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22. Terapia.

Es el cuarto día después de haber renunciado a la cafetería y también de ese corte de cabello. Estoy sentada con las piernas arriba de la silla a lado del ventanal, el computador está a la espera de que mis dedos comiencen a teclear con ligereza y precisión.

Hemos terminado de ver cinco autores importantes y, ahora los que optamos por escritura estamos casi obligados a escribir algo de al menos una cuartilla sobre alguien importante para nosotros, escuché alguna vez entre pasillos que la etapa sensata en la vida de un escritor llega cuando ha dejado los personajes irreales atrás y comienza hablar de su mundo en otros ojos. El contratiempo en la escritura es que no se llega a esta etapa hasta que no se ha tropezado en el camino.

No sé qué espero.

No sé bien que observo en realidad, no hay mucha gente que llegue a la pastelería, a veces creo que si observo un punto fijo por un periodo largo alguna parte en la realidad se fragmentará y servirá de inspiración para comenzar a escribir.

Sé que debo escribir porque entre más tarde, más difícil será, pero también sé que las palabras no me salen cuando se trata de él.

Hay tantas cosas que quiero decirle y hay tan pocas formas de hacerlo que me siento limitada.

Es toda la materia de lo que están hechas las cosas asombrosas. Estoy segura que si tuviera que elegir algo en todo el universo que lo represente, sería un nuevo planeta de colores pasteles realmente favorecedores.

Se siente como una pompa de jabón en el aire.

Es como recibir un abrazo gentil después de una crisis.

Reed está acostado en mi cama con un libro de cuentos en sus manos, tiene el entrecejo fruncido y de repente hace expresiones faciales que me emboban y olvido lo que voy a teclear. Lleva todo el tiempo una estúpida gorra color negro que Laila le hizo. No quiere quitársela ni siquiera para dormir. Kevin está a su lado con el ceño fruncido y ve la pantalla de su ordenador como si quisiera que las palabras se traspasaran solas, lleva puesto audífonos y sé que no le presta atención al mundo.

Los primeros dos días pasó todo el día en la cama, no comió, ni habló. Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no sabía qué hacer.

—Estoy empezando a creer que te gusto mucho—musita. Parpadeo cuando lo escucho hablar—¿No tenías que escribir?

—Estoy pensando—digo—. Así funciona la escritura para mí, veo un punto fijo hasta que los grandes de la literatura me susurran que debo poner.

—Si hablas con el mejor novelista de la época victoriana dile que le mando saludos—añade Kevin.

—¿Hablas de Charles Dickens? —cuestiona, Reed.

—Es un maldito genio.

Oh, no.

No otra vez.

El rubio está tan ilusionado con la clase de literatura que hemos tenido en la mañana que tuve que aguantar cuatro horas seguidas escuchándolo hablar de que si Charles Dickens estuviera vivo iría a pedirle matrimonio. Pero para mi sorpresa cierra la boca y vuelve al ordenador y como si las ideas surgieran con tan solo un parpadeo, ya está tecleando a velocidad máxima.

—Voy a la sala—murmura, se levanta con aire robótico y sale a grandes pasos de ahí.

Doy la vuelta en la silla giratoria y dejo salir un grito de emoción fingida. Reed gira a verme divertido por encima del libro, pero vuelve su atención a él.

—Escribe—murmura.

—Estoy inspirándome, déjame.

Arrastro un poco la silla hasta donde empieza el escritorio y me inclino un poco.

—¿Inspirándote? —Levanta una ceja de forma curiosa cuando me escucha decir eso—. Me has dicho que la inspiración ayuda pero que en la mayoría de los casos es solo una excusa para no sentarte y escribir algo.

—Bueno, este es uno de esos casos—confieso.

—Puedo ayudarte a inspirarte.

—¿Cómo?

Una sonrisa pícara se extiende por mis labios y él suelta una risita divertida.

—Me distraes de la lectura—dice cambiando la hoja con el pulgar, puedo ver que se está obligando a no reír.

—Todavía no empiezo—digo torpemente.

—¿De verdad?

—Sí. Quiero preguntarte algo—digo por fin, pero el tono de complicidad que empleo lo hace dudar—. Es sobre los resultados de la tomografía.

Arruga la nariz y vuelve la mirada al libro. Veo sus hombros tensarse pero dura apenas un segundo cuando recobra la postura, como si no tuviera mucha importancia.

—Oh, sí, ya te lo he dicho, no hay cambios—responde.

