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Capítulo 7

Aún estaba dándole vueltas en mi cabeza a las palabras de Héctor.
No podía creerme que su abuelo le ordenase algo así.

Nada más llegar al edificio donde estaba las oficinas del señor Izur, me subí a uno de los ascensores.
Pulsé el número de la planta que me había indicado el guardia de seguridad.

Estaba tan nerviosa que hasta las manos me sudaban, mis neuronas trabajaban a la velocidad de un rayo de como  debería hablar con aquel hombre tan recto negándome a complacerlo.
De pronto el ascensor se para, las puertas se abren y pasan dos hombres seguido de Alois.
Nada más verlo inmediatamente sentí  un golpe de calor seguido de un cosquilleo en mi tripa.
Alois lucía tan apuesto con su traje gris dándole un toque de sensualidad y a la vez de confianza en sí mismo.
Sus ojos almendrados me observan con detenimiento, al mismo tiempo que mi cuerpo tiembla descontrolado.

— ¿Para donde vas celebridad? — Me susurra en mi oído dejándome casi sin aire.

— He venido a ver  a tú abuelo, quiere verme.— Le suelto del tirón sin apenas mirarlo, puesto que si lo hago pienso que caería desmayada.

— Bien. Te acompaño, yo también iba a verlo en estos momentos.

Asiento con mi cabeza hasta que por fin llegamos a la planta donde iré a reunirme con el señor Izur.
Alois se despide de esos dos hombres trajeados seguiéndome de cerca  llevándome hasta la oficina de su abuelo.

Antes de pasar, Alois pone su mano en mi espalda, ese pequeño tacto hace que mi espalada arda y en mi tripa haya una manada de elefantes bailando.
Debo de recomponerme de inmediato ante las sensaciones que provoca este hombre en mí.

Veo como se dirige a su abuelo, enseguida el aire se contamina, Alois y Damián se enfrascan de inmediato en una discusión.
Yo parezco un árbitro de tenis mirando de uno al otro, al final Alois sale de la oficina enojado.
En ese instante no me paro a pensar en las consecuencias, salgo detrás de Alois agarrándole por su brazo obligándole para que pare.

— Lárgate celebridad no quiero verte.

— Alois, no sé exactamente lo que les pasa, pero si de algo estoy segura es que hablando se entiende la gente.

—¿Acaso te estás burlando de mí? Mira desaparece de mi vista y preocúpate de que mi abuelo te pague bien por hacer de canguro de Héctor.

Sacudí mi cabeza de derecha a izquierda pasmada por la actitud de Alois.
¿A dónde había quedado aquel hombre que se había preocupado por mí cargandome en sus brazos hablándome despacio muy pegado en mi oído?

Definitivamente habrá desaparecido.

Vuelvo para la oficina del señor Izur lo saludo tímidamente, el cual  se encuentra mirando por una de las cristaleras los rascacielos muy concentrado.

— Señor Izur. — Carraspeo mi garganta haciéndole entender que estoy aquí.

Volteándose, me mira en silencio haciendo que me sienta algo incómoda ante su mirada glaciar.
Despacio, haciendo resonar sus zapatos en el parqué viene hacia mí directo donde se para a pocos metros  tomando asiento y a su vez señalando con su mano otra silla que había delante de él.
Tomé asiento sintiendo mi cuerpo rígido.
En ningún momento bajé la mirada, lo que me permitió ver unos ojos llenos de tristeza.

— Te preguntarás porque he querido que hablaramos. — Comenzó dirigiéndose hacia mí ofreciéndome una taza de café.

— Exacto. Me intriga saber que puedo hacer yo por usted.

— Laura, en estos momentos eres mi único recurso para hacer que mis nietos se lleven bien. Ellos antetodo sin primos, por sus venas corren la misma sangre, y a mí me destruye por dentro verlos enfrentados.

— Comprendo. ¿Pero que pinto yo en toda esta historia?

— Tú has hecho que ellos se vuelvan a juntar después de llevar años distanciados. Gracias a ti, tanto Héctor cómo Alois asistieron a mi cumpleaños, llevando años sin querer ir por no verse las caras.

— ¿Tanto odio se tienen?

— El suficiente como para distanciarse uno del otro y yo soy el culpable de todo. No fui capaz de entender a mis hijos, y mucho menos a mis nietos. Por ello, antes de que sea tarde, quiero pedirle que trabaje para a mí como mi asistente personal.

No entendía del todo como Damián me estaba ofreciendo aquel puesto de trabajo, y todo ¿para qué? ¿Unir a sus nietos?

