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13 Una realidad distinta

Si Francesca tuvo que ver cómo es el trabajo de Bianca, a la  castaña le toca ver que es lo que hace ella para ser justas. Hoy se disponen a ir a la empresa Lockwood, la pelinegra está orgullosa de poder mostrarle que es lo que hace a su futura esposa, que no es solo sentarse en la oficina a responder mails, o hablar por teléfono como alguna vez le dijeron sus padres, ya que la piloto jamás ha dicho nada respecto a eso o ha menospreciado su trabajo, como la empresaria lo hizo. Francesca se involucra en todo el proceso, hasta va a la fábrica a hablar con sus empleados, revisar la calidad del producto, chequea el estado de los camiones de transporte, a ella verdaderamente le importa. No es como su familia que no se ensucia, ni se mete o se mezcla con los empleados como una vez le dijo su propio padre: “Son obreros, ellos están en otro nivel. Nosotros como dueños no tenemos porque involucrarnos o rozarnos con ellos”.

   —Linda oficina… muy acogedora —elige sus palabras para no decir que su closet en la casa Rossi es más grande, con mejor iluminación y ventilación.

   —Gracias. ¿Quieres tomar algo?

   —Un café estaría bien.

   La pelinegra sale y ella se pone a ver su oficina, tiene el sillón de un cuerpo pegado a la pared tras la puerta, el lugar es más bien pequeño para alguien que es también una de las dueñas de la empresa y hasta incomodo, ya que el lugar tiene una ventana pequeña detrás del escritorio, con un mueble que le dejan poco espacio para que ella se mueva. Hay unas fotos de la pelinegra con dos niños sonriendo que supone son sus sobrinos ya que se parecen a ella y un bebé en brazos con ella y una gran sonrisa mirando a la cámara, aunque en las fotos se ve bastante joven, osea que no son actuales.

   —Ten, café cargado sin azúcar.

   —¿Son tus sobrinos? —señala las fotos y ella se coloca al lado para tomarlas con algo de nostalgia en su mirada.

   —Son mis primos, nosotros somos los mayores. Ya no los veo —sonríe con algo de tristeza—. Desde que mi padre y hermanos asumieron el control total de la empresa, cortamos lazos —traga con dificultad y Bianca pese a querer, frena el impulso de reconfortarla, pero cede un poco tocando su hombro y le da un suave apretón. Toma su café y le da un trago.

   «¿Por qué no puedo ser mala o distante con ella, por qué siento que me desarmo si la veo mal?».

   —Entonces vas a mostrarme que es lo que haces —se aparta.

   —Sí, mi día comienza chequeando mi mail, armo una lista de los pendientes del día y visito las fabricas o hablo con quién haga falta…

   —Espera —la castaña la interrumpe—, ¿visitas la fabrica?

   —Sí, podríamos ir si quieres.

   —Me encantaría.

   Francesca se pone a trabajar en su escritorio, respondiendo mails, anotando en su agenda lo que tiene que hacer, hablando con proveedores, corroborando la logística, mira la hora y ve a Bianca concentrada en su laptop entre las piernas sentada cómodamente en el sillón.

   Varías veces la mirada de la pelinegra repara en su futura esposa viéndola concentrada en su computadora, en su ceño fruncido, en el labio inferior que se muerde nerviosa o la mano que posa bajo su mentón mientras lee algo atenta, no se le pasan por alto sus expresiones.

   Quiere mostrarle la empresa, pero no quiere toparse con su familia, ya que una cosa es lo que es ella con la piloto y otra es lo sumisa que es frente a su circulo familiar. Aunque siendo realista tal vez ni siquiera hayan venido, siempre han sido demasiado laxos con este tema, tanto su padre y hermanos, desde que ella volvió de la universidad con su flamante título en administración de empresas por el que habían invertido, pusieron de cabeza a trabajar a su activo, osea ella.

