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Capítulo 1

Estoy agotada, mis pies me duelen horrores y las manos las tengo moradas del frío que hace.
Llego a casa temblando por el frío, lo unico que deseo es darme una ducha y comer algo.

Me doy un ducha y al salir me encuentro de frente con el idiota de mi hermanastro.
Ricardo, no solo es insoportable, además de idiota, es simplemente un holgazán que vive del cuento y claro como su madre se lo cree todo, él se aprovecha para irse con sus amigos de fiesta y no dar palo al agua.
No lo soporto y más con esa arrogancia que hace que me den ganas de abofetearlo.

Me mira de arriba abajo comenzando a reírse a carcajadas.
De nuevo vuelve a burlarse de mí.

— Pero chica mírate parece que has salido de una jaula de leones con ese pelo y ese chándal que casi ni te ves con el puesto.

Agotada por sus comentarios machistas no tardo en responderle.

— Al menos yo tengo mal aspecto porque trabajo, cosa que tú holgazán vives a costa de lo que te da tú mamá engañando a mi padre.

— Si tú eres tonta yo no tengo la culpa. Mientras que tú trabajas como una burra yo estoy en casa disfrutando y obteniendo caprichos.

— Nunca vas a cambiar Ricardo ¿Verdad? — Le desafío con la mirada antes de marcharme hacia mi habitación donde me encuentro chateando como siempre a Jeny, mi hermanastra e hija de su primer matrimonio de mi antipática madrastra Carmen.

Paso de ella y de sus comentarios sarcásticos, me pongo mi pijama sin responderle a sus estúpidas preguntas.

¿De dónde vengo a estas horas? — Me repite una y otra vez.
Hay que ser corta de mente. De dónde voy a venir sino de trabajar.

Llevo tres años trabajando por horas en distintos empleos.
Quiero poder terminar mi carrera como veterinaria y lo que más anhelo desde que mi papá se volvió de nuevo a casar es poder comprar mi propia casa.
Podría irme de alquiler, aun así pienso que es una manera de tirar el dinero, para eso prefiero ahorrar y cuando tenga el suficiente dinero meterme en una hipoteca de algún modo será de mi propiedad.
Desde el primer día que mi padre me anunció que se volvería a casar, no me prestó muy bien que digamos, puesto que mi madre apenas había hecho dos años que falleció y él volvía de nuevo a casarse y más con una viuda con dos hijos a su cargo.

¡Qué horror! Fue lo primero que se me pasó por mi mente, puesto que yo soy hija única y no estoy acostumbrada a compartir mis cosas y muchos menos tener que soportar a estos niños mal criados y nada compresivos.

Durante estos doce años que llevamos de convivencia, he soportado de todo. Desde levantarme y hacer de cenicienta ha tener que aguantar las impertinencias de los tres.

En mi corazón hay un agujero de sufrimiento, diría que me siento afligida por no obtener el apoyo y tiempo de mi papá.
Él es camionero, y en ocasiones debe viajar por meses y cuando vuelve a casa, Carmen lo acapara para ella convenciéndole de todos mis fallos. Consecuencia, mi padre me regaña haciéndome entender que Carmen y sus hijos son ahora mi familia.
Guardo silencio, callando me para mí lo que pienso soportando una a una la verdad.
Yo no hago nada malo.
No tengo novio, no he salido en veintitrés  años que tengo con un chico porque me la he pasado estudiando, haciéndole los recados a Carmen en su peluquería impidiendo que salga con mi única amiga, Alba.
Gracias a ella puedo desahogarme, expresarme y sacar este rencor que lentamente atapona mi corazón planteándome de querer salir cuanto antes de esa casa.
Esta casa que es mía, el hogar que construyó mi madre y mi padre cuando se casaron, un hogar cálido donde se podía respirar amor y donde mis padres hablaban y me mimaban.
Pero todo eso se acabó cuando mi padre empezó a culpar a mi madre de adúltera y su matrimonio por diez años acabó roto.
Mis padres se divorciaron y dos años después mi madre y yo tuvimos un accidente.
Afortunadamente a mí no me sucedió nada, pero mi madre murió días después en el hospital.
Yo solo tenía doce años cuando aquella tragedia me golpeó tan fuerte que ha día de hoy me cuesta reponerme de la ausencia de mi madre.
Me hace tanta falta que lloro en silencio rogándole que donde esté me ayude a superar esta amarga vida que me ha tocado vivir.

