treinta y nueve.
No dije una sola palabra más: era evidente que todo aquel asunto le resultaba espinoso a Barnabas, y había confirmado parte de mis sospechas.
Por eso mismo me encerré en un respetuoso silencio y dejé que me guiara hasta la planta baja. Mis ojos se vieron atraídos hacia la puerta, que continuaba cerrada y, seguramente, encantada para que no pudiera abrirla y huir por ella.
Tomamos un pasillo que no me resultaba conocido y en el que, al fondo, se veía un foco de luz. Conforme nos acercábamos a él empecé a escuchar el coro de conversaciones, el tintineo del cristal, las risas... sonidos propios de una reunión; me aferré al brazo de Barnabas al recordarme que estaría rodeada de demonios, y que resultaría ser una presa demasiado fácil y apetecible. Sin embargo, él me había prometido quedarse conmigo. Protegerme de los posibles peligros que me rodearían durante el tiempo que estuviésemos allí.
El corazón empezó a latirme con fuerza cuando cruzamos el umbral y la excesiva luminosidad me hirió en los ojos, obligándome a bajar la mirada y pestañear hasta que mi vista pudiera acostumbrarse; cuando estuve segura de que no corría riesgo de cegarme de nuevo, levanté la cabeza y el aire se me quedó atascado dentro de la garganta al observar lo que me rodeaba.
Al contrario que otras partes del castillo que había visitado —y que tenían un aspecto descuidado y antiguo, mostrando cómo las inclemencias del paso del tiempo y los inexpertos cuidados habían hecho su parte— aquel salón representaba los buenos tiempos que habían vivido. Me sorprendió encontrar tanto objeto dorado, pero no me dejé amilanar por el lujoso aspecto que presentaba aquella parte del castillo para, precisamente, impresionar a los otros invitados.
Invitados que habían clavado su mirada en nosotros y nos observaban con una mezcla de curiosidad y deseo por ver carne fresca mostrándose frente a ellos.
Barnabas se irguió y yo le imité de manera inconsciente. Debía aparentar seguridad delante de todos esos demonios que no despegaban la vista de nosotros, entusiasmados por mi presencia; a través de la multitud pude ver a Nayan, demasiado cerca de Setan. Los dos tenían sus ojos puestos en Barnabas y en mí: ella sonreía de manera triunfal y él tenía una expresión que alternaba entre el desconcierto y el enfado.
Vi que Barnabas sonreía socarronamente al captar la reacción del Señor de los Demonios. Le di un pellizco en el brazo mientras me guiaba hacia un rincón de la sala, lejos de la atención de la mayoría de invitados.
Toda la superioridad que había mostrado apenas unos instantes antes se desvaneció de golpe. Fruncí el ceño al ver que su rostro se había puesto serio y que sus ojos grises parecían haberse oscurecido; de manera inconsciente seguí la dirección de su mirada y sentí que el mundo se abría bajo mis pies.
Bathsheba tenía sus oscuros ojos clavados en nosotros.
Portaba entre las manos una enorme bandeja y, me di cuenta con horror, de que al cuello llevaba una enorme anilla de metal cuyas cadenas se unían a otras dos anillas que se le ajustaban alrededor de las muñecas; lejos de usar sus habituales y descarados vestidos, su atuendo aquella noche costaba de una apretada banda de color granate y con abalorios dorados que cubrían su pecho y una falda que dejaba al descubierto sus largas piernas. Me sonrojé sin poderlo evitar, pues jamás había visto a ninguna de mis doncellas mostrar tanta... piel.
Bathsheba sacudió la cabeza, como si estuviera saliendo de un profundo trance, y, con una última mirada de advertencia a Barnabas, dio media vuelta para proseguir con su tarea de mantener a los invitados ocupados.
—¿Ella lo sabía? —le pregunté, incapaz de apartar la mirada de la espalda de mi doncella.
Apenas había visto a alguna de las dos hermanas en mi dormitorio. Bathsheba había subido aquella misma mañana para informarme, con un timbre de culpa, que estaría ocupada, al igual que Briseida; me había cuestionado si Barnabas le había hablado de nuestro pequeño... acuerdo. Ahora podía ver que el demonio había optado por no compartir con Bathsheba una palabra de sus planes.
Barnabas bajó la mirada.
—No, por supuesto que no —bufé.