   —Tu padre te manda esto —Bianca ve como una mano abre la puerta sin siquiera anunciarse y le tira sobre el escritorio una carpeta con papeles—, ponte a trabajar en eso de inmediato —su hija intenta hablar y mira hacía atrás a su prometida detrás de su madre que se mantiene en silencio para no alertar a su suegra, con el ceño fruncido y una clara molestia en su expresión—. Los nuevos clientes quieren hablar contigo y esta chica… Bianca —el que no deje que su hija hable está irritando a la piloto y escuchar su nombre con desdén de la boca de ella, la irrita aún más.

   —Estoy resolviendo un inconveniente madre, aparte estoy con... —la pelinegra se muestra algo sumisa ante su progenitora lo que sorprende a la piloto, y definitivamente le desagrada la manera en la que trata a Francesca.

   —¿Debo recordarte lo caro que nos salio pagarte la universidad?  —su hija agacha la cabeza y aprieta los labios en una delgada línea—. Esto es de alta prioridad Francesca. Recuerda que aún podemos revocar ese acuerdo, con el que no sigo muy convencida todavía y conseguirte un marido como se debe ¿ya viste hoy a tu futura esposa?

   —Me está viendo “suegra” —La mujer tiesa gira lentamente a ver a la castaña que se levanta imponente dejando su laptop en el sillón—. Sabría que estaba aquí, si la hubiera dejado hablar. Francesca quería mostrarme la empresa —La señora de cabello negro lacio parecida a su hija, a excepción por el color de ojos, mira con algo de molestia a la empresaria—. Pero ya nos vamos, de pronto siento que el ambiente se cargó de malas vibras —Sin emitir palabras sale dando un portazo y ella mira a su prometida—. No es alguien muy maternal ¿verdad?

   —Creo que es mejor que nos vayamos —toma y guarda la carpeta en su maletín con su laptop rápidamente.

   —Aún quiero ver la empresa —Le dice y en ese momento tocan la puerta y pasan, es Walter Lockwood en persona, que honor piensa Bianca.

   —Hija, tu madre me dijo que estabas con Bianca Rossi aquí —entra y le estrecha la mano a la piloto—. Disculpa a mi esposa Bianca, voy se levanto algo gruñona —sonríe pero su nuera no le devuelve el gesto—.  En la carpeta que te dio tu madre, están algunos contratos de los nuevos clientes que necesito que revises, ya que ellos hicieron el trato contigo y les gustaría reunirse con nosotros y ustedes dos para firmar.

   —¿Por qué conmigo?

   —Ahora serás parte de la familia señorita Rossi o debería decir Rossi de Lockwood.

   —Le agradezco que me quiera dar su apellido, pero mi mamá y mi papá ya me dieron el suyo y solo soy de ellos. Una cosa más querido suegro —se acerca dándole una pequeña palmada en el hombro—. Ya que seremos familia, su hija necesita una oficina más grande, una a su altura. Creo que ambos sabemos que se la merece y que ella trabaja demasiado. ¿Nos vamos Francesca? —gira a mirar a la pelinegra.

   Ella toma su maletín, su padre la mira con enojo, sabe que esto no quedará ahí y seguro más tarde ellos van a llamarla para recordarle cuál es su lugar, y que ellos son su verdadera familia, le recordará que esto no deja de ser un contrato de negocios. No le muestra la empresa, con el intercambio de palabras de sus futuros suegros, la piloto no tiene ganas de permanecer ni un segundo más en el territorio Lockwood. Ha tomado una decisión y le llama a Leo antes subirse al auto mientras espera a su prometida.

   —Quiero que Francesca tenga una oficina que sea más grande que un closet, cómoda con un escritorio grande, una ventana de la cual ingrese buena luz, tenga buena ventilación, un juego de sillones, y un librero cómodo en la empresa, también aire acondicionado y calefacción ¿Para cuándo podría tenerlo?

   —Hola, buenos días hermana. Bianca, no creo que nuestros hermanos…

   —No creo que sea problema despúes de todo fueron capaces de acordar un matrimonio a mis espaldas, me trajeron en un avión como una bolsa de papas y me están usando para salvar la empresa —suspira y se lleva la mano al puente de la nariz. Decide probar con otro método para convencerlo—. En su empresa no la valoran Leo, si la hacemos sentir segura y bienvenida en telas Rossi, quizás ni siquiera necesitemos hacer la fusión, solo necesitaríamos a Francesca, en realidad solo la necesitamos a ella.

