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4. Alguien más.

Lila no tiene idea de que su hermano viene de visita al hospital, en realidad, ni siquiera sabe por qué regresó, lo cierto es que está mañana lo vimos salir del área de rayos x o lo que sea que esté en planta baja. Nos quedamos en silencio pensando de que va todo.

—Somos buenas enfermeras, ¿Por qué solo estamos cómo auxiliares?

—Porque seguimos estudiando y nos postulamos como becadas—respondo.

—Me saldré de la escuela—resopla—. Me volveré indigente, mejor.

Irene está asaltando la máquina expendedora porque pasó toda la noche apoyando en quirófano y un rato a urgencias y la bebé tiene más hambre de lo normal. Lleva unas crocs color negro que combinan con el uniforme quirúrgico que en la parte trasera tiene un hilo color rosa. Lila lleva más de media hora buscando diagnósticos para las hojas de enfermería, mientras yo he pasado con cada paciente a administrar el medicamento indicado. Las rondas con médicos, residentes e internos han terminado así que podemos hablar de lo que sea sin problema.

—Seguro viene a ver a alguien—dice Lila—. Una amiga, o novia.

Una punzada atraviesa mi corazón haciendo que frunza los labios.

—Son más de las siete de la tarde, ya debería estar en su casa—musito.

O en la tuya.

—Seguro que viene a ver a un amigo—dice Epifanía que ha escuchado toda la plática, cómo siempre, nunca sé cómo le hace para enterarse de todo, pero es la paciente que más ha durado en el área—. No hagas caso, bonita, que un mal consejo entra cómo hiedra venenosa a la mente y sacarlo de ahí es realmente difícil.

Irene asiente mientras le da una mordida a su pastelillo.

—Cómo sea, no es que me importe—intento decir con rapidez.

—Eso no dijo ayer cuando llegó a las cuatro de la mañana a la casa—musita Lila mientras finge que tose una y otra vez.

Escucho a Irene y a Epifanía cantar en coro un: ¡Uh!

—Por Dios, no empiecen. La encefalopatía no las deja pensar—digo.

—Lo que digas, pero ya caíste por mi hermano—insiste la morena, con una sonrisa me extiende una de las soluciones salinas que se debe cambiar en la habitación 3-11—. Por favor...Cuñada.

Ruedo los ojos y escucho cómo se carcajean de mí, incluyendo a la rubia que hasta dónde sé se moría de sueño porque los médicos no la dejaron dormir con tantos ingresos—a veces creo que Epifanía es una clase de bruja o hada mágica—, entro a la habitación a cambiar la solución, saludo a Alejandro que está jugando con un cubo de Rubik mientras su mamá está hablando por teléfono en el pasillo y cuando he terminado de colocar el goteo para doce horas lo veo por el rabillo del ojo ensanchar una sonrisa.

—Así que te gusta alguien—dice en tono burlón, veo sus ojos verdosos achicarse llenos de diversión.

—Todos aquí parecen tener oídos de elefante.

—Yo quiero llamarlo poder del creador que le concede a personas enfermas y chismosas.

—Cómo tú, supongo.

—Cómo Epifanía—dice en una risita. Tiene apenas 20 años y es la tercera vez en el mes que lo veo aquí, se ha convertido en una especie de cara conocida y amigable—, pero hablando de tu novio, creo que ya sé de quién hablas...

—No empieces—advierto con tono divertido. Tomo la solución vacía para depositarla en el cesto de basura y cuando me doy la vuelta, Ale está viendo fijamente la pared de enfrente, y la palidez de los tegumentos es...

No puede estar pasando esto.

—No me hagas esto, por favor—digo entre dientes.

—¡CODIGO AZUL! —grito bajando la camilla, la adrenalina corre por mi cuerpo cuando llega Lila con el carro rojo, Irene y el residente de guardia, puedo ver la preocupación en el rostro de ambas. Estoy dando RCP y todo pasa tan rápido y tan lento que ya he acabado un ciclo de reanimación, Irene ha administrado el medicamento por indicación verbal, y hay un nudo en mi garganta que me hace no detenerme.

Con el desfibrilador el residente dice: —Fuera tú, fuera yo. Fuera todos.

