cincuenta y tres.
Una sensación helada me recorrió al escuchar que aquel demonio afirmaba ser familia de Barnabas. Incluso Elara guardaba sus dudas respecto a lo que Belphegor, si realmente se llamaba así, acababa de decir.
No hice desaparecer las sombras, no quería que aquella mujer me pillara con la guardia baja. A pesar de que su anillo era condenadamente similar al que Barnabas me había regalado, no podía confiar en ella. ¿Quién sabía hasta donde llegaba la maldad de Hel? Su poder.
Belphegor me dedicó una sonrisa traviesa.
—No me creéis, Eir Gerber —afirmó.
—Es complicado hacerlo cuando la reina de los demonios seguramente quiera mi cabeza —contesté y la mujer soltó una risita.
—Ella está furiosa, es cierto —confirmó mis sospechas. El hecho de que apenas hubiera tenido un margen de actuación después de que Setan me dejara huir del castillo era inquietante, una mala señal—. Pero su pupilo la ha tenido ocupada.
No se me pasó por alto el sonido de incredulidad que emitió Elara al oír que Setan parecía haber reunido el valor suficiente —después de tantos años bajo su mando— para plantarle cara.
—¿Para qué os ha enviado ese demonio? —intervino por primera vez Elara, una vez recuperada de la sorpresa y el horror de haberse visto asaltada por aquel demonio.
La perspicaz insinuación de mi tía hizo que mis brazos se alzaran de manera inconsciente, manteniendo a las sombras listas para usarlas contra Belphegor si descubría que todo se trataba de una vil mentira para atraparme.
—Él pidió mi ayuda —contestó la mujer, mirando ceñuda a Elara—. Dijo que debía buscarte, que tú eras la oportunidad que necesitábamos para liberarnos de las cadenas que nuestra soberana nos colocó y nos oprimen.
Pero no fue suficiente para hacerme bajar la guardia.
Hasta que escuché un ligero estallido a mi espalda. Mi cuerpo se movió como un autómata girando hasta que cada palma de mi mano quedó dirigida hacia cada uno de los lados del pasillo; Elara gruñó algo para sí misma y Belphegor se mantuvo inmóvil, con la mirada clavada en el invitado que acababa de aparecer de la nada.
Nigrum tenía su habitual —y espeluznante— sonrisa y me observaba con la cabeza ladeada, en actitud divertida.
—Parece que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, Eir Gerber —luego dirigió sus avispados ojillos hacia Elara, que se encontraba tras Belphegor. El reencuentro no había sido del todo agradable para ella—. Un placer verte de nuevo, Elara Lambe.
Mi tía se estremeció ante el cordial saludo del demonio gato, seguramente reviviendo algunos de los momentos que ambos habían compartido en el pasado. Nigrum había fingido confundirme con ella, quizá mostrándome de ese modo la verdad que nadie se había atrevido a decirme hasta que fue demasiado tarde; el demonio gato había llegado a un acuerdo con Barnabas para que me respondiera a las preguntas a las que él no podía debido a la orden que debían haber recibido por parte de Hel para continuar con aquel juego que se llevaba con Setan, prometiéndole romper el acuerdo que los unía si el demonio encontraba el amor verdadero y se mostraba tal y como era: un príncipe egoísta que había antepuesto sus propios deseos —sin saber qué desataría con ello— a sus responsabilidades.
Pero Nigrum no era un súbdito corriente: era un guardián. Un demonio cuya única misión era proteger el conocimiento, la historia; ahora comprendía que la biblioteca donde vivía encerrado contenía la respuesta a todas las preguntas. La verdad que escondía Setan, y de la que se avergonzaba.
Su lealtad hacia Hel... bueno, nunca la había tenido muy clara.
Que Nigrum estuviera fuera de la biblioteca, su santuario, no podía significar nada favorable, en mi caso. Planté mis pies con mayor seguridad en el suelo y vigilé a ambos demonios con cautela; mi huida del castillo no había tardado mucho en correr de boca en boca.
Y que dos demonios hubieran aparecido en el pasillo de mi antiguo hogar podía ser perfectamente una amenaza.
—No malgastes tus energías en nosotros, Eir Gerber —me recomendó el demonio gato, flotando en el aire y agitando su cola de un lado a otro, haciendo resonar los anillos que llevaba—: estamos de tu lado.
Mi mirada no cesaba de moverse de Belphegor a Nigrum, sabiendo que cualquier despiste por mi parte podría condenarnos; no solamente a mí, también a mi tía, que seguía con una mezcla de interés y recelo la situación.
