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21. Intensificación.

La mitad de septiembre pasa tan rápido que ya es mitad de quincena y cada una ha recibido su cheque. Los resultados de la tomografía llegaron a principios del mes, pero nadie me quiso decir qué había pasado. Reed dijo: No hay muchos cambios.

Ha bajado de peso, está más cansado de lo normal pero se obliga a él mismo a fingir que va de maravilla, los últimos días he tenido que exagerar mi cansancio diciendo que los parciales y el hospital están matándome para que se quede en la cama mientras yo acaricio su espalda hasta que se queda dormida, estudio para los exámenes en mis tiempos libres, ha pasado más días en mi casa que en su apartamento.

También hay más momentos en los que tiene que trasladarse en silla de ruedas que por su propia cuenta, y sé lo mucho que le molesta.

Los efectos secundarios de las terapias han aumentado aún cuando está en descanso para iniciar con la segunda etapa; la intensificación.

Se añadió otro medicamento para quimioterapia por vía oral.

Su cabello ha comenzado a caerse...

Laila ha comenzado a tejer muchos gorros para sí Reed los necesita.

Estoy en el comedor con Lila y Epifanía. Esta mañana la han pasado a hospitalización y con suerte en una semana está dada de alta, todas estamos comiendo ensalada y sopa de pollo sin sal que le robamos a Ronnie de cocina, la cafetería del hospital estaba tan llena que no quisimos hacer fila y perder los únicos veinte minutos que tenemos. Lila ahora está en la sala de quimio con Rudy como supervisora lo que es asombroso porque Reed ya no está solo.

No lo puede atender por reglas del hospital, pero al menos tiene quién sostenga su mano. Se ha hecho costumbre tener citas por facetime.

—¿Y entonces? —cuestiona Epifanía picando un tomate.

—No es compatible—respondo—. No puede ser donadora para papá.

—¿Cómo te hace sentir eso? —pregunta Lila centrando su atención en mí.

Me lo pienso un momento.

—No he querido pensar en eso. Ya han pasado más de dos semanas así que supongo que es tiempo que me decida.

—Tal vez no seas compatible—menciona la rubia—. Imagina que te haces los estudios y no puedes donar. Un peso encima y una excelente excusa para no volver a verlo.

—Sin cargos de conciencia—añade Lila—. Que aun así, no tienes que hacerlo si no quieres.

Suspiro con pesadez.

—Creo que voy a renunciar a la cafetería—murmuro entre bocados.

—Pero necesitas el dinero—dice Lila. Me mira como si fuera un paciente psiquiátrico que necesita regresar a su piso, como si estuviera perdida—, si es por...

—Es muy pesado, y últimamente piden que doblemos turno cuando el trabajo es de medio tiempo por la universidad—explico—. Y no necesito el dinero, mamá ha conseguido que liberen la pensión monetaria de la abuela, su negocio también va bastante bien. Me ha mandado quinientos dos dólares esta mañana para el mes.

Es la primera vez que mamá me deposita dinero desde que llegué a la ciudad y por alguna razón pensar en ello crea lágrimas en mis ojos.

—Eso, la beca y el pago final por renuncia deberían ayudarte—dice Lila.

Epifanía no entiende de qué va todo así que solo asiente. El mensáfono de Lila suena, ni siquiera lo revisa, ambas sabemos que faltan veinte minutos para que el primer ciclo de su turno comience; así que picotea todo el pollo con tomate y lo come de un solo bocado.

—¿Tú tienes uno de esos? —pregunta la rubia, asombrada.

—No, solo se los dan a los de urgencias, algunas especialidades de cirugía, onco y hemodiálisis—explico—. Los demás con una simple llamada o un mensaje tenemos.

Mi teléfono suena con una notificación de Irene. Ya se va ir de incapacidad porque en un par de días tiene la cesárea programada. Coloco la charola en la cesta de trastes sucios y llevo a Epifanía a su piso.

La guardia sin Irene se siente diferente.

Estoy sola, faltan un par de minutos para que la quimio termine. Y menos de tres horas para salir; no soy capaz de imaginar quien será la siguiente persona en venir a cubrir a Irene. Es decir, ni siquiera pude despedirme pero al menos sé que estaré presente en el parto y eso me hace sentir mejor. El doctor Altman viene cada dos horas por si necesito algo, y estoy segura que es Irene presionando para que suba desde urgencias. Ronnie estuvo un par de minutos conmigo.