— Sigo sin comprender  que me quiere decir. Yo...hacer de...celestina entre los dos para que vuelvan a llevarse bien. Vamos es una absurda idea.

— Laura, para tí lo es. Para mí es una necesidad de tener de nuevo a mi familia unida. Qué mis dos nietos, lleguen algún día a dirigir esta empresa que por tanto esfuerzo me ha costado levantarla y llevarla a lo más alto. Ellos serán lo que ocupen mi puesto. ¿Pero como se maneja una empresa con dos personas enfrentadas? Es imposible.

— Le entiendo. Pero...yo no sé que puedo hacer para que ambos firmen la pipa de la paz.

— Algo han visto en tí para que los dos se hayan unido de una manera súbita.
Debo decirte que Alois nunca pisó la casa de Héctor hasta yo me sorprendí de verlo en su casa.
Por eso te propongo que seas mi asistente personal, y al mismo tiempo podrás estar cerca de ellos e intentar convencer les que ese odio que se tienen los está destruyendo.

Me quedé durante unos minutos largos pensando en todo lo que me decía Damián. ¿En verdad yo podré hacer que Héctor y Alois se perdonen?

Me humedecía los labios de los mismos nervios. No sabía que responder aquel anciano el cual se veía preocupado y hasta triste.
Por otro lado yo no sabía nada sobre sus vidas. Yo estaba estudiando para ser veterinaria,  no para ser detective.
Aunque por otro lado, este trabajo es una gran oportunidad para mí, podré adquirir más conocimientos y a la vez aumentaré mis ahorros para poder comprarme la casa de mis sueños y largarme cuanto antes de mí casa. Lejos de esos tres imbéciles.

— Acepto el reto. Trabajaré para usted y haré hasta lo imposible para que sus nietos vuelvan a quererse dejando atrás su ego para perdonarse.

— Gracias Laura, no sabes lo feliz que me haces. Ahora mismo llamaré para que te redacten tu contrato.  Si lo desea puede trabajar de inmediato.

— Señor Irzu, yo quería decirle que estoy estudiando y debo asistir a mis clases.

— Llámeme Damián, para mí no es ningún problema, debes continuar con tus estudios.

— Gracias.

— No me las des, ahora serás mi mano derecha y todo lo que tú digas o decidas se cumplirá. Confía en mí Laura.

Damián era un hombre con sus ideas fijas, no se andaba con rodeos, y aún así me siento atrapada en mi propia telaraña.
Quizás sea algo ambiciosa, aún así todo esto lo hago por necesidad, no estoy a gusto en casa, todos los días es un infierno, peleas, insultos y temo que Ricardo llegué algún día a lastimarme.

Cuántas noches no he podido dormir por miedo a que pase a mi habitación y me vuelva a tocar.
Cómo aquella vez que nos quedemos solos y comenzó a tocarme mis pechos mientras me tapaba la boca, agradecí que en esos momentos tocasen a la puerta y pude salir huyendo.
Aquella vez solo fueron mis pechos, pero cuantas veces se me ha pasado por la cabeza de que pueda llegar a violarme. Puesto que en algunas ocasiones ha intentado hacerlo.

Me despido de Damián y me marcho feliz quedando en vernos en dos días.

Caminé por el pasillo que me llevaría hasta el ascensor.
Antes de motarme en el ascensor, sentí una mano en mi brazo. Me sobresalté y al ver que se trataba de Alois mi traicionero cuerpo empezó ha arder nada más tocarme mirándome con sus ojos almendrados detenidamente.

— ¿Qué quiere? — Articulé palabra deshaciendo me de su contacto.
Necesitaba poner distancia, para así poder enfrentarme mejor a él.
Dado que no sé que me hacía que mi cuerpo se volvía otro, como si Alois fuera un hechicero y con su voz melancólica y esa mirada que me penetra dejándome cautivada me atrayara tan despacio a él volviéndome indefensa ante el efecto que  provoca en mí.

— ¿Para qué te has reunido con mi abuelo?

— Me ha ofrecido que trabaje como su asiste personal. — La cara de Alois se transforma a peor. Su mandíbula está tensa, su mirada es más dura y su cuerpo está demasiado cerca de mí, tanto que me cuesta respirar con el encima mirándome de esa manera tan dura y a la vez tan sugestiva.

— Cada vez tengo más claro que eres una interesada. No sé cómo lo habrás hecho para convencer a mi abuelo. Pero a mí no me las das, y tarde o temprano te voy a quitar esa máscara.— Furioso se marchó dejándome a solas con mis pensamientos y el olor de su fragancia.

Una vez fuera de aquel edificio cambiné hasta la parada del bus y allí me fui derecha hacia mi casa.