—Los demonios sois seres traicioneros —siseó Elara desde su posición, cruzada de brazos.
Nigrum dirigió su mirada hacia ella, quien tuvo el valor de no echarse a temblar. Belphegor bufó para sí misma, casi poniendo los ojos en blanco; parecía terriblemente divertida por la intervención de mi tía.
—Tu comportamiento no distaba mucho del nuestro en aquel entonces, Elara Lambe —la tensión aumentaba cada vez que Nigrum pronunciaba el nombre completo de mi tía, recordando viejos tiempos—. Eras igual de traicionera y mentirosa como el peor de nosotros.
Elara alzó la barbilla en un gesto cargado de soberbia, sus ojos azules relucieron de enfado.
—Hice lo que tuve que hacer para sobrevivir —declaró sin un ápice de arrepentimiento en su voz.
A pesar del daño que le causó a Setan, Elara nunca parecía haber sentido remordimientos por el modo en que manipuló y se aprovechó de los sentimientos que empezó a sentir el demonio hacia ella para conseguir su objetivo: obtener su libertad. Pero su plan no salió del todo bien cuando descubrió que el sacrificio de Setan de compartir parte de su esencia la había convertido en mitad demonio, provocando que ella pudiera escuchar y manipular las sombras. Que su poder procedía de la oscuridad.
—Basta —decidí intervenir antes de que Elara optara por abalanzarse contra el demonio gato para estrangularlo con sus propias manos; giré levemente la cabeza hacia Nigrum, que sonreía con socarronería, disfrutando de la situación—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Los ojos del demonio gato relucieron.
—La partida final ha llegado —sentenció.
Entrecerré los ojos.
—Ella no ha creído ni una sola de mis palabras —habló Belphegor—. Y aún no ha bajado la guardia: puedo oler su agitación desde aquí. Para ser una... humana —el término se le atascó, sabiendo que no era una humana corriente— es más valiente de lo que me esperaba.
—Eir Gerber, estamos de tu lado —repitió Nigrum, persuasivo—. Hemos venido hasta aquí para ayudarte.
Mi mirada se clavó en el rostro del demonio gato.
—¿Ayudarme a qué? —pregunté.
—No es ningún secreto que Setan te dejó escapar, te desveló el secreto que habías deseado conocer al principio, nada más venir al castillo: que tú podías atravesar el hechizo que lo rodeaba, que habías tenido la llave hacia tu libertad desde el inicio —alcé mis brazos aún más y algunas sombras se unieron al capullo que había empezado a formárseme alrededor a modo de escudo... o vía de escape—. Podrías haber huido muy lejos, pero sigues aquí. Y ahora que sabes la verdad...
Cerré mis manos en puños, apuntando en su dirección.
—¿Qué verdad? —pregunté, pero ambos lo sabíamos.
Nigrum rió entre dientes.
—Percibo las mentiras en el aire, Eir Gerber —sonó como una suave regañina—. Y es evidente que ella no perdería la oportunidad de devolverle al pupilo de mi señora el favor —añadió, señalando a Elara con su larga cola.
Llegados a este punto, seguir mintiendo me resultaría inútil... y quizá consiguiera molestar a Nigrum. Lo menos que necesitaba en aquellos instantes era un demonio —cuya lealtad y forma de actuar parecían ser actos demasiado intrínsecos— molesto; por no mencionar a su compañera. La supuesta hermana de Barnabas.
—Todos sabíais quién era en realidad —le acusé.
Nigrum ladeó la cabeza.
—Y tú también podrías haberlo adivinado si me hubieras hecho las preguntas correctas, niña estúpida —me exhortó—. Es posible que los otros demonios no pudieran hablar por expresa orden de ella, pero yo soy un guardián: es mi deber proteger la historia. La verdadera historia —hizo una pausa—. Los libros de mi cárcel contenían todo lo que necesitabas, Eir Gerber.
—Porque Setan jamás me lo habría dicho voluntariamente —se me escapó.
Nigrum sacudió la cola de un lado a otro.
—Eso es algo a lo que ninguno de nosotros tiene respuesta —me contradijo—. Quizá hubiera reunido el valor necesario en el futuro... quizá no. El pupilo de mi señora es una criatura rota. Fragmentada.
