Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

treinta y ocho.

          

Aquella revelación me sentó como si una balda de alguna de las estanterías se hubiera vaciado sobre mi cabeza, sepultándome bajo el peso de todos los libros. La mujer que se había convertido en la Maestra de Setan era poderosa, el demonio más poderoso que vivía sobre la faz de la tierra.

Se me retorció el estómago al ser consciente de lo que eso suponía: era, prácticamente, invencible. Tragué saliva con esfuerzo, incapaz de apartar la mirada del retrato de Hel, de sus fríos ojos azules; a pesar de ser un simple dibujo, podía percibir el poder que atesoraba, que tan bien ocultaba.

Ahora sospechaba los verdaderos motivos de por qué no se había mostrado con su verdadera identidad, por qué había delegado ese papel que le correspondía a Setan, dejando que todo el mundo —al menos todos aquellos que vivíamos en la aldea, atemorizados de su simple presencia— creyéramos que era un poderoso demonio. El rey de todos ellos.

Porque fue Setan quien detuvo las hordas de demonios que asolaron nuestro reino, intentando llegar después a un acuerdo con el rey, ¿no? Así es como se había recogido en todos los libros. En todas las historias que corrían sobre aquel fatídico día.

Mis dedos se quedaron congelados, sin cerrar aquel pesado libro que había resultado clarificador en algunos temas... y pobre en otros. Nigrum no me había engañado cuando dijo que aquel libro me ayudaría a comprender, pero también había traído consigo más preguntas.

Al final logré recuperar la movilidad de mis manos y cerré el libro, dejándolo sobre el atril. Aspiré una temblorosa bocanada de aire, intentando poner en orden lo que había descubierto; una pregunta se había quedado fija en mi cabeza: ¿dónde estaba la página que debía pertenecer a Setan? ¿Quién era en realidad el demonio?

¿Cómo había acabado siendo pupilo de la reina de los demonios?

¿Por qué?

El alegre ladrido de Rogue me hizo volver al presente: Nigrum corría por delante de la perrita y en su rostro gatuno podía apreciar un destello de salvaje alegría. El guardián de la biblioteca fingía haber perdido el sentido del tiempo, pero era consciente de que ello no era así: hacía mucho tiempo que nadie se preocupaba por hacerle compañía a ese autoimpuesto ermitaño.

Los observé correr entre los pasillos, disfrutando el uno del otro a pesar de pertenecer a especies distintas. Nigrum había estado encerrado en aquella biblioteca demasiado tiempo, pero también había visto demasiado; ese demonio con forma de gato atesoraba mucha información. Información que podría serme útil.

—Nigrum —lo llamé.

El demonio gato fintó y empezó a flotar hacia mí, ladeando la cabeza con un gesto de evidente interés.

—La Maestra es, en realidad, la reina de los demonios —dije, observándole con atención.

Necesitaba su confirmación, escuchar de sus labios lo que había leído.

—No suele usar ese título —objetó el demonio gato.

Las yemas de los dedos me cosquillearon ante aquella esquiva respuesta.

—¿Qué hay de Setan? —opté por desviar ligeramente el tema de conversación.

Nigrum giró la cabeza, haciendo que sus bigotes temblaran.

—¿Qué pasa con él? —preguntó.

Señalé el grimorio que descansaba sobre el atril.

—No hay ninguna página dedicada a él —dije, sosteniéndole la mirada—. ¿Por qué?

Nigrum dio una voltereta en el aire y se desvaneció. Giré la cabeza a mi alrededor, buscando la presencia del demonio; no encontré nada y empecé a temer que la pregunta le hiciera huir. ¿A qué venía tanto misterio hacia de pupilo de la Maestra? ¿Qué ocultaba Setan en realidad?

—Porque Setan no es tan antiguo como los otros demonios, niña preguntona —la voz de Nigrum sonó cerca de mi oído sobresaltándome.

El cuello me chasqueó cuando lo moví para toparme con el rostro felino de Nigrum casi pegado a mi cara. Sus ojos ambarinos me produjeron un escalofrío y yo recordé que, a pesar de su aspecto tan inocente, se trataba de un demonio poderoso; un demonio que enmascaraba su verdadero poder del mismo modo que la Maestra.

—¿Quién es en realidad?

Los bigotes de Nigrum se agitaron.

—Podríamos decir que es el hijo de la Maestra —ronroneó.

