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cuarenta y tres.

Aparecí de regreso en mi dormitorio, perdiendo el equilibrio y aterrizando en el colchón de mi cama. El frío de las celdas me había acompañado, pegándose a mis huesos y haciéndome temblar; pero no podía permitirme perder más tiempo: cumpliría con lo que Barnabas me había pedido. Rastrearía las perlas de la memoria que conservaba de Setan y trataría de ver si en ellas estaban las respuestas que yo buscaba.

Si Elara estaba realmente muerta.

Y, en caso de no estarlo, qué tipo de hilo me unía a ellos.

No podía permitirme un solo respiro, pues el tiempo de Barnabas se agotaba mientras la Maestra se regodeaba por su astuto movimiento. Por haber logrado crear más odio en el corazón de Setan respecto al otro demonio.

Miré en dirección al reloj de cuerda que había sobre una de las cómodas. Era más tarde de lo que creía, pues la visita a las mazmorras me había llevado más tiempo del que había sido consciente; todo mi cuerpo se encontraba agarrotado después de haber gastado tanta energía en ir y volver.

Y no tenía azúcar a mano para poder recuperar algo de ella, la suficiente para poder ir hacia el baño para cumplir con la promesa que le había hecho a Barnabas antes de abandonarlo de nuevo en aquella celda.

Con las fuerzas que me restaban conseguí arrastrarme por el colchón hasta que mi cabeza quedó apoyada en la almohada.


Fui directa hacia donde guardaba las perlas de la memoria y las saqué de su escondite. No me quedaban muchas por ver, por lo que separé aquellas cuyo contenido ya había visto y dejé las otras en la palma de mi mano; empecé a llenar de agua la pila del lavamanos y procedí a escoger una de ellas.

Cuando hubo suficiente agua, dejé caer la elegida en la pila. Miré mi reflejo en el espejo antes de zambullirme de lleno en aquel recuerdo.

Contuve el aliento y hundí mi cabeza en el agua.

El recuerdo que contenía la perla de memoria era oscuro. Demasiado oscuro.

Apenas era capaz de vislumbrar a través de la negrura en qué tipo de lugar me encontraba, o encontrar alguna pista que pudiera indicármelo. Giré sobre mí misma, incapaz de ver nada a mi alrededor.

Entonces escuché un sonido.

Un sonido parecido a un sollozo.

Luego un chirrido. El chirrido de una puerta siendo abierta poco a poco, dando un poco de luminosidad a la estancia que había estado a oscuras por completo; entrecerré los ojos y vi que se trataba de un dormitorio.

Observé mi entorno hasta que mis ojos se quedaron detenidos en el bulto que estaba apoyado en el colchón de la cama que había al fondo de la estancia. Me daba la espalda y sus hombros se agitaban en silenciosos sollozos.

Una mujer entró en el dormitorio y se dirigió hacia la persona que lloraba sobre el colchón. Yo me moví sigilosamente, buscando un mejor ángulo desde el que poder contemplar la escena.

Estudié a la recién llegada. El cabello oscuro salpicado en las sienes con mechones blancos propios de la edad; su rostro estaba pálido y los ojos enrojecidos, sus iris eran de un común color castaño y estaban llenos de dolor. Sus ropas indicaban que pertenecían a una familia acomodada, con dinero suficiente para poder costearse ese tipo de telas.

Sus manos estaban plagadas de anillos, incluyendo uno que llamó mi atención por lo ostentoso que resultaba en comparación con los otros, y colocó una de ellas sobre la cabeza oscura de la persona que lloraba. Acercó su rostro a la cabeza y susurró algo a su oído, algo que no pude entender pero que hizo que la desconsolada persona que había estado encerrada en aquella agobiante oscuridad alzara la cabeza de golpe.

La mujer y yo gritamos al unísono cuando vimos su rostro.

Cuando vimos sus ojos de fuego llenos de rabia.


