cuarenta y dos.
No era capaz de entender nada.
Las sienes me latían con dolorosa fuerza mientras intentaba poner un poco de orden en mi cabeza, después de aquel aluvión de información que había recibido por parte de Nigrum, que continuaba regodeándose frente a mí.
Las piezas empezaban a encajar dentro de mi mente... pero formando una historia caótica, una historia a la que no lograba encontrarle sentido: Nigrum había alcanzado un acuerdo con Barnabas para que me ayudara; sin embargo, había decidido fingir no saber quién era, confundiéndome con Elara y brindándome pistas de manera camuflada, como el interés de la Maestra en ella... sus maléficas intenciones con aquella elegida. Pero me negaba a aceptar sus mentiras, las insinuaciones que todavía seguían flotando en el aire, entre nosotros.
Porque no era posible.
Ninguna de las elegidas había huido de su destino después de haber pasado el año estipulado, y yo había visto la tumba de Elara en el Cementerio Infinito. Me había chocado con ella cuando me perdí en su interior, perseguida por... por algo. Quizá la misma cosa que me había tendido la emboscada en aquella habitación oscura.
Fulminé con la mirada a un sonriente Nigrum, que se relamió.
—¿A qué acuerdo llegaste con Barnabas? —le pregunté.
No estaba preparada para retomar el otro asunto, no podía.
Los ojos del demonio gato relucieron, percibiendo mi ansiedad y el porqué de mi cambio de tema. Por las dudas que había dejado germinar dentro de mi cabeza y que me resultaban demasiado inverosímiles.
—Él necesitaba un aliado para guiarte hacia la verdad, Eir Gerber —contestó con un ronroneo—. Todos los demonios fuimos atados por medio de un gran acuerdo a este juego que lleva repitiéndose mucho tiempo, impidiendo poder hablar de ciertas... cosas. Sin embargo, al ser el guardián de esta biblioteca... digamos que mi parte del acuerdo es algo más flexible; ese demonio creyó que podría serte de utilidad en aquellos puntos donde él no podría decir nada a causa del acuerdo.
—¿Y qué te llevas tú de todo esto? —escondí las manos entre las capas de la falda de mi vestido para que Nigrum no viera el ligero temblor que las sacudía.
—Le dije que le ayudaría a cambio de que me brindara la libertad —contestó de un modo misterioso—. Y Barnabas tenía un interés directo en ayudarme a conseguir mi libertad, pues compartíamos objetivos comunes.
El corazón se me detuvo dentro del pecho, consciente de que Barnabas no podía haberme traicionado. No después de haberse ofrecido a hacer un trato con Nigrum para mi propio beneficio.
—Ese atractivo demonio quiere acabar con Hel... para siempre —desveló con una sonrisa triunfal—. Nada de volver a encerrarla en aquella celda, tal y como hicieron algunos demonios en el pasado. Quiere hacerla desaparecer de un modo definitivo.
Otra pieza pareció encajar en su correspondiente hueco.
Barnabas odiaba a Setan, pero también a la Maestra. Aquella mujer le había obligado a entregarle a Bathsheba y Briseida, y él no había tenido otra opción que hacerlo porque era su señora. A pesar de las sonrisas corteses que dispensaba, el demonio de ojos grises había estado preparando su propia venganza para poder subsanar el error que cometió. Intentando demostrarle a Bathsheba lo mucho que significaba para él.
Y eso me recordó el extraño comportamiento que tuvo —tuvimos— la noche anterior en aquel pasillo. Nigrum me había dado más motivos para confiar en Barnabas, en intentar descubrir qué había sucedido.
—Has dicho que eres capaz de reconocer la magia, ¿también eres capaz de reconocer las esencias de demonio? —pregunté.
El demonio gato frunció el ceño y se acercó aún más a mí, moviendo sus bigotes.
—La esencia de un demonio es la impronta que deja su magia, niña estúpida —me espetó, soltando un bufido—: por supuesto que sabría reconocerlo.
Di un paso adelante, sosteniéndole la mirada a Nigrum.
Él podía despejar cualquier duda que hubiera sobre a quién pertenecía la esencia de demonio que me había contaminado para que me comportara de aquella forma. Y que todo el mundo creía que era de Barnabas.
—Hazlo.
Nigrum ladeó la cabeza con expresión pensativa, sin entender a qué se debía mi petición. Entrecerré los ojos, esperando que el demonio gato diera su veredicto —si es que era capaz de identificarla— y me hiciera salir de dudas.
Nos quedamos en silencio mientras Rogue se perdía por los pasillos de la biblioteca, con sus patitas resonando contra el suelo de piedra. Todo mi cuerpo se puso en tensión mientras Nigrum me rodeaba, olfateándome y tratando de adivinar si la esencia de demonio pertenecía a Barnabas.
—Detecto dos esencias de magia en ti, Eir Gerber —dijo y sus ojos se mostraron recelosos—. Una de ellas pertenece a mi señora y la otra... a un demonio llamado Juvart.
Mi estómago se tensó al escuchar ese nombre, pues había resultado totalmente inesperado. Recordé cómo el demonio de piel de alabastro había estado pegado a Hel toda la noche, hasta que había decidido acercarse a Barnabas; cerré la mano en un puño, rememorando la conversación superficial que habían mantenido después de que yo me presentara. Sentí el recuerdo del chispazo que saltó entre ambos cuando nos estrechamos las manos.