Y no resultaba difícil adivinar por qué: había tenido que ver con sus propios ojos la magnitud de sus errores; Hel había disfrutado recordándole la mala decisión que tomó aquel día. Le había obligado a cometer actos horribles prometiéndole una salvación que nunca llegaría: Hel no estaba dispuesta a perder a su valioso siervo, por eso se deshacía de las elegidas que le suponían un auténtico peligro para sus propios intereses.
Por eso había intentado asesinar a Elara... y después a mí.
Hel no tenía intenciones de liberarlo, como tampoco de jugar limpio.
—Llena de oscuridad —susurré para mí misma.
Setan me confió que había encontrado en Elara a alguien similar a él. Alguien que le había dado la confianza suficiente para mostrar sus errores, para enseñarle qué se ocultaba en el fondo de aquel demonio de ojos de fuego: un príncipe egoísta. Un muchacho irresponsable que había condenado a todo un reino por el miedo de no estar a la altura.
Llevaba sufriendo demasiados años en soledad y ver a alguien que parecía tener la misma oscuridad en su interior... quizá fuera el alivio de saber que no estaba solo en ello, que podría encontrar en Elara una confidente para liberar parte de la carga que arrastraba desde que se condenó a sí mismo, lo que le empujó a hablar abiertamente sobre lo que había hecho. Contar su historia.
La misma que la reina de los demonios había prohibido saber porque disfrutaba de la tortura que suponía que todo el mundo le culpara a él. Que le recordaran con su odio, año tras año, lo que había hecho.
—La Maestra no tenía ningún deseo de liberarlo de su acuerdo —dije en voz alta, para todos—. Le dio falsas esperanzas, hundiéndolo cada vez más en la oscuridad...
—Permitiendo que su esencia de demonio se hiciera más fuerte —me ayudó Elara y yo la miré con desconcierto a través de la distancia que nos separaba—. Esa arpía buscaba crear alguien como ella, alguien que se encargara de cumplir sus sueños. Un heredero.
—Pero ella es la reina de los demonios —repuse—. Es quien tiene más... poder. Solamente tendría que chasquear los dedos y conseguir lo que se propusiera.
—Te olvidas de que hay demonios que quieren recuperar su libre albedrío —me recordó con un ronroneo Nigrum—. Demonios que, en el pasado, lograron encerrarla en lo más profundo de la tierra. En un lugar donde sus hilos no pudieran alcanzarlos, donde podían ser verdaderamente libres. La amenaza es real y mi señora lo sabe: ¿por qué no usar a alguien para hacer cumplir sus deseos mientras ella pudiera continuar protegida, a salvo?
Se me revolvió el estómago al pensar en Setan. Utilizado como una marioneta para expandir el poder de Hel, convirtiéndose en un objetivo mientras su señora disfrutaba de la comodidad y protección, dejando a su pupilo solo ante el peligro... y sin que él pudiera negarse por el acuerdo que los vinculaba, que ataba la voluntad de Setan a la suya.
No, Hel no buscaba hacer de Setan su heredero, sino una simple diana de las amenazas que existían contra ella.
Un simple señuelo.
—Barnabas fue uno de esos demonios —mi afirmación sonó dubitativa y busqué con la mirada a Belphegor.
Sus ojos se oscurecieron y cerró las manos hasta convertirlas en puños, no sin antes permitirme ver cómo se alargaban sus dedos, tomando la forma de unas poderosas garras.
—Mi hermano formó parte de ese grupo, sí; la influencia, o poder, de la reina de los demonios a criaturas del linaje de Barnabas es limitada: tuvo que hacer uso de otro tipo de persuasión para lograr su cooperación. No como sucede en el caso de los demonios menores —confirmó y se irguió con seguridad—. Y por ello se convirtió en un enemigo a tener en cuenta para ella... Por eso le usó de ese modo para quitárselo de encima.
Barnabas odiaba a Hel, y eso era algo que no había sabido cómo ocultar: no solamente por haberle arrebatado su libertad, convirtiéndolo en su marioneta siempre que gustaba, sino también por no haberle dado elección cuando llamó a todos sus demonios, exigiéndole que le entregara a Bathsheba y Briseida, obligando a una de mis doncellas a participar en esa carnicería. Haciendo que Bathsheba odiara con toda su alma a Barnabas, guardándole rencor por su traición.
Pero Barnabas odiaba a Setan por haber liberado a Hel. Ahora entendía buena parte de los comentarios insidiosos que le había hecho al Señor de los Demonios, usando su punto débil y explotándolo al máximo para recordarle lo que había hecho. Para recordarle que, por su culpa, los demonios también habían sufrido al recuperar las cadenas de las que tanto les había costado liberarse.
