treinta.
«Depende de lo que vengas a buscar.»
Buscaba varias cosas en realidad, siendo la más urgente y necesaria saber si existía una forma de salir de allí. De no terminar en el Cementerio Infinito.
Nigrum seguía observándome desde su posición, moviendo su jaspeada cola de un lado a otro mientras sus ojillos felinos relucían con diversión, como si todo aquello fuera un simple juego más.
—¿Hay... hay alguna forma de salir de aquí? —pregunté, intentando que la voz no me temblara un ápice.
El gato demonio ladeó la cabeza y me mostró sus colmillos afilados en una amplia sonrisa; alzó la pata y señaló algo a mi espalda mientras mi corazón empezaba a latir con fuerza y la esperanza se prendía en mi pecho como una débil llama.
—La puerta está por ahí —señaló y, acto seguido, prorrumpió en sonoras carcajadas.
Mis mejillas empezaron a arder a causa de la vergüenza. Había pecado de ingenua con aquella criatura, olvidando por un instante que los demonios solían hacer uso de la verdad a su antojo y que disfrutaban tergiversándola para su propio disfrute; contemplé a Nigrum riéndose hasta que las carcajadas cesaron y su sonrisa disminuyó de tamaño, quizá apiadándose de mí.
—Sé más específica con tus preguntas, niña curiosa. ¿No recuerdas lo que te enseñaba aquí Setan?
El gato demonio seguía confundiéndome con una de las otras chicas, alguien que, al parecer, había logrado acceder a aquella zona prohibida de la mano del propio Señor de los Demonios. Y yo decidí no sacarlo de su error.
—Ha pasado... algún tiempo —logré decir, cruzándome de brazos—. Podrías refrescarme la memoria.
—Ah, pero eso no sería divertido —ronroneó el gato.
Di un pequeño paso hacia un lado y sus ojos felinos registraron ese movimiento de manera inmediata. Nigrum era el demonio que vivía en aquella biblioteca, su guardián; podía entender que quisiera convertir todo aquello en un juego cuando, evidentemente, no debía recibir muchas visitas.
Y tampoco tenía un correcto sentido del tiempo.
—¿Qué me puedes decir de la última vez que estuve aquí con Setan? —pregunté entonces, enfocándolo desde otra perspectiva: saber qué era lo que buscaba aquella chica que acompañó al Señor de los Demonios hasta esa habitación—. ¿Qué te pregunté?
Los ojos de Nigrum relucieron.
—Querías ver el mundo exterior —contestó y respiré aliviada cuando no recibí otro comentario jocoso por su parte—. Querías... viajar. Setan dijo que no era posible que abandonarais el castillo y tú te enrabietaste como una niña pequeña; siempre lograbas mangonearle y conseguir que hiciera lo que tú querías. Era divertido veros por aquí a los dos juntos.
No pude imaginarme a un Setan que cediera a las exigencias y caprichos de una de las chicas que hubiera escogido; conmigo nunca se había implicado tanto y, hasta ahora, había dudado de que se comportara de ese modo. Esa misteriosa chica había logrado del Señor de los Demonios mucho más que el resto de nosotras y sentí curiosidad por su historia, por saber cómo lo había conseguido.
—Entonces yo recordé el viejo orbe —continuó Nigrum su relato, obligándome a atender para no perderme un solo detalle—. Un artefacto que te permitía obtener imágenes del lugar que quisieras sin moverte del sitio...
Sus palabras se perdieron en el frío aire de la biblioteca mientras Nigrum parecía quedarse atrapado en sus propios recuerdos. Incluso sus ojos parecieron desenfocarse, indicándome que se encontraba muy lejos; que había decidido quedarse en el pasado, en aquel recuerdo en concreto.
Di otro paso, valorando seriamente la posibilidad de perderme entre las estanterías de la biblioteca e indagar por mi cuenta, buscando las respuestas que necesitaba; los ojos de Nigrum se mantuvieron quietos, sin dar señal de haberme visto.