Como si mi magia hubiera reaccionado contra la suya, o si me hubiera advertido de ella. De la magia del demonio.
—Necesito ver el grimorio —exigí.
Nigrum sacudió la cola de un lado a otro, haciendo entrechocar los anillos. Nos sostuvimos la mirada hasta que escuché un silbido; rompí el contacto visual cuando el familiar volumen apareció a toda velocidad por uno de los pasillos, dirigiéndose directamente al atril donde había visto a Nigrum por primera vez.
Aparté las faldas con un enérgico movimiento mientras me dirigía hacia donde estaba reposado el libro. El corazón chocaba contra mis costillas; la cabeza había empezado a darme vueltas ante aquel giro inesperado, ante la aparición en el tablero de un nuevo peón.
Ascendí los escalones y abrí con brusquedad el grimorio, yendo directa al índice donde estaban recogidos todos los demonios antiguos. Pasé mi dedo por el texto, buscando el nombre que buscaba.
Luego pasé las páginas a toda velocidad, sintiendo cómo mi corazón aumentaba su ritmo cuando alcancé la página que necesitaba. Mis ojos recorrieron el retrato del demonio, como si quisiera asegurarme de que era el mismo; el aire se me quedó atascado en los pulmones al leer lo que ponía a continuación.
«Juvart. Demonio de la lujuria y el deseo sexual.»
Giré la cabeza con brusquedad cuando sentí el pelaje de Nigrum acariciándome. El demonio gato se me había acercado por la espalda y leía con fingido interés la página de aquel otro demonio; sus ojos ambarinos se desviaron en mi dirección al mismo tiempo que sacudía sus bigotes.
—¿Qué clase de historia se oculta tras las esencias que he encontrado en ti, Eir Gerber?
Fruncí el ceño.
—Una con un final no muy feliz.
●
Cuando Bathsheba acudió a mi habitación para comprobar cómo estaba, le pedí que me ayudara a vestirme para aquella misma noche, pues tenía intenciones de abandonar el dormitorio para cenar junto al Señor de los Demonios. A pesar de su esfuerzo por mantener un gesto impasible, en el fondo de sus ojos vi una chispa de alivio... y de tranquilidad; tanto ella como su hermana siempre parecían haber aceptado el pequeño acercamiento que habíamos tenido en el pasado Setan y yo.
Quizá, me atrevería a decir, lo habían ansiado.
No me presionó para que hablara con ella sobre qué había sucedido, por qué me habían encontrado en aquel alterado estado... tampoco mencionó que el pestillo de la puerta hubiera estado echado cuando ella no lo había hecho. Una pequeña parte de mí se preguntó si aquel silencio era debido a la distancia que había empezado a crearse entre nosotras, motivada por Barnabas y todo lo que había sucedido.
En el transcurso de mi preparación, Briseida llegó con intenciones de llevarse consigo a Rogue para que la perrita pudiera correr libremente y pasar unos minutos fuera del dormitorio. Bajó la mirada al divisarme y vi que Bathsheba fruncía el ceño ante la reacción de su hermana: ella siempre había sido la más cariñosa y cercana de las dos, Briseida era mucho más afectuosa que Bathsheba. Y su silencio y el espacio que parecía haber marcado entre nosotras no correspondían en absoluto con su habitual comportamiento respecto a mí.
Fingí encontrarme repentinamente interesada en el joyero mientras Bathsheba se alejaba de mi lado, dirigiéndose hacia su hermana. Rogue soltó un alegre ladrido al divisar a Briseida y también corrió a su encuentro, esperando que mi doncella la acariciara; apreté los labios cuando escuché el cruce de susurros entre ambas. A pesar de que mi sentido del oído se había agudizado, todo gracias al desarrollo de mi propia magia, no pude captar más que fragmentos y las esquivas respuestas de Briseida afirmando que estaba cansada. Que todo aquello no estaba resultándole fácil.
Cuando Briseida abandonó la habitación con Rogue y Bathsheba regresó a mi lado para terminar de arreglarme, el nudo en mi pecho se había vuelto casi insoportable. Primero había empezado a perder a Briseida, y ahora estaba perdiendo a Bathsheba...
Dos demonios que me habían mostrado una faceta amable, lejos de los prejuicios que teníamos de ellos.
Dos demonios que tenían a sus espaldas una trágica historia donde se explicaba por qué Bathsheba estaba protegida por esa coraza. Por qué no era capaz de confiar en todo el mundo, en abrirse a ellos; y yo debía sentirme afortunada por ser una de ellas.
No quería perder a ninguna de las dos.
Por eso mismo me giré sobre la banqueta en la que estaba sentada y aferré la muñeca de Bathsheba, interrumpiéndola mientras me ayudaba a peinar mi cabello e intentaba disimular mis puntas descoloridas.
—Lo siento —me disculpé.
Briseida no aceptó mis disculpas, como tampoco me dio una explicación de por qué no podía hacerlo.
Bathsheba me observó en silencio.
—Sé que me he equivocado en algunas cosas... y quiero que me perdones por ello —continué, con un nudo en la garganta—. Eres... sois —me corregí a mí misma, incluyendo a Briseida— muy importantes para mí. Os habéis convertido en mi familia y me lo habéis demostrado. Con creces.
