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2 Despertando en Italia

Bianca despierta de golpe y lo primero que ve al abrir los ojos es un lugar que hace mucho que no veía, su antigua habitación. Le duele la cabeza como si tuviera una resaca de hace tres días y ni hablar del cuello, tiene una contractura que al girarlo hace sonar sus huesos doliéndole hasta los hombros.

   Es absurdo, inaudito, inconcebible que la hayan traído a la fuerza.

   Intenta abrir la puerta y está cerrada con llave, busca en el bolso que le dejaron con algo de su ropa y de Abigail, su amiga. Tomaron lo que había mano, la morocha va a matarla por tener su pantalón favorito, pero cree que está perdonada no es cómo si hubiera decidido salir de viaje de manera voluntaria del país. No está su teléfono, ni pasaporte. Solo hay una nota en la mesita de luz.

   "En cuanto despiertes marca 123, te atenderá la secretaria de papá, a partir de ese momento tendrás 1 hora para ponerte algo presentable y bajar a verlo. Sin juegos, sin actos rebeldes y sin pasarte de lista"

   —Linda bienvenida. —Arruga la nota y la tira al suelo, entra a bañarse y busca en su bolso en el bollo de ropa que metieron "algo presentable"—. Tomaron todo lo innecesario, hasta ropa sucia, nada de ropa interior —suspira—. Hombres, deberían haber llevado al menos una mujer a secuestrarme, ella sabría que empacar. Ahora debo ver que combina con mi pijama, o mejor la falda para salir a dar una puti vuelta y con una camisa formal y arrugada que empacaron. Los odio.

   Llama al 123 y efectivamente atiende Delia. Reconocería la voz de la vieja amarga de la secretaria de su padre a kilómetros.

  —Buenos días, Delia, tanto tiempo. El imbécil de Marcello y sus gorilas subnormales, con cero gusto del sentido de la moda me empacaron ropa que no combina cuándo fueron a secuestrarme ¿Qué se supone que debo ponerme, para ver a mi padre? ¿O bajo como Dios me trajo al mundo?

   —Bianca le dejé algunas combinaciones de ropa en el closet, espero que alguna sea de su agrado, tiene ropa interior nueva —ven una mujer sabe—, medias y accesorios en uno de los cajones de la cómoda. Supongo que ya se bañó, tiene media hora para bajar —dice la mujer secamente al teléfono y corta.

   —No pues, no sean tan efusivos para recibirme, tal vez vaya a pensar que soy bienvenida. Hogar, dulce hogar.

   Se cambia colocándose un pantalón de vestir negro, y una camisa color vino dejando desprendido tres botones. Definitivamente el tipo de ropa que ella no se compraría y no usaría a menos por voluntad propia o si no tuviera más opciones, como es el caso. Baja y le extraña no ver tanto personal en la enorme y exagerada casa. En su pasado siempre había estado llena de críos revoltosos y personal de limpieza, o gente entrando y saliendo. Don Jean Carlo Rossi no perdía el tiempo en hacer hijos, ni siquiera con la secretaria que fue su madre en un inicio, a la cual, por obvias razones, cambiaron luego por doña limón amargo de Delia. Por supuesto, la esposa de Jean Carlo quería evitar que su esposo cayera entre las piernas de una mujer joven y la fecundara de nuevo, entonces contrataron a la nueva secretaria del catálogo de las momias del museo. Al menos la mujer trabaja bien y es muy eficiente y leal con los Rossi. Por supuesto que tampoco jamás estaría interesada en Don Jean Carlo, aunque si en el personal femenino de la casa y Bianca estuvo segura desde muy chica de eso, ya que acostumbrada a ser un ente para que la esposa de su padre no la notara, y siendo muy silenciosa, la atrapó varias veces, con el ama de llaves, la chica de la limpieza o la niñera, pero jamás con un hombre.

   No ve a su padre desde hace años cuando su madre se marchó de Italia llevándosela, para así empezar de cero en un nuevo lugar dónde nadie las conocía y él no se le pudiera acercar. Intenta ponerse la corbata, pero no logra hacerse el nudo, así que opta por abrir una ventana y tirarla enojada maldiciendo en español, con todos los insultos latinos que se aprendió primero mucho más rápido.

   Llega a las puertas de madera tallada del estudio y está por golpear, pero antes de hacerlo se toma un momento para escuchar la discusión que se lleva a cabo adentro entre sus hermanos mayores y su padre. Mira a su costado sintiendo una mirada fija en ella y es Dalia, observándola con un gesto neutro y serio, nunca sabe que piensa esa mujer. Golpea la puerta.