Al ver que no iba a sacar nada en claro de aquel gato demonio que parecía encontrarse bastante cómodo recordando viejos tiempos, le di finalmente la espalda y me dirigí hacia uno de los pasillos.
—Cuando venías sola tenías curiosidad por la Maestra —la voz del gato demonio resonó a mi espalda con contundencia, como si hubiera regresado al presente—. Decías que no te trataba bien y que querías saber más sobre ella. Era un secreto entre nosotros: me hiciste prometer que no le diría nada a Setan, y así lo he hecho.
Giré el cuello para mirar hacia atrás, donde Nigrum se lamía con parsimonia una de sus patas delanteras. El corazón se me detuvo en el pecho al descubrir que el comportamiento de la Maestra era algo habitual en las chicas del tributo; a pesar de su aspecto angelical y dulces palabras, había algo venenoso tras la máscara.
Quizá ella...
—Sigo sintiendo curiosidad por ella —dije.
Nigrum bajó lentamente la pata y sacudió su jaspeada cola.
—Debes tener cuidado, niña olvidadiza —me advirtió—. Pues la curiosidad mató al gato...
Contuve una risa sardónica, pero su rostro gatuno me transmitió que estaba hablándome demasiado en serio. Un aviso del peligro que suponía para mí la Maestra si me descubría husmeando sobre quién era en realidad; era más que evidente que, al mantenerse en la sombra, la había protegido de las miradas de los aldeanos y que el silencio de las chicas que elegía Setan año tras año también la beneficiaba enormemente para mantenerse en el anonimato, dejando creer que el Señor de los Demonios era aquel monstruo de las historias que nos relataban desde que éramos niños.
Pensé en las advertencias de Nayan a Setan por desobedecer las órdenes de la Maestra, el divertido cruce de teorías de Barnabas y aquel demonio con piel de alabastro; el comportamiento del propio Señor de los Demonios al ocultar algunos sucesos del conocimiento de ella.
—Sigue siendo nuestro secreto, ¿verdad?
Nigrum asintió con vehemencia.
—No he dicho una sola palabra, niña desconfiada.
—Entonces dime dónde puedo encontrar información sobre ella —le pedí—. Sobre Hel.
Los ojos felinos del demonio se abrieron de par en par a causa de la sorpresa.
—Niña tonta —siseó—. No puedes ir gritando su nombre a los cuatro vientos, ¿acaso no te enseñaron que hacer eso puede invocar al dueño de ese nombre?
Me encogí ante la posibilidad de que la aludida apareciera, como aquella vez en la biblioteca de mi ala. El Señor de los Demonios había logrado convencerla de que la magia que se respiraba en el aire era suya, pero había visto una chispa de desconfianza en los ojos azules de la mujer; no podía arriesgarme a que nadie supiera lo que era capaz de hacer.
—Ayúdame, Nigrum.
El gato demonio sacudió la cola contra el atril sobre el que estaba apoyado y escuché un chasquido.
—¿A cambio de qué, mi dulce niña? —preguntó con un ronroneo.
Malditos fueran los demonios por esa inexplicable adoración que sentían por los acuerdos. Observé con los ojos entornados al demonio que, a su vez, me miraba con una pizca de socarronería.
—Podría volver aquí —insinué, esperando que fuera suficiente—. Como en los viejos tiempos...
Los ojos felinos de Nigrum relucieron al escuchar mi oferta. Balanceó la cabeza de un lado a otro, pensando en si aceptaba lo que estaba ofreciéndole a cambio de su ayuda; por mi parte, me quedé muy quieta, a la espera de que emitiera un veredicto sobre si llevábamos a cabo el acuerdo o no.
—Yo te ayudo a dar con los libros que puedan ayudar a conocer quién es la Maestra... y tú te comprometes a venir a visitarme más a menudo... además de jugar conmigo —añadió con una sonrisa viperina.