Saqué la cabeza del agua con un jadeo ahogado. El recuerdo no era suficiente, no me había brindado las respuestas que necesitaba; en todo caso, había añadido más a la larga lista que tenía. Las sienes me latieron con fuerza mientras mi mente evocaba el último momento del recuerdo que había vislumbrado: el horror que había mostrado la mujer y la rabia que iluminaban los ojos de Setan.

Era él quien había estado llorando en aquel dormitorio, sumido en la más completa oscuridad.

Sostuve la perla en la palma de mi mano, sin terminar de encontrar un auténtico sentido a lo que había visto. Una vocecilla dentro de mi cabeza canturreaba que el tiempo se me estaba acabando... y que todavía no tenía nada que pudiera resultarme de utilidad; Bathsheba o Briseida podían aparecer en cualquier instante y yo necesitaba seguir indagando en las perlas de memoria de Setan para poder ayudar a Barnabas.

Para poder terminar con todo aquello.

Intercambié la perla por la última y la lancé hacia la pila de agua. Me aferré al borde del lavamanos, tratando de que mi corazón pudiera bajar su frenético ritmo, acelerado por la multitud de cosas que podrían salirme mal... y sus consecuencias; la vida de Barnabas estaba pendiendo de un hilo y Setan estaría encantado de cortarlo, deshaciéndose de él de una vez por todas.

Obligué a que mis dedos hicieran más presión contra el borde mientras dejaba transcurrir unos segundos, armándome del valor necesario para poder hundir por segunda vez la cabeza y entrar en el último de los recuerdos que había hurtado de las habitaciones del Señor de los Demonios.

Observé la perla en el fondo y tomé una nueva bocanada de aire antes de hundir la cabeza por segunda vez en el agua.

Cuando abrí los ojos en aquella ocasión, el corazón me dio un vuelco al reconocer el sitio donde me encontraba. Las enormes estanterías que conducían al centro de la habitación me rodeaban, dándome una falsa sensación de familiaridad; giré sobre la punta de mis zapatos, intentando orientarme. Y preguntándome qué me depararía aquel recuerdo.

Dónde estaría Nigrum.

Contemplé mi alrededor, con dos opciones como único camino, cuando todo mi cuerpo se quedó en tensión al escuchar una risa... femenina. El sonido provino de algún rincón cerca de donde yo me encontraba atrapada; intenté seguir la dirección desde donde había venido la risa, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba. Mis pasos trastabillaron al repetirse el sonido.

Apreté los puños conforme la distancia se reducía, conduciéndome hacia un rincón de la biblioteca que yo no había visto. Una coqueta chimenea iluminaba con el fuego que ardía en su interior aquel sitio recóndito, cubierto por una mullida alfombra donde dos personas habían extendido varios volúmenes abiertos, y otros estaban apilados. Formando improvisadas torres.

Ella me estaba dando la espalda, con ese largo y lustroso cabello negro reluciendo ante las llamas del fuego de la chimenea. Pero sí podía ver a Setan, su expresión llena de sincera felicidad... y el brillo de sus ojos. Aquel brillo hizo que mi corazón se encogiera con dolor.

Me sobrepuse y tragué saliva. Estaba a apenas unos metros de ella, con los nervios a flor de piel; era como si estuviera reviviendo otra vez el sueño que había visitado con aquella perla de la memoria, cuando me había visto a mí misma. Sin embargo, tenía la certeza de que aquella ocasión sería distinta.

Y que esa chica no era yo.

La elegida del recuerdo extendió su brazo, acercando uno de los libros que estaban extendidos por la alfombra, cerca de ella. Di un paso adelante, pudiendo tener una visión de lo que contenía el libro.

Fruncí el ceño ante los mapas que mostraban las páginas. El dedo índice de ella recorrió el papel de manera distraída.

