14. Las estrellas.
Hace tiempo que aprendí a hacerlo. A no llorar cuando algo me duele, me refiero.
Prefiero guardarlo para un evento realmente importante o sacarlo todo cuando vea una película melodramática o lea un buen libro. Muchas personas dicen que hay que vivir con intensidad, llorar los amargos momentos y reír hasta que el estómago duela, pero me gusta más guardar todas esas emociones para cuando el momento indicado llegue. Y si muero antes, al menos tendré algo que los demás muertos no: Emociones acumuladas que pueden explotar en la vía láctea o donde sea que el cielo quede.
Aunque esto me ha sido imposible de manejar desde que Reed apareció por segunda vez en mi vida. Es como si todas las emociones acumuladas estuvieran a flor de piel filtrándose por una pequeña grieta tan diminuta, casi invisible, que apenas noto que está ahí. Y que en algún momento frenará todo lo que hay en el interior.
Dejándome vacía.
Estoy tratando de explicarle a mi madre que el pastel de fresa no es la razón por la que hoy tendré una cita con Reed. La mitad del tiempo me ve a mí y la otra a su reality show de solteros en la playa. Me ha dicho cuál es su favorito pero tiene un nombre tan exótico que apenas recuerdo que inicia con D.
—He ganado—dice pavoneándose por su gran hazaña—. Debes hablar con tu padre.
—Que no ha funcionado—repito pero sé que será inútil y no dejará siquiera que le explique que es casi imposible que altere la función química del cerebro para que alguien se enamore.
Al menos que sea cupido.
—¿Sabes cuál es el problema, solecito? —No respondo, pero no necesita que le diga nada porque ya está hablando nuevamente, abro los ojos y aplico más máscara de pestañas—. Que no crees en las cosas que no ves. Y lo que no es visible, es lo que más impacto tiene en nosotros. Nos hace tener esperanza.
—Es razonamiento lógico, mamá.
—Han sido estos pasteles, aunque lo niegues.
—Vale. Fueron los pasteles.
Reed me manda un mensaje de que ha llegado por mí, me siento totalmente nerviosa. Llevo un pantalón de mezclilla y una blusa transparente de manga larga que tiene estrellas por doquier y me siento un poco ridícula, llevo el cabello en una media coleta. Me pongo un abrigo que era de la abuela.
Mamá se echa aire con las manos.
—Ya ha llegado—anuncio.
—¡Ay! El amor juvenil es tan romántico y perfecto—chilla—. Pásalo bien y recuerda que no tienes que hacer nada que no quieras.
Sonrío y asiento con la cabeza.
—Lo sé, mamá. Descansa.
—Y si quieres hacerlo. Recuerda que si la otra persona dice no es no.
—¡Mamá! No es cómo que me le vaya a aventar al cuello.
—Lo sé, pero es que a veces uno está ovulando y se pone hilarante en ese aspecto.
—Vale. No quiero saberlo por el momento.
—Adiós, solecito.
La escucho pegar un grito de frustración cuando han eliminado a alguien de su programa. Una risa se escapa de mí porque ni siquiera giro a la pantalla antes de colgar. Cierto el ordenador y meto al bolso el libro de recopilación de cuentos de Ernest Hemingway.
Bajo las escaleras casi corriendo. Reed está recargado en su auto, parece un poco menos pálido que días anteriores, lleva un abrigo largo de color negro y en cuanto me ve ensancha una sonrisa. Tiene ese aire despreocupado y relajado.
Se acerca a mí y deposita un beso en mi mejilla.
—Hola, Dumbo—me dice en voz baja.
Y ahí están sus poderes de seducción, se me ha erizado el vello del cuello y tengo que tragar saliva en un reflejo para aminorar el sentimiento. Tiene la cara fría a causa del viento y eso ocasiona que su nariz esté roja.
—Mi capullo favorito—digo con una sonrisa que no puedo ocultar.
—Tan romántica como siempre.
—Se me da bien—bromeo—¿A qué sí?
—Sin duda alguna. El amor que irradias esta noche es casi patológico.
Me quedo hipnotizada por un momento.
Abre la puerta del auto, le dedico una pequeña sonrisa antes de subir y él responde guiñandome un ojo. Tengo que contener el aire cuando cierra la puerta sin quitarme la vista de encima.
Reed ha manejado durante más de media hora. Hay música de fondo y sospecho que ha estado investigando mis gustos musicales porque suena una canción de mi grupo favorito y uno del suyo. Y así cada seis minutos.
Ha hecho un mix.
No me atrevo a preguntarle si lo ha hecho a propósito.
El clima aún es frío a causa de la tormenta que ya ha pasado. Froto mis manos entre sí porque están comenzando a enfriarse, mi abrigo no tiene bolsillos.