Me arrastro con la silla hasta la cama y le quito el libro de las manos, creo que mis intenciones son claras para él porque ni siquiera se molesta en luchar. Se levanta y toma la misma posición que yo, jala la silla hasta que mis piernas están dentro de las suyas.

—Vale, ¿Qué quieres saber?

—No me has dicho cuales son los resultados y al parecer le has dicho a todo el personal que no me digan nada—explico—. Estuve a punto de sobornar a Paty de archivo, Reed.

Hay silencio por un par de segundos. Y cuando creo que me va a decir algo de los resultados ensancha una sonrisa triunfante.

—Sabía que podías hacer eso, así que aunque lo intentaras tampoco te diría nada.

—¿Lo ves? —replico. Me levanto abruptamente—. No me dices nada, Reed. Se supone que somos novios, y tenemos confianza. Yo te cuento todo, como esa vez que... que me dio diarrea por comer cereal con jugo de naranja.

El chantaje emocional.

Suspira y jala mi mano hasta que tomo asiento a un lado de él, empuja la silla con el pie y esta llega hasta la pared sin ningún problema.

—¿Para qué quieres saberlo?

—Me importa.

—Sue...

—Dímelo. Me haces pensar lo peor, Reed. Creo que el cáncer ha avanzado y...

Suspira considerándolo un momento.

—Hay un nuevo tumor cerca de los pulmones, es tan pequeño que no hay de que preocuparse. Al menos no por ahora. El doctor Hamid y Rudy dicen que con suerte en esta segunda etapa desaparecerá.

De mí sale un suspiro largo e inquietante.

—¿Por eso han añadido un medicamento más?

Reed ladea su cabeza contra la mía y asiente. Por la forma que lo dice me hace creer que en verdad no hay de qué preocuparse, pero no puedo fiarme del todo.

—¿Por qué no me lo habías dicho?

—Porque desaparecerá en un par de días, no importa.

Vale, desaparecerá, es probable. Reed me lanza una mirada de refilón, está evaluando mi expresión y sabe muy bien que no me voy a quedar con esa respuesta, es decir, tengo el vago presentimiento que me oculta algo.

—¿Y eso es todo? —pregunto. Asiente, estoy a punto de relajarme cuando lo escucho hacer un sonido de duda—¿Qué pasa?

—Voy a someterme a estudios para un posible tratamiento—dice, aprieto su mano con el corazón volviéndome al cuerpo—. Y quieren que vaya a terapia.

—¿Terapia psicológica?

—No exactamente. Rudy me ha inscrito a un club raro sobre jóvenes con cáncer. Yo creí que era broma y que eso solo pasaba en las películas, pero no. Son reales, Dumbo. Muy reales.

—¿Has ido?

—No—dice atropelladamente—, bueno, no del todo. El primer día que llegué todos parecían tristes, miserables y había un raro con un gato sin un ojo, muy lindo. Pero fingí que estaba buscando el baño y no he vuelto. Le dije a Rudy que soy alérgico a los gatos, hasta que me vio acariciando a uno.

Lo miro, confusa.

—¿Qué?

—Lila va por mí a las terapias después de clases y yo hago su tarea—responde para que no me alarme, pero sirve de todo lo contrario. Parpadeo sin creer lo que estoy escuchando. Mi cara refleja toda la incertidumbre y las ganas de darle un zape a los dos porque ensancha una sonrisa inocente.

—No pasa nada.

—Reed. Si el doctor Hamid y Rudy creen que es conveniente...—me interrumpe.

—Es lo más deprimente que he visto, Sue—explica—. No me apetece sentarme a escuchar cómo personas que tienen cáncer pasan lo mismo que yo y ver a sus familias llorar, te lo prometo. La mitad de ese jodido club va a morir, y no quiero saber quien se queda y quién se va, tampoco quiero que ellos averigüen sí el cáncer me está ganando o no.

Tengo los labios apretados en una fina línea.

—Eso ayuda. Compartir con personas que entiendan lo que pasas...

—Vale, sí el club fuera de personas que se han ganado la lotería y todos nos reunimos a cotillear en que lo vamos a gastar, me alegraría—Hace una pausa—¿Por qué estamos hablando de esto?

—¿Qué días son?

—Solo los miércoles a las cuatro de la tarde—responde de mala gana.

—Deberías ir.

—Gracias, pero prefiero guardarme el cáncer sólo para mí. Llámame, egoísta, pero no me gusta compartir.

