diecinueve.
Bathsheba se encargó de despertarme con tiempo suficiente para que pudiera prepararme para la cena. El dolor de mis sienes había desaparecido, y había podido dormir sin pesadillas; mi primera sesión junto al Señor de los Demonios y el hecho de que hubiera decidido ayudarme a tratar mi terror a las sombras no había trascurrido del modo que yo había imaginado. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza al rememorar cómo había permitido que las sombras recorrieran mis manos con libertad, en un entorno iluminado y controlado.
—Briseida me ha comentado que has ido a la biblioteca —dijo Bathsheba de pasada.
Desvié la mirada del conjunto que había escogido para aquella noche, frunciendo el ceño.
—Estaba interesada por conocer qué podía ofrecerme —contesté, procurando mostrar indiferencia—. En casa solía leer y estoy intentando crearme aquí una rutina.
La mirada oscura de mi doncella me escaneó, buscando alguna pista sobre si estaba mintiendo; me obligué a sostenérsela todo el tiempo, procurando no pestañear. Una punzada de traición me apuñaló el pecho al ser consciente de que estaba empezando a tener secretos con ellas, con las dos mujeres demonio que se habían encargado de mí.
Quizá si hubiera sido la misma chica del principio me hubiera sentido pletórica por ello, feliz de guardar secretos del mismo modo que ellas; pero ahora la culpabilidad me estaba haciendo muy complicado seguir fingiendo. A pesar de las diferencias que pudiésemos tener, valoraba a mis dos doncellas por haberse convertido en un importante apoyo dentro de aquel palacio.
Rogue soltó un ladrido desde su mullida cama, que habían colocado convenientemente junto a mi cama. Bathsheba chasqueó la lengua en su dirección, intentando sonar molesta... a pesar de su gesto lleno de cariño hacia el animal.
—Cállate, caprichosa —le espetó con suavidad.
Sonreí sin poderlo evitar.
—Quizá podíamos salir al jardín cuando regrese —ofrecí y miré a la perrita, que había comenzado a mover su inquieta cola—. No puede estar en el dormitorio, se sentiría como si estuviera en una jaula...
Bathsheba enarcó una ceja de manera burlona.
—¿Estás hablando de Rogue o de ti misma? —preguntó.
Me encogí de hombros y empecé a desvestirme para poder ponerme aquel otro vestido que llevaría para la cena.
—Eir...
Mi cuerpo se sobresaltó de manera inconsciente al ver a Bathsheba casi a mi lado. Haciendo uso de su naturaleza demoniaca, había logrado moverse con total sigilo... impidiéndome ser consciente de sus intenciones.
La miré por encima del hombro, su rostro estaba ensombrecido.
—Quiero disculparme —musitó, bajando la mirada—. Por las insinuaciones que hice sobre tu familia... sobre tus orígenes.
Su atropellada disculpa sonó sincera, haciéndome ver que Bathsheba realmente se arrepentía de haber dicho aquellas cosas que... que quizá podrían resultar ser ciertas; Setan se había ofrecido a ayudarme a descubrir de dónde procedía mi habilidad, quién era en realidad.
Si, en verdad, mi vida se había basado en una mentira.
Sonreí y me lancé sobre ella para abrazarla. Su cuerpo se puso rígido ante mi inesperado ataque, pero pronto me rodeó con sus brazos para poder devolvérmelo; aspiré su aroma y percibí un ligero aroma a jazmín y... cenizas. Recuperé un pequeño recuerdo de uno de mis encuentros con las escalofriantes gemelas de ojos extraños.
—Bathsheba —dije en voz baja.
—¿Sí?
Cogí aire antes de hacer mi pregunta.
—¿A qué huelo? —escuché el sonidito que hizo con la nariz, un gesto que solía indicar que no entendía a qué me estaba refiriendo—. Mi aroma.
Bathsheba se quedó en silencio unos segundos, pensándose su respuesta.
—Hueles a primavera... y humo —contestó.
Nos separamos y vi que su mirada parecía haberse ensombrecido. Pensé en su respuesta, intentando enlazarla con el extraño comentario que había recibido por parte de las gemelas invitadas de la Maestra. Quizá era mi aroma lo que había llamado su atención; quizá mi aroma había empujado al Señor de los Demonios a elegirme.