Quizá molesto por mi tono acusador, Barnabas se protegió tras su máscara y, en aquellos instantes, pude ver el gran parecido que guardaba con el dibujo que había visto en el grimorio; sus ojos grises se endurecieron y chasqueó los dedos con un rápido gesto. Un instante después un demonio menor, vestido de forma similar a Bathsheba, apareció a su lado con una bandeja repleta de copas aflautadas rellenas de un líquido que parecía sangre con puntitos dorados.
Se inclinó en señal de respeto hacia Barnabas y mi acompañante cogió dos copas, tendiéndome una casi sin mirarme. La acepté a regañadientes pero no le di ningún sorbo; Barnabas casi vació su propia copa del suyo.
—¿Ahora has decidido comportarte de acuerdo a tu posición? —le pregunté, sin poder ocultar la irritación en mi voz—. Porque Bathsheba no se equivocaba al afirmar que eras un traicionero y...
—De acuerdo, quizá me he equivocado al no decirle a Bathsheba que me ibas a acompañar esta noche —me cortó con una tirante sonrisa en sus labios—. Y, ahora, por amor de Dios, disfruta de la velada; me encargaré de hablar con ella más tarde.
Le observé con los ojos entrecerrados, sosteniendo todavía la copa entre mis dedos y sin intenciones de beber ese extraño líquido. La tensión había envuelto cada centímetro de su piel y su semblante, a pesar de estar logradamente inexpresivo, estaba demasiado rígido para aparentar que estaba bien. Tras haber descubierto los motivos que habían empujado a Barnabas a prescindir de las dos hermanas, había decidido darle un voto de confianza respecto a sus sentimientos hacia Bathsheba; sin embargo, sus actos para demostrárselos a ella dejaban mucho que desear.
Los ojos grises del demonio se desviaron hacia mi copa impoluta.
—Puedes probarlo sin correr ningún riesgo, murcielaguito.
Esbocé una sonrisa cargada de sarcasmo.
—Prefiero no arriesgarme —dije, pasándosela—. Y más teniendo en cuenta de dónde me encuentro.
Mi mirada se vio atraída de nuevo hacia la multitud. Los demonios que se encontraban atestando el salón parecían haber perdido el interés que pudiera haber suscitado al principio, quizá gracias a la compañía que tenía; sin embargo, no fui capaz de volver a encontrarme con Setan... aunque sí con la mirada de la Maestra.
Hel, con su impresionante e inocente aspecto, me observaba desde la lejanía. Sus ojos azules parecían relucir bajo la luz de la multitud de velas que adoraban desde los candelabros y las arañas del techo; recordé que aquella mujer era la más poderosa en aquella habitación. Y también recordé el tipo de conexión que la unía con Setan.
A su lado estaba el demonio de piel de alabastro. Juvart, recordé con un escalofrío recorriéndome la espalda; aquel tipo había estado bromeando con Barnabas aquel día en el pasillo, burlándose sobre las intenciones que guardaba la Maestra sobre ese tipo de fiestas.
La mujer alzó su copa en mi dirección, como si estuviera brindando conmigo por algo.
Me tensé y alguien me pellizcó en el brazo, llamando mi atención y obligándome a apartar la mirada de Hel. Me topé con la sonrisa tirante de Barnabas, que también contemplaba a la Maestra con un brillo calculador; era evidente que existía cierta aversión por parte del demonio hacia la otra. Y no me costó mucho intentar adivinar los motivos que se escondían tras ese sentimiento.
—No te recomendaría que la miraras fijamente —susurró sin apenas mover los labios—. Procura no llamar su atención esta noche.
Le miré mientras se llevaba la copa a los labios y se terminaba el líquido que había en su interior.
—¿Por qué? —quise saber.
—Porque está ávida por un buen espectáculo y tú serías, sin lugar a dudas, un buen entretenimiento —su rostro se puso serio de nuevo—. Ah, mierda...
Me giré justo cuando una resplandeciente Nayan se acercaba a nosotros. Aún mantenía su aspecto, sin querer usar su identidad infantil, y se había esmerado para la ocasión: su vestido de color rojo destacaba sobre su piel de porcelana y su cabello platino; incluso sus inquietantes ojos lilas parecían brillar.
Contuve las ganas de retroceder y esconderme tras Barnabas cuando la mujer se detuvo frente a nosotros con una amplia sonrisa. Luego se recolocó, dejándonos ver una enorme raja en la falda de su vestido que hacía que parte de su larga pierna quedara al descubierto. Algo bastante atrevido... y arriesgado.