Estoy tan agotada que no tardo en quedarme dormida una vez que me meto en la cama.

La alarma del móvil me avisa que hoy es jueves y como no tengo clases debo de ir a la tienda de ultramarinos de  Vasilisa mi jefa, y la cual me permite trabajar un par de horas para irme después a trabajar a la pizzería tres días a la semana.
Los fines de semana trabajo como camarera, bien en una discoteca cuando necesitan gente o en el catering   de la empresa de Justino, el hermano de mi jefa Vasilisa.
Son muy buenos conmigo y saben que me hace falta el dinero, por lo cual cuando Justino tiene un evento importante no duda en llamarme.
Y así es como una chica con pluriempleo de horas va sobrellevando sus gastos, y el poder ahorrar.

Nada más levantarme, escucho desde abajo los gritos de Carmen exigiéndome que limpie la casa antes de marcharme.
De nuevo comenzamos a discutir, puesto que no estoy dispuesta a ser su sirvienta y sus hijos tocándose las narices sin hacer nada en todo el día.
Cabreada empiezo a limpiar dirigiéndome hacia el par de hermanos exigiéndoles que me ayuden.
Por supuesto, el trabajo no está hecho para ese par de gandules.

— Jeny deja ya de chatear y ponte a recoger el cuarto, míralo está hecho una pocilga. — Me muestro enfadada, tanto que acabo quitándole el móvil de las manos.
Su adicción al móvil pueda más que ella y tras intentar quitarme el móvil, el aparato cae al suelo rompiéndose a su vez la pantalla.

Estupefacta, Jeny no tarda en ponerse a dramatizar agarrando el móvil llorando como si se le hubiera muerto algo sagrado.

— Jeny, lo siento...— Trato de disculparme en vano, cuando de pronto se abre la puerta y aparece Carmen.
Para no variar comienza a vocearme culpando me de haberle roto el móvil a su hija. Termina de hablarme exigiéndome que le compre otro móvil nuevo.

— No le voy a comprar nada. Si quiere uno que se lo compre ella misma. En vez de regañarme a mí, hazlo con ella para que me ayude, yo no soy una esclava.

Rabiosa salgo de la casa dando un portazo.
Estoy tan enojada caminando por la calle hacia mi trabajo que no me percato que una moto casi me atropella cuando disponía a cruzar la calle sin mirar.

— Es que no ve por donde va. O acaso quieres suicidarte.

— Soy muy joven para morir. Y tú qué, tienes que conducir como un loco.

— ¿Loco yo? Si has sido tú la que ibas a cruzar sin mirar pirada.

El semáforo se pone verde, y aunque le grito aquel motorista que ni educación a tenido de haber mostrado su rostro se va dejándome aún más enfadada.

Llego a la tienda, saludo a Vasilisa, le narro por encima lo sucedido. Ella qué sabe cómo se las hasta mi madrastra,  me da sus consejos ayudándome de alguna manera.
Al menos soy escuchada y comprendida por alguien.

Trabajo hasta mediodía en la tienda, en todo el rato he parado y precisamente cuando llega mi compañera para marcharme me llama  Jorge mi otro jefe y me comunica que un repartidor ha tenido un pequeño percance y si puedo sustituirlo.
Estoy agotada en todos los sentidos.
Pero si deseo salir cuanto antes de la casa de los horrores no me queda de otra que trabajar.

Llego a la pizzería, saludo a mis compañeros, hablo con Jorge el cual me explica lo que tengo que hacer.
Después de darme los pedidos comienzo a repartir subida en la moto, que por algún motivo me da algo de reparo pues pienso que me va pasar algo malo.

Llega la noche, Jorge me pide que vaya hacer una última entrega y después ya puedo marcharme a casa.
Tomo el pedido, miro la dirección extrañada, jamás había ido a esa calle.
Pongo el GPRS en el móvil, y veinte minutos después me encuentro en la dirección anotada.
Para decir verdad se ve que el barrio es de  ricos, solo hace falta ver las casas que hay y los coches aparcados en las cocheras. Todos ellos de alta gama, y las casas todas ella grandes con jardines y modernas.

Mientras voy llegando a la casa que tengo que entregar el pedido, veo desde mi posición una pareja discutir.
Me quedo quieta, no sé qué hacer en ese momento, pero al mirar el número de la casa es el mismo donde tengo que hacer la entrega.
Inmóvil presencio como la pareja discute, ella sale caminando enfadada mientras que el se queda apoyando en el umbral de la puerta con sus brazos cruzados por encima de su pecho, dándome la sensación como que está burlándose de la pobre chica.
La sigo a la chica con la mirada, hasta que la veo perderse entre unos coches.

A continuación, empiezo a caminar hasta la casa. Toco nerviosa la puerta, espero unos minutos y como era de esperar aquel hombre me confunde por el tono de hablarme tan exasperado.

— Señor soy de la pizzería, han encargado una pizza.— Titubeante le digo ante su cara malhumorada.

— ¿Ahora viene a traerme el pedido? Hace más de media hora que llamé. — Aquel hombre moreno, con unos ojos claros y de rostro inmaculado me observa con rencor.

— Lo siento señor, disculpe si he tardado pero no sabía la calle...— Trato de disculparme ante la dura mirada de él.
Por supuesto, la lluvia de palabras ofensivas no tardan en aparecer por su boca logrando que me cabree.

— ¡Basta ya! ¿No? Que solo he tardado cinco minutos más de la cuenta no hace falta que me alce la voz, tarado.
Aquí tiene su encargo, asi que pagueme.

— Pues fíjate que ahora no quiero la pizza.

Esto ya es peor que el karma. Pero este tarado de qué va.

— ¿Qué? Ha no, esto si que no lo voy a tolerar. Sabes el lío que me mete a mí con mi jefe, yo no puedo volver de nuevo con el pedido. ¿A caso no te han enseñado que con la comida no se juega

— Si, me enseñaron buenos modales. Sin embargo creo que la pizza estará fría.

— Pues la calientas. Toma y pagame.

— No y no. Adiós chata.

¿Cómo? Pero quien se cree que es este tarado, me ha cerrado la puerta y me ha devuelto la pizza.
Aporreo la puerta gritándole de todo menos guapo.
Me doy por vencida, no ha abierto la puerta y yo ahora debo darle una explicación a mi jefe, el cual no me dirá nada, salvo que tengo que pagar yo de mi bolsillo el encargo.

Arrastro los pies hasta llegar a mi moto, miro hacia el cielo, parece que se está poniendo gris.
Lo que me faltaba que llueva ahora.
Me monto en la moto y veo sentanda en un banco a la chica de antes.
Reparo un poco la moto, comienza a caer unas gotas, miro de nuevo a  la pobre chica que llora desconsolada.
Me da pena y me abajo de la moto, sin  pensarlo me siento junto a ella haciéndole entrega de un clínex.

— Se que no me han dado vela en este entierro, pero quiero decirle que llorar por un tío tan presuntoso como ese tarado no merece la pena. Las mujeres no debemos de sufrir por un patán, sino hacernos de valer y darle a entender a esos alteneros que se piensan que son los machos alfa que nosotras somos mejores que ellos.

— Gracias, me alegro de que te hayas sentado conmigo, ¿pero acaso no sabes quién es él?

— Sí un idiota, insolente que no ha querido pagar su pedido y ahora mi jefe me lo va descontar a mi por su culpa y todo porque he tardado en dar con esta calle que en el tiempo que llevo viviendo en la ciudad no he cruzado por aquí.

— Jajaja. No, me refería a que ese hombre es Héctor Izur,  actor de telenovelas.

— Me quedo igual. Total yo no veo telenovelas y como que no me interesa la vida de los famosos.

— Ja,ja,ja. De verdad es la primera chica que conozco que se expresa así.
Por cierto me llamo Bianca.

— Yo Laura mucho gusto y ahora que estás mejor deberías plantearte de irte de aquí por lo que pinta no va tardar en llover más fuerte.

— Llevas razón, creo que me voy hasta la parada de un taxi.

— Pero si eso está a media hora de camino. Ven monta en la moto, te llevaré hasta la parada, ahora espero que no me multen también, si no lo que faltaba para terminar bien el día.

— Eres muy amable Laura. Gracias por a ver me levantado el ánimo. Pero cuando las mujeres nos enamoramos, sufrimos... Por cualquier tontería.

— Innecesariamente diría yo. Desde luego ese tarado no te quiere, si no te hubiera pedido disculpas. Pero claro su ego se lo impide. Qué le den dos duros de entretenimiento. Venga sube que te llevo hasta la parada de taxis.

Bianca, aún con sus ojos tristes sonríe, se monta en la moto y ahí como puedo conduzco hasta la parada de taxis agradeciendo que la policía no me ha visto para multarme por no llevar Bianca casco.

— Laura me gustaría agradecerle lo que ha hecho por mí. Por favor tome mi tarjeta este es mi número, llámeme y quedaremos para tomar un café.

Miro la tarjeta, le iba a decir que no importa, pero al verla tan decaída y yo como tampoco tengo mucha vida social que digamos, acepto encantada.

— Te llamaré. — Respondo dándole un pequeño apretón en su mano rogándole que cuando nos veamos me cuente lo que ha sucedido con el tarado.
Ella asiente con su cabeza y antes de motarse en el taxi se despide de mí diciéndome adiós con su mano.
Siento pena de ella, se ve que es una chica educada y por su ropa, diría que no tiene tantos problemas económicos como yo.
En cierto modo me ha caído muy bien, ¿Porqué no volverla a ver de nuevo?

Después de llegar a la pizzería y hablar con Jorge explicándole lo sucedido, éste con su mano puesta en mi hombro me dice lo que ya sabía. Me descontará el pedido pero no me despedirá, siempre me portado bien en mi trabajo y eso es un punto a mi favor.

Una hora después, agotada por el fatídico día que he tenido, vuelvo a casa donde me encuentro cenando a todos incluido mi padre.
Nada más verlo siento alivio, pero no dura mucho.
Me acerco hasta mi padre para recibirlo cuando voltea su rostro mostrándome una mirada que ya me resulta muy familiar para mí.

Despacio, deja la cuchara en la mesa y apoyando sus codos en la mesa cruzando sus dedos me fulmina con la mirada.

— Laura quiero que te disculpes con Jeny, y al ser posible le compres un móvil, tú se lo has roto debes compensarselo.

Me quedé por unos instantes de piedra. Intentaba abrir la boca para decirle a mi padre que se equivoca, pero solo puede pronunciar, «por qué»

— Porque es tú hermana, y debes comportarte como tal, no como una niña pequeña.

— ¿Y ella qué? No hace nada en todo el día salvo estar pegada al móvil, yo al menos trabajo y me preocupo de mis cosas. Si quiere un móvil que se lo compre ella porque yo no pienso hacerlo.

Las lágrimas iban a delatarme si no me movía  y desaparecía del salón rápido.
Subí las escaleras en dos en dos. Sofocada me tiré a la cama tapando mi rostro con la almohada silenciando de alguna forma mi sufrimiento.

Lloré como una tonta hasta que comprendí que de nada servía lastimarme a mí misma.
Desde que murió mi madre, me vi sola con un hombre al que llamo papá y el cual respeto y quiero.
En ocasiones me cuestiono si en verdad mi padre siente ese cariño y afecto hacia mí, si lo tuviera porque no lo demuestra.
Para él soy una rebelde, no hago más que causarle problemas y soy incapaz de comprender que Carmen y sus hijos son mi familia.

Familia. ¿Qué es una familia cuando te hacen creer que eres una persona inservible?

Para mí no lo son. De echo nunca los he considerado como tales.
De hecho a lo largo de estos años he echo mucho esfuerzo intentando llevarme bien y comprender su manera de ser.
Cuando era niña, no entendía apenas nada, me lastimaban y yo lloraba sintiéndome cada vez más sola.
Me hacía un ovillo agarrada a mi muñeca y pensaba en mi mamá y en cuando iba a volver.
Los años iban pasando y yo ya soy una mujer, dejé atrás mis miedos, saqué lo peor de mí misma para defenderme ante estos tres hipócritas que se la pasan haciéndome la vida imposible.

Y sin embargo, el agujero en mi corazón respeto a mi padre, no se cierra tan fácil.
Nunca me ha dado la razón, siempre discutímos y ahora para colmo de males tampoco quiere escucharme.
¿Acaso no le importo?

— Mira Laura lo que me ha dado papá. Dinero para comprarme un móvil nuevo. — Miro de reojo como Jeny salta de alegría con el billete en la mano.
Cierro mis ojos dejando que gotas de amargura resbalen por mi cara volviéndome a preguntar que es lo que hecho para merecer todo esto.

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