—Barnabas ha sido liberado —continuó Nigrum—. El pupilo de mi señora ordenó a una de tus doncellas que bajara a las mazmorras y lo sacara de ahí...
—Poco después de la liberación de mi hermano se supo que tú habías huido del castillo —apostilló Belphegor.
Demasiado rápido.
Demasiado sospechoso.
Aquel pequeño apunte agitó algo dentro de mi cabeza, algo que había pasado por alto hasta ese momento. Fruncí el ceño mientras intentaba hacer memoria, rescatando aquel extraño encuentro con Gamal, un demonio menor que seguía las órdenes de Bathsheba y quien había resultado ser de confianza; el demonio me había advertido sobre la Maestra, sobre la posibilidad de que hubiera alguien que le pasara información sobre mí.
Mi mirada se topó con Elara, que estaba cada vez más molesta por la presencia de los dos demonios. Ella me dijo que, mientras fue la elegida, Hel había hecho que una de sus doncellas espiara para sí misma. Y todo porque la reina de los demonios tenía miedo de que Elara echara a perderlo todo.
Había estado tan, tan ciega...
—Briseida —su nombre se escapó de entre mis labios como un jadeo cargado de desconcierto.
La gemela de Bathsheba había estado a mi lado desde el principio. La posición perfecta para tenerme controlada, y más aún ahora que conocía los planes de Hel respecto a mí... ahora que sabía que aquella mujer conocía mi verdadera identidad, quién era mi madre y qué corría por mis venas.
Su propia magia.
La Maestra había tenido sus sospechas desde el inicio, desde la primera vez que puse un pie dentro del castillo y ella apareció por la escalera. Sus continuas y discretas insinuaciones... Hel necesitaba pruebas tangibles de que yo era la hija de Elara, y que la magia de Setan —la magia que ella le había entregado al transformarlo en un demonio— se me había sido conferida al nacer gracias a mi madre.
Recordé las trampas, las emboscadas. Briseida le habría informado de mi paradero en cada ocasión; le había proporcionado una jugosa cantidad de información que le habría ayudado a tenderme todos aquellos viles actos que solamente buscaban la confirmación de sus sospechas: verme hacer uso de la magia. No le bastaba con saber que mi olor era diferente, ella quería hechos concretos.
Recordé el día que conocí a Barnabas, cuando el demonio me salvó de aquella habitación oscura. Briseida había estado allí conmigo, vigilándome mientras jugaba con Rogue en los jardines; cuando la perrita no regresó, mi doncella me animó a que fuera a buscarla... pero no me acompañó.
La magia me falló, al igual que mis piernas. Caí a plomo sobre el suelo, dejando que mi cabeza continuara atando cabos sobre el comportamiento de Briseida, sobre todo este último tiempo: la distancia, el silencio, las lágrimas. Había achacado todo aquello a lo sucedido con Barnabas, al daño que podía haberle causado a Bathsheba con ello, sabiendo el pasado que los unía; incluso creí que Briseida se sentía culpable por no haber podido protegerme.
Briseida se sentía culpable, pero no por los motivos que yo había creído: ella era la espía de Hel. Ella había estado pasándole información a la reina de los demonios mientras... ¿Realmente había sido todo fingido? Briseida había mostrado su cariño hacia mí, y las dudas estaban empezando a hacerme cuestionar si todo no habría sido parte de una mentira para encubrir su verdadera misión: espiar.
La garganta se me cerró al valorar otra posibilidad.
¿Bathsheba también habría formado parte de todo aquello? Ella había estado allí cuando yo me había desvanecido. Cuando me había marchado.
—¡Eir! —el grito de Elara sonó más cerca de lo que esperaba.
Alcé la mirada y vi que mi tía se había dejado caer a mi lado, cruzando la distancia que nos separaba; incluso Belphegor había hecho un ademán de acercárseme, pero finalmente había decidido no arriesgarse. La mirada del demonio estaba cargada de pesar, como si me hubiera entendido.
El rostro de Nigrum se había puesto repentinamente serio.
—Ella le pasaba información —balbuceé—. Briseida era una espía.
Elara se puso rígida, comprendiéndome: no en vano ella había descubierto lo mismo de una de sus doncellas.
Quise preguntar si Bathsheba era otra espía, pero ninguno de ellos podía darme esa respuesta.
—Nos estamos quedando sin tiempo, Eir Gerber —interrumpió Nigrum—. La traición de tu doncella no es importante, al menos en comparación con la terrible situación que está a punto de desatarse.