Por haber reconocido en mí a un demonio... o parte de un demonio.
Me obligué a esbozar una sonrisa burlona mientras me despedía de ella con un movimiento de mano y me dirigía hacia la puerta. En el trayecto hasta el comedor pude permitirme darle vueltas al asunto, intentando encajar piezas sobre mis orígenes... sobre quién era en realidad.
Mis pasos fueron haciéndose más cortos al escuchar voces desde el comedor; voces femeninas y cargadas de coquetería. Que me hicieron desear dar media vuelta y regresar al dormitorio, fingiendo no encontrarme en condiciones de poder continuar con nuestro acuerdo de cada noche. Inspiré hondo mientras las voces se convertían en estruendosas carcajadas, armándome de valor para recorrer los pocos metros que me quedaban hasta alcanzar las puertas abiertas que conducían al comedor.
Tres pares de ojos se desviaron en mi dirección nada más poner un pie en la habitación. Incluso la conversación y las risas se vieron cortadas de raíz al verme allí detenida, con aquel ridículo vestido negro que dejaba mucho que envidiar con las prendas que llevaban; mis ojos recorrieron las lujosas telas que conformaban los llamativos y sugerentes vestidos hasta que alcancé sus rostros.
Dos rostros idénticos de dos mujeres que me observaban con una sonrisita altanera y profundamente divertida.
Dos pares de ojos de color violeta que estaban clavados en mí.
Desvié la mirada hacia la Maestra que se encontraba sentada a la cabecera de la mesa, ocupando el sitio habitual de su discípulo... quien había sido relegado a su izquierda, junto a una de esas exuberantes mujeres.
—¡Ah, ya ha venido! —canturreó la que ocupaba el sitio contiguo al mío, que permanecía vacío—. Estábamos esperándote, Eir Gerber.
Ordené a mis piernas ponerse en movimiento, dirigiendo mis pasos hacia la silla que llevaba usando desde que vine allí. Los ojos de la Maestra se mostraban amables, pero había algo en su educada sonrisa que estaba logrando alterarme; de manera inconsciente miré a Setan, casi suplicando su ayuda. Pero él tampoco parecía encontrarse muy cómodo encajonado contra su Maestra y una de las gemelas de ojos violeta.
La que se sentaba a mi lado repasó con ojo crítico el sencillo vestido que llevaba. En sus labios culebreó una nueva sonrisa y tamborileó sus largos y delgados dedos sobre la mesa, lanzando una rápida mirada en dirección a su gemela.
—Me gusta tu vestido —me alabó. Supe que mentía por la forma en la que había mirado a la otra mujer idéntica a ella—. Resalta tu cabello y ojos.
Seguí observando a las tres comensales que se habían decidido unir a nosotros aquella noche. Pensé que no podía tratarse de una simple coincidencia, que aquel movimiento había sido calculado y preparado... ¿para qué exactamente? No era posible que alguien se hubiera enterado de lo que habíamos hecho Setan y yo en la biblioteca. Los dos habíamos procedido con sumo cuidado, cumpliendo las condiciones de nuestro acuerdo.
—Eir Gerber —intervino el Señor de los Demonios—. Espero que no te importe que esta noche nos acompañen nuestras... invitadas.
Su Maestra hizo un aspaviento con la mano mientras hacía crecer su sonrisa.
—¡Por supuesto que no le importará, querido! —exclamó, respondiendo por mí—. Debe ser muy aburrido tener que compartir las cenas solamente contigo.
Las gemelas soltaron una risita a la par y todo mi vello se puso de punta. Esos ojos violetas eran inconfundibles... pero la posibilidad de que fueran las niñitas me resultaba muy difícil de creer. ¿Cómo habían conseguido desarrollarse tan rápido... y en tan poco tiempo?
Acabé por ocupar mi sitio y me entretuve lo suficiente colocando mi servilleta sobre el regazo, con la cabeza intentando establecer conexiones. Buscando respuestas a las preguntas que se estaban formando en mi mente sobre la presencia de aquellas tres mujeres en aquel comedor y quiénes eran realmente las gemelas.
