17. Encuentros.
Cuando llegamos a casa el reloj apenas marca las diez de la mañana. Reed se estaciona frente casa, puedo sentir el olor de las gardenias y veo las hojas caer en el patio del árbol de acacia, justo como recordaba, incluso sigue la misma silla vieja en corredor y la reja de madera recién pintada, es lo único que luce distinto. Se siente como si no me hubiera ido nunca.
—¡Cielitos! — chilla, mamá. Tiene un pijama color azul y parece que estuvo cocinando o ha tenido una guerra de comida con los vecinos. No está claro.
—Cali que gusto verte— saluda Reed.
Mamá abre sus brazos y lo apretuja con fuerza. Reed devuelve el abrazo con la misma intensidad y una sonrisa amable en el rostro.
—Gracias mamá, también estoy de maravilla—me quejo bajando la bolsa de pollo frito que hemos comprado.
—Está celosa—musita Reed hacía mamá, quién parece escuchar la cosa más absurda y hace un ademán con la mano restándole importancia. Él termina de bajar las maletas y los regalos a la acera.
—Pero si él necesita más abrazos, mi solecito—menciona y giro hacia Reed en busca de una respuesta, él asiente. Reed se lo ha dicho a mi madre, solo que no sé cuándo ha pasado.
—Yo llevo los regalos, roba madres—digo apretando el paso, lo escucho soltar una risa divertida y a mamá decir que me ha preparado algo.
Cuando entro a la casa un olor a comida casera inunda mis fosas nasales. Los cuadros en la pared de un verde pistache siguen en hilera por todas las escaleras hasta el segundo piso. Somos solo mamá, la abuela y yo. Mi mamá es fan de exhibirse con retratos familiares vergonzosos, como este de la esquina en dónde ha capturado el momento exacto en el que me voy arrancar el pañal . La sala de color gris con cojines de colores vibrantes sigue en la misma posición desde que me fui.
Lo que sí ha cambiado es que dónde solía estar la pecera gigante y mis juguetes ahora mamá ha montado un mini puesto para leer las cartas, dar consejos de amor y hasta donde sé ha tenido más éxito el último mes. Reed deja mi maleta y su mochila a un lado de las escaleras.
Lo primero que hacemos al llegar es lavarnos las manos.
No tardamos ni cinco minutos en haber llegado cuando mi madre está sirviendo la comida. Hay sopa de verduras, pollo frito que hemos comprado, ensalada y agua de frutas.
Yo coloco los cubiertos y Reed los vasos y platos. Verlo cómodo en el lugar donde crecí y pasé mi infancia hace que mi corazón se acelere. Es la primera vez que está aquí pero se siente cómo si ya hubiera venido muchísimas veces.
—Siéntate, siéntate—dice mi madre—. Eres el invitado.
Reed se rasca la nuca, nervioso y me busca con la mirada en espera que diga algo. Me acerco a él y jaló la silla para que se pueda sentar. Él me mira cómo si no creyera lo que he hecho, una sonrisa inocente amenaza con extenderse en su rostro, los ojos le brillan y un rojizo está avanzando de sus mejillas al lóbulo de sus orejas.
Reed duda antes de sentarse sin quitar su vista de mí, me inclino antes de que mamá se dé cuenta y deposito un beso en sus labios.
—También te quiero.
Reed me mira insondable y de solo verlo la frecuencia cardiaca se me ha triplicado haciendo que mi estómago también palpite.
—Pero son tan lindos.
—Mamá—advierto pero Reed se ha quedado mudo. El Reed seguro y coqueto que he conocido todo este tiempo se esfuma dejándome a un niño tímido que se sonroja con facilidad. Cuál sea su faceta, me encanta.
Pincho una pieza de pollo con un tenedor y la coloco en su plato, hago lo mismo con el de mamá y por último tomo con la mano una pierna crujiente y sin esperar el momento, muerdo dejando que los sabores exploten en mi boca. Hago un sonido de satisfacción y me dejo caer en el respaldar de la silla.
—El mejor maldito pollo que existe—digo entre mordidas.
—¡Calíope! —reprende mi madre—. Sin malas palabras en la mesa. Y esperas que tenemos que agradecer al señor.
Doy una mordidita antes de limpiarme las manos con las servilletas. Mamá toma la mano de Reed y él la mía, yo tengo que pegar mi silla al comedor como si quisieran que me explotaran las costillas. Parece que él jamás lo ha hecho y para ser honesta, yo olvido agradecer por la comida.
