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16. Te quiero.

Me he cortado el cabello esta mañana. No era tan largo pero sentía que debía cortarlo aunque sea un poco.

Reed lleva una semana sin responder mis llamadas, me responde por mensaje y sé que se ha ido a vivir con sus padres. El doctor Hamid no me ha querido decir cómo va evolucionado el cáncer de Reed porque él mismo se lo ha pedido, he llegado a querer sobornar a Paty de archivo para que me mande un correo adjunto con su expediente, pero eso es violar las reglas del hospital y la confidencialidad del paciente—recuerdo eso y me arrepiento al instante—. Marco me ha dicho que está bien pero ni siquiera lo ha visto. Y tengo la sensación de que Rudy es cómplice de Reed.

Estúpido capullo.

Estoy sentada en el piso pasando apuntes mientras Lila y Kevin pelean sobre si es buena idea casarse o no. Ya me duele la mano y comienzo a sentir el tendón tenso, mi cerebro manda un dolor punzante en mi muñeca que me hace detenerme un segundo.

—Las bodas siempre terminan en desastre—dice Lila, divertida.

—No voy a escuchar la opinión de alguien que no se ha casado—responde Kevin—¿A que las bodas son geniales, Sue?

—¡Ella tampoco se ha casado, genio! —añade rápidamente la morena.

—¿Y qué? —pregunta cómo si él fuera consciente de algo que los demás no—. Es escritora, debe tener una opinión objetiva.

—Yo opino que las bodas son geniales porque hay comida—digo—. Y regalos, pero el matrimonio no sé...

—Siempre terminan en desastres—repite.

—¿Cómo cuáles?

—Divorcios.

Kevin se queda en silencio analizando lo que Lila acaba de decir, y después de un segundo solo asiente y gira hacia la televisión. Ya es jueves por la tarde y mañana solo tengo una clase a la que voy a faltar. Tengo dos semanas de vacaciones en el hospital y la cafetería, aunque aún debo ir a la escuela aunque solo haya matriculado cuatro materias este semestre.

Estoy metiendo toda la ropa que quepa en mi pequeña maleta. Iré a visitar a mamá el fin de semana y voy a acompañarla a la boda que la han invitado, la de los señores que unió con sus pociones falsas. Estoy un poco cansada y por alguna extraña razón no ver a Reed me preocupa. Él estará bien, me aferro a ese pensamiento. Pasado mañana es el día que descansa de los ciclos de quimio y se vuelven activar el lunes. Investigué y el primer autobús sale a las siete de la mañana.

Soy consciente de que el proceso del cáncer puede ser abrumador. Le he dado su espacio y al mismo tiempo he estado con él. He estado con miles de pacientes durante mis cortos años como enfermera, he visto a personas luchar hasta vencer la enfermedad y a su vez, he visto a los pacientes luchar hasta que el cáncer los vence y he experimentado lo mismo con cada uno de ellos: Nostalgia.

Me sigue pareciendo algo muy nuevo creer que Reed tiene leucemia, me parece tan nuevo que aun siento el nudo en mi garganta si pienso mucho en ello. Doblo el vestido rosa que usaré en la fiesta y lo aplasto tanto como puedo para cerrar el cierre de la maleta.

Mi teléfono se enciende y vuelve a apagarse. Es un mensaje de Reed: "Espero que atrapes ese ramo de flores en la boda".

No quiero responderle muy rápido pero antes de siquiera pensarlo ya estoy escribiendo: "No sé me da las reuniones en multitudes para atrapar algo. Me dan pánico las masas. Pero qué milagro, creí que los Transformers ya te habían reclutado".

Reed: Lo tendré que atrapar por ti. Y no mi estimada, Dumbo. No cuento con tanta suerte—responde de regreso.

Y antes de que pueda preguntar cómo podría atrapar el ramo, mamá me manda un mensaje diciendo que ha invitado a Reed a la boda porque era de parejas y sé que miente, aunque él le ha dicho que tiene que preguntarme si quiero que vaya.

Yo: ¿Cuánto te pagó mamá para que dijeras eso?

Reed: Me ha ofrecido esos pastelitos que noquean y se me ha hecho imposible negarme a la oferta...

Yo: Capullo.

Reed: ¿Puedo ir contigo?

Me quedo en silencio con el teléfono en la mano, no sé bien que decir. Es decir, claro que quiero que vaya.

Yo: Por supuesto que sí.

Reed: Entonces, ¿paso por ti a las ocho de la mañana?

Solo envié una pegatina de un animal que asentía con la cabeza de forma chistosa. Me dejé caer en la silla de escritura con un nudo en la garganta sintiendo cada latido de mi corazón, fuerte.