Bathsheba pestañeó, saliendo de su estupor. Me rodeó la muñeca con cuidado y luego se acuclilló frente a mí; en aquellos segundos se permitió bajar la coraza, dejándome ver el profundo sufrimiento que llevaba arrastrando desde anoche. El dolor que había vuelto a resurgir tras permitirse tener la esperanza de que Barnabas realmente había cambiado, que no volvería a traicionarla.
Y la ardiente rabia al creer descubrir que todo era una trampa del demonio de ojos grises.
—No, Eir —dijo, acariciando mi mejilla—. Perdóname a mí.
Por primera vez desde que la conocía, vi cómo sus ojos se humedecían.
—Me he encerrado en mí misma, haciéndote creer que tienes algún tipo de culpa por todo lo sucedido —le temblaba la voz y era evidente el esfuerzo que estaba poniendo para no romperse—. Me siento tan culpable, Eir... Culpable por no haber logrado protegerte de él, por haber permitido que llegara tan lejos. Reconozco que ese pequeño resquicio de duda que sentí por el maldito demonio le benefició e hizo que consiguiera lo que se propuso.
—Bathsheba...
—No puse el suficiente empeño, Eir —mi doncella estaba tan sumida en sí misma que no pareció escucharme—. Y lo que estuvo a punto de hacer contigo en ese pasillo... Jamás me lo hubiera podido perdonar. Si no hubiera llegado a tiempo, mi alma nunca habría podido descansar sabiendo que no había hecho lo suficiente; que no había podido protegerte.
Bathsheba tenía la certeza de que las intenciones de Barnabas habían sido ganarse mi confianza para luego traicionarme de ese modo... buscando aprovecharse de mí. Pero la revelación de que la esencia de demonio que aún se mantenía pegada a mi piel pertenecía a Juvart, y no a Barnabas, era prueba suficiente; lamentablemente, el poder de Bathsheba no le permitiría detectar y reconocer las esencias, por lo que no serviría de nada confesarle aquello.
Sin embargo, Setan sí. El Señor de los Demonios se encontraba al mismo nivel de poder de Barnabas, lo que le convertía en alguien poderoso; alguien que podría comprobar que mis sospechas eran ciertas. Alguien que podría corroborar lo que Nigrum me había dicho, si el demonio gato no había decidido mentirme también en eso.
—Creo que deberíamos darle el beneficio de la duda —dije en voz baja.
Bathsheba cerró los ojos ante mi susurro, ante el mensaje que intentaba transmitirle: que no cerrara las puertas, no del todo. Sabía que tendría que dar muchas explicaciones si le desvelaba que había sido Juvart el demonio que había usado su esencia contra mí, por lo que decidí mantener lo que sabía en secreto, hasta que pudiera convencer y demostrar a Setan de que estaba equivocado.
Que debía liberar a Barnabas inmediatamente e ir a por Juvart, que era el verdadero culpable.
Cuando mi doncella abrió los ojos de nuevo, vi que había una chispa de ira contenida en ellos.
—No voy a concederle nada —respondió.
●
Setan ya se encontraba en su asiento habitual cuando llegué al comedor. Parecía perdido en sus propios pensamientos, con los codos sobre la mesa y la barbilla apoyada sobre el dorso de sus manos; su mirada estaba perdida, y no fue consciente de mi llegada. Mantuve una expresión neutra mientras me encaminaba hacia mi silla, preguntándome qué tendría al Señor de los Demonios tan abstraído.
Me aferré al respaldo, aclarándome la garganta para indicarle que estaba allí. Le había pedido a Bathsheba que se encargara de hacerle saber que me reuniría con él en el comedor, tomando de nuevo las costumbres de aquellos meses que ya habían pasado.
Sus ojos de fuego se clavaron en mí y yo hundí de manera inconsciente las uñas en el acolchado.
—Eir.
Retiré la silla y luego me deslicé por el espacio para poder acomodarme. El ambiente entre nosotros seguía estando enrarecido tras la conversación que mantuvimos en mi dormitorio, cuando Setan justificó que lo que sucedió en su dormitorio —nuestro beso— se trataba de un error.
El corazón me latió dolorosamente al pensar en ello de nuevo.
Sin embargo, e ignorándolo por completo, mantuve mi expresión vacía de cualquier sentimiento que pudiera delatarme. No era momento de pensar en ello: necesitaba concentrar todas mis energías en hacerle ver a Setan que Barnabas no había sido el demonio que me había contaminado con su esencia.
Entrelacé mis manos en el regazo de mi falda.
Abrí la boca, pero Setan chasqueó los dedos, haciendo aparecer nuestra cena. Una excusa para que cada uno se centrara en lo suyo, dejando las conversaciones a un lado; un sutil modo de indicarme que no estaba de humor para hablar conmigo.
Pero eso no fue lo suficientemente disuasorio para mí.
—Nos precipitamos con Barnabas —dije.
Setan dejó con brusquedad la jarra de vino, provocando que mi cuerpo sufriera un sobresalto.
—Ese demonio usó su esencia para seducirte —me contradijo, con los dientes apretados—. De no haber sido por Bathsheba y su advertencia no hubiéramos llegado a tiempo.
No me iba a rendir tan fácilmente.
—Él también estaba bajo los efectos de la esencia, que no era suya —le contesté, apretando los puños bajo la mesa.
Setan entrecerró los ojos, molesto por el hecho de que hubiera decidido sacar a colación aquel tema de nuevo.
—Eir...