La gemela que se encontraba a mi lado ladeó la cabeza con una nueva sonrisa.
—Llevamos aquí semanas y aún no nos han presentado formalmente —ronroneó.
Por el rabillo del ojo aprecié cómo el Señor de los Demonios se ponía rígido sobre su asiento mientras la otra gemela jugaba con el pie de su copa, manteniendo una sonrisa que me permitía ver lo afilados que eran sus dientes... perfectos para desgarrar cualquier tipo de carne. Incluso la humana.
La gemela que se encontraba a mi lado tendió una de sus manos en mi dirección.
—Soy Meylan —se presentó y yo contemplé sus uñas, que parecían ser igual de afiladas que los dientes—. Mi gemela es Nayan.
Terminé por estrechar la mano de Meylan, intentando ignorar mi acelerado corazón. La Maestra observaba todo lo que sucedía con su mirada, asemejándose a un depredador que estuviera valorando a su presa. Estimando cuándo atacar para poder devorarla.
—Meylan y Nayan van a quedarse con nosotros un tiempo —me explicó la Maestra—. Hace tiempo que el castillo está algo solitario... a excepción de vosotras, las chicas que escoge anualmente.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, con el único propósito de herir. Me mantuve erguida sobre la silla que ocupaba y procuré que mi rostro no reflejara nada en absoluto; en una ocasión había escuchado a esa mujer diciéndole a su pupilo que no alcanzaría el mes, con un evidente tono de burla. Debajo de esa capa de dulzura con la que la había conocido se escondía otra persona.
Una mujer de dos caras.
Alguien peligroso y del que debía cuidarme.
—Y, por eso mismo, he decidido hacer una pequeña reunión con algunos viejos conocidos —continuó hablando—. Nada de lo que debas preocuparte, Eir: te mantendremos al margen —se apresuró a añadir, fingiendo una mueca llena de condescendencia—. Aunque todos ellos son pacíficos.
Por la lobuna sonrisa que se formó en los labios de Nayan, sospeché que quizá el término que había utilizado la Maestra no concordaba con lo que eran realmente los futuros invitados. Algo estaba cociéndose dentro del castillo, empezando por la llegada de las gemelas.
—Quizá deberíamos servir la cena y empezar con ella —comentó el Señor de los Demonios, quien había quedado aquella noche al margen.
Antes de que ninguna de nosotras abriera la boca para responder, chasqueó sus dedos, tal y como siempre hacía cuando cenábamos a solas. La Maestra dejó escapar una suave risa mientras su pupilo casi se abalanzaba sobre la jarra de vino para servirse la primera copa.
Meylan empezó a llenar su plato y todo aquello me resultó... extraño. Desconocido. Después del mes que había transcurrido en el castillo, me había acostumbrado a las cenas con el Señor de los Demonios; a la rutina que se había creado entre ambos cuando nos encontrábamos en el comedor. Ahora, sin embargo, Setan estaba sumido en un tenso silencio mientras bebía de su copa de vino y yo procuraba no dejar relucir lo mucho que me inquietaba estar rodeada de mujeres que, a todas luces, parecían estar colaborando conjuntamente. ¿En qué? Aún no lo sabía.
—¿Un poco de vino, Eir Gerber? —inquirió Nayan desde su asiento, alzando la jarra.
Entreabrí la boca para rechazarlo cuando alguien se adelantó en su respuesta:
—Ella bebe agua.
Ambas desviamos la mirada a la par hacia el Señor de los Demonios, que estaba concentrado en servirse un poco de comida. La Maestra tampoco se perdía detalle de la conversación y Meylan se encontraba ocupada dando buena cuenta de la cantidad de comida que había en su propio plato.
Nayan esbozó una media sonrisa que me pareció cruel y perversa.
—Parece que conoces bien sus gustos, Setan —insinuó.
Mis mejillas se colorearon sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo, pero la mujer parecía estar más interesada en él.
—Llevo cenando con ella todo un mes —replicó con aparente calma, a pesar del hielo que se intuía debajo—. Es evidente que me he dado cuenta de ello.
El sonrojo se esfumó de mi cara cuando la Maestra decidió intervenir, con un logrado tono de reproche.