—Eir Gerber —me saludó mientras su mirada me escaneaba de pies a cabeza—. Qué sorpresa encontrarte por aquí. Creí que Setan había dicho que no quería verte asistir a ninguna de nuestras reuniones sociales.
Ella había estado presente en ese momento, cuando el Señor de los Demonios le aseguró que yo jamás estaría en ninguna de esas «reuniones sociales», tal y como las había denominado Nayan; la negativa del demonio había llamado la atención de la mujer y ella había intentado presionarlo, con ayuda de Barnabas. Luego el Señor de los Demonios había perdido el control y casi había asfixiado al demonio de ojos grises.
—Si no me falla la memoria, creo que Setan dijo que no iría a la primera —intervino Barnabas, esbozando una educada sonrisa.
Nayan le dedicó una apreciativa mirada. La mujer creía que Barnabas era un poderoso aliado si quería conseguir algo de atención por parte de Setan; y eso suponía que el demonio de ojos grises disfrutara provocando al otro.
—Pensé que te había advertido sobre acercarte a ella —replicó con un tono cargado de coquetería.
Barnabas le sonrió del mismo modo, entrecerrando los ojos.
—Ya sabes lo poco que me gusta seguir órdenes —ronroneó.
Ella dejó escapar una risa y dio un paso hacia mí, entrelazando su brazo con el mío y lanzándome una inocente mirada ante mi sorpresa.
—Tranquila, Eir Gerber —me susurró—. No suelo morder. Además, me gusta la carne un poco cocinada.
Desvió la mirada hacia Barnabas, que contemplaba nuestros brazos entrelazados con aparente indiferencia. Le dedicó una caída de pestañas mientras esbozaba una sugerente sonrisa.
—Quizá podría robártela unos instantes —le propuso, pegando su costado al mío en un gesto demasiado evidente—, así podrías reunirte con viejos amigos...
Dejó la oferta en el aire y desvió la mirada hacia un grupo de demonios que nos observaban con demasiado interés para pretender que fuera casual. Algunos de ellos me resultaban familiares gracias al grimorio, aunque no pudiera recordar ningún detalle más sobre ellos; Barnabas también los contempló en un pensativo silencio.
Luego clavó sus ojos grises en Nayan, que mantenía la compostura.
—¿Qué interés podrías tener en cuidar de ella, Nayan? —le preguntó—. Antes te he visto muy bien acompañada...
No quise preguntar por la compañía de la mujer. Sus dedos se cerraron en torno a mi brazo con más fuerza, indicándome que no me escaparía tan fácilmente; su rostro, por otra parte, era la estampa de la más inocente confusión.
Pero Barnabas no era tan iluso para dejarse engañar de ese modo.
—Estoy siendo amable y considerada —respondió Nayan—. Setan siempre la ha mantenido recelosamente apartada de todo esto y creo que ella merece salir de ese encierro autoimpuesto.
La mirada del demonio alternó entre las dos.
—No hagas que me arrepienta de esta decisión, Nayan —le advirtió en un tono amenazador.
Ella sonrió por toda respuesta.
Con una última mirada cargada de silenciosas amenazas sobre lo que podría sucederle de haberle tendido una trampa, Barnabas dio media vuelta y se marchó en dirección al grupo de demonios que antes no nos habían quitado ojo de encima; Nayan observó la marcha de mi acompañante con una media sonrisa.
En cuanto Barnabas estuvo fuera de nuestro alcance, hizo desaparecer su aura inocente y me lanzó una mirada evaluadora. Recordé las pocas ocasiones en las que habíamos coincidido, el modo en que me había engañado haciendo uso de una apariencia dulce e infantil de una niña.
—Sigo creyendo que hay algo extraño en ti —comentó.
Tomó una de las copas que había en una de las bandejas que llevaba otra mujer demonio y me observó con atención, dándole un pequeño sorbo mientras continuaba con su escrutinio. Yo me removí con incomodidad en mi sitio, observando mi alrededor con intención de deshacerme de ella en cuanto se me presentara la menor oportunidad.
—No sé de qué hablas —respondí.
Nayan enarcó una ceja.
—Algo debes tener para haber llamado la atención de Setan y Barnabas —insistió y su mirada se tornó afilada—. No suelen mostrar mucho interés por ningún... humano.
Contuve mi lengua respecto al interés que había mostrado Setan en el pasado por una de las elegidas, también humana. Nayan también la había conocido, y quizá había sabido lo que había habido entre ambos; la mujer la había mencionado y su hermana se había reído, demostrando que ella también sabía quién era.
