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Capítulo 6

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Pelos teñidos
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Los ruidos cesaron después de que la chica lo calmara prometiéndole que seguiría con él; una promesa que pretendía evadir a la hora de que se lo recordase. Tectlian era un pobre ingenuo y, sin mucho esfuerzo sabría cómo convencerlo para que olvidase la idea de que conviva con ella todo el tiempo que le parezca necesario.
Lo suyo no era más que un capricho por una joven diferente al resto de su pueblo, lo sabía muy bien, ella conocía a los tipos de su calaña. Sonrió, Tectlian sin duda era el ancestro de ellos.

Mike aún sospechaba que lo que sus oídos escucharon fueron los sonidos de dos jabalines, creía que no se necesitaba de mucha inteligencia para averiguarlo, además, los documentales de YouTube y los de la televisión, le dan la información necesaria para sacar ese tipo de conclusiones. En cuanto volviese a su vida normal—si es que lo hacía—, se comprometerá escribir una carta de agradecimiento al canal de televisión por todo el conocimiento adquirido que le han brindado desde la comodidad de su sofá. Sin embargo, Elizabeth era más astuta, y prefirió quedarse sentada debajo de un árbol, observando en todas direcciones, con una rama en sus manos como arma de defensa.

Era la rabieta de un hombre, de eso estaba segura, gracias a Mike conocía lo que es un berrinche y sabía interpretarlos. El chico era un tonto si creía que pensaría realmente que aquello fue un apareamiento.

     —No hay señal en este lugar —Mike estaba trepado en el árbol en el que Elizabeth se protegía de los rayos del sol, con el brazo extendido hacia arriba sosteniendo su celular—. ¿Crees que la señal llegue si se usa como antena un gancho de ropa? Aunque pensándolo bien, no traigo conmigo ningún gancho de ropa. —A esa altura podía apreciar la gran vegetación extendiéndose a kilómetros. Aun no creía que esto fuese verdad, ha estado tan acostumbrado a ver rascacielos que ver más de una docena de árboles le parecen una selva. Podía respirar el aire fresco por primera vez.

     —Todo es verde —susurró.

Elizabeth, negándose a levantar la vista y ver algo conque quedarse por segunda vez traumada, prefirió responder sin mirarlo.

     —No seas ridículo, Mike —suspiró—. Que aquello le funcione a tu madre, no significa que te servirá a ti, y además, eso funciona en una televisión, no en un celular. —Se burló.

     —Será a tu madre —carraspeó—. La mía usa televisión por cable y no ganchitos.

     —Ahora resulta que mi madre —pateó una piedrilla, resistiéndose a ponerse en pie y encararlo—. Ya deja de perder el tiempo.  

     —Te estoy dando opciones, y eso no es perder tiempo. Tú fuiste la que pidió que subiera y llamara a mi suegro —maldijo al escuchar el pitido de advertencia de batería baja—. Resiste bebé, papi no dejará que mueras. —Susurró, observando con tristeza la barra de batería a 4%.

     —Señor Flores para ti, pedazo de tonto. —Le espetó. El infantil ya no tenía derecho a llamarlo de esa forma.

     —No soy tonto —dijo molesto—. Tú lo eres al pensar que se puede llamar por teléfono en una selva, cuando ya te dije muchas veces que no se puede. ¡Ni siquiera hay señal!

     —Por supuesto que lo eres. —Contraatacó, ignorándolo.

     — ¡Que no lo…! —Resbaló al no pisar bien una de las ramas del árbol.

Durante su caída se golpeó en diferentes partes del cuerpo, un crujido y fuerte golpe lo hizo abrir los ojos—casi saliéndose de sus órbitas—alarmándose. ¡¿Se habrá roto alguna costilla?! Terminó en el suelo con las piernas arriba, el brazo enredado alrededor del cuello y boca arriba, sintiendo un dolor insoportable en la espalda.
  
Elizabeth tenía razón, debió subir descalzo y no con sus queridas sandalias purpuras.

     — ¿Qué decías? —Elizabeth reía con ganas disfrutando verlo en el suelo en una posición increíble, ¿Cómo es que terminó enredándose el brazo en su cuello?

