veintisiete.
Aquella zona del castillo me resultó mucho menos cálida y personal que la parte que habitaba, al otro lado. Barnabas tuvo la precaución de colocarse a mi lado, vigilando que no hubiera nadie por las inmediaciones; yo me dejé llevar por la curiosidad, observándolo todo con una mezcla de innegable admiración y temor por conocer qué habría allí.
En aquella zona pude percibir el verdadero aspecto que presentaba el castillo, las partes que no habían sido restauradas después de la batalla que tuvo lugar entre esas paredes; mis ojos registraron muescas en la piedra, profundos arañazos que demostraban lo cruento que debía haber sido el enfrentamiento. Barnabas se había adelantado un paso, guiándome a través del largo pasillo; desconocía hacia dónde íbamos, absorta como me encontraba en contemplar mi alrededor.
—Ahora serás capaz de atravesar las cortinas de humo, como así llamamos a las ilusiones que los demonios somos capaces de crear con nuestra magia —me dijo el demonio, mirándome por encima del hombro—. Ahora puedes ir donde quieras.
Se me formó un nudo en la garganta al ser consciente de que no existían barreras, con el rápido aprendizaje de cómo eliminar las cortinas de humo que había en el castillo, Barnabas me había proporcionado una llave maestra para poder recorrer todo el palacio, incluyendo las zonas prohibidas. Un cosquilleo de excitación recorrió todo mi cuerpo al ver ante mí un mínimo rayo de esperanza; recordé la promesa que le había hecho al Señor de los Demonios y algo se retorció dentro de mi pecho.
«Descubriré cuál es vuestro secreto y os destruiré.»
Cuando pronuncié aquellas palabras estaba llena de odio por haber sido elegida, por haberme separado de mi familia; estaba enfadada conmigo misma por haber logrado llamar su atención, de algún modo. Porque, en el fondo de mi ser, sabía que, de no haber pensado con tanta claridad que eligiera a otra, posiblemente el demonio nunca hubiera reparado en mí... y yo podría haber vuelto aquel día felizmente con mi familia. Aguantando un nuevo año de libertad hasta que llegara el próximo Día del Tributo.
No pensaba con claridad cuando me hice esa promesa, meses atrás.
No sabía que aquel demonio, que me observaba desde el otro lado de la mesa, iba a tratar de protegerme... de ayudarme.
El Señor de los Demonios había logrado que aprendiera a controlar mi miedo a las sombras, a sus susurros maliciosos; había intentado encontrar una respuesta a por qué yo era capaz de tener esa habilidad, algo propio de demonios.
Él me había mostrado que yo también era capaz de hacer uso de ellas, que podía manejarlas a mi antojo.
—El último piso pertenece enteramente a la Maestra —me aleccionó Barnabas mientras continuábamos caminando—. El de abajo, a su querido pupilo.
Atesoré esa información en el fondo de mi mente, creando un plano dentro de mi cabeza para poder empezar a investigar cuando tuviera alguna oportunidad... si es que la tenía. Mis doncellas no me dejaban sola bajo ningún concepto; siguiendo órdenes estrictas de Setan, ambas debían estar a mi lado, impidiendo que cualquier demonio pudiera acercarse lo suficiente para descubrir que había algo extraño en mí. Y había habido varias excepciones a esa regla.
Terminando por el demonio rubio que caminaba indolentemente delante de mí.
—Es en el tercer piso donde encontrarás lo más útil para tus pesquisas —caí en la cuenta de que Barnabas había seguido hablando mientras yo me encontraba sumida en mis propios pensamientos—. Una impresionante biblioteca... y los aposentos de nuestro querido anfitrión —hizo una breve pausa—. Antes de que reclamaran este sitio como parte del botín, esa zona pertenecía a la familia real. Supongo que es una decisión bastante sentimental por parte de Setan o un castigo, depende de cómo se mire.
Aceleré el paso para no quedarme atrás, clavando la mirada en la espalda de Barnabas.
—¿Por qué le presionas tanto? —pregunté.
La línea de sus hombros se puso rígida a causa de mi curiosidad.