Cómo sospechaba no había nadie. Me fui derecha hacia la cocina para prepararme algo de comer.
En ese momento llegó Ricardo con su habitual altanería y chulería.
No tardé en sentir dentro de mí miedo y a la vez odio.
Podría decir que más era el miedo quien se iba ajustando a mi cuerpo.

Sus manos se posaron en mi cintura, acercándose tanto a mí que me impedía moverme. Estaba de espaldas a él, traté de moverme sin éxito.
Su duro cuerpo me tenía acorralada en la encimera, una de sus manos apretó uno de mis pechos.
El pánico iba apoderándose de mí, aunque me revolvía intentando huir con todas mis fuerzas no podía, atormentada intenté gritar cuando su mano tapo mi boca no si antes golpearme.

— No chilles o será peor, tranquila esto no va dolerte.

Las lágrimas no tardaron en rodar por mis mejillas, de un empujón me lanzó hasta la mesa donde me acorraló nuevamente apoderándose de mí.
Debido a mis fuerzas eran escasas
sentí sus manos vagar por mis muslos, cuando me bajó mi pantalón creí desmallarme.

De pronto vi un tenedor, estiré mis manos hasta  el tenedor, sin pensarlo se lo clavé en su pierna.

— ¡¡¡Aarg!!! — Maldita puta me ha dolido.

No podía decir nada, salvo colocarme los pantalones todo lo rápido que mi estado me permitía y salir huyendo.

— ¡Ay Dios mío mi hijo que ha pasado! — Carmen cruza por mi lado dirigiéndose hacia su hijo.

Lo único que se me ocurre es salir corriendo hasta llegar a un parque.
Allí me siento en un banco dejando que mi llanto me invade sintiéndome que no sirvo para nada, que soy la peor de las personas.
Simplemente me hago una pregunta:
¿Qué estoy haciendo de malo para tener que acabar así?
¿Dónde me equivoco y porqué todo lo malo debe sucederme a mí?

Entierro mi cabeza entre mis rodillas dejándome vencer.
Aún puedo sentir las sucias manos de Ricardo tocándome, ese aliento a cerveza y sus palabras no dejan de golpearme en la cabeza.

— Señorita disculpe, necesita ayuda.
— Estoy tan frágil que no deseo que nadie sienta lástima por mí. Quiero estar sola y terminar de una vez por todas con esta presión que me ahoga lentamente impidiendo que respire con calma.

— Disculpe mi insistencia, pero no la veo nada bien, desea que le lleve a la policía o algo así. — Me río irónicamente, alzando mis ojos hacia aquel desconocido.

El desconocido muy amable me hace entrega de un pañuelo y una botella de agua.

— Beba por favor. — Hago lo que me pide, bebo varios sorbos de agua logrando de algún modo calmarme aunque el miedo sigue fluyendo por mi organismo.

— Gracias ya me encuentro mejor. —Miro aquel desconocido, que sigue mirándome algo preocupado.

— De verdad no desea que le acompañe a ningún lugar, no la veo bien, mire sus manos tiemblan y hace mucho frío para que vaya con poca ropa.

— En estos momentos no siento frío, deseo que algo bueno me ocurra en esta vida, puesto que cada vez veo más lejana la posibilidad de que se me cumplan mis sueños.

— Todos hemos soñado de alguna manera despiertos.
¿Quién no le ha dado envidia de algo? De poder tener todo y faltarte algo, o no tener nada y quererlo tener o simplemente vives soñando con que algún día uno a uno tus sueños se cumplan.
Todos tenemos sueños, ilusiones donde aferrarnos y eso es lo que nos lleva a querer luchar en esta vida tan bonita y que por algún motivo acabamos desperdiciando.

Me quedé en silencio mirando hacia el frente donde había gente cambiando, otras en bici y algunos con sus perros.
Dejé por un instante que mis lágrimas se secaran y mi alma se tranquilice.

Me estaban lastimando de todas las maneras posibles,  si hablaba era una mentirosa, si callaba era mi culpa porque se lo estaba permitiendo.
Y yo...¿que sacaba de todo esto?
Era la víctima, la que debía escuchar todas las palabras obscenas dirigidas a mí y ahora esto.
Ricardo ha estado a punto de violarme.
¿Y qué debo hacer?
Tengo miedo. Miedo de que nadie me crea, miedo del qué dirán puesto que es mi palabra contra la suya.
Tengo hasta pánico de mí misma, de no poder enfrentarme a él y pararle de algún modo los pies. De que él vaya apoderándose no solo de mi cuerpo, sino también de mí misma.
Llegando a ser una marioneta entre sus manos.


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