La mirada de Nayan se desvió y relució de maldad. De manera inconsciente me giré para ver qué era lo que había llamado la atención de ella: en un rincón apartado, Barnabas había conseguido arrinconar a Bathsheba y ambos parecían estar teniendo una acalorada discusión.
Él intentó tomarla del brazo, pero mi doncella se lo sacudió de encima con furia, provocando que Nayan dejara escapar una risita entre dientes, pendiente de lo que sucedía entre ambos.
—Supongo que a Barnabas no le gusta dejar capítulos abiertos —comentó la mujer, pero yo no fui capaz de despegar la mirada del demonio y Bathsheba—. Especialmente cuando se trata de arrastrar a alguien a su cama.
Un ramalazo de enfado me espoleó a lanzarle una mirada incendiaria. Ella me dedicó una sonrisa y volvió a darle un trago a su copa; recordé en qué posición se encontraba y por qué había decidido convertirse en alguien tan cercano de la Maestra.
Mis labios se curvaron en una insidiosa sonrisa y fui incapaz de contenerme cuando le espeté:
—Quizá eso es lo que te tiene celosa: que no haya intentado arrastrarte a ti a su cama —el rostro de Nayan se puso lívido al escuchar mi réplica—. Te catapultaría muy lejos de tu posición, ¿no es así?
—Eres una pequeña arpía, Eir Gerber —luego recuperó su habitual sonrisa desenfadada y la seguridad que caracterizaba cada uno de sus movimientos—. Pero no necesito arrastrarme a ninguna cama: alguien que tú conoces muy bien se encarga de calentar la mía. Y últimamente me ha visitado más a menudo.
No encontré una respuesta, dejando que el silencio nos envolviera y la insinuación que había dejado caer Nayan se asentara en mi cabeza. Bathsheba me había confiado las intenciones de la mujer respecto al Señor de los Demonios, y también había subrayado categóricamente que Setan nunca había mostrado interés por ella... como tampoco le había permitido que llegase más lejos.
Al final conseguí que mi sonrisa no flaqueara un instante.
—¿Debería darte la enhorabuena, Nayan? —dije, vertiendo veneno en cada una de mis palabras—. ¿Cuánto tiempo te ha costado que se cuele entre tus sábanas? —pestañeé con inocencia—. ¿Y cuánto durará antes de que pase a otra cosa que le resulte de más interés?
La actitud de Nayan sí que flaqueó al escucharme, demostrándole que sus insidiosas intenciones no habían surtido efecto. Me fijé en cómo aferraba su copa, con demasiada fuerza; casi parecía a punto de quebrarse.
—Voy a terminar contigo como debí hacerlo cuando...
Un brazo me rodeó los hombros y Nayan se quedó muda de repente, logrando convertir su gesto casi asesino en uno mucho más comedido. Me relajé cuando vi el perfil de Barnabas por el rabillo del ojo; tenía ganas de preguntarle cómo había ido todo con Bathsheba, pero me contuve. Ya aprovecharía cuando estuviésemos lejos de la irritante presencia de Nayan.
—¿Estrechando lazos? —preguntó.
Nayan sonrió de manera juguetona.
—Algo así.
Barnabas me estrechó contra su pecho e hizo una inclinación de cabeza en dirección a la mujer.
—Entonces creo que ha llegado el momento de que recupere a mi acompañante —dijo el demonio— para prestarle la debida atención que se merece.
La mirada de Nayan alternó entre nosotros, retomando un brillo calculador después de que su idea de alterarme no hubiese salido tal y como ella esperaba. Sus labios se curvaron en una sinuosa sonrisa y pareció recuperar el aplomo que había perdido cuando no caí en su trampa.
—Por supuesto —concedió.
Barnabas colocó su mano sobre la parte baja de mi espalda y me alejó de la mujer. Una vez estuvimos lejos de su alcance pude soltar un suspiro de alivio y observar mi alrededor; contra todo pronóstico, ninguno de aquellos demonios había intentado acercarse a mí.
—¿Has podido hablar con ella? —le pregunté en un susurro.
Estaba preocupada por Bathsheba. Aún recordaba cómo nos había mirado... cómo había esquivado el contacto de Barnabas mientras él intentaba hablar con ella, supuse, sobre ello; mi doncella tenía una vorágine de sentimientos contradictorios respecto al demonio de ojos grises.