No le gustaba que tuviese razón, pero después de todo, ella acertó… es tonto, o simplemente un joven descuidado y distraído.

     —Puede que si lo sea —murmuró con dificultad, sobándose su cabeza—, pero esto es tu culpa, me has distraído.

     — ¿Te has lastimado? —preguntó esta vez seria.

     —L-La espalda… duele —poco a poco se sentó en el suelo, se sintió aliviado al no sentir algún hueso fuera de lugar—. Creo que estaré bien.

Miró desconcertado su mano derecha, estaba seguro que sostenía algo ahí hace un momento, ¿Pero qué? Al recordarlo, buscó frenéticamente entre las hojas secas del suelo su celular.

     —Ya lo maté, ya lo maté, ¡carajo!

Mike tenía esperanzas de encontrarlo y conseguir más tarde un lugar donde recargar su batería.

     —Patito, ¿Buscabas esto? —Se quedó estático al escuchar esa voz.

     — ¿Diana? —No podría ser la voz de ella, debía ser una alucinación a causa del golpe en la cabeza.

     —Te extrañé, Mikelsito —Era ella sin duda alguna. Una pequeña parte de él se alegró de tenerla consigo y la otra se lamentó al estar consciente de que Elizabeth y ella se odiaban; el fósforo y la pólvora juntos debían estar a más de tres metros de distancia—. Y extrañé ese sensual calzoncillo.

Fue entonces cuando entendió porque lo había llamado «patito»; no traía consigo su toalla. A su alrededor no encontró la toalla, se puso de pie haciendo una mueca de dolor, debió haberse golpeado muy fuerte sin duda. Levantó la mirada hacia arriba y atontado miró su toalla atorada entre las ramas del árbol.

«Y es así como los cavernícolas pierden su ropa y quedan con esos taparrabos. ¡Lo he descubierto!» se dijo mentalmente Mike, ¡podría ser el próximo científico más importante!  

     — ¡Mira, pero si es la pelos teñidos que no dudó en venir detrás del taxista sin panza lechera! —Gritó malhumorada Elizabeth, haciéndose presente.

La dichosa y descarada antigua amiga tenía la desfachatez de acercársele a Mike sin la mínima vergüenza y respeto a su persona, increíblemente su querido Mike no hacía nada, Diana lo ha engatusado desde que lo enredó en sus sábanas.  
   
     — ¡Pero mira quien habla, la que tiene los senos más separados que nuestra antigua amistad! —Se burló, Diana.

Sus mejillas enrojecieron de coraje, y sin dudarlo le lanzó la rama que tenía hacia su rostro.

     —Si vamos hacia esa dirección, hablemos de las tuyas también. —Diana abrió la boca horrorizada y, ofendida se acercó a Elizabeth, dispuesta a plantarle la mano en el rostro. 

     — ¡Ya basta, por favor! —Mike se interpuso entre ellas.

     —Elizabeth comenzó —se cruzó de brazos, mirándola con coraje—. Únicamente quería hablar contigo, pero tu mujercita mete sus narices donde no le llaman.

     —No soy su “mujercita” y Mike no está disponible para ti y, mucho menos para hablar —refunfuñó—. Díselo, Mike.

     —Yo siempre estoy disponible para todas…—ambas le propinaron una cachetada en cada mejilla—. Dios santísimo, eso duele.

     —Pero si eres todo un facilote Mike, no sé porque aún me sorprende, si tuviste la desvergüenza de enredarte con esta estirada que creí era mi amiga. —La miro con sumo odio, o como su abuela decía “la barrió”.

Diana estaba confundida por sus palabras, le estaba levantando falsos y no lo permitiría— Repite eso, Elizabeth.

     — ¡Ya basta! —Tomó a Elizabeth del brazo y trató de no hacer tanto esfuerzo al alejarla de Diana.

No dejó de poner resistencia y refunfuñar, soltándole manotazos sin importarle los gestos de dolor que hacía, le importaba poco el dolor físico de él, lo que tenía ella era mucho más importante; un dolor interno por culpa de aquel par y su empeño en desvelar su engaño frente a sus narices.     