   —Pasa, Bianca —dice su padre de inmediato.

   Al abrir la puerta se lo encuentra totalmente canoso con expresión seria y exhausta. No es el hombre que recuerda, siempre con una sonrisa. Casi todos sus hijos sacaron los genes fuertes de Don Jean Carlo Rossi, piel trigueña y ojos café oscuros, casi todos excepto Leonardo, Lucas y ella, que tienen la piel clara de sus madres. Pero todos tienen una mandíbula fuerte y el porte seguro de los Rossi, más la altura y cuerpos de por si más bien atléticos. La familia viene de generaciones de atletas, excepto esta generación que se dedicaron a ser empresarios y la cagaron. Claro que a su alrededor están sus hermanos mayores todos vestidos de traje, casi ninguno le dirige la mirada, solo Leonardo, el menos parecido a ellos físicamente y el que mejor la trataba. Los demás jamás la aceptaron y uno pensaría que su padre al tener la única hija de 6 varones antes que ella, la tendría cómo favorita por ser la única mujer, pero no.

   —¿Disfrutaste el vuelo? —Le pregunta con ironía Alessio al cual ella siempre consideró el más desabrido de sus hermanos y con el que peor se lleva.

   —Venía muerta... de sueño. Tu madre sabe de eso ¿verdad? —Ella murió en un accidente de avión.

   —Hija de...

   —Una madre viva —sonríe con sorna—. Digo después de todo, mi madre está a una llamada de distancia y la tuya a una ouija.

   —Bastarda.

   —Papi, Alessio me está peleando —él se acerca enfurecido a ella, aunque Leo trata de frenarlo y ella se levanta, con los puños apretados para pelear—Gracias por llamarme por el apodo que tan afectuosamente me pusieron, casi pensé que era bienvenida.

   —¡Hijos ya basta! —Interviene su padre levantando la voz— Tenemos poco tiempo antes de que lleguen las visitas.

   —Mi prometida querrás decir. Con la cual has arreglado un matrimonio como si yo fuese un auto de tu propiedad.

   —Al menos un auto es más útil —Recrimina Alessio y casi todos ríen, menos su padre y Leo.

   —Habló quien tiene las neuronas justas para no cagarse encima. —Esta vez las risas son más fuertes

   —Se van todos, necesito hablar con Bianca.

   De a uno salen del despacho, no antes de regalarse unas miradas asesinas con Alessio. Su padre se ve estresado, y mucho más avejentado de lo que recuerda. Se sienta detrás de su escritorio y le pide que se siente en una de las sillas frente a él, ella hace caso. Le pasa su teléfono, le muestra su pasaporte pero no se lo da, lo guarda con llave en uno de los cajones de su escritorio.

   —Te lo daré si cooperas.

   —¿Por cooperar te refieres a que me case calladita la boca y sin protestar?

   —Bianca, por favor solo escucha lo que...

   —Si querías que solo escuchara, me hubieras llamado por teléfono. Pero me mandaste a buscar y traerme por la fuerza.

   —¿Me hubieras atendido el teléfono cómo cada vez que te llamo?

   —¿Qué es todo eso del matrimonio? Hace más de 4 años que no nos vemos y me mandas a secuestrar con Marcello. Con mi madre hicimos nuestra vida lejos de ti y esta maldita familia hace más de 10 años.

   —Ten algo en claro Bianca, eres la última opción que nos queda. Yo no quería involucrarte, pero los demás ya están casados y no quedan más Rossis en la familia solteros y como tú eres... lo que eres.

   —Te cuesta más trabajo decir que soy lesbiana, que ser infiel, algo que si está mal. Lesbiana papá, les bi a na.

  —Seré directo estamos en quiebra —«estamos me suena a multitud»—. La única opción que nos queda es fusionarnos con Global Lockwood y formar una sola empresa, no es una opción que ellos nos absorban, por eso llegamos con Walter Lockwood a un arreglo y el matrimonio garantiza a alguien adentro velando por nuestros intereses.

   —¿En qué época arcaica se quedaron? ¿cómo para arreglar un matrimonio entre dos familias y encima a mis espaldas? La inteligencia los persigue, pero ustedes son más rápidos, evidentemente.