Las rodillas amenazaron con fallarme al escuchar su respuesta.


Jadeé cuando las sombras se esfumaron, dejándome ver el familiar imagen de mi dormitorio. Dejé a Rogue en el suelo y me tambaleé hasta alcanzar la cama, donde pude desplomarme para recuperar el aliento; la visita a la biblioteca me había dejado un mal sabor de boca. Además de muchos más interrogantes.

La idea de que el Señor de los Demonios fuera el hijo de la Maestra no terminaba de encajarme. La mujer no lo trataba con la familiaridad de una madre, con la cercanía y el cariño que correspondía; Setan tampoco lo hacía: procuraba mantener las distancias con ella y la trataba con deferencia. Como si la Maestra se encontrara muy por encima de él.

Además, yo todavía no entendía si los demonios eran capaces de engendrar... y aún tenía algunas dudas respecto a mi caso. Respecto a mi concepción.

Tenía algunas habilidades demoniacas, tal y como había demostrado. La cuestión era ¿quién de mis dos progenitores había resultado ser un demonio? ¿Quién de mi familia me había mentido sobre mi origen?

Cerré los ojos y masajeé mis sienes, intentando hacer desaparecer el dolor que se había instalado en mi cabeza. Los dos viajes habían gastado parte de mi energía, dejándome débil y temblorosa.

Recordé la primera vez que logré moverme de un lado a otro de la habitación, me había sentido del mismo modo y el Señor de los Demonios me había proporcionado azúcar, sabiendo que podría ayudarme.

La bandeja seguía estando encima de la mesa, por lo que hice acopio de fuerzas para ponerme de nuevo en pie y tambalearme hacia allí para poder coger un terrón de azúcar que ayudara a mis débiles fuerzas.

Lo saboreé con cuidado, acompañándolo con un vaso de agua, cuando escuché que alguien llamaba a mi puerta.

Los músculos de todo mi cuerpo se convirtieron en piedra, dejándome clavada en el sitio. La lista de personas que sabían dónde encontrarme no era muy extensa, y tenía serias dudas sobre la identidad de mi inesperado invitado; tomé una bocanada de aire e intenté poner en práctica, de nuevo, mi inestable habilidad para moverme de un lado a otro gracias a las sombras.

Trastabillé ante el poco control que tenía todavía, pero logré apoyar la mano sobre la madera antes de desplomarme. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, como una muda advertencia sobre quién estaba al otro lado.

—Eir.

El corazón empezó a latirme con fuerza al escuchar su voz, al saber que estaba en el pasillo. Pero la herida aún seguía estando abierta, y recordar cómo me había confundido con Elara me hizo sobreponerme; sustituí el peso de la mano por el de todo mi cuerpo, temiendo que intentara abrir la puerta.

No estaba segura de poder enfrentarme a él sin la tranquilizadora presencia de Barnabas. O el silencioso apoyo de Bathsheba.

—Sé que estás ahí —suspiró y sonó cansado. Derrotado.

Presioné mi espalda contra la puerta, consciente de que podía escuchar mi respiración al otro lado... del mismo modo que podía hacer yo. Desde aquella noche, cuando perdí por completo el control de mis emociones, había notado un ligero cambio en mí; un desarrollo de mis facultades, de mis sentidos.

—Márchate —dije.

Oí el cambio de su respiración, como si mi orden le hubiera abofeteado.

Escuché cómo mi corazón empezaba a resquebrajarse poco a poco, consciente de lo fácil que le resultaría entrar allí. De que una parte de mí, la que había conseguido sobreponerse a su error, lo deseara.

—Por favor, Eir —suplicó.

—Me mentiste —le recriminé, aferrándome a ese sentimiento, sabiendo que no era bueno para mí... que habría consecuencias si mi poder volvía a desbordarse—. Me dijiste que no te importaba Elara y que nunca habías estado enamorado. Me mentiste —repetí.

Se hizo el silencio al otro lado de la puerta y temí que el Señor de los Demonios hubiera optado por hacerme caso y huir.

Luego escuché una expiración casi dolorosa. Cerré los ojos, pues podía percibirlo; podía percibir la agitación de Setan a pesar de la puerta que nos separaba.

—Déjame entrar y hablemos —clavé mis uñas contra la madera y noté la agitación que mi estado estaba causando en las sombras.