—Cierren sus ojos—ordena, mamá. Entrecierro los ojos solo para asesorarme que Reed los ha cerrado. Está viéndome con un semblante entretenido.
—Cierra los ojos, Dumbo—mueve los labios para que pueda entenderle y yo ya estoy sonriendo.
—Como no cierren los ojos, no habrá pollo—replica con tono severo. Sé que esa amenaza va para mí. Reed me guiña un ojo antes de que ambos nos concentremos en la oración, siento acelerado el pulso y se disipa a medida que mamá ora—. Señor, estamos reunidos en esta mesa para agradecerte por los sagrados alimentos que nos has dado el día de hoy. Gracias por amarnos, estamos agradecidos por nuestra vida, gracias porque Reed nos acompaña y mi solecito. Bendice estos alimentos y compártelo con el necesitado y muéstranos el camino. Amén.
—Amén—digo terminando con una expresión afable cuando Reed repite lo mismo que yo.
Mamá está sonriendo con orgullo cómo si hubiera ganado el reino de los cielos.
La mañana pasa sin mucho preámbulo. Mamá obligó a Reed a comer dos platos de sopa y le dio una goma de vitamina C en forma de osito, a él le tocó el color rojo y a mí la verde que sabe a medicina con limón. Después de una larga charla sobre sus terapias se quedó dormido.
Está en la mecedora de colores con una sábana arriba de él. No quiso subir a dormir, dijo que no estaba cansado pero en cuanto nos dimos cuenta ya estaba dormido. Mamá dice que es mil veces mejor que las camas, puedes descansar mejor y tu espalda no duele cuando te levantas. Mamá ha ido al salón de belleza que está al terminar la calle mientras yo estoy sentada en las escaleras de madera que dan al corredor, a lado de Reed por si necesita algo. Los árboles dan una muy buena sombra, el aire mece las hojas en un vaivén lleno de paz y tranquilidad.
Si cierro los ojos y me concentro solo en el ruido de las hojas soy capaz de escucharlas caer.
Todo es color azul cobalto y blanco.
Reed lleva un pantalón de vestir y una camisa de manga larga blanca con el último botón abierto. Mamá se ha puesto un vestido rojo pegado y yo un vestido rosa que llega un poco antes que las rodillas.
No es una ceremonia convencional, por la iglesia con un párroco sermoneando sobre el amor hasta que la muerte lo interrumpa o cosas por el estilo. Llegamos tarde porque el taxista se desvió a la derecha cuando era a la izquierda. Así que no pudimos presenciar los votos y por una parte es bueno, estoy segura que me iba a poner sensiblera y hubiera llorado cómo si la que estuviera en el altar fuera Lila y no una señora de ochenta y dos años que en mi vida he visto.
En el centro, debajo del arco con flores están los novios. Parecen un poco más jóvenes de lo que son; están tomados de las manos con una sonrisa en el rostro, mientras detrás hay un video de ellos son fotos que parecen ser tomadas por alguien más como evidencia de un trabajo y no cómo fotografía para memorar un amor. Pero el hecho de que la mayoría esté al borde de las lágrimas lo hace extrañamente original y emotivo.
El lugar es una especie de finca adornada, incluso a la orilla de la pista de baile comienza una alberca que está llena de rosas blancas. Hay un arco de hierro con flores azules, blancas y de un tono claro quemado. La pista de baile está libre de luces por el momento, el bar al fondo está lleno de jóvenes que supongo son los nietos de los invitados, amigos de los novios.
El barman intenta tomar todos los pedidos, pero hasta aquí puedo ver que la paciencia se le está agotando.
Casi todos los invitados parecen haber salido de revistas de empresarios jubilados, las jóvenes y señoras en sus cuarenta usan largos vestidos que dejan al descubierto alguna parte de su cuerpo, los zapatos altos que combinaban a la perfección y el maquillaje sutil me hacen pensar que no viven en la ciudad. Mamá estaba felicitando a los novios mientras sostiene un micrófono y nos cuenta cómo es que unió a dos personas que siempre estuvieron enamoradas. Hay más mujeres que hombres, la mayoría de ellos están en sillas de ruedas y en cada mesa hay alguien más con uniforme blanco, supongo son las cuidadoras. Me pregunto si yo tendré la fortuna de llegar a esa edad.