Barnabas desvió la mirada hacia mí y pude ver que no debía haber ido todo tan bien como él había esperado.
—Lo he... intentado —contestó con renuencia.
—¿Qué quieres decir con eso? —dije.
La mirada de él se ensombreció.
—Ha hecho lo de siempre: amenazarme sobre qué me sucedería si osaba pasarme de la raya —respondió con tirantez—. Cree que todo esto forma parte de algún retorcido plan que he urdido...
Enarqué una ceja.
—¿Y lo forma? —le corté.
Barnabas esbozó una sonrisa carente de humor.
—Tu fe ciega en mí me enternece, murcielaguito —ironizó.
Puse los ojos en blanco y el demonio optó por hacerse con una nueva copa. Desde que nos habíamos separado, había perdido la cuenta de cuántas bebidas había tomado; sin embargo, no parecía afectado y su mirada reflejaba cautela, siempre controlando que no hubiera nada que pudiera resultar peligroso para mí.
—¿De qué habéis estado hablando Nayan y tú en mi ausencia? —quiso saber Barnabas.
Me encogí de hombros.
—No entiende por qué tú o Setan mostráis tanto interés... en mí —el estómago se me agitó desagradablemente cuando continué hablando—. Además de insinuar que el Señor de los Demonios es un gran compañero de cama, al parecer.
Barnabas abrió los ojos de par en par, cogido por sorpresa ante las osadas palabras que me había dirigido Nayan mientras habíamos estado a solas.
Bajé la mirada hacia mis manos, fingiendo encontrarme muy entretenida en observar mis cutículas.
—Le respondí que era pasajero, y que no sabía si felicitarla después de haber estado tanto tiempo tras el Señor de los Demonios.
El demonio dejó escapar una carcajada y yo alcé la cabeza, atraída por ese sonido.
—Así que esta agradable jovencita es la invitada de este año de Setan —una voz profunda nos interrumpió.
Reconocí a la persona a la que pertenecía esa voz. Me giré hacia el recién llegado al mismo tiempo que una sombra de seriedad se instalaba en el rostro de Barnabas; Juvart nos contemplaba a ambos con una expresión interesada. Mis ojos recorrieron sus poderosos bíceps, sus enormes manos que podían aplastar mi cabeza sin mucho esfuerzo; la piel de alabastro absorbía cada rayo de luz que incidía y sus ojos, del mismo tono, parecían ser dos pozos sin fondo.
—Juvart —le saludó Barnabas, cuidando su sonrisa—. Te creía ocupado.
Juvart enarcó una ceja de manera divertida.
—Hel ha acaparado casi todo mi tiempo —reconoció y luego me lanzó una rápida mirada—. Pero no creo que esta jovencita quiera escuchar algo tan tedioso y aburrido... No en vano estamos en una fiesta, o algo parecido.
Barnabas me dio una ligera palmada en la parte baja de mi espalda. «Procura sonreír y no digas una sola palabra», me advirtió haciendo que su voz resonara dentro de mi cabeza; me dispuse a obedecer, obligando a mis labios a que se curvaran en una sonrisa que pretendiera hacerme parecer inofensiva. Humana. Insignificante.
Juvart me examinó de pies a cabeza.
—Creo que no nos han presentado correctamente —dijo, tendiendo su mano en mi dirección y dirigiéndome una sonrisa encantadora—. Juvart. A vuestro servicio, señorita...
Al final acepté la mano del demonio, estrechándosela. Sentí una quemazón en la palma de la mano y procuré mantener mi rostro inexpresivo; la sonrisa de Juvart creció de tamaño cuando le solté.
—Eir Gerber —me presenté.
Juvart asintió, sin perder en ningún momento la sonrisa.
—Espero que no os asuste estar rodeada de tantos... demonios —insinuó y sus fosas nasales se ensancharon.
Barnabas se pegó aún más a mí y volvió a pasar un brazo por mis hombros; percibí la tensión en su cuerpo cuando mi hombro quedó encajado bajo el hueco de su axila. Aquel gesto, en apariencia desenfadado, no pasó desapercibido para Juvart, que volvió a contemplarnos de manera atenta.
—Creo que ha perdido el miedo después de haber estado conviviendo con Setan —bromeó Barnabas.
Juvart rió y colocó una mano sobre el cuello del demonio de ojos grises, que se puso aún más tenso ante el contacto. Luego se inclinó sobre nosotros, adoptando un aire cargado de misterio; un ligero y dulzón aroma alcanzó mis fosas nasales, provocándome un incómodo cosquilleo.