   —El acuerdo nos pareció bastante conveniente, tener a uno de los nuestros ligados a uno de los de ellos es una garantía. Solo tienes que durar casada con Francesca Lockwood un año, o lograr que ella pida el divorcio primero. Luego nos haremos cargo nosotros.

   —¿Quieren que me case con ella por un año nada más? No me mal intérpretes, no es que quiera estar ligada a ella por más tiempo ¿Pero no son muchas molestias?

   —Hay otras cláusulas que no necesitas saber ligadas al contrato. Lo ideal es que logres que ella pida el divorcio primero antes del año, así nos quedaríamos con la mayoría de sus acciones.

   —Me encanta cómo usas el plural, para referirte a nosotros, cómo si yo formara parte de esto. Cuando lo que menos han hecho es tener en cuenta mi opinión. Te seré directa, a mí me importa menos que un bledo sus intereses o los de la empresa. No tengo ni idea de cómo una empresa que lleva más de 4 generaciones en el mercado se haya fundido, pero no me importa lo que pase con ella y esta familia. Haré lo que siempre hicieron conmigo —se levanta y se dirige a la puerta—, darles la espalda.

   —Tuvimos que despedir a más de 337 trabajadores —ella frena—, si para fin de año la fusión no se lleva a cabo, serán 600 trabajadores, 600 familias si sostén económico. —Ella relaja los hombros y deja el picaporte, sabe lo que es vivir prácticamente de lo que puedan. Desde que se fueron, su madre trabajó día y noche para mantenerlas, hasta que ella comenzó a ganar dinero en carreras clandestinas de autos que reparaban con Abigail—. Si no es por nosotros, hazlo por esas familias.

   —Eres un hijo de puta manipulador —voltea a verlo indignada y lo señala—. Se supone que mágicamente debo olvidarme de todo lo que me hicieron pasar, tú, tus hijos y tu difunta esposa ¿Qué culpa tenía yo de haber sido producto de una aventura entre tú y mi madre? Honestamente prefería que jamás me hubieras reconocido. En este punto, no estaría aquí y no tendría acceder a casarme por esa gente que tampoco tiene nada que ver con que ustedes hayan sido tan inoperantes para quebrar la empresa —respira dándole la espalda y se toma el puente de la nariz—. Antes que nada, quiero ver que tal es Francesca Lockwood, y luego del encuentro de hoy hablaremos.

   —Una última cosa Bianca, está la cláusula en el contrato que van a firmar, que es la más importante —suspira—, quién pida el divorcio primero le cederá las acciones de la empresa a su esposa, ósea que una de las familias si se divorcian será socia mayoritaria de la fusión. Sé que te pedimos demasiado y créeme que me pesa ponerte en esta situación, pero por favor aguanta y no cedas ante la presión de un divorcio. Luego de esto te dejaremos en paz, te daré lo que sea que quieras y...

   —Quiero sacarme tu apellido —Al oírlo él hace un mueca de dolor— y no volver a ver a ninguno de ustedes, a excepción de Leonardo. ¿tenemos un trato? "papá".

   —¿De verdad quieres eso? Eres mi única hija —suelta una risa irónica.

   —Y mira lo que haces con tu única hija a la que no has visto en años y de la que te desligaste completamente.

   —Intenté hablar contigo muchas veces, incluso viajé a verte y no quisiste verme. Te mandé regalos y dinero.

   —Te mando todo de vuelta, jamás abrí ningún regalo y aunque nos hizo falta no tocamos tu sucio dinero de culpa. Solo quiero que me dejen en paz y vivir mi vida lejos de ustedes —Estira la mano y él con pesar la toma. Tienen un trato—. Voy a necesitarlo por escrito. También renuncio a mi parte de la herencia. Jamás necesite nada de esta familia, más que un padre que tuviera los huevos de jugársela, aunque sea un poco por mí y ni eso pudiste darme. Soy capaz de mantenerme y a mi madre.

   Ella abre y sale dando un portazo, y mira a sus hermanos en la cocina cuchicheando. Fabricio es quién se acerca y la toma del brazo, atreviéndose a amenazarla. Es el más volátil de todos, algo que hasta se le nota en su aspecto de bad boy, con la camisa media abierta mostrando sus pectorales, su barba algo larga, el arito único en su oreja y su asqueroso olor a cigarrillo y mezclado con perfume.

   —Escucha bastarda, más te vale que hagas las cosas bien, te cases y nos dejes el control de la empresa yéndote a manejar autos, motos o lo que seas que hagas como el marimacho que eres.