—Siempre quise conocer el mundo, de niña soñaba con salir de la ciudad y recorrerlo por mi cuenta. Descubrir las maravillas que se escondían allá afuera —su voz me arrancó un escalofrío.

Aquel tono...

El cambio de expresión de Setan me distrajo de mis propios pensamientos: el brillo que iluminaba su mirada de fuego se aplacó, nublándose. El comentario de aquella chica había despertado al Setan que yo tan bien había empezado a conocer en aquellos meses que había pasado en el castillo; sus demonios del pasado habían clavado sus garras en él, atrapándolo en aquella oscuridad que vivía en su interior.

—Es un buen sueño —convino Setan.

La chica se inclinó hacia delante, haciendo que parte de su cabello oscuro se deslizara por su hombro.

—Nosotros podríamos hacerlo —sugirió ella, entusiasmada—. Con tu enorme poder, nada puede resistírsete.

El rostro de Setan continuó ensombreciéndose, contrarrestando la emoción que desprendía su compañera. Los troncos de la chimenea chisporrotearon, recordándome que ninguno de ellos podía verme, y que debía moverme con rapidez si quería salvar la vida de Barnabas.

—Sabes que no podemos abandonar el castillo —le recordó Setan—. Que no puedes abandonarlo.

Algo se removió en mi cabeza. Un recuerdo que pugnaba por salir, algo que parecía guardar similitud con la escena que estaba viviendo. Una sensación helada se deslizó por mi espalda mientras el insidioso ronroneo de Nigrum se repetía en mis oídos: «Querías... viajar. Setan dijo que no era posible que abandonarais el castillo y tú te enrabietaste como una niña pequeña; siempre lograbas mangonearle y conseguir que hiciera lo que tú querías. Era divertido veros por aquí a los dos juntos.»

El miedo empezó a trepar por mi esófago al rememorar de qué me resultaba tan familiar aquel momento: el demonio gato, el guardián atrapado en aquella misma biblioteca, me había hablado de aquel momento como una divertida anécdota. Cuando fingía estar confundiéndome con otra persona.

El corazón me retumbó con fuerza dentro de mi caja torácica cuando la identidad de aquella mujer caló en lo profundo de mi mente: la chica que continuaba dándome la espalda era Elara.

Y por fin tenía la oportunidad de ponerle rostro, de ver por qué todo el mundo me confundía con ella.

Di un respingo al escuchar el bufido desdeñoso que Elara dejó escapar ante la negativa de Setan de cumplir sus deseos. Había algo en aquella chica que despertaba mis recelos, que me hacía desconfiar de sus intenciones; su tono era suave y comedido, pero el bufido que había dejado escapar minutos antes parecía indicar que todo aquello se trataba de una cuidada representación.

—Pero tú eres alguien poderoso —repitió en tono zalamero y tuve la impresión de que acompañaba sus palabras con un mohín—. Podrías hacer una... excepción.

Mis ojos se clavaron en el rostro de Setan, que estaba en una visible encrucijada. El Señor de los Demonios parecía sentirse atrapado: por una parte quería complacerla, demostrando lo mucho que le importaba; la disposición que se reflejaba en su mirada para hacerla feliz. Incluso rompiendo sus propias reglas.

Ignoré el dolor de mi pecho ante esa revelación y me obligué continuar observando como la espectadora invisible que era.

El silencio se hizo en la biblioteca mientras Elara aguardaba a que Setan cediera a sus deseos y yo permanecía congelada, aturdida por lo fácil que le resultaba mangonear al demonio. Una simple humana.

—Nigrum.

El nombre del demonio gato resonó con el tono imperativo del Señor de los Demonios. Transcurrieron unos segundos hasta que el interpelado apareció en un estallido, flotando en el aire; Elara no se mostró en absoluto alterada por semejante aparición y se mantuvo en su sitio mientras Nigrum daba una voltereta en el aire, con su atención fija en Setan.

—Mi señor —le saludó con deferencia, agachando la cabeza.