Entrecerré mis ojos.
—¿Qué tipos de juegos? —quise saber.
Nigrum ladeó la cabeza.
—Oh, los mismos con los que nos divertíamos en el pasado —hizo una pequeña pausa—. ¿Tenemos un acuerdo, dulce niña?
Estudié a Nigrum unos instantes, valorando lo que había añadido a nuestro acuerdo.
El silencio se extendió por toda la biblioteca mientras el gato demonio aguardaba a que yo dijera la última palabra.
—Setan no deberá saber ni una sola palabra de lo que ocurre —dije, recordando cómo la chica con la que me estaba confundiendo Nigrum le había exigido que mantuviera eso en secreto.
—Seguirá siendo un secreto entre ambos —asintió el gato.
Inspiré hondo.
—Tenemos un acuerdo, Nigrum.
El gato demonio me sonrió, satisfecho.
—Empecemos, entonces —dijo—. Tenemos mucho trabajo por delante.
Me hizo un gesto con su pata izquierda, indicándome que me acercara, cuando saltó del atrio y se quedó flotando en el aire, como si fuera una pluma. Escondí mi sorpresa como bien pude mientras me obligaba a seguir caminando hacia donde se encontraba; el gato me sonrió y se movió hacia uno de los pasillos.
Me miró por encima de su hombro, todavía flotando.
—Me he sentido muy solo todo este tiempo —me confesó, como si compartiéramos un secreto—. Setan nunca ha sido un buen compañero de juegos, y ahora menos que antes...
Le seguí, intentando estar atenta al camino que estábamos haciendo.
—Desde que le conozco ha sido un demonio algo tendente a la melancolía y a la soledad —continuó parloteando Nigrum, feliz de poder hacerlo con alguien—. Pero tú... tú le proporcionas algo de luz a su existencia.
Esbocé una débil sonrisa cuando me miró de nuevo.
De manera inconsciente recordé la noche que le pregunté si se había enamorado alguna vez; el Señor de los Demonios pareció incómodo y dolido con mi pregunta —con mi curiosidad— y se había decidido escudar tras su máscara, mintiéndome. No habíamos vuelto a hacer mención de aquel momento, pero ambos habíamos sido conscientes de lo evidente que había sido su mentira.
Quizá la chica con la que me confundía Nigrum había logrado despertar en Setan sentimientos como el... amor.
Quizá el dolor de la pérdida, pues era evidente que era una herida que no había logrado cicatrizar, le impedía hablar con claridad sobre ello y, aun más, con alguien como yo, con quien apenas tenía confianza. Setan siempre había mantenido las distancias conmigo.
Nigrum se detuvo de golpe en el aire, girando hasta quedar frente a la estantería. Yo lo hice un par de pasos atrás, contemplando la hilera de tomos que estaban perfectamente ordenados sobre aquella balda de madera; el gato demonio movió de un lado a otro la cola y uno de los libros se arrastró fuera de su sitio.
—Cógelo —fue lo único que dijo.
Me abalancé inconscientemente hacia delante cuando el libro terminó de deslizarse fuera de la balda, cayendo al vacío. Nigrum se apartó de mi camino con una sonora carcajada mientras yo trataba de alcanzar el volumen antes de que terminara estrellándose contra el suelo.
Bufé cuando el peso del libro me golpeó en los antebrazos, lanzándole una mirada molesta al gato que seguía flotando por encima de mi cabeza presa de un ataque de risa a mi costa; me incorporé con esfuerzo, procurando no dejar caer el pesado volumen que llevaba entre los brazos.
—Una lectura ligera para que empieces —me dijo entre carcajadas.
Bajé la mirada hacia la portada, que no tenía un título propiamente dicho, sino un símbolo que me puso los vellos de punta.
—Y ahora vayamos a jugar, niñita —me ordenó Nigrum—. He cumplido con parte de nuestro acuerdo, ahora es tu turno.