Cuando desperté había algo en mi cuerpo que se sentía diferente, no diferente cómo una gripe, diferente como una corazonada. El problema con las corazonadas es que nunca sabes si son ciertas, están ahí latentes pero no se ven y ya lo dijo mamá; no puedo creer en las cosas que no tienen hechos verídicos o científicos.

Lo extraño es que creo en la suerte y los milagros.

El sol sale antes de lo esperado, son las siete de la mañana, el día ya está luminoso y soleado como se espera en las bodas, seguro el ángel de la meteorología es fanático de ellas o solo ayuda un poco a la gente con esperanzas.

He repasado mentalmente como cien veces si llevo todo lo necesario, incluso empaqué un pequeño botiquín antes de dormir por si Reed se sentía mal, tenía complicaciones o algo por el estilo aunque anhelo que eso no pase durante el viaje o la boda.

Cuando Reed llega faltan diez minutos para las ocho, lleva unas gafas que tapan las petequias en las zonas de las mejillas. Y va todo vestido de negro, he hecho un mapa a lápiz que indican las dos paradas previas que debemos hacer antes de llegar a casa de mamá. El camino es de una hora y media, pero con suerte será de dos horas si encuentro el regalo de bodas correcto. Estoy emocionada y la corazonada dice que será un muy grandioso día.

—¿Quién eres tú? —bromeo—¿Qué has hecho con Reed?

—¿De qué hablas? —dice riendo.

—Ya sabes. Reed, él que no responde mis llamadas y manda mensajes cada mil años, hace que quiera ir a buscarlo y tiene cara de capullo todo el tiempo.

—Oh, ese Reed—menciona—. Lo he tenido que encerrar en el baño. He tomado su cara de capullo prestada sólo por hoy.

—Pues te queda genial.

—¿Te cuento un secreto? —susurra cómo si fuera un secreto—. También le he robado algo más.

Enarco una ceja a la espera de su respuesta.

—¿Sí?

—Pero tendrás que esperar para cuando esté lo suficientemente ebrio y quiero demostrártelo.

Cuando subo al auto me doy cuenta que apenas lleva ropa y hay una caja con un gran listón elegante. Cuando me acerco veo que tiene un ticket engrapado en la esquina más cercana a mí.

—¿Le has comprado un regalo? —pregunto sorprendida. La nota tiene un total de ciento veinte dólares. Yo pienso gastarme cincuenta dólares con todo y bolsa de regalo.

—Mamá lo ha hecho—dice Reed mientras enciende el auto—. Creo que les ha comprado un jarrón o un juego de vasos. No estoy seguro.

El aire acondicionado está encendido, el estéreo del auto está reproduciendo un audio libro, son relatos de Sherwood Anderson. Una serie de recopilaciones de Winesburg, Ohio, he tenido la suerte de leer un par de ellos.

Nunca he ido a una boda. Al menos no una de verdad, ya puedo imaginarme a los invitados con vestidos largos y no sé tendrá damas de honor, espero que sí. El gran pastel y la música para su primer baile cómo esposos.

—¿Alguna vez has pensado irte de aquí? —pregunta Reed sacándome de mis pensamientos.

—¿Visitar otro lugar o irse definitivamente?

—Irte definitivamente.

Me lo pienso un poco. Claro que me encantaría ir a otros lugares pero nunca me he planteado la posibilidad de vivir en otra ciudad y mucho menos otro país. Es decir, aquí está mi mamá, mi hermana y por supuesto mis amigos.

—Creo que no, me gusta mucho esta ciudad.

—¿De verdad? —Parece sorprendido con mi respuesta.

—Aunque me gustaría ser una enfermera de guerra o una escritora reconocida que viaje por todo el mundo. Pero siempre tenga un hogar al cuál volver.

—Esta ciudad—completa por mí.

—Dónde está mi familia—añado esperando que entienda lo que intento decir—¿Qué hay de ti?

Una sonrisa amarga se le ha dibujado en el rostro, pero apenas le dura un segundo porque recupera la postura con rapidez. De él sale un suspiro largo, espero que él responda y me atrevo a girar a verlo. Ya se ha quitado las gafas, sus ojos marrones se ven más apagados que de costumbre y luce un poco tenso.

—Podría vivir en cualquier parte del mundo dónde no haga calor—responde convencido—. Y si hace calor espero que haya un río enfrente de mi casa.

—¿Qué hay de la playa?

—No está mal, pero no podría vivir frente a una. Aunque podría ir a cualquier lugar dónde estuvieras.

El mapa en el auto indica que debemos doblar a la derecha para legar al primer destino. Es una tienda de regalos de bodas, cuando Reed gira el volante a la derecha para poder estacionarnos un par de metros adelante ya soy capaz de visualizar la tienda, tiene una fachada terrible y el nombre estaba deslavado así que es un poco difícil de leer.