—Son las enfermeras del asilo—dice una voz a mi lado. Una anciana que va vestida completamente de negro y en la cabeza sostiene un gran sombrero un tono más intenso; que pone en duda una de las teorías de Newton. El tul del sombrero le tapa la mitad del rostro y apenas puedo ver su sonrisa condescendiente—¿Conoces a la novia o al novio?
Los ojos de Reed me miran, cafés y divertidos.
—Oh, a nadie realmente—respondo con una sonrisa tímida—. Mamá es la que está allá enfrente. Recibió una invitación para diez personas pero solo somos nosotros.
—Esa estúpida Margaret—se queja, niega con la cabeza, por alguna extraña razón el artefacto en su cabeza no se mueve ni un poco. Y por un momento creo que está hablando de mamá hasta que veo que en los centros de mesa están los nombres de los novios en letra dorada y cursiva.
—¿No le agrada ella? —pregunto.
—Es mi mejor amiga. Esa tonta y yo tenemos diez años en el asilo, hemos visto cómo todos se van y cómo siempre quedamos nosotras, le dije que no se casara con alguien que va a morir en la noche de bodas de un paro cardíaco—responde con resentimiento—. Esta tan enamorada que seguro cuando ese idiota se vaya, se querrá ir con él.
Un nudo en mi pecho se extiende al escucharla hablar. Es tan abrumante que siento que quiere causar una falla orgánica, intento sonreír pero se forma una mueca apenas creíble. Ella hace un ademán para restarle importancia.
—¿Por eso ha venido vestida de negro? —interviene Reed.
—Christy—extiende su mano hacia Reed y levanta el sombrero para que podamos ver su rostro. Tiene los ojos de un verde opaco y hay una sonrisa pilla que nos hace sonreír a ambos. Reed estrecha su mano y se presenta—. Bonito nombre, guapo. Y sí, claro que me vestí de negro, estoy preparándome para el funeral.
Reed parpadea un par de veces y Christy suelta una risita.
—Es que a esta edad, querida, uno tarda mucho cambiándose—comenta con pesar.
—Debería alegrarse aunque sea un poco por la boda de su amiga—digo por lo bajo. Ella aprieta mi mano como si entendiera de qué hablo.
—Estoy feliz por ella, linda. Pero no puedo aceptar que probablemente la pierda.
No tengo mucho que decir, no soy buena consolando a las personas, quizás en el pasado lo era, pero ya no más. Christy no parece alguien que necesita consuelo, tiene ese aire decidido y de aceptación.
—¿Es tu novio? —pregunta de repente sacándome de mis pensamientos.
—Sí, somos novios—responde Reed por mí, apenas y me da tiempo de reaccionar. Christy arruga la nariz en forma de coqueteo y Reed extiende una sonrisa de oreja a oreja que lo hace ver perfecto—. Aunque aun no se lo he pedido como quiero. Y probablemente ella diga que no somos, pero sí somos.
—Pues date prisa, bombón—aconseja—. Que las niñas bonitas como ella no esperan toda la vida. Y tú, muñeca, atrápalo fuerte. Quieranse mucho, respétense y apóyense. Hablen muchísimo, platiquen en la ducha, en la sala, por la calle, a todas horas. Cuando pasen los años lamentarán no haber hablado de todo. Y tengan mucho sexo.
Comienzo a toser, el vino se me ha ido chueco al ver la cara de Reed.
—¿Sue? —pregunta una voz conocida a mi espalda. Al alzar la vista los ojos cafés de mi hermana me reciben, va con un vestido azul marino pegado, lleva el cabello rubio suelto y parece que ha pasado los últimos minutos comiéndole la boca a alguien. Frunzo el entrecejo sin creer que esté aquí.
—¿Fabiola? —respondo anonadada. Su siguiente movimiento es jalarme del brazo y enredarme en un abrazo. Huele a lavanda y a humo—¿Qué haces aquí?
—La novia es abuela de mi novia—responde y hace un mohín divertido cuando escucha cómo ha sonado.
—¡REED! —grita alguien, mi mirada recorre todas las mesas hasta llegar a la barra. Es Ronnie. Fabiola me esquiva para posar sus ojos en Reed y los abre tanto que puedo ver el lunar gris en sus ojos.
Reed ensancha una sonrisa cuando ve a la rubia. Entonces recuerdo decir a Ron en el hospital que su abuela se iba a casar con su mejor amigo de la universidad y que habían esperado toda su vida para reencontrarse.