—Deberías tener cuidado, Barnabas —le advirtió en voz baja—. No le ha sentado nada bien que la hayas traído contigo.
En aquel momento fui yo quien se tensó bajo el brazo del demonio de ojos grises cuando comprendí que estaba haciendo mención al Señor de los Demonios. Había visto su reacción cuando habíamos atravesado la puerta, pero luego había perdido de vista a Setan; aunque tenía la inquietante sensación de tener su mirada de fuego clavada en mí durante toda la noche. Acechándome.
Vigilándome.
Barnabas soltó una risotada baja.
—Sabes que no me importa lo más mínimo, Juvart...
El demonio de piel ónice esbozó una sonrisa misteriosa.
Tras cruzar un par de frases protocolarias, Juvart se despidió de ambos y se perdió entre la multitud. El brazo con el que me estaba rodeando cayó contra su costado mientras Barnabas dejaba escapar un silbido por lo bajo; yo también sentí que las piernas empezaban a temblarme. Era evidente que Juvart había percibido mi aroma y se había dado cuenta de que había algo raro en él, por eso mismo Barnabas se había visto en la obligación de intentar cubrir mi aroma con el suyo propio.
Aunque ese gesto se hubiera malinterpretado por parte del demonio de piel de ónice.
—Quizá sería una buena idea encontrar un rincón lo suficientemente apartado para que no suframos otra interrupción —propuso Barnabas.
Asentí de manera mecánica, sintiendo un extraño calor recorrer todo mi cuerpo.
Dejé que Barnabas me guiara hacia una de las esquinas del salón, lejos de la atención de los invitados. Cuando el demonio me tendió una copa de bebida y, ante la subida de la temperatura que me había tomado desprevenida, le di un generoso sorbo, esperando que el frescor del líquido me ayudara a combatirlo; aquel sabor dulce y frío me bajó por la garganta.
Ignoré la mirada sorprendida de Barnabas y continué vaciando el contenido de la copa; luego apoyé la espalda contra la pared y solté un suspiro tembloroso. El extraño foco de calor no se había disipado dentro de mi cuerpo, sino que había aumentado ligeramente. Era como si la temperatura hubiera subido un par de grados. Como si el vestido me presionara contra la piel, impidiendo que pudiera sentirme cómoda. Como si la habitación hubiera disminuido de tamaño.
Tragué saliva y cerré los ojos, intentando serenarme.
—Eir...
Intenté respirar, pero el calor me asfixiaba. Y era dolorosamente consciente de la distancia que había entre Barnabas y yo; cada centímetro que nos separaba provocaba un extraño vuelco en mi estómago. Despertando un anhelo desconocido para mí.
—No me encuentro bien —conseguí balbucear.
Sentí el brazo del demonio rodeándome la cintura con cuidado, separándome del pilar que había sido la pared para mi equilibrio. Entreabrí los ojos y me dejé caer sobre su pecho, conteniendo un suspiro mientras permitía que su atrayente olor me rodeara, llenando cada parte de mí.
Barnabas cargó con casi todo mi peso, sacándonos de nuestro escondite y rodeando a la multitud para poder dirigirnos hacia la salida. Tropecé en varias ocasiones con mis propios pies, empujando al demonio a que me sostuviera más cerca de su cuerpo para evitar mi caída; en aquellos momentos no le di importancia al aspecto que presentábamos, yo casi echada por completo sobre Barnabas y él rodeándome de aquel modo para que no acabara en el suelo. Lo único que deseaba era estar más cerca del demonio.
Y la idea de que llevaba demasiadas capas de ropa encima estaba empezando a cobrar fuerza dentro de mi cabeza.
Se me escapó un jadeo cuando salimos al pasillo, donde apenas había luminosidad. Luego me pasé la lengua por mis labios resecos y observé mi alrededor; detecté algunos huecos en las paredes y...
Me rebatí entre los brazos de Barnabas y comprobé que él me soltaba automáticamente, dirigiéndome una mirada desconcertada. Mis labios se curvaron en una media sonrisa mientras empujaba su poderoso pecho y le hacía perder el equilibrio, mandándolo de cabeza a uno de esos huecos que antes había visto.
Algo parecido al miedo cruzó los ojos grises del demonio.
—Murcielaguito...