—Mi hermano ha llamado a parte de sus aliados —tomó el relevo Belphegor—. Y está dispuesto a enfrentarse a ella para...
Dirigí mis ojos a los suyos.
—Para matarla —completé.
Eso era lo que buscaba Barnabas y lo que había motivado al demonio a llegar a un acuerdo con Nigrum en mi beneficio: la libertad. Pero no una libertad que pudiera ser tan frágil como la que obtuvieron al encerrar a Hel en una celda; sino la definitiva.
La que solamente conseguirían cuando ella estuviera muerta.
Debía concederle a Nigrum algo: la traición de Briseida no podía compararse con lo que se estaba gestando en aquellos precisos instantes. La guerra que estaba a punto de estallar era un asunto serio, demasiado; los demonios eran criaturas poderosas, causarían estragos si se enfrentaban los unos a los otros para obtener su libertad.
Belphegor hizo un movimiento afirmativo con la cabeza.
Luego dirigí mis ojos hacia Nigrum, el guardián del conocimiento.
—¿Cómo podemos detenerla? —le pregunté—. Para siempre.
Sus ojos se encontraron con los míos. Era la primera vez que contemplaba al demonio gato sin que éste mostrara su habitual y amplia sonrisa; la diversión había desaparecido, dejando lugar a la férrea determinación.
—Hay un arma —me contestó con cautela—. Un arma que pocos pueden empuñar.
Me incliné hacia delante, librándome de los brazos de Elara.
—Sigue —gruñí.
Nigrum sacudió su cola y una forma de humo se materializó a su lado. Poco a poco, se definió hasta tener el aspecto de...
—Una estaca —confirmó el demonio gato—. Un secreto que mi señora guardó a buen recaudo después de que la usara... para conseguir el control absoluto del trono. Es la única forma de asesinar a un demonio como ella, pero conlleva un pequeño pago.
Enarqué una ceja, sintiendo el latido de mi corazón resonar contra mis costillas.
—Los demonios no podemos empuñarla sin sentir dolor —continuó Nigrum, respondiendo a mi silenciosa pregunta—. Fabricada con hierro y tallada con símbolos antiguos, de una poderosa magia, es letal para la criatura en la que se entierre en su carne... pero el demonio que lo porte también sentirá dolor, un pequeño pago, como he dicho, por usarla —repitió.
Miré la imagen de aquella estaca.
La solución a todos nuestros problemas.
—Su pupilo conoce su existencia —aquella revelación me hizo ahogar una exclamación de sorpresa—. Vino a mí para buscar una salida, una forma de romper el acuerdo sin tener que cumplir con sus exigencias...
El silencio que sobrevino después me indicó que se había callado algo.
—¿Dónde está Setan? —quise saber.
Nigrum bajó la cabeza con pesar.
—Mi señora lo castigó por su desobediencia —contestó con cautela—. No tuvo piedad...
Alterné la mirada entre Belphegor y Nigrum, pero la mantuve más tiempo en el demonio gato. Era una criatura retorcida que sabía jugar bastante bien sus propias cartas; desde que nos habíamos conocido, supe que era un demonio extraño. Incluso para ser un súbdito de Hel.
—La estaca —dije, volviendo al tema de aquella arma que acabaría de una vez por todas con la amenaza que suponía la reina de los demonios para todos, no solamente para los humanos; también para los demonios—. Yo puedo manejarla sin hacerme daño. No soy un demonio en el sentido exacto de la palabra.
Era un medio demonio gracias al conjuro que usó Setan para compartir parte de su esencia con Elara, una esencia que luego vino a mí cuando fui concebida.
Setan había convertido a mi madre en un medio demonio sin saberlo... pero yo había nacido con la magia ya corriendo por mis venas. Como si fuera una parte más de mí.
La sonrisa que me dedicó el demonio gato fue indicativo suficiente de que estaba yendo en la dirección correcta: yo era la única que podía hacerlo, la única que podía liberarlos a todos ellos.
Matando a Hel.
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Tal como avisé -y a todos aquellos que no lo leyeron, lo repetiré ahora-, dije que actualizaría durante estos días, desde el jueves hasta el domingo, algunas de mis obras. Hoy sábado, haré una doble actualización de Queen of Shadows.
El jueves hice actualización de The Dark Court; el viernes hubo actualización de El Traidor, y mañana domingo haré actualización de Peek a Boo. Así como dato de información general -y algo de autospam-.
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