   —Tienes tres segundos para soltarme el brazo o perder un testículo en el proceso —La suelta y ella se acomoda la ropa—. Te recuerdo un pequeño, pero hermoso detalle que no han tenido en cuenta. Ustedes me necesitan más a mí, de lo que yo los necesito a ustedes —Misma frase que utilizaron con ella hace tanto tiempo—. En este punto yo tengo el poder y control sobre cada una de sus miserables vidas. Si quieren seguir facturando de lo que queda de la empresa familiar, yo que ustedes me mantengo al margen. Así que, en vez de amenazarme ya estarían rindiéndome culto, besando mis zapatos y peleándose entre ustedes para ver quién me limpia el culo cuando vaya a cagar, porque definitivamente puedo negarme a casarme o pedir el divorcio antes -Sus facciones tiemblan de miedo e ira- y tendrían que salir a trabajar por sus propios medios. Inútiles.

   Tocan el timbre, todos se levantan, y su padre camina hasta la puerta de entrada saliendo del despacho al fin. Bianca se posiciona delante de sus seis hermanos y al lado de su padre. La ama de llaves abre la puerta, y lo que ven sus ojos es una Francesca adulta hermosa, la foto no le hace justicia definitivamente. Francesca Lockwood es casi una copia exacta de su madre ¿quién no le pudiera encontrar una mujer por definición hermosa? Su blusa blanca combina con su piel, y su pantalón oxford negro con su cabello, sus ojos azules iguales a los de su padres, su boca voluptuosa, mucho más que su busto, mucho menos que su trasero que marca bien esos pantalones que trae puestos, nariz respingada, pómulos altos que se marcan aún más cuándo ella sonríe y evidencian al mejor dentista que se puede pagar, ni un solo diente fuera de lugar, de un brillo y blancura que parecen natural. A primera vista, cálida. Pero en cuánto abre la boca, esa hermosa boca que siempre deseó, evidencia lo altanera que se ha vuelto, entra cómo dueña del lugar. Su energía es avasallante, los Lockwood dibujan una sonrisa falsa, los Rossi le devuelven el gesto en el mismo escalón de falsedad. Bianca encuentra insoportable a la pelinegra de ojos azules. Su primer pensamiento es:

   «En qué momento me vino a gustar esta engreída y altanera hija de papi. Cinco segundos de interacción, dos palabras y puedo decir que no la soporto ¿de verdad estuve tan enamorada de ella en mi adolescencia?»

   —Buenos días tú debes ser mi futura esposa —estira la mano, Bianca se la estrecha, pero la deja con intenciones de ¿Qué le bese el dorso? La castaña, levanta una ceja y Francesca baja la mano—. Soy Francesca Lockwood River, es un placer.

   —Bianca Gabriella Leone —Acostumbrada a usar el apellido de su madre— Rossi Leone —se corrige—. El gusto es mío, futura esposa. —Dibuja una sonrisa tan forzada como la de ella.

   —Ahí está mi nuera. —Entra más animado su padre—. Yo soy Walter Lockwood y esta es mi esposa Catherine River —ya ve de dónde sacó Francesca lo altanera, la señora no disimula su disgusto, su nariz parada y mentón algo levantando con una mirada de desdén, hacen notar su descontento.

   —Un gusto conocerlos a ambos —estrecha sus manos.

   —Maya tomará sus abrigos así nos dirigimos a comer —dice su padre— estos son mis hijos.

   «Una lástima que estén todos ya casados» Piensa Francesca.

   Bianca tratando de ser amable le extiende el brazo para caminar juntas al comedor y ella lo toma fingiendo amabilidad también. Sus hermanos ven a Francesca y piensan que no es justo que después de todo, la más linda le haya tocado a la lesbiana. Molestan a Renzo que fue el último en casarse hace un año, pero él está feliz con su esposa y la ama, así que ignora a sus hermanos. Al sentarse en la mesa, las futuras esposas quedan frente a frente estudiándose minuciosamente, a Bianca no se le pasa por alto como Francesca mira a sus hermanos, suspira por lo bajo, «ojalá, Renzo, no hubiera sido el último en casarse». El único que lo hizo por amor, aunque Leonardo también se casó medio queriendo a su esposa, pero los demás solo se casaron por motivos tácticos, para hacer crecer la empresa de telas familiar, y aun así se las han ingeniado para cagarla y quebrarla.

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