El tono que usó, como si yo fuera una niña pequeña que no era capaz de ver con claridad con las cosas, hizo que el enfado empezara a enroscárseme en la boca del estómago.
—La esencia no era suya —repetí con vehemencia—. Tú mismo deberías saberlo, pues eres un demonio poderoso capaz de distinguir y reconocer las distintas magias, incluyendo sus esencias.
Mi acusación hizo que se quedara momentáneamente sin habla, así que aproveché para continuar hablando:
—Barnabas no fue el demonio que usó su esencia, fue Juvart. Nos tendió una trampa, a los dos —el rostro de Setan se contrajo en una mueca—. No puedes negarlo: Barnabas no estaba en condiciones de enfrentarse a ti. Ni siquiera se defendió.
—Basta, Eir —me advirtió.
Saqué las manos de su escondite y di un golpe sobre la mesa.
—¡Estás tan ciego por tu enemistad con él que no eres capaz de ver la verdad! —le recriminé.
Los ojos de fuego de Setan brillaron con fuerza y su propia oscuridad empezó a emanar de su cuerpo. La mía no tardó mucho en mostrarse, a modo de silencioso recordatorio... demostrándole que no le temía; que su magia ya no me daba miedo, como tampoco la mía propia.
—¡La verdad es que Barnabas te utilizó para vengarse de mí, para recordarme todo lo que he hecho mal... todos los errores que cometí en el pasado! —alzó la voz, provocando que resonara contra las paredes de piedra del comedor—. ¡La verdad es que estuvo dispuesto a seducirte...!
—¡Si tan seguro estás de que fue Barnabas, comprueba que la esencia que quedó en mí le pertenece! —le reté, también subiendo mi tono.
Arrastró la silla hacia atrás con fuerza, levantándose un segundo después. Pude percibir la ira que le rodeaba, además del fulgor que iluminaba sus ojos; sin embargo, no iba a retroceder, tampoco iba a retractarme, a pesar de la inquietud que despertaba la cercanía de su cuerpo al mío.
Tampoco aparté la mirada.
Eché mi silla hacia atrás. Setan se inclinó hacia mí, apoyando las manos en los brazos de mi asiento; sus ojos de fuego se entrecerraron mientras el aire que había entre los dos se cargaba de una extraña electricidad. Su mirada se desvió unos rápidos segundos hacia abajo, pero yo me forcé por mantenerme imperturbable.
«Por Barnabas», me recordé con dureza.
El corazón arrancó a latirme con violencia dentro del pecho cuando su rostro bajó y pensé, durante unos dolorosos instantes, que iba a volver a besarme. Sin embargo, lo único que hizo fue aspirar mi aroma.
Algo relampagueó en sus ojos mientras retrocedía.
—No he podido encontrar la esencia de Juvart, pero sí que me he topado con otras esencias...
El pulso se me disparó cuando habló. Nigrum había podido encontrar el aroma de Juvart en mí, además de la esencia de la Maestra; luego, caí en la cuenta demasiado tarde, que también debía llevar en mí un ligero aroma al propio demonio gato, que se había rozado conmigo mientras yo leía el grimorio.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—Setan...
—Has estado en la biblioteca —la voz del demonio sonó baja, incluso algo desconcertada—. Le has visto.
Ahora casi parecía horrorizado, y yo creía saber el motivo de aquella inquietud que había despertado en Setan descubrir que había estado en aquella zona prohibida, además de recientemente.
—Fue él quien me dijo que la esencia de demonio no era de Barnabas —desvelé, con un nudo en el estómago—. La esencia es de Juvart.
No me cansaría de repetírselo hasta que me hiciera caso, hasta que comprendiera que todo había sido un movimiento planeado para que tuviera ese tenso desenlace. La duda que tenía era si había sido algo que había salido del propio Juvart... o el demonio estaba siguiendo las órdenes de alguien.
—Si me permitieras verlo... Barnabas también estuvo afectado por la esencia de Juvart, por eso mismo no pudo defenderse cuando Bathsheba lo apartó de mí o cuando tú... tú le golpeaste.
—No vas a ver a Barnabas, Eir —se negó en rotundo—. No he podido reconocer la esencia de Juvart, al contrario que la de... otros.
Pero no me exigió que le dijera qué había hecho... o de qué había podido hablar con el guardián que vivía atrapado en aquella biblioteca, el mismo lugar donde llevaba a Elara cuando ella fue una de sus elegidas.
—Setan, por favor...
El rostro del demonio se encendió de rabia contenida.
—¡Estoy intentando protegerte! —gritó.
Me puse en pie, alterada del mismo modo que él.
—¡Entonces no estás cumpliendo con tu cometido al permitir que el auténtico culpable esté libre! —le respondí, también a gritos.
El resto de la cena transcurrió en un tenso silencio que ninguno de los dos trató de romper tras haber decidido zanjar aquella discusión de aquel modo tan contundente: cada uno regresó a su asiento, rumiando su propio enfado, y se concentró en la comida. Pero mi estómago se había cerrado después de no lograr ningún avance con Setan, por no haber logrado convencerle de que nos habíamos equivocado con Barnabas.
Bathsheba, intuyendo que mi estado de humor no era el mejor para entablar una apacible conversación para ver cómo habían ido las cosas, se limitó a ayudarme a quitarme el vestido y me dejó a solas para que pudiera ponerme el camisón. Me cercioré de que no volviera y tomé una trémula bocanada de aire, repitiendo en mi cabeza el plan que había ido formando desde que Setan se negara en escucharme... o creer que Barnabas era inocente.
