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9. Diagnósticando un desamor.

Ya es medianoche y no puedo dormir. Creo que puedo entender porque hay muchos autores que escriben sobre el desamor. Es más real, más profundo y te deja un sentimiento abrumante en el pecho. No es que esté acompañado siempre de nostalgia, pero a veces puede tener un poco de culpa. Es sin duda la forma más interesante que tiene el cerebro de decirte que has perdido algo o a su vez, que te has equivocado y a lo grande.

Diagnóstico: Desamor.

Síntomas: Trastorno del sueño, culpa excesiva, ganas de no haberse levantado esa mañana, hambre por haber comenzado una discusión antes de la cena, ganas de llorar y a veces puede traer nostalgia o ganas de pedir disculpas.

Lila y Ricky están viendo películas en su habitación, en cuanto me vieron llegar supieron que lo mejor era no mencionar nada hasta que se me pasara. De igual forma se enterará con tan solo preguntarle a su hermano. Estoy sentada a lado de la ventana viendo a los carros pasar y espero que la farola de la calle se encienda como siempre.

Estoy abrazando mis rodillas y de verdad espero que me dé sueño pronto porque mañana tengo guardia y hasta donde sé, va a ver movimiento de servicios gracias a que una enfermera se ha jubilado, por lo que hay que llegar media hora antes. Las luces de la pastelería se apagan y las farolas se encienden.

Y ya no está Reed para tocar ese instrumento del mal a la misma hora.

Mi teléfono comienza a sonar con una llamada de Irene. No tardo en responder porque ella nunca llama.

—Dime que no tienes contracciones—pido.

Irene suspira con pesadez y sé que algo va demasiado mal.

—Necesito que vengas al hospital, ya.

—¿Pasó algo? ¿Estás bien? —interrogo tan rápido como se me ocurren las preguntas.

—Estoy bien, Sue. Pero, no puedo decirte esto por teléfono, estoy en urgencias.

Y cuelga.

Tomo un abrigo y bajo corriendo, no sé si avisarle a Lila que saldré pero algo muy dentro sabe que algo va mal, que lo mejor es darme prisa, imagino múltiples escenarios posibles en mi cabeza, uno más aterrador que el anterior. Mamá, Fabiola, incluso papá. La calle está aun muy concurrida y el hospital está a solo dos cuadras así que lo mejor es echarme a correr.

No dejo de pensar ni un solo momento que cuando llegue alguien estará muerto. El pecho me arde cuando respiro profundo para llenar mis pulmones, las piernas me punzan y ha sido pésima idea no tomar un taxi.

Cuando llego al parque debo esperar a que uno de los semáforos cambie a rojo para poder avanzar. Mi corazón late rapidísimo gracias a la adrenalina corriendo en mi sangre. La ambulancia está en su lugar, y el servicio no está muy lleno. Entro por la sala de Triage, busco en el bolsillo mi identificación pero no es necesario porque Irene está ahí de pie, llamando a un paciente en espera. Luce preocupada y cuando me ve puedo observar el pesar en su rostro, hay compasión en su mirada.

Lo que sea que tiene que decirme es demasiado pronto. No estoy lista.

—¿Es papá? —pregunto, dudosa.

—No, cariño. Tu familia está bien—responde y dejo salir el aire que he estado guardando en mis pulmones, me siento un poco menos ansiosa—. Te he llamado porque eras el segundo contacto de emergencia en su expediente.

—No entiendo.

—Es Reed. Marco lo ha traído porque lo encontró inconsciente—explica. Sus palabras resuenan como un eco interminable en mi cabeza y yo tengo que parpadear un par de veces—. Hoy le tocó estudios así que...

He dejado de escuchar lo que dice. Avanzo a pasos rápidos al área de urgencias para encontrar el cubículo o camilla donde se encuentra. No tardo en visualizar a Marco en el último cubículo, lleva el cabello húmedo y tiene la ropa al revés, en cuanto escucha mis pasos levanta el rostro.

—No sabía si debíamos llamarte—comienza hablar—. Es que...No sabía qué hacer, Sue. Y de pronto solo he dicho que llamen a su segundo contacto, esperaba que fuera Lila, pero has sido tú y...No sabía que hacer.

—Sí. Está bien—intento decir aunque para ser honesta, siento el estómago apretado y aun no entiendo nada—. Seguro el desmayo se debe a una anemia o deshidratación.

