tonto en otras. Pero él tenía razón. Las personas siempre decimos que deben hacer los otros en sus vidas, parece tan sencillo, pero no lo es. Nadie sabe lo que implica mover una pieza en una torre frágil.

—Lo siento.

—No, no te disculpes —pidió—, no quise alzar la voz.

—Nunca lo hiciste —reconocí. Roberto nunca alza la voz, lo dice Lisa y lo confirmé yo.

No volvimos a hablar. Esmeralda salió de la oficina y él se marchó.

—Su relación va viento en popa —se burló después de un rato.

Y por primera vez en muchos años no encontré gracia en uno de sus chistes.

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