—Me hiciste tanto daño —confesé en un susurro. Un susurro que sabía que escucharía perfectamente.

Había sido mi primer beso y lo estropeó. Convirtió una de mis experiencias más especiales en algo... en algo que querría borrar de mi mente, pero que no podía; su susurro casi reverencial pronunciando ese nombre se había quedado grabado a fuego dentro de mi cabeza, atosigándome cuando bajaba la guardia. Cuando me permitía pensar en él, cuando intentaba compadecerme del demonio, intentando justificar lo que había hecho.

—Fue un error.

Apreté los dientes y la rabia volvió a despertar en mi interior. ¿El qué consideraba un error? ¿El haberme besado hasta el punto de hacerme casi perder el control o el haberme confundido con ella?

—Entonces dime quién es Elara —dije y mi voz sonó firme—. Es lo mínimo que me debes.

—Es alguien de mi pasado —la suya era ahogada, como si le costara pronunciar cada palabra; o hablar del tema en cuestión—. Alguien que ya no está.

Bufé ante la vacuidad de su respuesta: no me había dicho nada que yo ya hubiera sospechado.

—Vi su tumba en el Cementerio Infinito. Elara Lambe.

Silencio.

—¿Tanto significó para ti? —pregunté—. ¿Cómo pudiste permitirlo?

Esperé una respuesta, pero el otro lado siguió estando en un sepulcral silencio.

Entonces fui consciente de que se había ido, no había sido capaz de soportar por más tiempo que yo le preguntara sobre Elara, sobre él y sobre la supuesta relación que habían mantenido.

Quizá fue la cobardía de Setan lo que hizo que Elara muriera.

Y, una diminuta parte de mí, disfrutó de ese pensamiento... del dolor que debía arrastrar Setan desde ese momento.


—¿Tienes la costumbre de levantarte siempre tan tarde o solamente desde que tuviste ese bache sentimental con Setan?

Ahogué una exclamación mientras escondía la cabeza bajo la pila de almohadas. Barnabas no pareció entender el mensaje implícito en aquel gesto, pues aferró las mantas que me cubrían y tiró con brusquedad de ellas; luego procedió a retirarme la fortaleza de cojines que me protegía de su irritante presencia.

—Vamos, murcielaguito —gruñó mientras arrancaba un nuevo cojín—. Tengo que hablar contigo de algo importante.

Me incorporé sobre el colchón con un nudo formándose en la boca del estómago. ¿Sabría Barnabas lo que había hecho anoche, cuando logré visitar la biblioteca haciendo uso de mi magia? ¿O acaso sabría que Setan se había plantado frente a mi puerta, esquivando al demonio de ojos grises?

Barnabas se cruzó de brazos y me lanzó una larga mirada. Por el rabillo del ojo vi que estábamos solos, y no pude evitar preguntarme dónde estaba Bathsheba.

Devolví la atención al demonio y vi que estaba mortalmente serio. Empecé a temer que hubiera cometido algún desliz... o que las advertencias de Bathsheba y todo lo que había leído en aquel pesado grimorio pudieran cumplirse, rompiendo la imagen que tenía de él.

La boca se me quedó seca mientras esperaba a que me desvelara qué era eso de lo que teníamos que hablar.

—Tenemos un acuerdo...

La bilis llenó mi boca con su amargo sabor. El acuerdo ¿cómo había podido olvidarlo? La maldita seguridad que me había hecho sentir en los últimos días había relegado aquel importante detalle hasta el fondo de mi mente, sepultándolo.

Barnabas se acuclilló para que nuestras miradas quedaran a la misma altura.

—Me debes tres favores —me recordó con cautela. ¿Cómo podía actuar de aquel modo si era él quien tenía el poder entre sus manos?—. Y voy a hacer uso de uno de ellos.

Un desagradable silencio se instaló entre nosotros mientras el demonio me daba unos segundos para que digiriera lo que acababa de decir. Recordaba los términos del acuerdo, y sabía que me había comprometido a ello, sin poder renunciar a hacer lo que fuera que me pidiera.

¿Qué quería Barnabas de mí?

—Quiero que seas mi acompañante en uno de los malditos bailes que ha convocado ella —no hizo falta que me dijera a quién se refería: ahora entendía por qué nadie parecía negarle nada a la Maestra—. Vas a ser mi pareja y vas a abandonar esta habitación.