     —Si hablas con pelos teñidos, te juro que me voy con ese cavernícola —Elizabeth señaló a Tectlian, quien se mantenía “oculto” en un árbol—. ¡Hola, taparrabos número dos! —Lo saludó animadamente.

Miró hacia donde una animada Elizabeth con sonrisa falsa saludaba. Un hombre alto, cuerpo delgado, piel bronceada y con una tela enredada en la cintura, estaba intentando ocultarse sin éxito. Los observó con curiosidad, preguntándose si su hermano mayor está informado de los dos nuevos residentes que deambulan sus territorios.

Esta vez, Mike no se preocupó por su vida o correr despavorido ante la presencia de un taparrabos, sino que le molestó que Elizabeth considerase irse con un completo desconocido, si él decidía hablar con Diana.

     —Deja… —atrapó su mano derecha— Deja de saludar a ese tipo.

     —No es tipo —tiró de su mano para que la liberase—. Ahora suéltame Tianchester —Mike negó—. ¡Vamos! Ve y habla con esa mujerzuela, yo aquí te espero. —Propuso, al frustrarse por no soltarla.

     — ¿Estás hablando en serio? —la miró con desconfianza.

     —Por supuesto que no, tonto. Ya te lo dije, le hablas, y yo me voy con el bombón de chocolate de ahí —le sonrió coquetamente a Tectlian—, parece que es amigable.
     
     — ¿Eso es lo que ocurrirá si hablo con Diana? —Elizabeth sólo asintió, esperando que eso fuera suficiente para que la eligiese a ella y no a Diana.

Aquí ella tenía una cosa a su favor: Derecho de antigüedad.  

Mike lo pensó, no deseaba que se hiciesen más daño mutuamente. Elizabeth estaba cometiendo un error al odiarla y Mike no contaba con el valor suficiente para hablar con sinceridad; sin contar con que los matrimonios le aterraban y que cometería una equivocación si se ataba a una mujer estando joven. Esta era su oportunidad de deshacerse de ella, de marcar su separación definitiva y dejar de convivir con Elizabeth, evitando así, posibles confrontaciones.

Esta era su despedida.

     —Espero que disfrutes la compañía de ese cavernícola. —Ella se quedó boquiabierta al escucharle.

     — ¡Así se habla Mike! —aplaudiendo, Diana corrió como loca hacia él—. Llévate a Tectlian, es un buen chico —Abrazó a Mike desde la espalda, depositando un beso en su hombro izquierdo.

Siempre sospechó la gran atracción que se tenían aquellos, sin embargo quien descubrió primero al “taxista” fue ella.

Molesta de su elección, dijo:

     —Primero fui traicionada por mi gato, mi amiga, la misma vecina y después por el prometido. Esto ya no es novedad —se alejó y tomó del suelo su mochila—. Espero que sepas cuidar a ese que se hace llamar adulto, y por favor, procura que no vuelva a caerse de un árbol, no le quedan muchas toallas como ropa y no quiero que termine traumando a los taparrabos cuando vean esas… rarezas. —señaló su calzoncillo de patitos.

     — ¡¿Cómo se te ocurre decir eso?! —Se molestó, Mike—. Estos calzoncillos son envidiables, edición limitada.

¡Suficiente, no escucharía más tonterías de él!, se marcharía ahora. 

      —Esta rama, es mía —sonrió al recordar que fue la misma que utilizó contra Diana—. Funciona bien ahuyentando pequeñas moscas, es una lástima que no funcione para las que mutaron como humanas, ¿No lo crees, Diana?

Notando su indirecta, intentó lanzársele encima, pero Mike le suplicó que se tranquilizara.

     — ¿Estas segura querer irte con él? No hablaba en serio, ese hombre podría ser peligroso. —Se estaba arrepintiendo.

     — ¡Por supuesto que estoy segura!—mintió—. Hasta luego, par de malandros.

Sin añadir más, se dirigió hacia el escondite de Tectlian y lo obligó a marcharse junto con ella, sin quitarse de la cabeza que ahora Mike tenia lo que deseaba… a Diana.

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