Pero no es suficiente, ha pasado más tiempo del que se da por protocolo. Y no regresa. El hermano de Irene y médico de guardia llega solo para dar la hora de muerte y darle la noticia a su madre, y yo tengo que salir de ahí porque el nudo en mi garganta solo está creciendo, veo solo cómo Irene asiente y yo solo camino, tengo la vista nublada y cómo puedo aprieto el elevador.

Tomo una de las batas que usamos para salir.

No quiero correr, no quiero bajar las escaleras, necesito subir al último piso dónde se supone hay un área de ventilación, detrás del helipuerto.

Las lágrimas escuecen mis ojos.

Sé que es parte de la vida y del trabajo, pero no puedo ignorar el nudo en mi garganta y una vez que estoy ahí, dónde no hay más olor de limpiador, medicamento y solo es el golpeteo del aire dejo salir todo el aire en mis pulmones y un sonido muy parecido a un sollozo se escapa de mi garganta. Y eso es suficiente para echarme a llorar. Está oscuro y las luces de la ciudad se pueden ver desde aquí.

—No puedes estar aquí—escucho decir a alguien detrás de mí, me limpio las lágrimas con rapidez, pero veo que no me lo dice a mí, sino a Reed que tiene mala cara. Lleva una bata cómo la de los pacientes, y una tarjeta de identificación.

—Solo será un rato.

—No, vete a tu servicio ya mismo—ordena el guardia de seguridad.

—Ya lo llevo yo a su servicio.

—¿Lo ves? —dice con una sonrisa triunfante—. Que ella me lleve a mi servicio.

—Cállate, que estoy a punto de perder la paciencia.

El elevador se abre antes de doblar y tenemos que apretar el paso para llegar. Ninguno de los dos dice nada pero puedo ver que lleva uno de esos calzoncillos rojos, y eso hace que el nudo desaparezca, y el calorcito de tranquilidad se instale en mi pecho.

—¿Ya me dirás qué haces aquí?

—Lila me mandó un mensaje y he ido a ver cómo estás.

—Me refiero a lo que haces en el hospital, Reed.

—Oh, solo exámenes de rutina y vengo a ver a una amiga—responde con cierto tono nervioso que decido ignorar por el momento—. Lamento lo de tu paciente. De verdad.

Fabrico una sonrisa fruncida, parece que quiere decir algo más que no se atreve pero, el elevador se abre y solo sale girándose con rapidez para que según él, no lo vea.

—Ya ves como si babeas—menciona mirándome a los ojos—¿Quieres ir a cenar conmigo?

Ruedo los ojos al mismo tiempo que la puerta se cierra dejándome con una mezcla entre tristeza, emoción y preocupación porque el corazón me está latiendo más rápido de lo normal.

Cuando llego nuevamente al servicio, el camillero ya se está llevando a Ale al área de la morgue del hospital, su madre va temblando con el suéter blanco que siempre usaba él para dormir, tiene la mirada perdida y un nudo sofocante se instala en mi garganta cuando su mirada se cruza con la mía, se obliga a sonreír y solo asiente antes de perderse en el pasillo. Epifanía no ha hablado ni una sola vez, e Irene está apurada llenando las hojas y preparando todo.

Lila se dedica a acomodar el material que se pidió en la mañana y no me mira ni una sola vez. Estamos preparados para la muerte, nos enseñan cómo actuar enfrente del paciente, que decir cuando alguien se ha ido, e incluso cómo seguir después de una guardia abrumante, pero lo cierto es que, al final del día, seguimos siendo humanos.

Alguien una vez me dijo que si la muerte no te convertía en alguien más humano, entonces sabías en definitiva que el área de la salud no era para ti.

Voy a la habitación a quitar las sábanas en lo que llega el personal de limpieza para realizar la exhaustiva, retiro todo lo que hay en la cama, y retiro el membrete de identificación que está en la cabecera, no tardo demasiado porque debo pasar con cada paciente a llenar controles de líquido, y lo que cenaron antes de irnos, porque nos vamos solo diez minutos antes del enlace de turno.

Tenemos dos alas con doce pacientes. En el lado derecho hay más pacientes con bolsa de orina y en el lado izquierdo están los que casi se van de alta. Irene toma el lado menos complicado porque bajar con esos kilos en la panza no sería muy justo de nuestra parte.