Setan se irguió.

—Mi acompañante desea...

—Me gustaría ver el mundo —le interrumpió la elegida, mostrando su osadía—. Quiero verlo.

El demonio gato se mantuvo suspendido en el aire y giró su cabeza de una forma bastante antinatural en dirección a ella, que tampoco mostró un ápice de miedo ante aquel despliegue por parte del guardián por asustarla... o inquietarla.

—No es posible abandonar el castillo —dijo Nigrum con solemnidad—. Es una de las reglas que imperan aquí y que , niña insolente, debes cumplir como el resto de tus antecesoras y todas aquellas que estarán por venir en el futuro.

La amenaza implícita no afectó lo más mínimo a Elara, que parecía estar hecha de piedra.

—Sois demonios —escupió con desdén, abandonando el tono dulce y comedido que le había escuchado usar antes—. Criaturas poderosas, no perrillos falderos de esa espantosa mujer llena de...

Nigrum le chistó con brusquedad, fulminándola con la mirada.

—Cuidado con tus palabras, deslenguada —le espetó con un tono lleno de advertencias—. Hablas sin conocer. Y eso podría ser tu perdición, jovencita.

Por el gesto de su cabello, adiviné que había alzado el mentón.

—Setan —dijo de manera lastimera—. Acepté a venir contigo y ocupar el lugar de mi hermana; he abandonado a mi familia... a él, he abandonado mi vida por... por este estúpido castigo. Todos estos meses encerrada en el castillo me están volviendo loca.

—Los jardines... —intentó hablar Setan, a quien nunca había visto tan dócil y complaciente. No parecía el mismo demonio con el que había convivido; el mismo que me había escogido a mí en la plaza del pueblo.

No son suficientes —cortó ella de nuevo—. Por favor, Setan. Estoy languideciendo en este sitio de piedra y oscuridad, ¿acaso es eso lo que quieres? ¿Que me consuma...?

La expresión del demonio cambió al escuchar las súplicas desesperadas de la chica por conseguir que hiciera algo que le estaba prohibido. El pánico de perderla fue evidente en sus facciones, lo mismo que el miedo; sin embargo, ya había roto algunas promesas, como llevarla a aquel sitio de la zona que se nos tenía terminantemente prohibida. ¿Por qué no hacerlo de nuevo?

—Hay una opción —interrumpió la voz de Nigrum.

Todos nos giramos hacia el demonio gato, que dio otra vuelta sobre sí mismo en el aire, haciendo resonar los anillos que llevaba en la cola.

—Existe un objeto que podría cumplir con tus... deseos —no se me pasó por alto el desagrado imperceptible con el que se dirigía a ella—. Un orbe que puede mostrarte cualquier lugar que quieras. Así podrías cumplir tu deseo de ver mundo sin abandonar los muros del castillo.

Setan dirigió una silenciosa pregunta a la chica con la mirada.

—Es suficiente —respondió con desgana.

Nigrum torció el gesto y pareció arrugar los bigotes, mostrando lo poco que le agradaba. Sacudió su delicada cola de un lado a otro como si fuera un metrónomo y esbozó una gatuna sonrisa llena de desdén, dedicándosela a la chica; un elaborado cofre cayó en las manos de Setan.

—Si no me necesitáis para nada más, mi señor...

Dejó la frase en el aire y desapareció en un nuevo estallido de humo.

Setan abrió el cofre con una mano y permitió que viéramos el orbe que estaba guardado en su interior. Mis ojos se abrieron de par en par al contemplar la delicada pieza de cristal que contenía una resplandeciente luz azul que parecía girar sobre sí misma; aquel orbe era un globo terráqueo exquisitamente confeccionado y diseñado por manos expertas. Una auténtica obra de orfebrería.

Setan lo sacó con cuidado del cofre y lo sostuvo entre las manos, haciendo que la luz que estaba atrapada en el interior del orbe deslizara algunos tentáculos en dirección a sus palmas.