—Tiene moretones—dice casi en un susurro.

Parece que se ha mantenido mucho tiempo guardando algo, porque puedo ver lágrimas asomándose en sus ojos. Tiembla ligeramente y no sé si acercarme a darle palmaditas o decir algo.

—La ha pasado mal. Y se va a enfadar conmigo cuando sepa que te he llamado. Pero tenía fiebre y he tenido un momento de pánico—dice con voz entrecortada y es cuando me acerco a pasar mi mano por su espalda como si fuera el familiar de un paciente que no conozco.

—¿Es la primera vez que le pasa? —pregunto.

—Hace dos meses más o menos...Antes de volver, Reed comenzaba a sentirse más cansado. Bajó su rendimiento en la natación y posiblemente no clasificaría como siguiera así, pero, entonces, un día casi muere ahogado en un entrenamiento, por suerte estaba ahí, se desmayó. Luego, vinieron cuadros febriles, moretones, dolor en el pecho, cansancio. Yo le dije que se estaba exigiendo mucho.

—¿Y fue eso?

Ya estoy temiendo por donde va todo esto.

—El entrenador le mandó hacer estudios generales, y en la biometría hemática los valores eran un poco extraños. Así que hicieron más estudios y más estudios.

—Y han encontrado algo malo—supongo.

—Ay, Sue—se lamenta.

Me estoy desesperando, necesito que me lo diga ya.

La voz de Reed pronuncia mi nombre y sin dudarlo mucho, entro al cubículo. Tiene el cabello revuelto y una intravenosa en su mano izquierda, tiene una solución fisiológica de 1000 c/c para 12 horas. Tiene unas ojeras pronunciadas y la bata del hospital me hace darme cuenta que en sus brazos hay una coloración rojiza inusual. Está asustado.

—Voy a matarlo—murmura y sé que se trata de Marco cuando lo escucho negar.

—No sabía que te gustaran tanto los hospitales—bromeo.

—Me gusta acosar en primera fila a la chica que me gusta.

—Seguro eso le dices a todas las enfermeras que te han venido a ver.

—Pues, sí, el enfermero que vino hace un rato tenía ojos lindos.

Suelto una carcajada porque sé que ha venido inconsciente y que no sabe siquiera cómo he llegado aquí.

—Capullo.

—¿Marco ya te lo ha dicho? —Niego con la cabeza.

—Me ha contado parte del oscuro secreto, pero se ha quedado en que te has hecho estudios—menciono—. Espera, ¿Te sentías mal todo este tiempo y no me lo has dicho?

—No quería parecer un poco guay contigo.

—Reed, ¿en serio? —pregunto alzando una ceja.

—Lamento lo de hace rato—menciona.

—Ya lo he olvidado. Tengo debilidad por la gente que se enferma—bromeo.

—Haberlo dicho antes. Si quieres te hago un baile sexy con la intravenosa.

Y aunque estamos bromeando la forma en la que me mira me dice que no se atreve a decírmelo.

—Reed...

—No. Déjame coquetearte otro poco antes de que cambies tu percepción de mí.

Su mano está jugando con la mía, está un poco más frío de lo normal, tiene la mirada triste y sonríe con amargura cuando digo:

—Nada va hacer que cambie de opinión. Prometo que me caerás tan mal como ahora.

—¿No tenías debilidad por los enfermos? —pregunta en un hilo de voz.

—Hey, es cierto. Lo he olvidado—aprieto su mano con fuerza—¿Por qué no has llamado a tu madre, Reed?

—Me va a matar antes que...—se interrumpe—. No quiero preocuparla. Hoy no fue mi día, Dumbo.

El hermano de Irene entra junto a ella. Le da indicaciones a Reed sobre lo que debe hacer; le dice que se quedará una noche en observación y que si nada se complica puede volver mañana para su siguiente estudio. No he querido preguntar nada. Quiero que él tenga la oportunidad de decirlo.

—¿Con el estudio vamos a saber si se ha diseminado? —pregunta, Marco. Y no tiene que decir nada más, me he quedado estática, con el corazón detenido. Reed no me está mirando y no sé si me alegra que no lo haga. Busco una explicación con la mirada y la encuentro con Irene, sacude la cabeza dándome a entender que lo que creo es correcto.

—¿Qué está pasando? —pregunto.

—No puedo decirlo—responde en un hilo de voz.