   La castaña hace esto para molestar a su pronta familia política, aunque e intenta convencerse de esa manera. Sabe que hace esto por ella, porque Francesca se lo merece, porque lo vale y porque quiere hacer algo para que ella se sienta bien, quiere darle un lugar acorde a sus capacidades, que la deje brillar, que sea cómodo, que lo sienta suyo.

   —Tienes razón, déjame ver que puedo hacer y hablamos mañana.

   Por primera vez desde que se encontraron de nuevo, la piloto ha visto una faceta nueva de su futura esposa, una mujer sumisa y complaciente con su familia. Si es honesta con ella misma, prefiere la versión de Francesca que pelea con ella, que se defiende, que le lleva la contraria y que no le deja pasar nada. Verla así de indefensa y casi frágil ante su familia, la hace ver más humana y le dan ganas de cuidarla, de protegerla de ellos, de mostrarle su valor. Ver su oficina que ella le mostró orgullosa, cuándo en la empresa de su familia, la recepcionista tiene un escritorio más grande y cómodo, movió toda la piedad por ella y pensó en la manera en la medida de sus posibilidades, darle algo mejor.

   «Merece una oficina más grande, una que refleje sus cualidades y capacidades»

   Leo le llama al cabo de tres días.

   —Tu pedido ya está resuelto. No son muebles nuevos, sino más bien reciclados y los que en mejor estado encontramos, pero supongo que es algo, Karen —su esposa— me ayudo a decorarlo y es la oficina que iban a darte a ti, hasta la han pintado —antes de que su hermana dijera algo él interviene—. Sé que no vendrías a la empresa menos aún a la oficina, y que no quieres involucrarte mucho con esto, pero papá quiso que si venías sintieras que tienes un lugar.

   «No entiendo cómo un escritorio me daría el sentido de pertenencia que no he tenido en años y que jamás antes se molestaron en darme. Supongo que pedirle que quitarme su apellido y apartarme para siempre de la familia, hizo el milagro en Don Rossi». Piensa pero no lo dice.

   —¿Cuándo podemos pasar a verlo?

  —Cuando quieran.

   —Ya vamos.

   Le corta y se comunica con Francesca, la pasa a buscar por su empresa y mirándola ahora de manera un poco más compasiva, le dice que camino a almorzar tiene que pasar por las oficinas de los Rossi, la pelinegra ya tiene opciones y la acompaña. Bajan y le muestra el lugar, los empleados las saludan cordialmente, Leo las recibe y le da copias de las llaves de la oficina, Bianca abre y la hace pasar, la empresaria mira la oficina con los ojos brillantes, mientras que la castaña la observa a ella, por su expresión y la luz en su mirada, sabe que le ha encantado.

   —Es muy linda tu oficina.

   —En realidad es tuya —le da las llaves y ella la mira extrañada—. Yo no voy a venir a la oficina, no me hace falta, mi trabajo es otro. Si te gusta quedatela, despúes de todo vamos a casarnos y lo mío será tuyo, así que lo que me pertenece como esta innecesaria oficina que no voy a usar, es tuya ahora —Ella mira a Leo buscando confirmación en su mirada.

   —Aquí serás más que bienvenida cuándo quieras usarla. Mi padre la había acondicionado para tu exótica futura esposa —ella sonríe—, sabiendo que es muy probable que no la usara. En cambio tú le puedes sacar provecho.

   —No sé que decir.

   —Con un gracias, y yo pago el almuerzo, estaría bien —responde la castaña metiendo las manos en su overol.

   La empresaria la mira a su lado con actitud relajada, con su overol color caqui y la pupera negra bajo el mismo, sus lentes de sol puestos y su cabello suelto ondulado algo salvaje que apenas le llega a los hombros. Ella le sonríe y Bianca le devuelve el gesto marcandosele el hoyuelo en la barbilla, la otra suspira. Quiere abrazarla, quiere hundir su rostro en su pecho y sentirse pequeña entre sus brazos, quiere agradecerle este gesto que es algo enorme para ella, pero está Leo también aquí y le da algo de vergüenza hacerlo, entonces se acerca y se coloca al lado de ella que mira por la ventana atrás de su escritorio la vista.