—Acércate —le pidió a ella con suavidad.

Tanto la chica como yo dimos un paso en su dirección.

—Pon la mano sobre el orbe y piensa en el lugar que te gustaría visitar —continuó instruyéndola.

Seguí de cerca los movimientos de ella, en cómo la chica obedecía las instrucciones de Setan. El aire de la biblioteca se estremeció cuando apoyó la palma de su mano sobre la superficie, atrayendo un nuevo tentáculo de luz hacia esa zona de su cuerpo; lo que hubiera dentro del orbe empezó a subir de intensidad, haciendo que desprendiera un poderoso destello antes de que imágenes de paisajes que me resultaban desconocidos nos rodearon, sustituyendo las paredes de piedra de la biblioteca.

Los ojos de Setan se iluminaron al ver tanto verdor y el cielo raso sobre nuestras cabezas. Me pregunté por primera vez si él había podido abandonar el castillo... o si simplemente se le permitía abandonarlo cada año cuando tenía que elegir a otra chica.

—Es un sitio muy bonito —reconoció Setan.

A su espalda divisé un par de granjas.

—Él hubiera querido vivir en un lugar así —suspiró ella y, por primera vez, pude percibir una huella de tristeza en el fondo de su voz.

Una leve pátina de dolor cubrió la mirada de Setan.

—Es un hombre muy afortunado —dijo a media voz.

El cuerpo de la chica se tensó.

Era un hombre muy afortunado —le corrigió, hablando de aquella persona en pasado—. Lo teníamos todo planeado...

Setan se giró para darle la espalda, fingiendo estar contemplando el paisaje que ella había elegido. Un aura de incomodidad le rodeaba, desvelándome lo complicado que estaba resultándole afrontar aquella conversación: él parecía amarla... pero ella estaba enamorada de otra persona.

Los remordimientos por algunas de mis acciones se agitaron, recordándome lo injusta que podía haber sido con Setan. Había actuado de manera inconsciente, sin saber qué podía afligir al Señor de los Demonios; sin saber nada de lo que ocultaba. Y ahora estaba empezando a conocer más su historia.

La oscuridad que parecía esconder en su interior.

—Nos habríamos casado pronto —continuó hablando la chica, ajena al dolor que estaba causándole a Setan.

El corazón se me retorció dentro del pecho al contemplar la desolación que Setan trataba de ocultarle a ella. ¿Cómo era posible que no fuera consciente del daño que le estaba causando con sus palabras?

Pero aún no había terminado de dar el golpe de gracia y, cuando habló de nuevo, el suelo pareció temblar bajo mis pies:

—Él siempre quiso tener una niña. La habríamos llamado Eir —el sabor a bilis inundó mi boca.

Salí de mi estupefacción, dispuesta a terminar con aquel misterio. Dirigí mis pasos hacia donde ella me estaba dando la espalda, ciega ante el daño que le habían provocado al demonio, y empecé a rodearla; el aire pareció convertirse en algo pesado dentro de mis pulmones conforme los rasgos de la misteriosa Elara cobraban forma.

Observé su perfil con una expresión aterrorizada.

Luego contemplé sus facciones de frente con el gesto desencajado por la incomprensión... y la sorpresa. Porque conocía esa cara que tenía frente a mí; la conocía a pesar de que los años habían pasado también para ella.

La conocía porque la había contemplado desde que era niña, con aquel brillo en sus ojos azules. Idénticos a los míos.

La chica que estaba frente a mí, y cuyo parecido ahora me resultaba innegable, era la famosa Elara.

Mi tía.


PARA QUE CONFIRMÁRAMOS DE UNA BENDITA VEZ QUE SÍ. QUE ELARA ERA UNA DE LAS ELEGIDAS DEL SEÑOR DE LOS DEMONIOS. (ahora queda ir desvelando el resto...)

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