Fui hacia la cama.
Me recoloqué sobre el colchón y cerré los ojos, intentando concentrarme.
«Barnabas...»
Aún nadie había descubierto que la sortija que llevaba en el dedo pertenecía al demonio de ojos grises, un discreto canal de comunicación que nos había permitido hablar... y que Barnabas estuviera dentro de mi cabeza más veces de las que yo le hubiera dado permiso. No había caído en la cuenta de hacer uso del anillo hasta que estuve de regreso en el dormitorio, después de despedirme de Nigrum y advertirle que tendría que responder a alguna pregunta más en otra ocasión.
«Barnabas...»
Repetí la llamada sin que el demonio de ojos grises respondiera.
Le llamé una y otra vez, sintiendo un enorme vacío en mi cabeza al no escuchar de regreso la juguetona voz de Barnabas. Como tampoco ninguno de sus comentarios cargados de su humor, tan parecido al de Bathsheba.
Rocé el anillo, sintiéndolo frío al tacto. Helado. En el pasado aquella joya parecía haber tenido vida propia, siguiendo las órdenes de Barnabas; me pregunté a qué se debía aquel silencio por parte del demonio. Y el estómago se me retorció al valorar la posibilidad de que pudiera estar muerto.
Aparté esa idea de mi cabeza mientras lo intentaba de nuevo y recibía la misma respuesta: silencio. Empezó a inquietarme el no poder comunicarme con Barnabas, que mi única vía de comunicación hubiera quedado inservible; Setan me había prohibido —aunque no expresamente— que fuera a visitar al demonio y Bathsheba no iba a acompañarme por mucho que le suplicara.
Mi única oportunidad se encontraba en aquel maldito anillo.
Lo giré alrededor de mi dedo, intentando no perder los nervios. Miré la piedra gris, del mismo tono que los ojos de Barnabas, y cerré los ojos de nuevo; no iba a rendirme, tenía que encontrar a Barnabas para poder hablar con él. Me imaginé que el anillo, el poder que estaba recogido en su interior, era un hilo conductor que nos unía a ambos; me imaginé que ese hilo podía llevarme hasta él si me concentraba.
Mi magia conectaba con la suya y podía guiarme hasta Barnabas.
Cerré los ojos con más fuerza mientras intentaba entrelazar mi magia con la magia que contenía el anillo, usándolo de guía para aparecer justo donde se encontrara el demonio en aquellos momentos.
Sentí el habitual cosquilleo de las sombras sobre mi cuerpo y me concentré en aferrarme al hilo conductor mientras obligaba a mi magia a que la siguiera, llevándome consigo. Un ambiente frío y húmedo me indicó que el viaje había terminado, que había alcanzado mi destino.
Jadeé cuando, al abrir los ojos, me topé con el aspecto que debían presentar las celdas del castillo. Nunca antes había estado en un lugar tan tétrico como aquel, y todo mi cuerpo sufrió un escalofrío; saqué fuerzas de flaqueza y recorrí con mi mirada cada palmo, dando con el cuerpo de Barnabas encadenado a la pared.
Aún llevaba la misma ropa que anoche, aunque su aspecto delataba que se habían ensañado con él. Verdugones, manchas resecas de sangre y una extremada palidez hicieron que el estómago me diera un vuelco al contemplar su desastroso aspecto. Al imaginarme qué le había sucedido.
Eché a correr hacia él, dejándome caer de rodillas cuando estuve situada enfrente. El fino tejido del camisón que llevaba no me protegió contra la gélida mordedura del suelo, pero no me importó lo más mínimo: alcé ambas manos para acunar su rostro, repasando cada herida y moratón.
El corazón se me encogió.
—Barnabas —susurré, horrorizada.
Sus párpados temblaron ante mi voz y yo me mordí el labio inferior, desviando mi propia mirada hacia los grilletes que le mantenían preso en aquel inhóspito lugar.
—Eir...
Su trémula respuesta hizo que bajara la vista de inmediato hacia su rostro, topándome con sus ojos desenfocados. Una pegajosa sensación de culpa empezó a ganar terreno al ver lo débil y desorientado que se encontraba; no quería imaginarme qué había hecho Setan con él, espoleado por la inquina que le tenía al demonio.
No me gustaba ver a Barnabas de ese modo, tan... tan débil. Apagado.
—¿Qué te ha hecho? —susurré para mí misma.
El cuerpo del demonio se sacudió cuando intentó reír, pero lo único que brotó de sus labios fue una estridente tos que me puso el vello de punta.
—Lo que llevaba anhelando mucho tiempo —contestó con voz ronca.
Quise preguntarle por qué parecían odiarse ambos de ese modo, si todo era debido a que Setan había resultado ser, además de su pupilo, el propio hijo de Hel. El cuerpo de Barnabas se encogió sobre sí mismo y el demonio soltó un jadeo de dolor; intenté ayudarle a que encontrara una posición más cómoda y observé los grilletes, que mantenían sus brazos en alto y no ayudaban lo más mínimo a que Barnabas pudiera encontrar un poco de comodidad.
—Le pedí a Setan que me dejara venir —dije en voz baja—. Pero él no quiso escucharme...