—Quizá deberías pasar más tiempo con Eir, Setan. No debe ser fácil para ella encontrarse en un sitio como éste...
Los ojos de fuego del Señor de los Demonios se clavaron unos segundos en mi rostro antes de que los apartara, devolviéndolos a su plato de comida.
—Tengo cosas más importantes que hacer —se limitó a responder.
Y yo sentí como si alguien hubiera volcado la jarra de agua fría sobre mi cabeza. Todos mis músculos se quedaron convertidos en piedra al escuchar cómo desestimaba la petición de su Maestra de ayudarme a encontrar una cierta comodidad dentro del castillo; no en vano me había regalado un cachorro de perro para cumplir ese fin, salvándose de tener que hacerlo él mismo.
Las comisuras de los ojos me empezaron a arder, por lo que me apresuré a coger la fuente que tenía más cerca de mí para empezar a servirme algo de comida y poder esquivar las miradas de Nayan y la Maestra, quienes estarían más que interesadas en ver mi reacción ante tal declaración.
—No sería la primera vez que te mantienes apartado de una de las chicas, Setan —probó de nuevo la Maestra—. Y ya sabes lo frágiles que son las mentes humanas... lo fácil que resulta que la locura se haga dueña de ellas.
Levanté un poco la mirada, lo suficiente para ver cómo la mandíbula del Señor de los Demonios se tensaba.
—Lo tendré en cuenta.
El silencio se instaló en todo el comedor mientras comíamos. El Señor de los Demonios se encontraba visiblemente molesto y Nayan parecía haber decidido pasar el rato tratando de enfadar aún más a su compañero de mesa, haciendo comentarios sobre algunas chicas con las que había coincidido en el castillo.
Provocando que la poca comida que había ingerido hasta el momento se convirtiera en ceniza.
—Debo reconocer que hubo una chica que me fascinó —estaba diciendo Nayan, con una copa llena de vino en la mano—. Cualquiera la hubiera confundido con un demonio con esa lengua tan afilada que gastaba...
Meylan se echó a reír entre dientes a mi lado, quizá recordando a esa chica. A esa elegida cuyo nombre debía formar parte del Cementerio Infinito.
—Era divertida —concluyó la mujer, encogiéndose de hombros.
—¿Cómo decías que se llamaba, querida? —intervino entonces la Maestra, hablando con suavidad. Una suavidad peligrosa.
Nayan se golpeó con el dedo índice en la barbilla. La tez de Setan parecía haberse puesto gris y estaba paralizado en su asiento, con su mirada clavada intensamente en el rostro de su Maestra, quien se la sostenía con un brillo acerado... desafiándole en silencio a que hiciera algo.
El estómago se me agitó con violencia en esos segundos en los que Nayan estuvo pensando su respuesta.
—Elara —contestó finalmente, sonriendo con aire triunfal—. Elara Lambe.
Parpadeé a causa de la impresión, pues recordaba perfectamente ese nombre... y la tumba que lo tenía grabado. Había chocado con ella accidentalmente mientras vagaba entre la niebla por el cementerio, llamando mi atención por el hecho de que compartía nombre con mi odiosa tía.
El Señor de los Demonios parecía encontrarse a punto de vomitar y su Maestra estaba encantada por la situación.
—Una lástima que muriera —concluyó, como si se encontrara realmente afectada por el fallecimiento de la misteriosa Elara Lambe.
—No está bien perturbar el descanso de los muertos, Nayan —habló Setan con una voz congelada—. Acompañaré a Eir Gerber a su habitación.
Lo miré con una expresión de desconcierto.
—Pero si la cena aún no ha terminado —protestó la gemela que se encontraba junto al Señor de los Demonios—. Y yo tengo muchas anécdotas que contar, Setan.
—He dicho que acompañaré a Eir Gerber a su habitación —repitió, inflexible.
—Menudo aguafiestas —escuché que susurraba por lo bajo Meylan, quien seguía comiendo.
La Maestra estaba atenta a su discípulo, como si su decisión de dar por finalizada la cena hubiera sido algo inesperado... y que hubiera llamado su atención. Casi parecía estar evaluándolo en silencio, analizando el comportamiento del Señor de los Demonios como si él fuera un simple experimento.