   —Gracias —le dice con los ojos brillantes.

   —No es nada, si necesitas algo más para estar cómoda me avisas o a Leo —voltea a ver a su hermano que con una sonrisa idiota las mira y ella se aclara la garganta, entonces él cambia el gesto.

   Se despiden de ellos, luego de pasar a ver a Don Rossi por su oficina y saludar a Alessio que iba pasando sacándole Bianca el dedo medio. Al subir al auto hay una inquietud en la pelinegra, está feliz por la nueva oficina y mira las llaves en su mano, pero no cree que deba aceptarlas, aunque quiere hacerlo, pero es que si las acepta podría tener problemas con su propia familia, y no quiere estar enemistada con ellos.

   Mira a Bianca tan fresca y relajada como siempre, desearía aunque sea sentir un poco de esa libertad que la otra experimenta con tanta naturalidad, desearía su espontaneidad para reír y hacer chistes sin tener que guardar apariencias, su despreocupación al enfrentar problemas y no estresarse demasiado.

   Bianca Rossi debió haber sido el tipo de niña que jugaba con barro y trepaba arboles, mientras que ella fue criada usando vestidos finos, y jugando adentro con sus muñecas comportándose como una mini adulta, su niñez estuvo plagada de reglas, de las maneras “correctas” en la que una mujer debe comportarse, no reír a carcajadas, no gritar, no hacer escenas, no perder la compostura y siempre sonreír para agradar, siempre pretender que es alguien perfecto. Pero con Bianca no pudo hacer eso desde el primer día, cuándo estuvo con ella a solas, no fingió y de hecho cuándo está con ella aún ahora a solas se siente mucho más libre de ser quien es, de lo que se ha sentido en años.

   —¿Qué pasa? —Le pregunta la castaña al sentir la mirada insistente del lado del copiloto.

   —No creo que pueda aceptarlas —deja las llave en el tablero del auto y la castaña suspira.

   —Haremos algo. Si me das al menos una razón valida, que no implique: “a mi familia no va a gustarle”, algo que me vale hectárea y media llana de verga —la castaña hace la mímica de asco, sacando la lengua—. Me hiciste decir la palabra con V —eso hace reír a la otra a su lado—. Te las acepto de vuelta y si te hacen problema doblo en esta esquina y voy a hablar con tu familia en este instante —ella pone la luz de giro y Francesca pasa por encima de ella y la saca, rozando su pecho por las manos de la conductora que no se aparto ante la maniobra—. ¿Y bien? —la otra no responde—. Mira yo no voy a usarla, lo sabes bien, quédate las llaves por las dudas y cuándo necesites una oficina, aquí tienes una que hasta tiene baño propio. Y te mereces una oficina acorde a tus capacidades, es más debería ser más grande que la que acaban de darte aquí —ella sonríe—. Igual me sigues cayendo mal, no te pienses que no —le toca con un dedo la mejilla y empresaria ríe. Pero sentimientos mezclados a unas ganas de llorar la invaden, es algo raro entre felicidad y tristeza, porque su familia no puede ver lo que su prometida ve en ella.

   —Entonces supongo que tengo una oficina nueva.

   —Literalmente a estrenar. Ahora vamos a comer que muero de hambre. Hay un lugar en la costa que…

   Francesca otra vez la mira y esta vez siente un calor, algo que no había sentido antes, algo que aún no sabe bien que es o cómo describirlo. La verdad es que Bianca la acaba de hacer sentir cuidada y le ha dado un reconocimiento por el que en otra etapa de su vida, se habría matado en conseguir, y ella sin pedirle nada la acaba de reconocer. A la pelinegra su oficina siempre le había parecido chica siempre y pensó que con los años más trabajo duro le darían una más grande o más cómoda pero no fue así. Es como si su familia se empeñara en hacerla sentir pequeña, hasta de manera literal.

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