—No nos caemos bien —respondió con aquello que ya sabía—. Y yo no tolero a los débiles; me gusta recordárselo siempre que puedo. Quiero presionarlo hasta que pierda el control, quiero que lo recuerde.
No dijo nada más, como tampoco especificó qué quería que recordara con esos continuos actos de insubordinación ante las órdenes que daba Setan. Me fijé en que la tensión no abandonó sus hombros y que mi pregunta parecía haberlo sumido en sus propios pensamientos; decidí no seguir preguntando y entrelacé mis manos sobre las faldas del vestido, que se movían de un lado a otro con cada paso que daba.
Pestañeé cuando llegamos a una escalera idéntica a la que se encontraba en la otra parte. Barnabas me dedicó una socarrona sonrisa. Era... era como si...
—Es como un espejo —confirmó mis sospechas—. Las dos partes del castillo son idénticas.
Nos quedamos paralizados al escuchar el inconfundible sonido de unos pasos viniendo de alguna parte. Barnabas dejó escapar una audible maldición antes de empujarme con firmeza hacia uno de los rincones que se encontraban en sombras; masculló unas palabras en un idioma que no conocí y un poderoso aroma a azufre cosquilleo bajo mi nariz.
Dejé escapar un gemido de horror cuando, al bajar la mirada, vi que mi cuerpo estaba volviéndose traslúcido. Alcé la mirada para exigirle una explicación al demonio, pero él me lanzó una de aviso, advirtiéndome que dejara eso para más tarde; un instante después fingía dirigirse hacia las escaleras, justo cuando aparecía en escena un atractivo demonio.
Tragué saliva al contemplar su piel de alabastro, su cabeza perfecta sin un solo cabello y sus inquietantes ojos a conjunto con su tono de piel. De manera inconsciente retrocedí hasta pegarme contra la pared, observando cómo Barnabas se erguía en toda su altura, intentando cubrirme a pesar de la distancia que nos separaba.
—Juvart —le saludó con demasiada efusividad.
El demonio de piel oscura dio un paso en su dirección, acercándose más a Barnabas. Su mirada recorrió al otro de pies a cabeza con un brillo que no supe interpretar... pero que no me gustó nada en absoluto; el olor a azufre me llegó de nuevo como una señal silenciosa de que alguno de los dos estaba haciendo uso de su poder.
—Barnabas —correspondió el saludo, entornando sus ojos—. No sabía que también habías decidido acudir.
El demonio se encogió de hombros con actitud despreocupada.
—Sabes que jamás me perdería cualquier evento que prometiera diversión —contestó.
Juvart sonrió de una manera que me puso los vellos de punta.
—Hel parece estar muy segura de sus posibilidades —comentó—. Cualquiera diría que es la partida final.
Barnabas volvió a encogerse de hombros.
—No es la primera vez que hace esto —le contradijo y miró levemente por encima de su hombro. En mi dirección—. Querrá poner en su lugar a Setan, disfrutando de la humillación que traerá consigo.
Juvart se rió entre dientes, como si supiera de lo que estaba hablando.
—No es ningún secreto lo poco que soportas al perro de Hel.
A pesar de no estar viéndole el rostro, sabía que Barnabas habría esbozado una de sus habituales sonrisas que ocultaban un secreto. El término que usó el demonio oscuro para referirse al Señor de los Demonios hizo que me sintiera indignada por la opinión que tenían, por lo que contradecía con la imagen que se había tenido fuera de esas paredes de él.
Contuve mis impulsos, refugiándome en mi rincón en sombras, procurando no hacer un ruido que pudiera desvelar mi posición frente al demonio desconocido. Entrecerré mis ojos mientras contemplaba la amable conversación que estaban manteniendo ambos como lo harían dos viejos amigos que llevaban mucho tiempo sin verse.
—Mis diferencias con Setan no son noticia nueva —contestó Barnabas.
Juvart dejó escapar un sonido similar a un suspiro ofuscado, casi irritado.
—Es una lástima que no se nos permita abandonar el castillo bajo ninguna circunstancia —dijo entonces, haciendo un hábil cambio de tema—. Aquí apenas hay diversión. Dice Nayan que tiene por alguna parte a uno de sus juguetes...