Por su parte —e ignorando deliberadamente la intensa mirada de su Maestra—, Setan se puso en pie arrastrando de manera ruidosa su silla. Me hizo un elocuente gesto alzando la barbilla y yo no tardé en imitarlo; la mirada de las gemelas se desvió en mi dirección y, juraría, que las fosas nasales de Meylan se ensancharon... como si estuviera olfateándome de nuevo.
Esperé a que rodeara la mesa antes de seguirle. Traté de ocultar la sorpresa que me produjo que colocara su mano en la parte baja de mi espalda, conduciéndome de regreso al pasillo y actuando casi como un escudo que me protegía de la mirada de las tres mujeres que aún permanecían allí dentro.
Aguardé hasta que alcanzamos el segundo piso para poder hablar con libertad.
—Ellas dos... ellas dos eran unas niñas —jadeé, repitiéndome la misma pregunta que había estado rondando por mi cabeza desde que había llegado al comedor: ¿cómo era posible?
El Señor de los Demonios me miró de manera breve.
—Pueden adoptar cualquier... apariencia —contestó a mi pregunta implícita—. Supongo que encontraron terriblemente divertido hacerse pasar por dos inocentes niñas pequeñas, intentando ganarse tu confianza.
Pensé en la imagen de las gemelas, en cómo había habido algo en ellas que no había terminado de encajarme con ese aspecto infantil e inocente con el que habían tratado de engatusarme. Sospechaba que la Maestra había tenido algo que ver en ese encuentro, en qué aspecto debían presentar ante mí.
Sin embargo, y ahora que nos encontrábamos a solas en el corredor, no pude evitar recordar una de las escuetas respuestas que había dado cuando la Maestra había presionado durante la cena, intentando hacerle caer en su juego.
Me aparté para rehuir de la mano que aún mantenía colocada sobre la parte baja de mi espalda y me detuve, mirándolo con el ceño fruncido. Con el enfado recorriendo mis venas como fuego ardiente.
—Creo que puedo alcanzar sola mi dormitorio —dije, usando un tono frío—. No es necesario que perdáis más tiempo conmigo. Seguramente «tengáis cosas más importantes que hacer.»
Se detuvo de golpe, con sus ojos resplandeciendo y el rostro lívido. Al parecer, mis palabras habían sido desafortunadas y habían logrado molestarle... a pesar de que debía ser yo la que debía mostrarse de ese modo.
Cuando dio un paso hacia mí me obligué a mantenerme quieta, con la barbilla alzada y sin desviar la mirada de la suya.
—Era una prueba.
Enarqué una ceja, permitiéndome parecer burlona.
—¿Una prueba? —repetí.
El Señor de los Demonios parecía encontrarse agitado tras la cena, después de que se hubieran decidido unir a nosotros aquellas tres mujeres que habían estado jugando desde el inicio de la misma. No entendía por qué habían decidido inmiscuirse, no cuando había pasado un tiempo apartadas, apareciendo puntualmente cuando me encontraba sola.
—Para ti. Para mí.
Mis labios se curvaron en una sardónica sonrisa.
—¿Qué interés podría tener en ponerte a prueba?
El fuego de sus ojos se apagó y, en apenas unos rápidos segundos, pude ver algo parecido al pánico en ellos. En un pestañeo, fue sustituido por un muro inquebrantable y una expresión esculpida en piedra.
Me tomó por el brazo con cuidado y tiró para que nos pusiéramos en marcha. Su silencio espoleó mi enfado, el hecho de que estuviera rodeada de secretos y ese tipo de silencios que ocultaban más de lo que parecían demostrar; era consciente de que moriría al finalizar el año... y que debía cumplir mi venganza antes de hacerlo.
—¿Quién era Elara Lambe? —pregunté.
Sus dedos apretaron la carne de mi brazo de manera inconsciente, indicándome que había tocado un punto sensible. Un acceso tras la coraza en la que se había refugiado tras aquel breve instante de debilidad, cuando le había preguntado sobre las intenciones de la Maestra de ponerlo a prueba.
—Fue una de las elegidas —contestó lacónicamente—. Murió, como muchas otras.