Solo tengo tres pacientes que han salido de labor con sus bebés; ya han comido y están durmiendo en los brazos de sus madres.

Estoy llenando mis hojas de enfermería mientras estoy en llamada con Reed. Puedo ver su rostro pacifico detrás de la pantalla, se ha quedado dormido y veo su pecho subir y bajar en una sincronización que han memorizado mis pulmones, ahora estoy respirando igual. Sus largas y abundantes pestañas crean sombras por debajo de sus ojos, tiene una frazada blanca con pequeños perros que Rudy le regaló hacia unas semanas y ahora es su amuleto de la suerte.

Estoy un poco cansada porque las altas tuve que hacerlas yo. Mis dedos trazan un círculo en los medicamentos que ya he pasado, el sonido de una bomba de infusión suena lejana. Levanto la mirada y el teléfono ya no enfoca a Reed, solo puedo ver su maquina y una parte de su mano, estoy a punto de bajar la mirada cuando escucho a Lila decir:

—¡Doctor Hamid, código azul!

No soy consciente de que cada parte de mi cuerpo ha reaccionado y ya estoy de pie, el corazón me late más rápido de lo normal. Tengo el pecho apretado y solo escucho al doctor darle órdenes a Lila y a Rudy que está corriendo.

Dios, no. Por favor.

No lo pienso mucho, es cómo si mis piernas tuvieran vida propia, ya estoy caminando hacia allá. Mis pacientes están estables, echo a correr no sin antes decirle al guardia que regreso enseguida. La bocina pegada a las escaleras, bocea a todo el personal de cuarto piso por ayuda a la sala de quimioterapia.

No veo a nadie en el pasillo.

Cuando llego fuera, detrás de los vidrios puedo ver a la señora Baker siendo sacada por Lila. Y todo dentro de mí se detiene, siento cómo si una gran roca golpeara mi sien, las fuerzas se van de golpe y no soy capaz de moverme.

No soy capaz de respirar adecuadamente. Veo a Rudy salir corriendo a uno de los cubículos con desesperación.

Escucho las ruedas de una silla acercarse, pero no puedo voltear, me siento perdida en los pensamientos, una figura jala mi mano con delicadeza, giro con lentitud temblando y cuando lo veo con sus ojos marrones buscando los míos, la presión en mi pecho estalla en lágrimas.

—Maldita sea, Reed—digo y es lo único que puedo decir antes de soltarme a llorar.

—Estoy bien, bonita—sisea—. Aquí estoy.

El cubículo donde Rudy ha entrado se abre de par en par, y entonces lo veo, sus pies con calcetas de arcoíris, tiene la piel morena y lleva un pantalón rosa, todo el material de intubación está ahí, entonces el doctor Hamid gira al reloj que está colgado en la pared.

No han podido salvarlo.

Esto es una mierda.

No digo nada, me suelto de su agarre y regreso a pasos rápidos a mi servicio. Siento cómo mis manos tiemblan; escucho su voz llamarme pero no me doy vuelta, el miedo que bombea mi corazón y corre por mi cuerpo es inexplicable, se siente tan abrumante que puedo explotar miles de partículas en este momento.

Cuando llego al servicio nuevamente, las pacientes siguen dormidas, me siento irresponsable por dejarlas así, aunque no haya pasado mucho tiempo, me limpio las lágrimas y abro el grifo para lavarme las manos.

Tomo las torundas de algodón, las vierto en el frasco de acero inoxidable y tomo un poco de alcohol para el siguiente turno. No puedo dejar de temblar y aunque las lágrimas ya no se asoman por mis ojos el nudo en mi garganta no cede. Escucho la puerta del servicio abrirse.

Es Lila y Reed que viene envuelto en un traje quirúrgico desechable, lleva un gorro quirúrgico con orejitas que tiene la cara de un cerdo muy tierno en la parte frontal. No lo estoy viendo por el cubrebocas, sin embargo veo como sus ojos se cierran como si sonriera.

—Debo volver a mi área, y Rudy me pidió que buscara un servicio tranquilo y fuera de pacientes graves o con infecciones en lo que Reed termina su recuperación—anuncia—. Está estable a excepción de la comezón en el cuerpo por la quimio. El doctor Hamid viene por él en diez minutos.