Reed atrapa una de mis manos y la entrelaza con la suya. El contacto llega como una bolsa de agua caliente. Creo que es la primera vez que él toma mi mano de forma consciente, y es suficiente para que comience a sentir mariposas en el estómago.
Un par de segundos después sin soltarme; se estaciona en las afueras del museo de astronomía. En la parte de arriba hay un observatorio o algo así leí en un volante hace un par de meses. Sirve de centro de investigación pero hay temporadas que lo abren al público. La estructura victoriana me gusta más de lo que pienso. Los muros de piedra se unen creando un arco y aunque vivo aquí desde hace un par de años—un poco más de los que puedo contar con los dedos de una mano—, jamás he venido a este lugar.
Siento la mirada de Reed quemando mi rostro y me es imposible hacer contacto visual con él.
—¿Qué? —pregunto.
—Nada. Solo no puedo dejar de verte—responde. Quiero rodar los ojos pero ha sonado genuino, sincero, solo me quedo callada.
Cuando bajamos el guardia de seguridad nos recibe sin pedir identificación. Somos las únicas personas que están aquí, la zona de exhibición del museo está cerrada y por un momento creo que nos regresaremos, pero Reed tira de mi mano antes de que doble a la derecha. Entramos a una clase de pasillo, es más estrecho que los demás y parece que estamos bajando con cada paso que damos. El piso marmoleado refleja la luz de la única lámpara que hay creando siluetas interesantes.
Hay una sola puerta blanca al topar con pared.
Cuando la abre lo primero que veo es lo que parece ser un escenario, hay una estatua en forma de un planeta que claramente no sé cuál es, también hay una frazada y cojines extendidos en el piso. Es una sala de proyecciones y por las cosas que hay alrededor sospecho que sirve de bodega. Huele a madera seca y limpiador de lavanda.
Caminamos hasta estar frente al escenario. Es más alto de lo que parece, me llega debajo del esternón y puedo ver que en el piso hay una especie de canasta y un sobre de algún color pastel. Me toma por sorpresa la cintura y en un solo movimiento ya estoy arriba del escenario.
Aprieta un botón que está a lado de la estatua al subir. Por todos lados alrededor de nosotros se extienden lucecitas tenues y brillantes en forma circular. Entonces sé que está proyectando una representación de las estrellas. Extiendo mis brazos viendo como mi piel está llena de esas luces.
Da vueltas en el ritmo correcto.
Hay mucho silencio. Me encanta. Sigo maravillada buscando el punto de origen.
—¿Te gusta?
Tengo la necesidad de decir algo tan extraordinario como lo que estoy viendo, algo que valga la pena de decir y ser escuchado, giro hacia él viendo como las luces pegan en su piel blanca y cremosa, sus ojos lucen más intensos. Las estrellas remolineando en su cara lo hacen lucir tan etéreo.
Es justo en este momento que lo sé, no hay ni una sola cosa que no me guste de él. Estoy cayendo en un abismo magistral del que posiblemente salga herida.
—Es...lo mejor que he visto. Es precioso.
—Me alegra que te guste, preciosa—responde y sé que ha usado esa palabra porque yo lo he hecho al describir lo que ha hecho. Reed siempre tiene algo que decir, algo genuino a diferencia de mí.
—Espera—digo antes de que interrumpa la proyección. Coloco la primera canción de mi lista de música y extiendo mi mano en una invitación a bailar, me cosquillean las manos antes de decir: —¿Quieres bailar?
The night we met comienza a sonar en la bocina de mi teléfono, tal vez es el lugar pero hace que resuene por todo el lugar aumentando el sonido.
Espera un segundo.
Al principio pienso que se va a reír pero toma mi mano y me da un pequeño beso. Es tan suave y rápido que me quedo con los ojos cerrados un par de segundos más. Reed se pega a mí, coloca una de sus manos en mi cintura y con la otra sostiene con fuerza mi mano. Llevo mi mano suelta a su hombro con una sonrisa nerviosa en el rostro.
Yo me muevo a la izquierda y me sigue el ritmo. No sé cómo pero termino con mi cara pegada a su pecho y mis brazos alrededor de su cuello, las luces aún siguen girando lentamente con nosotros, tengo un nudo en la garganta que estoy intentando que desaparezca pero no lo he vencido aún.
Reed comienza a cantar muy cerca de mi oído y quizá es la música o que he guardado muchas emociones los últimos días o su voz, es cuando siento la vista nublada y el nudo disiparse por todo mi cuerpo; una lágrima cae en mi mejilla y se pierde en el abrigo de Reed. Lo estoy abrazando con más fuerza, la música ya ha acabado y no sé cuando lo ha hecho.
—Mírame—pide, pero niego con la cabeza—. Abre esos ojos tan perfectos que tienes y mírame.
Levanto mi rostro aun con la vista borrosa y más lágrimas amenazando con salir.