«Como todas ellas», habría querido corregirle. Nayan había confirmado su muerte mientras la recordaba, quizá intentando sacar de quicio a Setan por el hecho de que había sido él quien había terminado con la vida de Elara Lambe.
—¿Significaba algo para ti? —continué mi interrogatorio.
No comprendía qué otro motivo se escondía tras las palabras de Nayan, sacando a la luz la identidad de una de las miles de chicas que habían salido elegidas en el Día del Tributo; las gemelas, al igual que la Maestra, eran retorcidas y les gustaba exprimir cualquier debilidad que pudieran encontrar en sus objetivos.
Que hubieran decidido utilizar a Elara Lambe significaba que, fuera quien fuese, no había sido una de nosotras más.
La mirada del Señor de los Demonios se nubló y percibí la tensión de todo su poderoso cuerpo.
—Lo mismo que todas vosotras.
Oculté una sonrisa desdeñosa al captar la mentira que se agazapaba tras esas palabras, ante la insinuación de que ninguna de las chicas le era tan importante. Permití que me acompañara hasta la puerta de mi dormitorio sin oponer resistencia, incluso abandoné la idea de seguir preguntando. El recuerdo de cómo había perdido el control en los jardines por una situación similar fue disuasorio y efectivo para que me mantuviera en silencio, rumiando aquel nombre.
«Elara Lambe.»
El Señor de los Demonios aporreó la puerta de mi habitación sin ceremonia alguna y el rostro pálido de Briseida al encontrarnos en el pasillo fue indicativo suficiente para que supiera que la compañía de Setan se alargaría unos instantes más. Por encima del hombro de mi doncella me topé con la mirada sorprendida de Bathsheba, quien llevaba en brazos a Rogue.
—Amo —dijo débilmente.
—Necesito comentar algunos puntos con vosotras sobre el cuidado de Eir Gerber —contestó el Señor de los Demonios—. Si es posible, lejos del pasillo, donde pueden escucharnos.
Briseida se hizo a un lado dócilmente, temblando de pies a cabeza. Bathsheba, por el contrario, mantuvo una expresión de cuidada indiferencia mientras sus ojos nos escrutaban con un brillo especulador, tratando de atar cabos; desvié la mirada hacia la perrita, que también había optado por mantenerse en silencio.
Entramos a mi dormitorio y Briseida se encargó de cerrar la puerta a nuestra espalda, mis doncellas se reunieron frente a nosotros y Setan me soltó con suavidad, cruzándose de brazos un instante después.
—Necesito que, de ahora en adelante, dobléis su cuidado —empezó, mirando fijamente a mis dos doncellas—. Mi Maestra ha decidido abrir las puertas del castillo para recibir a algunos viejos amigos —el rostro de Bathsheba se contrajo en una mueca—. Habrá más demonios vagando por aquí y no me encuentro cómodo pensando que alguno de ellos pueda toparse con Eir Gerber.
Fruncí el ceño. Mi mirada se desvió hacia Bathsheba, quien también tenía la suya clavada en mí, como si estuviéramos pensando en lo mismo: la conversación que habíamos mantenido antes de que bajara a cenar, cuando yo le había preguntado sobre mi aroma.
—Nosotras nos encargaremos de vigilar que nadie se cruce con ella —prometió Bathsheba y supe que lo haría, que cumpliría con ello.
—No quiero un demonio cerca de ella —advirtió el Señor de los Demonios en un tono peligroso y amenazador.
Bathsheba asintió.
—Ni uno solo.
Alterné la mirada entre Setan y mi doncella mientras que Briseida se limitaba a quedarse en un segundo plano, aceptando sus nuevas responsabilidades con la mirada gacha.
—La quiero vigilada en todo momento.
Dirigí mi mirada hacia su rostro, con una duda martilleando dentro de mi cabeza. El Señor de los Demonios me la sostuvo durante unos instantes antes de hacer un imperceptible movimiento afirmativo con la cabeza.
Nuestros encuentros clandestinos en la biblioteca seguirían adelante.
El problema residía en cómo daría esquinazo a mis doncellas para poder acudir a ellas sin que ninguna de las dos se enterara de lo que hacía allí dentro.
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