—¿Reed?

Siento un nudo en mi garganta y me he quedado sin fuerzas. Pero aun así quiero escucharlo en voz alta. El doctor Altman sale junto a Marco que debe firmar algunas normas. El aire en la habitación se ha vuelto denso, y es tan frágil que temo que si abro la boca se quiebre todo a mi alrededor.

—Estoy enfermo, Sue...

—¿Qué significa eso exactamente?

—Hace más de tres semanas que me dieron el diagnóstico. No sabían si era realmente o no porque no es muy común en adultos—comienza hablar y no ha soltado mi mano en todo ese momento—. Yo...No quería decirle a nadie.

¿Pero de qué hablaba? Aunque es adulto legalmente, no lo es en realidad. Ninguno de los dos, él tiene apenas 22 años.

—Pero ha entrado al quirófano para una instalación de catéter para las terapias—añade Irene.

—Y no tienes que quedarte. No quiero que te quedes—dice rápido pero puedo escuchar su timbre asustado. Yo lo estoy—. Me hicieron un frotis de sangre periférica y...

—Leucemia—susurro como si supiera desde el inicio todo.

Es cuando siento que el aire frágil que temía que se rompiera ha viajado hasta el centro de mi pecho y se ha fragmentado en millones de pedazos. Me cuesta respirar. No puedo procesar la información como alguien del área de la salud, y es que en este momento no lo soy. Soy simplemente una amiga enterándose que el chico con el que creció tiene cáncer. Que el chico que le gusta está pasando por algo que no se imaginaba.

Por eso desaparecía cada semana...

Todo esto es demasiado para un día.

—Sí—afirma—. Leucemia linfoblástica aguda tipo B.

—Biopsia—menciono y está vez me dirijo a Irene—¿La han hecho?

—Sí, cariño. Se realizó una biopsia de medula ósea.

—Y me ha dolido después—se queja.

Respiro hondo. Reed tiene la mirada clavada en la sábana blanca del hospital. No sé que decirle.

—Ahora te lo voy a decir, cariño. Sé que lo sabes pero, ahora eres la familiar de un paciente—comienza hablar—. En la leucemia linfoblástica aguda, hay demasiadas células madre que se convierten en linfoblastos, linfocitos B. Estas células también se llaman células leucémicas y no son capaces de combatir bien las infecciones. El cáncer también se puede diseminar al sistema nervioso, los ganglios linfáticos, el bazo, el hígado, los testículos o a otros órganos. Lo sabes.

—Mañana harán exámenes de rutina y el domingo haremos una tomografía computarizada para ver si el cáncer se ha diseminado—añado, dando a entender que sé de qué se trata.

—Sí, ¿sabes qué significa lo que acabo de decir?

Asiento.

Pero es mentira, no estoy segura sí mi cerebro ha entendido de quién hablamos es de Reed. 

—Su médico de tratamiento es el doctor Hamid, tiene quimioterapia, hay opción de que se le de quimio con trasplante de células madre más adelante, su primera sesión es mañana, más medicamentos que ayudan a fortalecer su sistema, y antibiótico porque ha tenido una infección muy leve—explica. Pasa su mano por mi hombro y le da un apretón antes de salir—. Ahora los dejo hablar.

Ninguno de los dos habla por un par de segundos. Sigo sintiendo el nudo en mi garganta.

—Voy a estar bien—suelta, pero tengo la percepción que lo ha dicho más para mí que para él—. No tienes que preocuparte, Dumbo.

El miedo sube por mi cuello y se instala en todo mi cuerpo cuando leo lo que dice su hoja de envío: «Masculino de 22 años de edad, con pancitopenia, neutropenia muy grave, inversión de la relación neutrofilo linfocito, aumento de DHL, con aspirado de médula ósea muy hipocelular...»

No puedo seguir leyendo.

Las lágrimas comienzan a escasear mis ojos, él se levanta un poco para envolverme en un abrazo, siento su olor y eso sirve para romper en llanto. Pasa su mano por mi cabello y lo acaricia con gentileza.

Me golpeo mentalmente por no poder ser fuerte para él.

—No llores, por favor—pide—. No me gusta verte llorar, Dumbo. 

Actualización 2/2. 

¿Qué les pareció el capítulo? 

¿Qué creen que pasen los siguientes capítulos? 

Punto para desahogarse. 

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