Antes de que diera un paso, enfadada por cómo se había referido a mí, Barnabas se había abalanzado sobre el demonio para aferrarlo por el cuello de la túnica que llevaba; retrocedí de nuevo al ver la inmensidad de los otros demonios, en su altura y el poder que ambos desprendían. Otra vez me asolaron los recuerdos del cuarto oscuro; otra vez me asaltó el miedo a no ser suficiente. A ser demasiado débil.
—Cuida tus palabras, Juvart —le advirtió Barnabas con un tono sombrío—. Las paredes lo escuchan todo.
La amenaza velada en sus palabras pareció ser suficiente para convencer al demonio de piel de alabastro para que permaneciera en silencio y no tratara de retomar el anterior tema de conversación; intercambiaron un par de frases cordiales más y luego Barnabas dejó que el otro se marchara. Esperé junto a la pared de piedra hasta que el demonio rubio dio media vuelta y se acercó hasta donde yo me encontraba encogida, con un gesto molesto.
Hizo un aspaviento en mi dirección y la opresiva sensación que me había acompañado desde que había usado su poder para impedir que ese otro demonio pudiera reparar en mí. Le lancé una torva mirada, como si hubiera sido él quien hubiera estado usando esos términos sobre Setan y sobre las chicas que salíamos elegidas.
—Debería haber puesto más cuidado —se disculpó.
Acepté su disculpa con un simple gesto y le observé, esperando a que dijera qué debíamos hacer a continuación. El demonio de piel oscura había venido desde el piso de arriba, del que pertenecía a Setan, por lo que Barnabas me había explicado de la disposición de aquella parte del castillo.
—Quizá tendríamos que dar por concluida la excursión —continuó el demonio rubio, bajando la barbilla—. Y acompañarte a tu habitación.
Pensé en Bathsheba, en lo que se habría encontrado cuando hubiera regresado a mi dormitorio; le había pedido ayuda a Barnabas para salir a su encuentro, y no había vuelto a pensar en ello. Mi doncella debía estar frenética por saber dónde me encontraba, por intentar dar conmigo.
Acepté la oferta de regresar y ambos nos dirigimos hacia el pasillo, deshaciendo el camino que habíamos hecho. Miré por encima del hombro por última vez a las escaleras, sintiendo una extraña necesidad por subir los escalones y descubrir qué había en los dos últimos pisos del castillo.
Quise conocer la guarida de Setan, intentar comprender qué había escondido allí para que una de las normas fuera que no podíamos poner un solo pie allí.
Cuando alcanzamos la cortina de humo en forma de pared de piedra, Barnabas me hizo una burlona reverencia para dejarme los honores de cruzar en primer lugar; inspiré hondo y traté de repetir el proceso que me había mostrado el demonio para aprender a cruzarlas o hacerlas desaparecer.
Una sensación de victoria me recorrió cuando alcancé el otro lado del pasillo, el lado que yo conocía tan bien después de haberlo cruzado tantas veces en aquellos meses que llevaba allí. Pero esa sensación se apagó de golpe cuando mi doncella salió de mi dormitorio, encontrándonos a ambos al fondo del corredor.
Actué de manera instintiva cuando advertí que los ojos de Bathsheba se habían encendido con una rabia asesina. Me interpuse entre ambos y moví ambos brazos delante de mí, sintiendo el miedo como la llave para poder acceder a mi poder y usarlo para llamar a las sombras, haciendo que ellas acudieran en mi ayuda.
Ante mí se formó un muro de sombras que pareció demasiado sólido. Firme.
Al otro lado se escuchó el sonido ahogado que emitió Bathsheba al chocar de bruces con mi creación. Detrás de mí Barnabas también pareció asombrado por lo que acababa de suceder; posó su mano encima de mi hombro, atrayendo mi atención.
—Puedo con ella, murcielaguito —me aseguró.
Aquel breve instante de duda fue suficiente para que el muro que había creado se fragmentara hasta deshacerse, dejándome ver a una Bathsheba atónita. Mi doncella tenía los ojos abiertos como platos, detenida frente a nosotros con todo el cuerpo todavía en tensión.