Sopesé el libro entre mis brazos, contemplando al gato demonio hacer giros en el aire.
—Hoy no —dije.
Nigrum se quedó congelado, haciendo temblar sus bigotes mientras me lanzaba una mirada cargada de dureza.
—Pero nuestro acuerdo...
Sonreí de manera inconsciente, disfrutando de haber logrado hacerme con el control de la situación ante un demonio por primera vez.
—Está en mi mano decidir cuándo jugamos o no —le recordé, y luego me dije a mí misma que no me convenía lo más mínimo molestar al gato con desaires—. Y ya es muy tarde. Estoy cansada.
Nigrum bufó con evidente descontento.
—Volveré —le prometí.
El gato demonio señaló el libro que llevaba entre los brazos.
—Tendrás que volver a devolverlo —coincidió conmigo.
Me despedí de Nigrum antes de dar media vuelta para deshacer el camino que habíamos seguido hasta allí. A mi espalda podía escuchar los bufidos del gato demonio ante mi negativa a cumplir con mi parte del acuerdo aquella misma noche; el libro parecía haber duplicado su peso y me encontraba intrigada por descubrir qué escondía entre sus páginas. Qué información contenía sobre la Maestra.
—No olvides nuestro acuerdo, niña caprichosa —gruñó Nigrum a mi espalda.
Continué caminando, deseando alcanzar la puerta de salida. Aquella biblioteca era mucho más grande de lo que parecía, un lugar idóneo para poder perderte entre las estanterías; se me escapó un suspiro de alivio cuando regresé al centro de la sala, donde estaba aquel atrio tan escalofriante.
Procuré que mis pasos fueran relajados, a pesar de las ganas que tenía por abandonar la biblioteca y refugiarme de nuevo en mi habitación para poder leer con absoluta tranquilidad lo que había en aquel libro que llevaba entre los brazos.
Inspiré hondo cuando regresé al pasillo. Mis ojos se desviaron de manera inconsciente hacia la puerta solitaria que había al otro lado del corredor; la que pertenecía a los aposentos privados del Señor de los Demonios.
Me obligué a apartar la mirada, recordándome que aún me quedaba un largo trecho por recorrer hasta encontrarme a salvo en mi parte del castillo. No conocía las rutinas de los demonios que se encontraban hospedados por la desinteresada invitación de la Maestra, pero no me producía ningún placer la idea de toparme con alguno de ellos mientras trataba de regresar al pasillo que pertenecía a mi lado.
El estómago se me encogió cuando fui capaz de alcanzar las escaleras sin llamar la atención de Setan. Respiré hondo al descender por las escaleras hasta el piso de destino, llegando al rellano con el corazón latiéndome a mil por hora.
Ante mí se extendía la oscuridad más absoluta, la misma que me había rodeado en aquel cuarto al que alguien me empujó, dejándome encerrada en su interior. Apreté el libro contra mi pecho, armándome de valor para dar el primer paso hacia la negrura que había más adelante.
Al principio todo fue bien y los susurros no fueron lo suficientemente crueles para que me quedara congelada en el sitio. Continué avanzando por el pasillo, aferrándome al libro mientras me animaba a mí misma a seguir dando cortos pasitos que no hicieran ruido para verme al descubierto.
A mi alrededor no se escuchaba nada más que los susurros de las sombras, sus quisquillosos comentarios que buscaban desestabilizarme y hacerme fallar. Recordé las palabras del Señor de los Demonios; recordé que ellas no podían hacerme daño, que yo tenía el control.
A cada paso que daba me repetía lo mismo, con un objetivo en mente: alcanzar el otro lado del pasillo. Regresar a mi dormitorio.
Y estaba tan cerca...
—¿Te has divertido en tu excursión nocturna, disfrutando de tus nuevas habilidades? —dijo una voz a mi oído.
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