—Pero...—No me deja decir nada, cierra la puerta y desaparece en el pasillo.

—Cuando escuche el llamado—comienza hablar—, tú no estabas frente al teléfono, solo podía ver la silla donde te sientas.

Giro en dirección al celular y en efecto, lo dejé ahí.

—Cuando escuché a Rudy correr pensé lo peor—digo.

—Lo sé—responde, su voz es tan suave en este momento.

—Cuando llegué y no te vi—. Hago una pausa para tragar el nudo en mi garganta y niego con la cabeza—, pensé que eras tú. El tiempo se me detuvo, Reed.

—Lo siento—responde.

—Tú no tienes la culpa, capullo—sonrío bajándome el cubrebocas—. Perdón por lo de...

—No pasa nada—carraspea—. He tenido que rogarle al doctor Hamid para que me deje venir a alojamiento conjunto, he tenido que decir que mi novia, la mejor enfermera del mundo tiene bebés realmente lindos y que es mi sueño verlos antes de morir.

—No le has dicho eso—respondo divertida.

—Vale, he exagerado un poco, pero Edith acaba de fallecer. Y los bebés son todo lo opuesto a una muerte.

—¿Cómo te sientes después de...?

—Es la primera quimio que no vomito pero creo que tiene que ver con que he tenido que levantarme de golpe. Rudy estaba desconectándome cuando pasó todo. Tenía una hija, Sue—explica—. Me duele un poco el pecho y me siento exhausto.

—¿Quieres descansar un poco?

Mueve las manos en negación. Hace avanzar la silla de ruedas hasta la central de enfermería, a lado del carro rojo. Levanta un poco el cuerpo para ver a los bebés y arruga la nariz con ternura.

—El cáncer es una mierda—dice por fin.

—Que le den—digo.

—El problema es que la mitad de mí está hecha de él—menciona. Se baja el cubrebocas, tiene un destello travieso reflejado en el rostro, preparo el único medicamento indicado esperando por lo que va a decir—¿Sabes cortar cabello?

—¿Qué?

—Estoy harto de peinarme y he leído en internet que los chicos que se rapan tienen más probabilidad de ser notados.

Arrugo el entrecejo, confundida.

—¿Me estás diciendo que quieres que te corte el cabello para que puedas coquetear, capullo? —Intento sonar severa pero la sonrisa en mi rostro me delata.

—Pero claro que no—añade de inmediato—. Que no estás prestando atención, Dumbo. Yo no tendré que coquetear, los demás me coquetearán.

—Cállate mejor.

—Saldrá en todos lados—dice emocionado—. El hombre pelón va rompiendo corazones.

Suelto una carcajada y él intenta reprimirla, tiene los ojos puestos en mí y un brillo aparece en su mirada.

—Vale, lo pillo. Mi novio será el hombre más sexy del mundo.

—Tu novio ya es, Dumbo.

Ruedo los ojos con un hastío falso.

—Claro que dirías eso, engreído.

—Y yo tengo a la novia más hermosa, inteligente, empática y terca de todo el mundo.

—Tu novia suena como todo un personaje—respondo.

—También es talentosa y se le da pésimo mentir, como cuando me dice que deberíamos dormir porque está cansada.

No digo nada.

—No miento.

Hago una seña para que aguarde un momento en lo que voy con mis pacientes a pasarles el medicamento. Me vuelvo a presentar y comento para que funciona el medicamento antes de pasarlo en "y". Dos de las tres mamás están alimentando a sus bebés. En un rato más, cuando sea enlace de turno los familiares podrán entrar explico.

El doctor Hamid ya está hablando con Reed. No puedo ver que le dice con exactitud pero lo veo poner una mano en su hombro como si le diera palabras de aliento. Levanta la mirada y me regala una sonrisa afable antes de llevárselo, quién levanta la mano y la mueve con desesperación antes de desaparecer por el pasillo.

Lila tiene un frasco de palomitas que le avienta a la boca a Reed para distraerlo del dolor de cuerpo en lo que su medicamento hace efecto. Estamos en su cuarto, en la casa de los Baker, su madre nos ha convencido de dormir aquí está noche. De igual forma mañana debemos levantarnos temprano.

El grupo favorito de Reed suena por la bocina de la televisión. La morena tararea

Tengo unos guantes puestos y las tijeras listas. Me inclino y le doy un beso en la mejilla, él sonríe y Lila finge que muere lentamente.