Abrí y cerré la boca varias veces, incapaz de pronunciar palabra alguna.

El Señor de los Demonios me lo había prohibido, justificando esa decisión en mi propia seguridad. En lo peligroso que resultaría que algún demonio pudiera descubrir que mi aroma era ligeramente distinto al de los humanos y empezara a preguntarse qué había de extraño en mí.

Y quizá esas preguntas podrían llevar a que alguien averiguara lo que era capaz de hacer, los poderes que poseía y que parecían ser claramente demoniacos.

—Es momento de abandonar tu encierro, Eir —continuó hablando Barnabas—. Y yo cuidaré de ti, me encargaré de que nadie se acerque más de lo necesario.

El corazón empezó a latirme con fuerza ante la posibilidad que me estaba planteando el demonio de ojos grises. Llevaba demasiado tiempo enclaustrada en mi habitación, desde que la Maestra decidiera que era un buen momento para recibir a sus viejos conocidos... a sus súbditos; ahora tenía la sensación de que la presencia de esos demonios se estaba alargando de manera intencionada porque Hel buscaba presionar a su pupilo —o hijo, según había contestado Nigrum a mi pregunta— para que me hiciera participar. Pero él continuaba negándose.

Eso me hizo recordar de golpe a Setan.

—Él va a estar allí —dije.

Y no estaba segura de cómo iba a reaccionar si lo tenía frente a frente, y aún más sabiendo que había desobedecido sus órdenes... acompañando a Barnabas, su más acérrimo enemigo.

El demonio de ojos grises frunció el ceño cuando mencioné a Setan.

—Y tú tendrás tu venganza —contestó y supe que había adivinado mis pensamientos, lo que una parte de mí anhelaba—. Es lo que te pide tu orgullo herido, ¿verdad? Ambos saldríamos ganando, murcielaguito.

Llegó mi turno de fruncir el ceño.

La página del grimorio volvió a formarse en mi cabeza: Barnabas era zalamero, retorcido, manipulador y siempre buscaba salirse con su propio beneficio. Por no hablar de su carácter traicionero, el mismo que había empujado al demonio a vender a mis doncellas a la Maestra.

—¿Debería confiar en ti? —la pregunta se me escapó.

Un rayo de dolor le cruzó el rostro al entender que guardaba mis dudas al respecto.

—Podrías darme el beneficio, al menos —contestó en voz baja.

Me quedé en silencio, meditando mis opciones, que no eran muchas. Negarme a hacerlo podría suponer un quebrantamiento en los términos del acuerdo que teníamos y, aunque Barnabas no mencionó las consecuencias exactas de qué me sucedería si rompía el trato, sabía que no sería agradable; aceptarlo, por otra parte, era un asunto un poco más enrevesado.

Estaría incumpliendo otro tipo de promesas que había hecho, y tenía la sensación de que no resultaría nada bueno.

—¿Qué hay de Bathsheba? —opté por preguntar por mi doncella.

Barnabas me miró con desconcierto.

—¿Qué pensará ella? —especifiqué—. Dijiste que no estabas interesado en mí, y tu invitación podría conducirla a error.

Una sombra de dolor se posó en su mirada, quedándose allí.

—Precisamente lo estoy haciendo por ella, murcielaguito —me confió y supe que no había mentira en sus palabras—. Ebba está preocupada por ti y quiero... quiero que sepa que estás bien, recuperándote.

Pensé en los sentimientos del demonio hacia mi doncella.

Y pensé en las respuestas que podría brindarme si respondía a su invitación.

—Lo haré —acepté y Barnabas esbozó una media sonrisa—. Espero que sepas lo que estás haciendo.


De nuevo, como aquella vez, aunque cambió la mensajera, Bathsheba fue la encargada de disculparse en nombre de su hermana y en el suyo propio cuando me dijo que la Maestra requería de todos los demonios de rango menor para encargarse de mantener a sus invitados cómodos y sin que se aburrieran; le aseguré que estaba bien y me pregunté, mientras observaba cómo se marchaba, si Barnabas le habría hablado sobre lo que sucedería aquella noche.

Tragué saliva y me dirigí al vestidor para encontrar un vestido acorde para la ocasión. Aquel lugar me resultaba un sitio desconocido, pues siempre habían sido Bathsheba o Briseida las que habían entrado allí para elegirme mis atuendos; pasé la palma de la mano por los tejidos de las prendas que colgaban mientras era consciente de la cantidad de ropa que había allí dentro.