Barnabas me rodeó para llegar hasta donde ella se encontraba, arriesgándose a que Bathsheba saliera de su estupor para desatar su rabia sobre él.
Contemplé a los dos demonios, el uno frente a la otra, con una acuciante necesidad de interponerme entre ellos para evitar que las cosas pudieran descontrolarse.
El demonio rubio se atrevió a coger por la parte superior de los brazos de Bathsheba, permitiéndome ver su gesto suave. Una mirada que parecía transmitir demasiado.
—Ebba.
Los ojos de mi doncella resplandecieron de ira al escuchar su voz llamándole por aquel apodo tan cariñoso. Barnabas frenó en seco la mano de Bathsheba, que iba dirigida a su cuello, intentando estrangularlo.
—Tú —gruñó mi doncella—. Tenías que mantenerte apartado de ella.
Hubo un intercambio silencioso entre ambos, un cruce de reproches que no fui capaz de entender en su totalidad pero que parecía estar cargado de emociones demasiado intensas... demasiado dolorosas.
No pude evitar preguntarme otra vez qué tipo de historia compartirían. Por qué Bathsheba parecía guardar tanto rencor hacia Barnabas.
—Tú —repitió—. Maldito embustero... maldito bastardo... ¡No voy a permitir que la eches a perder como a tus otras tontas amantes humanas! —su incendiaria mirada cayó en mí con tanta intensidad que di un respingo—. Y contigo hablaré más tarde.
Reuní el valor suficiente para no bajar la mirada como una niña a la que su madre le hubiera regañado. La atención de Bathsheba regresó de nuevo al rostro de Barnabas, deformándose en una mueca de odio; un ligero tufillo a azufre pareció inundar toda la zona, rodeándonos.
Me impresionó el poco sentido de supervivencia que tenía Barnabas cuando esbozó una sonrisa llena de ternura... y cierta esperanza, como si el hecho de haberse convertido en el blanco de la ira de Bathsheba no le preocupara lo más mínimo. Se atrevió a bajar un poco más sus manos hacia sus antebrazos. Ella se resistió.
—No estoy interesado en ella de ese modo —le aseguró con voz suave.
En los ojos de mi doncella se reflejó algo parecido a la vulnerabilidad. Por unos instantes el odio pareció ser sustituido por el alivio, la tierna esperanza de alguien que la hubiera escondido en lo más profundo de su ser... y que la sacara a relucir en algunos momentos, como un tesoro; en aquellos breves segundos me pareció ver a Bathsheba abandonar la máscara que usaba desde que supo que Barnabas había llegado al castillo, me pareció una mujer... desolada.
Pero que había decidido aferrarse a un leve hilo de esperanza.
Y, tal y como había llegado, esa imagen de mi doncella desapareció, siendo consumido de nuevo por el odio. Por la rabia.
Por la traición.
Incluso Barnabas supo que el momento había pasado, que Bathsheba había vuelto a esconderse tras su máscara y que había permitido que la esperanza quedara ahogada y oculta en aquel recóndito lugar donde la mantenía encerrada.
Mi doncella dio un amenazante paso en dirección al demonio hasta que sus rostros quedaron a pocos centímetros de distancia. Sus ojos oscuros latían con fuerza, casi con vida propia.
—Mantén las distancias con ella —le advirtió con un tono amenazador—. La próxima vez se lo diré al amo...
La mención del Señor de los Demonios hizo que Barnabas se pusiera de nuevo esa odiosa sonrisa que siempre usaba cuando quería sacar a alguien de quicio, en especial al propio Setan.
—Tu amo —repitió con tono burlón—. Ese maldito...
En aquella ocasión no tuvo tiempo de reaccionar antes de que la mano de Bathsheba alcanzara su garganta, hincando las uñas en su carne. Ahogué una exclamación mientras mi doncella parecía tener problemas para controlarse; Barnabas se quedó inmóvil, con sus ojos clavados en ella. Expectantes.
Dolidos.
—Cuidado, Barnabas —siseó—. Él está buscando una sola excusa para acabar contigo.
—Como si pudiera —masculló el demonio, ahogándose.