Los tres nos dirigimos hacia la barra. Ahora que lo veo, Ronnie si se parece a su abuela, tiene los mismos ojos grandes con largas pestañas, la única diferencia es que ella tiene un estilo sencillo y su abuela todo lo contrario. Fabiola está contándole a Reed que lo ha visto un par de veces al salir de casa pero que no estaba seguro que fuera él. Está preciosa pero el brillo que solía tener en los ojos ha desaparecido y me es difícil no preguntarse sí se debe a mi padre.
Cada una ha tomado una limonada azul. Reed por su parte solo sostiene un vaso de agua con gas que lo hace lucir mucho más interesante y atractivo que todos aquí. Cuando lo veo darle un trago a su vaso una punzada de calor atraviesa mi cuerpo entero.
—Te he echado de menos—dice con una sonrisa fruncida.
—Yo también, Fab—digo pasando mi mano por su espalda. Giro hacia Ron que parece querer traspasar la barrera y esconderse—¿Cuándo has empezado a salir con mi hermana?
—Sin preguntas—interviene la rubia. Reprime una risa nerviosa y sale como una tos de alguien que ha pasado toda su vida fumando—¿Y ustedes? ¿Cuánto tiempo llevan viéndose?
Evito hacer contacto con Reed y hago el mismo sonido gutural parecido al de una tos que ha hecho Fabiola hace un rato, para contrarrestarlo me bebo de un gran trago toda la limonada y pido otra antes de que el Barman comience a saturarse.
—Ya lo has dicho, sin preguntas.
—Sí, pero yo soy tu hermana mayor—ataca.
Coloca sus manos sobre la barra acorralando a Reed, y él no parece afectado ni un poco. Se limita a tomar otro trago de su agua mineralizada, Fabiola arruga el entrecejo y le da una de esas miradas desdeñosas que aún me ponen dudosa; me hacen temer por mi vida.
—¿A qué te dedicas? —interroga, juro que ha usado un matiz más áspero.
—Soy atleta, natación—aclara—. Trabajo y en mis tiempos libres ayudo a un albergue.
—¿Trabajas? —preguntamos al mismo tiempo Ron y yo. Él nos da una mirada incrédula y niega con la cabeza. Es decir, claro que hacía algo en su tiempo a parte de estar en las quimioterapias. Me siento un poco extraña por no saber.
—¿Qué te gusta de mi hermana? —vuelve a tomar esa postura de oficial. Ronnie la toma del hombro para que pare pero ella está en su papel y sé que cuando se le mete algo en la cabeza es casi imposible quitárselo hasta que lo haya logrado. Sacude la cabeza y reformula su pregunta—¿Qué ves en mi hermana?
Parpadeo.
—Sue es de las personas más inteligentes que conozco, tiene infinitas posibilidades para tener una vida brillante. Es preciosa—. Su sonrisa es brillante y no ha dejado de verme—. Tiene esa vibra que irradia felicidad a donde llegue. Es amable, compasiva, talentosa. ¿La has visto con uniforme? Es simplemente la razón por la que no he mandado todo a la mierda.
Me pregunto si mi cara me traiciona.
Fabiola le da una mirada incisiva, le da un golpe en el hombro y se levanta satisfecha.
—Bienvenido a la familia, cuñado.
—¿De qué vas? —digo dándole un jalón. Reed no dice nada pero está sonriendo—. Vaya hermana estás hecha.
—Tiene razón—dice Ron dándole un trago a su bebida.
—¿Acaso quieres que lo odie? —pregunta.
—No, pero, ¿cuñado?
—Solo disfruta esta noche, Sue—dice Ronnie—. Embriaguémonos a costillas de mi abuela, y regresemos a la ciudad sabiendo que está noche la pasamos genial.
Así lo hacemos.
Creo que he tomado más limonadas porque puedo sentir el olor del limón a kilómetros de distancia, es tan intenso que me causa náuseas. Christy nos presenta a sus amigos en la mesa, son todos tan lindos y divertidos que no me he dado cuenta que Reed está hablando con Christy del cáncer y cómo se enteró, cuando lo escucho soltar chistes acerca de eso siento una punzada que me aprieta el estómago. Se siente cómo una esperanza la idea de que Reed esté aquí, tranquilo.
Entonces, comienzan las canciones lentas y a la primera nota Reed ya está de pie extendiéndome la mano. Y no necesito más para apretar su mano con fuerza.
Nos leemos pronto, chiquitos.
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