Demasiada, más de la que hubiera soñado siquiera.

El corazón se me detuvo cuando encontré el vestido con el que me había visto a mí misma en aquel extraño sueño de la perla de la memoria. Mis dedos aferraron la falda mientras dudaba entre dejarlo allí y pasar al siguiente o...

Me puse de puntillas para descolgarlo y lo alcé ante mí, observándolo con el ceño fruncido. Era exacto al que llevaba la Eir del sueño, hasta el más mínimo detalle; y me resultaba demasiado perturbador que lo tuviera frente a mí.

Que existiera realmente.

Respiré hondo y me lo llevé conmigo de regreso a la habitación. Lo deposité sobre el colchón de la cama, dirigiéndome entonces hacia el tocador para intentar descubrir hasta qué punto podía asemejarme a la chica de la perla de la memoria; sabía que era una idea peligrosa, pero estaba dispuesta a arriesgarme.

Barnabas no se había equivocado al afirmar que necesitaba devolverle el golpe a Setan, y sospechaba que si me presentaba con ese aspecto en aquella reunión lo conseguiría.

Me vestí en silencio, pasando luego al tocador para recogerme el cabello y mostrar, por primera vez, mi marca.

La observé en el reflejo del espejo y la rocé con la yema de mis dedos. No me gustaba la perspectiva de que todo el mundo pudiera verla, pero quería ceñirme al aspecto que había presentado en el sueño de Setan. Y eso suponía dejar mi cuello al descubierto.

Barnabas llamó educadamente a la puerta y tuve que reconocer que su atractivo se disparaba vestido de aquel modo tan elegante. El demonio me recorrió de pies a cabeza y sus ojos grises relucieron de comprensión; sin hacer mención alguna a ello, me tendió el brazo en una invitación silenciosa.

Aparté las faldas para moverme con facilidad y lo acepté, sabiendo que no había marcha atrás. No sabía cómo iba a reaccionar Setan cuando me viera vestida de ese modo, si sospecharía que le había robado alguna de sus preciadas perlas de memoria; aspiré una bocanada de aire cuando salimos al pasillo, intentando calmar los desenfrenados latidos de mi corazón.

Vi que Barnabas esbozaba una media sonrisa y colocaba una mano sobre mi muñeca.

—Tranquila, murcielaguito —me susurró—. No va a pasarte nada. Te lo prometo.

Me mantuve en silencio, rumiando todo lo que quería saber, hasta que alcanzamos las escaleras. Pensé en la mejor forma de empezar con aquel interrogatorio y decidí lanzar mi primera pregunta cuando empezamos a descender:

—¿Qué sientes por Bathsheba?

La intrusión implícita que había en ella hizo que Barnabas se pusiera rígido. Había sido testigo de la intensidad que existía entre ambos; había escuchado la versión de mi doncella y también había sido consciente del dolor que había empañado los pensamientos de Barnabas, cuando le pregunté al respecto.

Pero intuía que había más.

Barnabas se aclaró la garganta.

—¿A qué viene eso? —quiso saber, su ceño se frunció un segundo después—. ¿Te lo ha preguntado ella?

Un ligero brillo de esperanza iluminó sus ojos grises al creer que Bathsheba estaba interesada en conocer esos pequeños detalles.

—No, Bathsheba no me ha dicho nada al respecto.

Barnabas apretó la mandíbula.

—Es... es complicado —dijo, respondiendo a mi pregunta.

—¿La amas? —insistí.

El demonio se quedó en silencio, luego soltó un suspiro cargado de derrota.

—Eso no importa ahora, murcielaguito.

—Yo creo que sí. Porque creo saber por qué vendiste a Bathsheba y a Briseida.

En sus ojos se reflejó una sombra de pánico.

—Sé que perteneces a la nobleza, Barnabas —dije a media voz—. Y también sé quién es la Maestra.

El demonio se puso rígido, pero no se atrevió a mirarme, lo que me animó a continuar con mis sospechas.

—Dijiste que no tuviste más opción que entregárselas a ella —le recordé—. Y era cierto: no podías negarte a las órdenes de tu reina.

—Pero debería haberlo hecho —apenas fue un susurro—. Debería haber luchado más por ella.


Pista: va a haber movida.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro