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Capítulo 6.-


James confirmó en su reloj la hora. En un par de minutos, llegaría Susan a FussBreak para comenzar su turno.

Se apresuró por los pasillos de la empresa hasta llegar a la oficina del jefe de investigación, para pedirle que lo acompañara a su oficina.

En cuanto Susan caminó por los pasillos de FussBreak, con sus paredes pintadas cada una de un color diferente, ella ya se estaba preparando mentalmente para las burlas que seguramente recibiría. Ya podía ver las burlas en las caras de sus compañeros.

Caminó con cautela hasta entrar al usual área de edición donde pasaba la mayor parte de su horario de trabajo. Saludó a todos con una sonrisa habitual, muy al pendiente de notar algún gesto hipócrita, pero todos la recibían con su usual calor cordial.

Con el rabillo del ojo, Susan rectificó que Pam estaba en su oficina, sumergida en su computadora. No estaba segura si ya debía saludarla, o esperar a tener alguna reacción de ella. De cualquier forma, recordó la advertencia de Damian y se olvidó de la nueva relación de cordialidad que habían establecido el fin de semana.

Con una dona en su mano, pudo respirar de alivio.

—Susan, ¿vienes un momento?

La petición de James hizo que Susan tragara de inmediato el trozo de pan que tenía en la boca.

Una vez que el bizcocho se hubo quedado fuera, la chica entró a la oficina de James con cautela.

—Susan, quiero presentarte a Leo —indicó James, con sus manos en los bolsillos, seguro de sí mismo.

Ella extendió su mano a un hombre de complexión mediana. Equiparado con James, Leonardo no brillaba por su galanura ni porte, pero esos anteojos sobre su rostro reflejaban cierto aire erudito. Portaba un sombrero pequeño que combinaba su atuendo hipster de tirantes y mocasines.

—Es el encargado de Investigación —anunció James.

—Un placer, Susan —dijo Leonardo, acompañado de un firme apretón de manos.

—Leí los últimos reportes que entregaste a Pam y tus propuestas me parecen interesantes. Quiero que trabajes junto a Leo para que lleves eso a cabo.

—¿Pam no me necesitará para el concurso de MUC? —preguntó Susan.

—Eso es lo bello, Susan. En una compañía, todos necesitan de todos los departamentos —respondió James con un tono arrogante—. Por cierto, Leo... Esta chica es una brillante estudiante de Biología.

—¿Ah, de verdad? —Él la miró con detenimiento—. He estado planeando algunos temas acerca de concientización ambiental. Quizás podrías ayudarme con algunos datos.

—¡Desde luego! —respondió ella.

—Sabía que se entenderían —dijo James, complacido—. Felicidades por tu ascenso, Susan.

Aunque ella agradeció enormemente aquel gesto, no pudo evitar preguntarse si aquello era una especie de disculpa en el propio lenguaje de James.

Durante esa semana, Pam se preguntó por qué Susan no se encontraba al pie de su puerta, preguntando qué podría hacer por ella, el cual era su usual puesto de trabajo. Ignoró ese detalle, y la verdad era que no se preocupaba mucho por ello, pues no tenía la menor intención de explicarse.

Para el miércoles, Pam notó que Susan ahora estaba siendo la nueva sombra de Leonardo, aquel vago del departamento de investigación. Ladeó una pequeña sonrisa cuando pensó que ella estaría mejor en ese sitio.

El viernes, Damian mostró su particular rostro relajado por las oficinas de FussBreak. Pam arqueó una ceja al verlo, pues nunca, en sus años trabajando ahí, había visto que visitara a James. Sin embargo, fue mayor su sorpresa al ver que escoltaba a Susan fuera del edificio.

Al siguiente jueves, Pam notó que James recibía desde el martes pasado a Susan con una dona de chocolate blanco y una taza enorme de café. Quiso pensar que aquello era una mera cortesía, pero la curiosidad no pudo con ella, y visitó a Herny en contabilidad, para terminar sus dudas. El sueldo de Susan había crecido al doble.

El siguiente miércoles, Pam estaba tan absorta con el proyecto de MUT, que dio un respingo en cuanto Linda abrió la puerta de su oficina.

—¡Miércoles de margaritas! —festejó ella.

—¡Toca la puerta antes de entrar! —gritó Pam de vuelta.

—Lo siento, jefa. Margaritas, ¿vienes?

Pam estiró su cuello lo suficiente para mirar por el cristal, que todos los trabajadores estaban cerrando sesiones en sus computadoras, mientras Susan buscaba el azúcar para endulzar su taza.

—¿Invitaron a Susan? —preguntó Pam.

—Sí... pero, descuida. Dice que ya tiene planes.

—¿En serio?

Linda se encogió de hombros.

—Luego los alcanzo, debo terminar esto —dijo Pam, tomando su teléfono celular en sus manos.

—¡Estaremos en Runaway! —informó Linda antes de salir de su oficina.

En cuanto Pam estuvo sola, marcó rápidamente el número de Damian.

—¿Qué hay de bueno, Pammy? —respondió después de dos timbrazos.

—¿Qué harás hoy? —cortó de inmediato las formalidades.

—No mucho; Ted sugirió que vayamos por una cerveza.

—Genial. Me apunto.

—Oh, no Pammy. Es cosa de hombres. Sólo él y yo. —Carraspeó—. ¿Entiendes? Pero podemos salir el sábado.

—No. Olvídalo. Perdiste tu oportunidad. Ciao.

Colgó.

Mientras marcaba el siguiente número, mordió su dedo pulgar derecho.

—Hola, hermosa —respondió Ted del otro lado de la línea.

—Ted, estoy estresada —fingió una voz infantil.

—Oh, ¿hay algo con lo que te pueda ayudar?

—Tal vez podrías distraerme...

—Vaya... Ehm... ¿cómo, exactamente?

—¿Quieres que te lo deletree? De la mejor manera que sabes —cambió su tono a uno más provocador.

—¿Es en serio, Pam? —Su sonrisa era evidente desde el otro lado de la línea.

—¿Entonces vienes por mí?

—Wow, yo... no puedo esta noche.

—¿Por qué?

—Yo... debo entregar un reporte muy importante mañana. Es pesado. Y eso...

—¿Por qué no le pides a Susan que te eche una mano con eso? Así yo puedo echarte otra mano...

Ted tuvo que morder su lengua para evitar acceder de inmediato.

—Suz está ocupada hoy. Saldrá con alguien.

—Ah, ¿en serio? ¿Con quién?

—No lo sé.

—Entiendo. Tú te lo pierdes. —Sin más, recuperó el tono normal de voz—. Dile a Damian hola de mi parte.

Colgó.

Se apresuró con pequeños pasos al cubículo de Susan, donde ella la miró perpleja desde su silla. Pam notó que su celular comenzó a vibrar.

—Susan, vayamos a tomar algo.

Ella miró la pantalla de su celular, y la ocultó de la vista de su jefa. Pero ella no necesitaba verla, para saber quién estaba detrás de la línea.

—Lo siento, jefa. Tengo planes... —susurró.

—¿Con Ted? —asumió Pam.

—N-no, no, no.

—¿Puedes enseñarme la pantalla de tu celular?

Susan tomó el aparato entre sus dedos, culpable. El teléfono dejó de insistir.

—No. Lo siento...

El aparato volvió a sonar y vibrar.

—Muéstramelo, Susan.

Pam se había erguido en su totalidad. Miró a Susan como una maestra regañona con un alumno que había hecho alguna fechoría. Susan mostró con timidez la pantalla que indicaba una llamada entrante de Ted.

Pam tomó el celular en su mano y rechazó la llamada. Lo apagó.

—Vamos a tomar algo, yo invito —dijo Pam, aún con el teléfono cautivo. 

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