—Reed—sentencio—. Hablo enserio.

—Joder, Sue—se exaspera—¿De verdad crees que eso va hacer una diferencia? Tengo cáncer, no depresión.

—Me da igual lo que creas—repito apuntándole con un dedo—. Vas a ir, así te tenga que llevar inconsciente, ¿me oyes?

Parece sorprendido por un momento. No se ha movido y tampoco entiendo la expresión de su rostro.

—Pero...

—¿Y adivina qué capullo? —Giro hacia el reloj que está a lado de la lámpara—. Solo te queda media hora para arreglarte.

—No quiero ir.

—Estás acabando con mi paciencia, Reed. Y te aseguro que no es mucha.

Esboza media sonrisa divertida.

—¿Sabes lo linda que te ves cuando te pones así?

—No empieces—respondo, pero la sonrisa en mi rostro me delata y él no duda, jala mi cintura hasta que estoy arriba de él, pasa un mechón de cabello detrás de mi oreja y me besa. El contacto de sus labios con los míos me deja mareada, tardo un par de segundos en responderle el beso. El efecto sigue intacto, no me voy acostumbrar nunca a estar tan afectada por su cercanía.

Su mano baja a mi abdomen y comienza a subirlo por debajo de la tela.

—¿Estás segura que ese club me va ayudar? Porque podemos hacer cosas más interesantes...

—O podemos ir a ese precioso club que tiene un gato con un ojo.

Sonríe y niega con la cabeza.

—Espera, ¿de verdad te quedarás?

—Para asegurarme que no saltes por la ventana.

Niega con la cabeza, convencido de que es la peor idea que ha escuchado.

—Solo promete que no te harás amiga de nadie. Y ni siquiera pienses que voy hablar.

Y sé que tiene miedo. Lo escuché hablar con Lila sobre que me gusta quedarme en los procesos difíciles de las personas aun cuando eso me rompa. Y el ir a un club con personas que están enfrentando procesos sumamente complicados representa para él que sin duda alguna; saldré lastimada.

—Vale, pero con una condición—. Él me mira pensativo—. Promete que serás amable, y no soltarás comentarios sarcásticos con nadie.

—¿Cuánto apuestas que la que suelta un comentario sarcástico eres tú?

Hay ciento cincuenta pasos desde la entrada al salón del club, lo sé porque hay un cartel amarillo con grandes letras que lo anuncia. Hay un olor fuerte de café combinado con galletas rancias.

Hay una alfombra circular de color azul marino en el centro.

El aire acondicionado hace un ruido extraño que fácilmente puede hacer dormir a cualquiera. El gato atigrado con un solo ojo está en una silla con cara desdeñosa, hay una chica a su lado que le está haciendo arrumacos mientras el ronronea. No estoy segura de si esto funcione. Reed tiene mala cara y ve con desconfianza todo y a todos, pero cuando nota que lo estoy viendo sonríe con amabilidad falsa.

Hay ocho sillas más. Todos parecen estarla pasando muy mal, a comparación de una chica pelirroja y Reed que son los que más se esfuerzan en sonreírles a los demás. Fácil podrían ser amigos.

Reed tenía razón, el grupo de apoyo es deprimente.

—¿Cómo te sientes?

Reed mueve la pierna de un lado a otro, traga saliva y asiente con una sonrisa ladeada.

Una rubia de cabellera larga y despeinada llega apresurada con una chica de no más de dieciséis años siguiéndole el paso. Ambas tienen una pegatina en su ropa con sus nombres, que no alcanzo a leer. La niña cojea pero aun así su caminar demuestra seguridad, echa un vistazo al lugar y su mirada cae en Reed.

Mal gusto no tiene.

—Bienvenidos a una sesión más, la psicóloga no viene hoy, pero nos haremos cargo—anuncia la líder, Reed y la pelirroja tragan saliva y se muerden los labios para no reírse—. Me alegra mucho ver caras nuevas, sean bienvenidos a la casa de la amistad. Es un placer. En un momento Ann pasará a sus asientos y les dará una pegatina con su nombre.

Ann toma un plumón y comienza de izquierda a derecha. La primera es la chica pelirroja, Ann traza con rapidez su nombre y así va hasta que la líder vuelve hablar, va vestida a colores vibrantes y tiene un rojo en los labios muy llamativo.

—Ya saben que mi nombre es Sofía, y pueden hablar siempre que quieran. Estamos aquí para apoyarnos.

—No quiero—musita Reed a mi lado y tengo que darle un codazo.

