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cincuenta y cuatro.

—A Eir no le corresponde hacer eso —intervino Elara.

Dirigí mi sorprendida mirada hacia el rostro de mi tía, cuya línea de la mandíbula estaba demasiado tensa. Como el resto de su cuerpo.

Me quedé paralizada, sin saber cómo reaccionar al hecho de que Elara hubiera decidido salir en mi defensa. Mis pensamientos se arremolinaban entre ellos, mi mirada fija en la recreación que había conjurado Nigrum del arma que destruiría definitivamente a Hel; Elara también podría empuñarla... pero ella nunca lo haría. El rencor que guardaba dentro de su corazón estaba demasiado arraigado para que mi tía quisiera hacer algo.

—Todo esto es culpa de Setan —escupió—. Que sea él quien se encargue de ello, quizá ha llegado el momento de que subsane sus propios errores.

Nigrum le dirigió una mirada llena de molestia.

—Este asunto no te concierne, Elara Lambe —le reprochó.

Ella le enseñó los dientes en una mueca cargada de ferocidad. Incluso Belphegor se removió con cierta incomodidad ante la fiereza que había mostrado mi tía al salir en mi defensa, en convencer a los dos demonios que yo no debía participar de ese modo; que no era mi deber terminar con aquella partida.

—Porque sabíais desde el primer instante cuál sería mi respuesta —escupió Elara—: yo también tengo corriendo por mis venas el poder que ese cobarde me transmitió. Yo también podría hacerlo.

Los ojos de Nigrum se entornaron con molestia.

—Tú tampoco estás libre de defectos, Elara Lambe —dijo con severidad—. Pero, tienes razón, no acudimos para pedir tu ayuda... sino la de Eir.

—¡Es un suicidio! —gritó mi tía.

Ella había accedido a acompañarme al castillo, pero la aparición de aquellos dos demonios y la revelación de para qué me necesitaban habían terminado por hacer que Elara cambiara de opinión: odiaba a Hel y a Setan, pero valoraba aún más su vida y sabía que la batalla que se avecinaba no eran el lugar propicio para nosotras.

No éramos demonios, continuábamos siendo en parte humanas.

Y los humanos eran demasiado frágiles en comparación con los demonios. Por no hacer mención del tipo de criaturas que nos esperarían de regreso al castillo: la élite. Los más poderosos. Aquellos que no dudarían un segundo en partirnos en dos como meras ramitas.

—Es la única forma de terminar con todo esto —dije yo.

Elara me miró como si hubiera perdido el juicio.

—No sabemos lo que esa cosa pueda hacerte —me dijo, rozando la histeria—. No eres un demonio, pero tienes esencia de demonio dentro de ti; es posible que la estaca reaccioné contra ti por ello. No es tu lucha, Eir —insistió.

Me giré hacia el rostro de Elara.

—Esa mujer intentó matarme —repuse con ira contenida—. Aún quiere verme muerta. Creo que eso es motivo suficiente para convertirla también en la mía, Elara.

Ella apretó los labios, consciente de que no conseguiría hacerme cambiar de opinión. Devolví mi mirada a Nigrum, que había contemplado el intercambio entre mi tío y yo con el rostro imperturbable, permitiéndome que fuera yo la que hiciera mi propia elección.

—Lo haré.

Elara golpeó el suelo con sus puños.

—¿Crees que tienes alguna oportunidad contra la reina? —me preguntó—. Idiota.

La miré fijamente y las sombras se arremolinaron a mi alrededor, cubriéndome como una capa protectora.

—Es mi decisión —repetí.

—Tu decisión —cacareó Elara con un tono burlón y luego sus ojos se abrieron de par en par—. Le quieres. Quieres a ese maldito cobarde a pesar de haber visto que no tuvo ningún remordimiento de condenarnos por culpa de su egoísmo, por su miedo a convertirse en rey.

Apreté los dientes. Mis sentimientos hacia Setan habían sido encerrados en lo más profundo de mí después de que reconociera que nuestro beso había sido un error; no me había permitido pensar un segundo más en ello por el daño que me habían causado sus palabras. La distancia que luego pareció poner entre nosotros.

Tampoco había querido ponerle un nombre a todas esas reacciones que levantaba cuando le tenía cerca.

¿Era amor? No estaba segura. No estaba segura de nada, pues era la primera vez que sentía algo así... y todo había sido tan confuso que había decidido no decir nada a nadie.

No después de que Setan pareciera no compartir el mismo tipo de sentimientos que yo.

Pero no iba a hablar de eso delante de Elara, como tampoco lo haría delante de aquellos dos demonios. Era asunto mío, sólo mío.

—Creo que merece una segunda oportunidad —respondí, sosteniéndole la mirada a mi tía—. Él ha sufrido todos estos años, seguramente esté arrepentido de su decisión. Setan también perdió mucho aquel día.

Y esa oscuridad, que hasta ahora no sabía de dónde procedía, lo había acompañado en su eterna soledad, convertido en una marioneta que bailaba al son de los hilos que tenía Hel, atrapado en aquel castillo de piedra donde lo había perdido todo; donde cayó en una perversa trampa. No debía ser sencillo para Setan encontrarse en aquel lugar, recordando día tras día el peso de sus errores.

Los recuerdos que impregnaban cada piedra, ya fueran buenos o malos.

—Y por eso mismo voy a ayudarle —declaré con rotundidad, dirigiendo mi mirada hacia Nigrum—. Voy a liberarlo... y luego mataré a Hel.

El demonio gato asintió con solemnidad, aceptando mis palabras. La promesa implícita en ellas que nos vinculaba, aunque no fuera uno de sus acuerdos; la moneda de cambio que tenían los demonios.