—Mantente alejado de Eir —dijo entonces Bathsheba—. Enciérrate en tu dormitorio, bebe hasta perder el sentido, busca la compañía de alguien... Hay multitud de opciones para ocupar tu tiempo, pero no vuelvas por aquí.
Casi me pareció intuir un «No vuelvas a acercarte a mí» de trasfondo en sus rabiosas palabras. Me partió el alma ser consciente de que alguno de los secretos de Bathsheba, esa parte de su vida que guardaba recelosamente, estaba empezando a descontrolarse por la presencia de Barnabas en el castillo.
Con un brusco empujón, Bathsheba lanzó lejos de sí al demonio rubio, que parecía haber perdido las energías para mantener en su sitio su fachada sarcástica y divertida; los observé a ambos en silencio, pude ver el dolor en ambos como una enorme herida abierta.
Una herida que llevaba mucho tiempo así, sin conseguir cicatrizar.
Solté un respingo involuntario cuando Bathsheba alzó un brazo en mi dirección, un gesto que representaba una silenciosa orden que no me costó mucho averiguar.
«Nos vamos de aquí.»
Mordí mi labio inferior mientras daba un titubeante paso hacia delante. Mi doncella se hizo a un lado para poder acompañarme, asegurándose de que cumplía con lo que ella me había ordenado en silencio; ni siquiera fui capaz de mirar hacia donde se encontraba Barnabas, intentando recuperar el resuello.
Nos alejamos en silencio, con la rabia de Bathsheba rodeándonos como una opresiva manta.
—Ebba... —la súplica que se escondía tras esa simple palabra hizo que mi doncella se detuviera levemente.
Miró por encima del hombro con una expresión casi asesina.
—Vuelve a llamarme así y te destripo.
●
Nada más cruzar la puerta de mi dormitorio me giré hacia ella, dispuesta a disculparme por mi repentina marcha y a explicarle que Barnabas no había tratado de hacer nada de lo que Bathsheba imaginaba, aunque sin poder confesarle que el demonio se había ofrecido a ayudarme a cambio de tres favores por mi parte. El semblante de mi doncella hizo que fuera incapaz de pronunciar palabra alguna.
—Me siento defraudada contigo, Eir —la primera en iniciar la conversación fue ella y fue como si me hubiera abofeteado—. Creí que lo sucedido en el Cementerio Infinito te habría servido como prueba para que valoraras mis advertencias.
—No es lo que tú piensas...
—Ahora veo que todo aquel estrépito ha sido una audaz maniobra por parte de Barnabas para darte una vía de escape —continuó, ignorándome como si nunca hubiera intervenido—. ¿Desde cuándo?
La miré con incomprensión.
—¿Crees que es divertido estar con demonios? —me preguntó—. ¿Lo encuentras emocionante? Pensé que habías aprendido la lección sobre nuestra volatilidad, sobre lo fácil que nos resulta perder el control y las fatales consecuencias.
Tras sus acusaciones había algo más y su mirada parecía mostrar decepción. Como si le hubiera fallado de algún modo que desconocía.
—No he estado con él —dije, esperando que comprendiera que no había pasado nada entre nosotros—. Y nunca lo estaría, Bathsheba.
Mi doncella percibió la verdad en mis palabras y pareció relajarse, conteniendo un suspiro. Se movió casi a ciegas, tambaleándose hacia que su cuerpo se desplomó sobre uno de los divanes; de repente me pareció demasiado vieja... demasiado cansada. Como si el peso de los años se hiciera más visible en aquel instante, colocándose sobre sus hombros como una carga.
Me dirigí hacia donde se encontraba, con la mirada perdida en algún punto del suelo del dormitorio. Coloqué mi mano sobre una de las suyas, consciente de que había muchas cosas que decirnos.
—Lamento haber hecho eso —dije, refiriéndome al muro de sombras—. Ha sido...
—... instintivo —completó por mí ella—. Siempre he sabido que había algo diferente en ti, Eir; no me sorprende en absoluto que seas capaz de hacer eso. Y también sé que no pretendías hacerme daño, simplemente... protegerlo —esto último lo escupió.
Cogí aire, arriesgándome a tocar una fibra sensible.
—Bathsheba... ¿qué hubo entre tú y Barnabas?
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