—Lo prometiste, capullo.

—¿Alguien quiere empezar?

Ninguno de los presentes levanta la mano, todos están en silencio, incluso el gato tuerto ha dejado de emitir ese sonido gutural que hacía hasta un segundo atrás.

—Me llamo Ann—dice la chica que está en una silla de Reed, se dirige a todos pero vuelve a recaer su mirada en él, Reed ni siquiera lo nota—, tengo diecisiete, leucemia linfoide aguda. Estoy bien. Soltera y géminis.

Cómo el cáncer de Reed.

Vale, no sabía que esto es Tinder.

—Muchas gracias por compartir eso—dice Sofía con una risa nerviosa, hace énfasis en la última palabra—, ¿Alguien más?

Y para mi sorpresa. Reed se levanta, lo veo dudar un segundo pero ensancha una sonrisa, apenado, todos le prestan atención y yo siento el corazón latir, me está mirando solo a mí.

—¿Qué se supone que debo decir? —se dirige a Sofía.

—Lo que quieras, cariño, quién eres y que te trajo aquí.

Asiente.

—Me llamo Reed, tengo veintidós años, tengo leucemia linfoblástica aguda diagnosticada hace un par de meses atrás, esto es una mierda para ser honesto—empieza hablar—. Me trajo mi novia que está ahí porque cree que esto funciona, es enfermera aquí y la razón por la que me tomo mi medicamento cuando siento que no puedo, odio el sabor que queda en mi lengua después de algunos fármacos. No estoy muy seguro de si esto funciona y la mitad del tiempo que paso en las quimios estoy pensando en que puedo morir como si fuera una bomba nuclear de cáncer.

Sus palabras resuenan en mi cabeza como un eco inagotable.

Algunos asienten y Sofía se sorprende con lo último que ha pronunciado.

—Mierda—susurra—¿Lo hice mal?

—No, cariño. Gracias por compartirlo con nosotros.

La chica del gato se presenta, he dejado de escuchar cuando Reed terminó de hablar, se está acoplando de maravilla con todos en el lugar. No suelta mi mano, sus dedos están entrelazados con los míos y hace comentarios amables de vez en cuando.

Los demás hablan sobre sus dietas, el tratamiento que llevan, lo que han avanzado y lo que han perdido. Cómo el cáncer les está frenando la vida y que creen que en el proceso están ganando resistencia.

—Porque puede ganar esta batalla—menciona la chica, se llama Viridiana—, pero no la maldita guerra. Esa ya es mía, ¿escuchaste puñetero cáncer que está invadiéndome?

Reed ensancha una sonrisa y hay un destello brillante en su mirada cómo si entendiera de qué habla. Todos, incluida yo; aplaudimos con convicción, bueno, yo lo he hecho cuando los demás siguieron a la líder.

Al terminar la sesión, Reed ha seguido a todos en Instagram.

Vamos de camino a la cafetería que está cruzando la calle, muy cerca de su edificio. Tiene una sonrisa ladina dibujada y va realmente animado.

—Estoy empezando a creer que los clubes no están tan mal.

—¿A qué no? —responde, hay cierta emoción en sus palabras.

—Tienen café, limonada y un gato. Es todo lo que está bien.

—Ahora siento que te burlas de mí, Dumbo.

Niego con la cabeza.

—Para nada, pero no sabía que esto es Tinder—aclaro mi garganta y cruzamos la calle antes de que el semáforo cambie—. Ya sabes, soy Sue, no estoy soltera, ah y soy Aries.

Lo escucho soltar una sonora carcajada. Se quita la gorra y la coloca encima de mí, me tapa la mitad de la cara, pero entonces alza mi rostro y me besa.

—Es un placer conocerte, Sue no soltera y Aries.

—Estoy hablando en serio—respondo.

—Tal vez le gusta alguien de ahí, Santiago, por ejemplo, déjala coquetear.

—Le gustaste tú, capullo. Santiago ni existe para ella—respondo—¿No te diste cuenta?

Aunque es obvio que no, estaba más preocupado por tomar limonada y seguir a los chicos que en quién lo miraba o no.

—Vale, te dije que raparme iba a funcionar—bromea. Niego con la cabeza—. Aunque no lo note, solo estaba pensando en lo afortunado que soy por tenerte. 

Hola, solecitos de la creación. 

¿Qué les pareció el capítulo? No olviden descansar, y dormir bien, no sean como yo.

Besotes.❤‍🩹

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