Dejé caer todo mi peso sobre su pecho y le dediqué una caída de pestañas, intentando imitar a Nayan. El calor seguía expandiéndose por mi cuerpo, lo mismo que mi extraño deseo por el demonio de ojos grises que había acorralado contra aquella pared de piedra del pasillo.
Y él seguía estando inmóvil bajo mi cuerpo, sin saber qué hacer... o cómo proceder. Aproveché esos instantes de duda por su parte para pasar mis manos por su pecho, acercándome a sus botones; mis dedos soltaron el primero con facilidad, aumentando mi ritmo de respiración.
Entonces Barnabas me aferró por las muñecas y nuestras posiciones quedaron invertidas. Mi espalda quedó pegada contra la pared de piedra mientras sus manos retenían mis muñecas; sus ojos se habían oscurecido y su propia respiración se había alterado.
Sacudió la cabeza y vi cómo apretaba los dientes.
—Eir.
Pero percibí un resquicio de duda en su voz. Sonriendo internamente, arqueé mi espalda de manera que mi cuerpo se pegara al suyo; luego hice que una de mis piernas se metiera entre las suyas. La respiración de Barnabas se agitó ante ese audaz movimiento y fui testigo de cómo perdía la batalla contra lo que fuese que estaba luchando en su interior.
El agarre de mis muñecas perdió fuerza, dejando que mis manos acariciaran de nuevo su pecho. Un gruñido grave hizo que mis palmas temblaran contra la tela mientras alzaba la cabeza. Segundos después sus labios chocaban contra los míos en un ardiente beso que provocó que mis rodillas temblaran.
Escuché una vocecilla ahogada dentro de mi cabeza intentando hacerme recordar, pero apenas era capaz de escuchar nada por encima del rugido de mi sangre en mis oídos. Ni siquiera mi magia reaccionó en aquella ocasión contra él.
Permití que una de sus manos se perdiera por mi falda, recogiéndomela para darle acceso a lo que había bajo la tela.
Entonces el peso y contacto de Barnabas desaparecieron de repente, obligándome a abrir los ojos y romper el hechizo del momento. Jadeé en busca de aire cuando vi a Bathsheba aferrando al demonio por el cuello, con los ojos ardiendo por la ira; una sombra se interpuso en mi campo de visión mientras mi cuerpo cedía finalmente a la ausencia de fuerzas y caía sobre el duro suelo.
Los brazos de Setan me sostuvieron antes de que mis rodillas golpearan la piedra. Sus ojos relucían con la misma intensidad y sentimiento que los de mi doncella; el fuego que había en ellos amenazaba con hacer arderlo todo.
—Ebba, por favor —la suplicante voz de Barnabas me recordó... me recordó...
Me recordó el modo en que había perdido el control. El calor extendiéndose por mi cuerpo. Mi extraña necesidad por el demonio de ojos grises. El reflejo de esa misma ansia en su mirada mientras intentaba resistirse... y finalmente sucumbía.
—Sabía que no podía confiar en ti por mucho que me aseguraras lo contrario —Bathsheba logró no alzar la voz, pero aquel tono que usó fue peor que si hubiera gritado: era mortífera—. Sabía que estabas esperando el momento oportuno para mostrar tu verdadera y rastrera cara, no has cambiado nada. Estás enfermo: ella es apenas una niña. ¿Creías divertido seducirla para luego arrastrarla a tu cama como pasatiempo... como conquista? Me repugnas.
—Ebba...
—Eres un maldito hijo de puta, Barnabas —las palabras cargadas de ira resonaban por todo el pasillo—. Eres un monstruo.
Setan me cogió entre sus brazos y yo pude ver cómo los brazos de Bathsheba se transformaban, convirtiendo sus dedos en poderosas garras que parecían ser capaces de arrancar cualquier cosa. Incluso carne.
Barnabas, lejos de usar su propio poder para defenderse, le dirigió a ella una mirada suplicante. Si no hacíamos algo...
—¡Bathsheba! —el grito escapó de mis labios cuando ella lanzó sus garras hacia el pecho del demonio, dispuesta a atravesarlo para arrancar su corazón.
Mi doncella se quedó detenida al escuchar mi grito de súplica. Giró el cuello en mi dirección y vi que en su mirada también había aparecido miedo; miedo de mostrar una pequeña parte de cómo era realmente.
Todos nos quedamos congelados, como si no supiésemos qué hacer.
—Por favor —dije yo.
«No lo mates. No lo hagas. Por favor.»