—Todo el mundo cree que intenté sobrepasarme contigo, que utilicé mi esencia para seducirte y obligarte a entregarte a mí —había dolor en sus palabras, y un resquicio de miedo, como si creyera realmente eso—. Bebí demasiado aquella noche y... bajé la guardia, quizá conmigo mismo. Quizá lo hice de manera inconsciente, murcielaguito; y no sabes lo mucho que me destroza saber que, en lo más profundo de mí, sigo siendo la escoria que fui en el pasado. No deberías estar aquí —añadió con dureza.
—Intenté ponerme en contacto contigo mediante el anillo, pero no respondías —me justifiqué, bajando las manos cuando el demonio se apartó de mí para pegar su cuerpo a la pared de la celda.
Me di cuenta de que sus ojos grises habían perdido el brillo y la traviesa vivacidad que siempre los iluminaban. Ahora sus iris parecían casi... normales, nada que ver con la mirada que tendría un demonio; no supe a qué era debido, pero no me gustó lo más mínimo porque, en el fondo de mí, sabía que eso no podía ser bueno para Barnabas.
Sacudió las muñecas, haciendo resonar las cadenas de sus grilletes.
—Mi poder de demonio se encuentra atado dentro de mí, apagado, gracias al hierro que hay en estas cadenas. Cualquier otro demonio menor no habría sido capaz de soportarlo, pero yo no soy un demonio cualquiera, ¿verdad? El hierro no me destruye, pero sí encierra mi poder de demonio —respondió y vi que esa vulnerabilidad no le resultaba una idea atractiva—. Por eso mismo no pude escucharte, como tampoco responderte. Y, sin embargo, estás aquí...
Frunció el ceño, intentando encontrar una explicación a por qué estaba en aquella celda. A cómo le había encontrado si le habían suprimido su propio poder de demonio, dejándolo en ese estado.
Tomé una bocanada de aire.
—El anillo —alcé la mano para mostrarle el regalo que me había hecho—. Es como un puente entre ambos. Me aferré al hilo y obligué a mi magia que lo siguiera; al principio tuve mis dudas de que funcionara debido a lo débil que era, pero...
Me encogí de hombros como toda respuesta.
Pero había funcionado, estaba en aquella celda.
Le había encontrado después de que nadie quisiera atender a mis peticiones, creyendo que estaban protegiéndome.
Una tenue sonrisa se formó en el rostro de Barnabas.
—Eres un murcielaguito muy listo...
Le observé en silencio, recordándome por qué había venido a buscarlo. Mi encuentro con Nigrum en la biblioteca me había aportado algunas respuestas —por no hablar de ciertas teorías—, pero también me había dejado con algunas nuevas preguntas; preguntas a las que Barnabas podría contestarme, sacándome de dudas.
—He ido a ver a Nigrum —le confesé a media voz.
Me dirigió una larga mirada, quizá sospechando lo que estaba a punto de decir.
—Hiciste un trato con él, por mí —la acusación se escapó antes de que pudiera suavizar mi tono.
Estaba agradecida por la ayuda que encontró, por haberse tomado tantas molestias para que yo pudiera tener una oportunidad. Sin embargo, guardaba la sospecha de que Barnabas también necesitaba a Nigrum de su parte y, tal y como había afirmado el demonio gato, compartían objetivos.
Y uno de ellos era Hel.
Recordé la primera aparición de Barnabas, el modo en el que irrumpió en la habitación en la que me había visto acorralada y me sacó de allí. Él ya sabía que yo no era una humana como el resto, que había algo especial en mí.
Quizá un aroma en mi magia que le resultaba odiosamente familiar.
El tema que estaba tratando de esquivar volvía a mí con fuerza, haciendo que tuviera miedo. Miedo de las respuestas que podría encontrar y que pondrían mi mundo del revés.
—¿Te acercaste a mí porque mi magia huele igual que la de Setan? —disparé mi pregunta mientras sentía que mi corazón estaba a punto de desgarrarse.
Barnabas abrió los ojos de par en par, viéndose al descubierto.
La boca empezó a saberme a bilis.
—¿Me prometiste tu ayuda para poder descubrir si yo tenía algo que ver con él?
Pensé en las confidencias que había compartido con Barnabas, en mis sospechas. Había hablado con él de todo lo que sabía sobre Setan, incluyendo a la misteriosa Elara; cuando le había preguntado respecto a ella, Barnabas no había tenido respuesta alguna. Pero quizá sí que hubiera empezado a formar sus propias teorías respecto a aquella elegida que le había robado el corazón a su mayor enemigo.
—¿Querías usarme contra Setan, en tal caso?
La última pregunta terminó por destrozarme. La idea de que Barnabas se hubiera comportado conmigo de ese modo simplemente para sacarme un beneficio después era demoledora; me hizo recordar de nuevo las advertencias de Bathsheba, el dolor y daño que le había causado a ella... precisamente por eso: por la naturaleza traicionera del demonio.
Barnabas seguía en silencio y yo sentía todo mi cuerpo entumecido. Mi mente adormecida después de esos descubrimientos.
—Sentía curiosidad, sí —reconoció el demonio al final, bajando la mirada—. Una humana en apariencia que tenía magia... cuya esencia me resultaba condenadamente familiar. Quise saber qué ocultabas, por qué olías de ese modo tan extraño. Por eso mismo empecé a estudiarte a ti y a Setan, intentando encontrar el hilo que os conectaba; por eso mismo presioné de ese modo al demonio. Y a ti te ofrecí mi ayuda, esperando que estar más cerca de ti me ayudara a entenderte. Saber por qué poseías magia y esa magia era tan similar a la del pupilo de Hel.