Dirigí mi mirada hacia Elara.

—No es necesario que nos acompañes —dije.

El rostro de Elara no expresó nada en absoluto cuando la absolví de acompañarnos al castillo. Con la llegada de Belphegor y Nigrum no era necesario que mi tía viniera conmigo, y seguramente eso le hiciera sentir alivio; lejos del peligro, a pesar de la sed de venganza que latía en lo más hondo de su corazón. Con la esperanza de que otro se hiciera cargo de cumplir con sus deseos.

En aquella ocasión no había necesitado manipular a nadie: yo misma me había ofrecido como voluntaria.

Mi tía se mantuvo en silencio, pero se apartó lo suficiente de mí para darme a entender que no me seguiría. No después de haberme visto cómo aceptaba ocupar un lugar que, según ella, no me correspondía; mi papel no debía ser matar a Hel, eso era responsabilidad de Setan.

Me quité la bolsa que llevaba en la cintura y se la tendí a Elara con determinación, haciendo que las monedas de su interior chocaran las unas con las otras.

—Quiero que a la menor señal de peligro os marchéis —le ordené—. Aquí tenéis dinero suficiente para todos.

La mirada de mi tía alternaba entre la bolsa y mi rostro, sin atreverse a aceptarla.

—Y quiero que me prometas que te los llevarás contigo —añadí—. A mis padres.

No iba a permitir que continuaran allí si las cosas se descontrolaban. Ellos ya me creían muerta, por lo que podrían abandonar la aldea sin saber que me dejaban atrás... que el Señor de los Demonios no había terminado conmigo del mismo modo que las otras chicas que me habían precedido; y estaba segura que Elara guardaría mi secreto por su propio bien. Porque le convenía.

Mi tía continuó en silencio, haciendo que mis nervios se crisparan.

—¡Prométemelo y coge el maldito dinero! —le grité.

Sus ojos azules parecieron humedecerse al comprender que estaba yendo directa a la muerte, que no saldría jamás de aquel castillo. Hel era demasiado poderosa, tenía bajo su mando a una horda completa de demonios que no titubearían para hacer cumplir sus órdenes; acercarme a ella y hundir la estaca en su pútrido corazón era algo que rozaba lo imposible. Al menos para alguien como yo.

Sin embargo, estaba dispuesta a correr el riesgo.

Sentí que Belphegor se ponía tensa en su sitio y compartía una mirada preocupada con Nigrum.

—Es la hora de marcharnos, Eir Gerber —intervino el demonio gato.

Ante el repentino mutismo de Elara lancé la bolsa para que aterrizara en su regazo. Le dirigí una última mirada antes de ponerme en pie y hacer que mis ojos alternaran entre Belphegor y Nigrum; no habría despedidas en aquella ocasión. Como tampoco las hubo en aquel día en la plaza.

La mano del demonio se colocó en mi hombro y yo me obligué a no sacudírmela de encima. Podía percibir su aroma ahora que la tenía tan cerca, provocando que todo mi vello se me erizara; su cálido aliento acarició mi oído mientras Nigrum empezaba una silenciosa batalla de miradas con Elara.

—Estoy en deuda contigo, Eir Gerber —susurró—. Mi hermano me contó lo sucedido en aquella fiesta, el modo en que defendiste su honor y su inocencia incluso cuando él dudaba de sí mismo.

La observé por el rabillo del ojo.

—Barnabas es mi amigo.

Vi cómo sus labios formaban una triste sonrisa.

—Hacía mucho tiempo que no escuchaba a una humana referirse a un demonio de ese modo.

No tuve tiempo de responder porque Nigrum flotó hacia mí, rodeándome para poder colocar su cuerpo sobre mis hombros; me puse tensa al sentir al demonio gato reposando sobre la línea que formaban mis hombros, con la cola sacudiéndose de un lado hacia otro. La cercanía también me permitió observar por primera vez los anillos que llevaba en la cola.

Los grabados que había en ellos.

—Grilletes a mi poder —comentó Nigrum al percibir dónde miraba—. ¿Estás lista, Eir Gerber?

Dirigí mi mirada al frente, donde se encontraba Elara todavía inmóvil. Sus manos se habían cerrado alrededor de la bolsa de monedas que le había lanzado, apretándola con tanta fuerza que sus nudillos se habían puesto blancos; en su rostro no pude leer nada. Ni la más mínima emoción.

No pude evitar dedicarle una última sonrisa.

—Vive, Elara —le dije—. No permitas que el pasado siga reteniéndote.

Sentí un tirón de magia procedente de Nigrum y Belphegor, quienes combinarían sus respectivos poderes para llevarme de regreso al castillo. El suelo bajo mis pies empezó a hundirse, como si me encontrara atrapada en tierras movedizas; aparté a un lado el repentino ramalazo de miedo que me atenazó, recordándome que ellos dos estaban de mi parte... y que teníamos el mismo objetivo.

Lo que nos convertía en aliados.

En el último segundo, como si fuera movida por un resorte, Elara tiró a un lado la bolsa de las monedas, haciendo que se desperdigaran por el suelo, escapando de la seguridad del interior del objeto que las había portado, y se abalanzó hacia nosotros; en su mirada vi latir la determinación... y también el miedo.

Pero no sabía a qué.

Las manos de Elara se cerraron alrededor de mis brazos, aferrándome con energía mientras la magia de Belphegor y Nigrum continuaba funcionando, llevándonos de regreso al castillo para la batalla final. Para aquella que sentenciaría el futuro de humanos y demonios.

Donde una reina debía ser derrocada para siempre.

Los cuatro nos desvanecimos del pasillo.

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