Cuando entramos a la tienda hay un señor de largas piernas acomodando esferas de navidad aun cuando falta muchísimo para que eso pase. Mi vista recorre los largos estantes coloridos, me siento más animada de lo que esperaba, estoy segura que mis ojos brillan al ver tantas cosas que a las señoras les gustan y a mí también.

En el primer estante hay unos adornos para las salas. El inconveniente es que tienen rayas de cebra, a blanco y negro, a rosa y negro, a verde y negro y toda la gama de colores que sean posibles. Y a un lado hay un gran espejo en forma de ovalo, tiene un marco de color plata, es precioso.

Cuesta cuarenta y cinco dólares.

—¿Te parece lindo? —pregunto hacia Reed, pero cuando giro ya está en el pasillo de enfrente. Al parecer hay películas en DVD, jamás voy a entender cómo es que le gustan los discos cuando existen las plataformas de streaming—. Espero que sí, porque me lo voy a llevar.

El trabajador de piernas largas toma mi espejo y lo lleva a caja para que pueda pasar por él en un momento. Camino directo a Reed que está leyendo el título de algunas películas, tiene en sus manos una de romance y yo sonrío al verlo leyendo el resumen.

Yo voy al área de suspenso.

—¿Has visto esta película?

—No, no me gustan las películas de romance—respondo sin mucha importancia.

—¿Qué? —pregunta, anonadado.

—Son predecibles, por eso no las veo.

—¿Y qué con que sean predecibles? —Parece indignado pero al mismo tiempo divertido.

—¿Es qué, cuál es el chiste?

—No hay chiste. Es solo ver cómo dos personas se enamoran de la misma forma que la mitad de las películas.

—¿Ves? No hay nada diferente.

—No son las mismas personas, Sue. Eso hace las películas diferentes.

—Déjame adivinar, capullo—digo mientras coloco el DVD que he tomado, antes de poder hablar él ya está sonriendo—¿Eres un romántico empedernido?

—Por supuesto que sí—bromea—. Y tú eres la chica que odia al mundo pero un día se da cuenta que la vida es maravillosa.

—Eres un verdadero adivino—digo con voz exagerada.

—¿Qué puedo decirte, Dumbo? Es un don.

—¿Sabes qué es lo más curioso? Que eres justo el tipo de chico que las películas dicen que no es de fiar y va por ahí rompiendo corazones.

Reed abre los ojos, una sonrisa se dibuja en sus labios y asiente.

—Claro que voy por ahí rompiendo corazones—dice y se inclina lo suficiente para que parezca un secreto—¿Has visto al guardia de la entrada? Pues se ha pillado de mí pero cómo pronto seré un transformen ha quedado devastado.

Giro en su dirección con una sonrisa en el rostro. Está recargado del mostrador y tiene cara de hastío, bosteza un par de segundos más que cualquier persona y después vuelve a su expresión habitual.

—Claro, sé que le has dejado el corazón hecho pedazos—digo dándole una palmadita en la espalda. Camino directo a caja para poder pagar y un par de minutos después ya estamos de camino a la segunda parada. A diez minutos antes de llegar a casa y al mejor puesto de elotes del mundo.

Reed ha comprado una película romántica. No es su género favorito pero sé que lo ha hecho porque en el fondo sabe que siempre me quedo a la mitad de la historia.

—¿De verdad? Mejor hablemos de mis traumas de infancia o de la vez que vomite los zapatos de papá.

Reed niega divertido y suelta una carcajada.

—Yo prometo ver esas películas con subtítulos llenas de zombis que te gustan.

—Está bien. Es un trato—digo estrechando su mano.

Él se inclina hacia adelante y me sorprendo cuando siento sus labios presionar la mejilla, me toma del cuello y deposita otro beso muy pequeño donde termina mi cara y comienza mi cuello. Se me eriza la piel cuando se separa de mí con una sonrisa inocente en los labios.

Suspira y me mira como si estuviera a punto de decir algo que requiere de mucha fuerza. Pasa su mano acariciando todo mi rostro y se detiene en mis mejillas. Estoy a punto de besarlo, todo mi cuerpo ya está latiendo al mismo ritmo que mi corazón.

Sin embargo, él sonríe con tristeza, clava sus ojos en mí y el latir se detiene cuando veo su mirada apagada.

—Te quiero—dice por fin acompañado de un rictus en su rostro.

Hola, bebés, espero que su día haya sido mil veces mejor que el mío. He tenido mi segundo día de universidad, aunque prácticamente fue el primero y tengo más cosas que hacer de costumbre. 

¿Qué les pareció el capítulo? 

Nos leemos en el siguiente. 

Besotes. 

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