»Eras una de las elegidas, por lo que tenía que seguir las reglas del juego. Tenía que respetarlas, aunque encontré el modo de beneficiarme: el papel de Nigrum en todo esto es mucho más flexible, pues es un guardián y su deber es conservar todo lo sucedido. Los hechos. La historia. Nigrum tenía todas las respuestas.
»Creí que, al ser distinta a las demás, tendrías una oportunidad real de acabar con esto. Que quizá tu magia era la señal que necesitaba para saber que estaba tan cerca de conseguir mi objetivo...
Fruncí el ceño.
—Acabar con la Maestra. Para siempre —dije por él.
Barnabas asintió.
—¿Qué has descubierto sobre mí? —le pregunté.
Él pestañeó.
—Mi magia y la de Setan son... son iguales —la voz me tembló—. Y tú querías usarme en tu beneficio contra él.
—Todas mis teorías sobre eso... no deberían ser posibles —dijo y me miró con una mezcla de desconcierto y dolor—. Tú ni siquiera deberías existir, murcielaguito. Es imposible que...
Su voz se apagó justo cuando escuchamos el inconfundible sonido de unas pisadas. Miré a Barnabas con una expresión de pánico, si quienquiera que bajara me encontraba allí... iba a tener serios problemas; por no hablar de la multitud de preguntas que tendría que responder.
Me puse en pie, tambaleándome hasta que mi espalda chocó contra una pared, en la zona más oscura de la celda. Barnabas me siguió con la mirada, con una expresión impertérrita.
—Usa tu magia, Eir —me ordenó.
Mi cuerpo empezó a temblar.
—¿Cómo...?
Los pasos cada vez resonaban más cerca.
—Piensa en las cortinas de humo —me instruyó—. Aprendiste a cómo hacerlas desaparecer... ahora intenta hacer lo contrario: crea una que te cubra. Usa una cortina de humo para mimetizarte con la pared.
Mi magia emergió cuando la llamé, desesperada. Recordé lo que había hecho con la cortina de humo que protegía el final del pasillo donde estaba instalada; sin embargo, en aquella ocasión me imaginé creando una pared como la que había a mi espalda frente a mí. Un trozo de pared que me ayudara a ocultarme de la vista.
Que me protegiera de cualquier mirada.
Abrí los ojos cuando noté algo pesado cubriendo mi cuerpo, una sensación que no me resultaba del todo desconocida. Vi que Barnabas asentía para sí mismo antes de que Nayan apareciera al otro lado de los barrotes con una sonrisa de oreja a oreja.
Me pegué de manera inconsciente contra la pared, pero ella no pareció reparar en mí... al menos todavía. Abrió la puerta de la celda y se internó en aquel lugar, acercándose hacia el rincón donde el demonio estaba apresado.
—¿Vienes a traerme algún mensaje? —preguntó Barnabas con tono aburrido—. ¿O simplemente a pasar el rato?
Nayan rió y se acuclilló frente a él.
—¿Te estás acostumbrando a la soledad? —ronroneó.
—Me resulta mucho más agradable estar solo que con alguien como tú, Nayan.
El rostro de la mujer se iluminó ante su respuesta, pero sus facciones se congelaron mientras que Barnabas se ponía rígido. Observé a Nayan olfatear y fruncir el ceño, haciendo que sus ojos recorrieran la celda con una expresión de desconcierto.
Cuando llegó al punto donde yo me encontraba escondida, hice que mi cortina de humo se volviera más gruesa. Recé para que no me viera.
—¿Buscando algo en concreto? —la pregunta de Barnabas la distrajo, haciendo que toda su atención volviera a centrarse en el demonio.
Barnabas sonreía perversamente.
—Puedo oler la magia de...
—¿Setan? —finalizó Barnabas con sarcasmo, obligándose a no desviar su mirada en mi dirección—. Ha venido a verme hace poco. A regodearse de tenerme... así, sabiendo que es el único modo de ser más poderoso que yo.
El rostro de Nayan se tornó sombrío.
—No deberías decir eso...
La sonrisa de Barnabas se amplió.
—¿Por qué no, si es la verdad? Setan jamás podría acabar conmigo, como tampoco alcanzarme en poder. Ella no le brindó tanto precisamente por eso: para que no fuera una amenaza. Para tener siempre la correa de su perro bien sujeta y que él nunca pudiera morderla.
Nayan parecía incómoda de repente, toda la diversión que había traído consigo se había disipado. Quizá no le gustaba que le recordaran, aunque fuera de ese modo indirecto, que ella no se encontraba en una situación diferente: ella, al igual que su gemela, estaban en los últimos escalafones y habían decidido acercarse a Hel por el amplio poder —ficticio— que les proporcionaba la supuesta amistad que mantenían con la mujer.
Quizá Nayan se veía reflejada en las palabras de Barnabas.
—Lo único que conseguirás con eso es que te maten, estúpido —siseó.
Barnabas ladeó la cabeza, divertido.
—¿Estás preocupándote por mí? Qué enternecedor...
Tragué saliva, notando cómo mi magia empezaba a resentirse.