Estamos en el lavamanos, siento el olor a avena introducirse en mi piel y me pierdo observando las estampas que están en la pared con los cinco correctos y los cinco momentos del lavado de manos. Mi mente empieza a divagar en lo que hace realmente Reed aquí. Me pierdo tanto que solo giro cuando Lila me ha dado un codazo.

—Esta es mi parte menos favorita—dice Lila.

—¿Lavarse las manos? —cuestiono con el entrecejo fruncido.

—Gracias por ponerme atención—responde indignada—. El control de líquidos, pesada.

—Pues háganlo divertido—escuchamos decir a Epifanía.

—¿Cómo rayos escuchan todo? —pregunta Lila por lo bajo.

—Es bruja—escuchamos decir a uno de los pacientes.

—Quien recolecte más orina le paga la cena a la otra—dice otro.

—Claro, porque ver el sufrimiento ajeno les divierte—digo para que todos me escuchen.

—No tenemos tele, en algo hay que entretenerse.

Y así es cómo comenzamos a pasar con cada paciente, anotando control de líquidos y vaciándolos posteriormente. Lila saluda a todos los que van llegando a sus servicios en el piso tres y yo solo sonrío porque a la mitad, ni los conozco.

Cuando terminamos de cerrar hojas, Lila tiene cincuenta mililitros más que yo.

—Y así es como se gana, mami—dice agitando una solución mixta.

—El premio a la mejor recolectora de orina—bromea Irene con una de esas sonrisas que le da a los pacientes, y eso hace que una risa nerviosa se me escape.

—Sí, lo que sea, yo solo pude escuchar: Lila es la mejor.

—Ya sé que vamos a cenar—respondo dando pequeños repiqueteos en la central.

—Dime que no sándwiches de albóndigas.

—Por supuesto que sí, mi pequeña ganadora.

Ronnie sale al mismo tiempo que nosotros y Lila ha ido a buscarla al área de vestidores del primer piso. Veo cómo la ambulancia llega al área de urgencias, y cómo todos corren incluyendo paramédicos, siento el aire fresco golpear mi piel, la que no cubre mi abrigo, las farolas amarillas cambian a blancas cada cierto tiempo y el olor a lluvia me hace sentir tranquila.

—Hola, bonita—escucho decir a mis espaldas y la última palabra hace eco en mi cabeza y mueve mi corazón de una manera que en definitiva no debería.

—¿Me estás siguiendo, Reed Baker?

—No, pero no es una mala idea—bromea y una sonrisa escapa de mis labios.

—Aún estoy a tiempo de llamar al 911.

—Qué tal si mejor me llamas a mí y salimos.

—¿Estás invitándome a salir?

—En definitiva estoy...

Escucho un par de pasos a mi espalda y cuando veo, Lila le da un zape a su hermano.

—Me vas a decir que haces aquí, Reed Baker.

—Que no se te olvide que soy más grande que tú, enana.

—Yo soy enfermera y sé cómo matar a alguien, así que habla o...

—¡YO LE PEDÍ QUE VINIERA! —dice Ronnie rapidísimo.

Todos intercambiamos miradas y frunzo el entrecejo esperando que digan que es broma, pero, no lo hacen. Lila se ha quedado callada y puedo sentir su mirada en mí como si tuviera miedo de que me soltara a llorar o algo parecido.

—¿Por qué? —me escucho decir.

—Lo invité a salir, ¿vale? —responde de mala gana—. Así que no veo cuál es el problema. Él es soltero, y a mi me gusta.

—No te creo—dice Lila.

Ni yo.

—Es verdad—interviene Reed.

Una punzada atraviesa mi corazón hasta llegar a mi espalda, y me obligo a fabricar una sonrisa de oreja a oreja, puedo sentir como el aire ha cambiado a uno hostil e incómodo. Ronnie da un paso más hacia él y yo me quedo estática, incluso siento como mis pulmones y corazón han dejado de funcionar por un par de segundos.

—¿Quieren ir a cenar con nosotros? —pregunto.

—No, no quieren—interviene Lila.

—Yo tengo que trabajar esta noche—dice Ronnie—. Y Reed me va a llevar.

Auch. 

Hola, pequeñas personas. 

¿Cómo están? Espero que muy bien. 

¿Les ha gustado el capítulo? ¿Qué tal Ron y Reed? 

Nos leemos en la siguiente parte. 

xoxo. 

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