Bathsheba comprendió y dio un paso hacia atrás, alejándose de Barnabas. Sus brazos recuperaron su aspecto habitual y lanzó una avergonzada mirada a Setan, que todavía me sostenía entre los suyos; algo debió decirle, ya que ella asintió con la cabeza y se acercó a nosotros.
Setan me pasó a sus brazos como si no pesara más que una pluma. Una vez estuve segura entre los del Bathsheba, dejó que la ira que lo había estado consumiendo saliera en forma de sombras; se abalanzó contra Barnabas y el otro demonio apenas tuvo tiempo de reaccionar.
El sonido del puño de Setan clavándose en el rostro de Barnabas hizo que todo mi cuerpo se encogiera de puro pavor.
—Debería haberte matado cuando tuve oportunidad —rugió entre dientes el Señor de los Demonios.
Barnabas salió de su estupor, escupiendo hacia un lado la sangre que se le acumulaba en la boca. Bathsheba dio un cauteloso paso, alejándonos a ambas de la pelea que estaba desarrollándose frente a nosotras; en su mirada no había nada y contemplaba la escena con el rostro inexpresivo. Pero sabía que estaba sufriendo, que todo lo que había visto antes de intervenir había abierto aún más la herida.
Y que el odio que sentía hacia Barnabas había cobrado fuerza.
Se me escapó un gemido cuando Setan golpeó de nuevo al otro... y el demonio de ojos grises caía de rodillas frente a su oponente. Saltaba a simple vista que Barnabas no estaba haciendo uso de su poder, y que parecía estar torpe. Sin embargo, ese pequeño detalle beneficiaba enormemente a Setan, que estaba dispuesto a acabar con el otro demonio en aquel preciso instante; ignorando —quizá deliberadamente— que había algo extraño en Barnabas.
El poder de las sombras rugió en mis venas ante la desesperación. Bathsheba dejó escapar un grito de alarma cuando la oscuridad me rodeó como un capullo, sumergiéndome en la negrura para llevarme a mi destino.
Los ojos cargados de sorpresa y desconcierto de Setan me contemplaron cuando logré aparecer en el pequeño hueco que había entre los dos demonios. Contuve un gemido de dolor cuando mis rodillas golpearon la piedra, pero no me permití hacer ningún sonido... como tampoco bajar la mirada.
Las palmas del Señor de los Demonios contenían una mortífera oscuridad que tenía como destino Barnabas, y yo me encontraba en medio de su objetivo. No era la primera vez que me tenía de rodillas frente a él, mirándole de aquel modo.
Sabía lo que estaba a punto de pedirle y estaba en sus manos cumplirlo... o no.
La mirada de fuego alternó entre mi decidido —y fatigado— rostro y el de Barnabas, que se encontraba a mi espalda y cuya trabajosa respiración era lo único que podía escuchar. Los segundos pasaron sin que nadie dijera nada o se moviera; la decisión debía tomarla Setan.
Me mantuve clavada en mi sitio, con la cabeza alzada y sin romper el contacto visual con el Señor de los Demonios, sintiendo cómo las fuerzas me abandonaban después de haber usado parte de mi magia para aparecer entre ellos. Un pequeño esfuerzo que me había resultado demasiado caro.
La oscuridad de sus palmas giró sobre sí misma y luego desapareció, como si nunca hubiese existido. De mis labios se escapó un suspiro de alivio mientras mis manos no eran capaces de sostenerme; el negro cubrió mi campo de visión y sentí como todo mi cuerpo se desplomaba.
Y, por segunda vez, los brazos de Setan estaban allí para cogerme.
No había perdido la consciencia, no del todo, pudiendo notar cómo cargaba conmigo. Cómo me pegaba a su pecho mientras sus brazos me sostenían con firmeza, una silenciosa promesa de que no iba a dejarme caer.
—Mi reina de sombras...
* * *
Después de este bombazo -espero- de capítulo, vengo a dejar unos mensajes de despedida:
Si veis que el libro cambia de portada, don't panic!: estoy intentando hacer una nueva y siempre habrá algo que no me convencerá. Por lo que estará cambiando de look hasta que me canse, decida beberme lejía o se me hinchen los ovarios ante mi propia incapacidad creativa
No confiéisssss... nada es lo que parece...
(...heavy breathing por haber escuchado a Setan llamar por first time a Eir reina de sombras...)
Estamos entrando en la recta final de la historia beibisssss
Ahora es cuando sale toda la mierda del cajón y se esparce por todos los rincones.
PROTECT BARNABAS AT ALL COST
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