—No los soporto—dice entre risas. Le saco el dedo corazón y él sonríe—. Me hacen querer enamorarme.

—Pues según tu hermano la mejor opción son los hombres calvos. Por si ves uno.

Reed rueda los ojos y pone mala cara. Lila estalla en risas nerviosas.

—¿Estás listo, capullo?

—Es solo cabello—responde encogiéndose de hombros—. Estoy listo para salir en las noticias.

—Te pareces un poco a mí—menciona la morena—. Es decir, no eres tan horrible, así que te verás bien.

Reed asiente con una sonrisa fruncida, paso mis dedos por su cabello y algunas hebras se viene con facilidad, mis hombros se tensan un poco pero no dejo que lo note. Tomo el primer mechón y lo corto con lentitud.

Todos nos quedamos en silencio cuando cae al suelo. Reed comienza a cantar y Lila me enfoca con los ojitos llenos de lágrimas, se deja caer en la alfombra y le sigue el ritmo a Reed.

'Cause I think I'm lost again.

Promise to keep my oxygen now.

This world is big, it'll kill me if I don't figure shit out.

I think I'm lost again, God's in charge of my oxygen now.

This world is big, it'll kill me if I don't figure it out.

Corto el siguiente mechón y así voy hasta que ha quedado casi al ras, la toalla beige que le hemos puesto encima está llena de pedazos de cabello. Es la hora de pasar la máquina rasuradora que Lila ha robado de uno de los cajones de baño de sus padres.

Sacudo el pelo que hay a su alrededor como he visto en las películas y veo de reojo como ensancha una sonrisa divertida.

—Tengo el presentimiento que es la primera vez que haces esto—menciona.

—¿Cómo crees? —respondo—. No lo sabes pero en mis tiempos libres rapo a chicos guapos que van por ahí mostrando los calzones.

—¿Y cuántos han sido?

—Eres el primero para ser honesta—confieso.

Reed niega con diversión. Aprieto el botón de encendido haciendo que esta haga un ruido vibrante, paso la máquina rasuradora por encima de forma lateral, con tranquilidad y sin presionar mucho, lo que menos quiero es volarle el cráneo. El pulso se me acelera y tengo que sacar aire por la boca para desvanecer el nerviosismo. Cuando me detengo puedo ver la línea de en medio, me sale relativamente bien, tardo un par de segundos en observarla.

—No me digas—destaca regocijándose con el momento—. Me has quitado la mitad de la cabeza.

—Solo una parte—replico—, seguro que nadie lo nota.

Paso una vez más la máquina, otra y una más. Hasta que me he desecho de todo el cabello restante, sacudo y retiro la toalla. Cuando termino Reed tiene los ojos cristalizados, pero se obliga a él mismo a sonreír, su nariz está enrojecida.

Su rostro no ha cambiado mucho, se ve diferente pero sigue siendo atractivo. Muchísimo.

Tengo una emoción que me dice que no debería decir nada. Camino hasta estar frente a él y paso mis manos por su cara, él me mira y hace un mohín que me aprieta el pecho.

—Tenías razón—susurro—. Te ves guapísimo.

Reed está a punto de decir algo cuando Lila se levanta con determinación.

—No pasa nada—comienza hablar rapidísimo—. Es solo cabello, vuelve a crecer. No hay porque sentirse mal. Tú ya ganaste. Que le den al cáncer y a las quimios y al doctor Hamid por gritarme...

Y antes de que podamos reaccionar toma las tijeras y corta su coleta. Reed abre la boca intentando decir algo que se queda atorado en el aparato fonador. Yo ahogo un grito y Lila no es consciente de lo que acaba de hacer hasta que ve su cabello caer, abre los ojos y parpadea un par de veces.

Gira en dirección al espejo, le ha quedado chueco y va en forma diagonal. Sé que está a punto de perder la tranquilidad.

—Voy a...que mamá me corte el cabello—murmura con voz trémula—. Yo, vuelvo. Reed, es solo cabello. 

Hola, solecitos.
¿Cómo están? Espero que se encuentren muy bien, aquí ando reportándome a media madrugada.

¿Qué tal el clima en sus países?

¿Qué les pareció el capítulo?

Besotes.❤‍🩹

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