—Eres un demonio poderoso —recalcó Nayan, encogiéndose de hombros—. Bathsheba te odia y tú necesitas que tu linaje no se extinga. No soy estúpida, Barnabas, y estoy abierta a todo tipo de posibilidades. Estoy dispuesta a ofrecerte un jugoso acuerdo que nos beneficiaría a ambos.
El demonio se echó a reír, pero había amargura en sus carcajadas.
—¿Tan sedienta estás por el poder que te estás ofreciendo a ser... a ser qué, exactamente?
Nayan alzó la barbilla con un gesto muy digno, pero el demonio no había terminado de burlarse.
—Estás ofreciéndote a darme herederos —una venenosa sonrisa se formó en los labios de Barnabas—. ¿Ya no te sirve Setan, querida?
El rostro de ella pareció empalidecer.
—Setan nunca fue una opción, y lo sabes —respondió—. Ella lo quería para sí, para poder divertirse y torturarlo una y otra vez. No: Setan jamás fue una opción para ninguna de nosotras. En realidad, no lo es para nadie.
—Estás celosa, Nayan.
La mirada que le dirigió fue devastadora.
—¿Por qué iba a estarlo? Tengo más opciones para conseguir lo que quiero y él...
La sonrisa de Barnabas se volvió peligrosa.
—Él está más interesado en otra persona que en ti —dijo con tono hiriente, deseando hacer daño—. Hacía tiempo que no parecía mostrarse tan atento y protector con ninguna de sus elegidas.
—Y por eso tú decidiste usarla para hacerle daño a Setan —apostilló Nayan, intentando devolverle el golpe—. Por eso usaste tu esencia de demonio en ella, intentando seducirla y llevarla a tu cama. Porque sabías que eso le haría daño.
—¿Eso es lo que todo el mundo cree? —preguntó Barnabas.
Nayan se encogió de hombros.
—Eso es lo que todo el mundo sabe.
Los dos se quedaron en silencio.
—He escuchado que Bathsheba tiene prohibido venir aquí porque temen que acabe contigo —aquel golpe resultó devastador y el rostro de Barnabas se contrajo en una mueca de dolor—. ¿Es verdad que casi lo consiguió anoche, mientras te apartaba de su protegida? Qué sobreprotectoras pueden llegar a ser los súcubos...
—Márchate de aquí, Nayan —siseó Barnabas.
La mujer sonrió con malicia, feliz de haber logrado su propósito.
Observé cómo se ponía en pie, dirigiéndose con lentitud hacia la puerta abierta. Los ojos de Barnabas estaban clavados en ella, llenos de un odio casi asesino: había caído en su juego, y ahora veía cómo se regodeaba de él de ese modo, saboreando su victoria. Aguardando a que se rindiera.
—Bathsheba te envía saludos, Barnabas.
El demonio dejó escapar de nuevo ese sonido casi animal mientras Nayan estallaba en carcajadas, cerrando la puerta y marchándose de la celda con una expresión de triunfo.
Entonces mi cortina de humo se derrumbó y yo caí de rodillas al suelo, jadeando. Intentando recuperar el aliento y dejar que la energía viniera de nuevo a mí, pues había agotado demasiada.
—No fuiste tú —jadeé mientras nos mirábamos—. La esencia de demonio que había en mí... que me obligó a comportarme de ese modo no era tuya.
El rostro de Barnabas pareció recuperar parte de su vitalidad, a hacer desaparecer la culpa que le estaba carcomiendo.
—Era de Juvart —añadí—. Y tengo la inquietante sospecha de que también la usó contigo.
Barnabas cerró los ojos y soltó una carcajada carente de humor.
—Por supuesto —concedió, sin poner en duda ni una sola de mis palabras—. El maldito demonio aprovechó que había bebido demasiadas copas para hacer que no fuera consciente de sus planes. Nos usó a ambos.
Dejó caer la cabeza hacia atrás.
—Parece que Hel te considera una amenaza real.
Mi cuerpo se sacudió al recordar cómo me emboscó en mi propio dormitorio.
—Y eso quiere decir que tenemos una posibilidad de acabar con todo esto —continuó Barnabas—. Por eso mismo tienes que descubrir quién eres, Eir Gerber.
El miedo a las respuestas volvió a dejarme paralizada.
—La solución está al alcance de tu mano...
Lentamente, me puse en pie. Reuní el valor suficiente para poder afrontar lo que se me venía encima; formaba parte de algo... y Barnabas estaba seguro de que ese algo estaba a punto de terminar. Gracias a mí.
Que el Señor de los Demonios me eligiera no había sido casual, pues quizá habría olido mi magia y luego se hubiera asegurado al escuchar mis pensamientos.
Que mi magia y la suya fueran similares, por no hacer mención a nuestras marcas idénticas, daban pie a teorías que podían resultar descabelladas.
Y Barnabas estaba en lo cierto: las respuestas estaban al alcance de mi mano.
En las perlas de memoria de Setan.
Encontraría las respuestas que me faltaban en ellas. Las revisaría una por una, aunque eso significara que tendría que colarme de nuevo en su dormitorio.
Era el momento de descubrir la verdad y el papel que jugaba yo en todo aquel tablero donde la Maestra parecía movernos como peones a su antojo.
***
Sé que prometí que habría doble actualización, pero no he tenido tiempo de terminar dos capítulos por circunstancias personales y porque he estado unos días sin posibilidad de escribir :c
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