—No voy a ir a ningún lado, Sue.
—No lo sabes—digo en un susurro intentando no desbordar ni una sola lágrima más.
—Al menos no por voluntad propia—réplica—. Sé que si esto no funciona al menos no me iré sin saber que se siente estar enamorado de ti.
—No digas eso—. Pasa sus manos por mis mejillas.
—Entonces, di algo mejor que eso—suscita pero no suena como reclamo, sino como súplica.
—Si puedo ser honesta, ahora. Mi corazón te pertenece más a ti, que a mí.
Siento que he arruinado el momento. Deposita un beso en mi frente quitando el sentimiento abrumante de mi pecho.
Después de un no tan largo tiempo, estamos tirados en la frazada. Él está recargado de la estatua con un cojín en su espalda con el libro en sus manos y yo recostada en sus piernas, tengo un sentimiento de tranquilidad en cuanto empieza a leer, su voz es grave y relajada. Un calorcito aparece en mi pecho borrando cualquier rastro de bruma.
La breve vida feliz de Francis Macomber.
Un norteamericano rico contrata a un cazador profesional, Wilson. Se sitúa en un África distópica. Uno de los personajes principales es su bella esposa, en todo el relato se menciona que Francis no ha podido cazar por miedo y que a los ojos de los demás es un cobarde. Wilson pasa todo el cuento dándole consejos a Francis. Margot vive haciendo comentarios desagradables porque a sus ojos no ha madurado. Hemingway nos hace darnos cuenta que es solo una lucha de poder entre Wilson y Margot.
Al final, Francis ha podido deslindarse de las etiquetas abrumantes de su esposa y a su vez de sus miedos. Pero está felicidad no dura mucho porque el final es caótico y sin duda llega para sorprendernos, Reed que lee y yo que estoy uniendo toda mi fuerza para escucharlo sin distraerme.
Él se queda en silencio un par de segundos y yo también.
—¿Por qué hicieron eso? —pregunta.
—Por un enfrentamiento de quien somete a quien.
—¿Qué?
—Creo que es un contraste entre el coraje y el miedo—digo—. Es como si su edad adulta y todo el momento que buscó madurar llegara como un parpadeo. Reduciéndose en segundos.
—Lucha de poder con finales caóticos.
—¿Te ha gustado? —pregunto divertida.
—¿Es broma? —responde—. Es lo más increíble que he leído.
—Vale. Creo que Hemingway me ha quitado a un posible lector.
Él ríe.
—Estoy abierto a leer tus escritos siempre que quieras.
—Me temo que no tengo nada qué puedas leer.
—¿Por qué no escribes aún?
—Por falta de talento—. Me encojo de hombros—. Eso y que no he encontrado absolutamente nada que quiera plasmar en una hoja. Quiero ser buena, no alguien más del montón. Me gusta escribir aunque no haya hecho nada bueno aún. Me gustan las buenas historias y me encanta el poder que tienen los dedos, la mente y un ordenador.
—Creo que el problema con eso es que no hay mucho que valga la pena de contar. Y al mismo tiempo todo vale la pena de ser plasmado en las hojas de un libro. A todos nos llega un momento, Sue. Un momento de dejar los miedos atrás y tomar el problema con ambas manos y pelear hasta tener la victoria. Un momento de empezar hacer las cosas que más amamos. Y nunca sabemos qué día será si no lo intentamos.
—¿Estás diciendo que probablemente muera sin escribir nada decente?
—Lo que estoy intentando decirte es que escribas. Algún día algo te va a parecer tan magnífico como para querer gritarle al mundo que tú lo has hecho.
—¿Y si no puedo?
—Lo harás. Es cómo cuando has iniciado a caminar, te has caído muchas veces hasta poder caminar un gran tramo sin lastimarte y un día, ya es tan natural como respirar—dice—¿Sabes que veo en ti?
—Talento no es—bromeo y él sonríe.
—Grandeza.
—¿Grandeza?
— Cómo una tormenta que trae consigo un sol brillante. Eres el sol.
Me quedo callada sin saber bien qué decir. Solo sé que tengo un nuevo sentimiento que se parece mucho a la valentía.
—¿Qué hay de ti? Con la música me refiero.
—Tengo talento—dice sin más, la sonrisa se me ha borrado porque toca de los más terrible. Al ver mi cara suelta una carcajada—. No, es broma. Empecé a tocar porque a veces siento que los dedos duelen demasiado si no los muevo.
La sonrisa se me borra de golpe.
—Pero ya estoy mejor. No he tenido que torturar a nadie—habla nuevamente —. Sentía que los espíritus de los músicos estaban retorciéndose en sus tumbas. He parado por el bien común.
—¿Pero te gusta?
—No realmente. Lo mío es nadar—. Una luz aparece en sus ojos—. Sentir la adrenalina correr por mis venas en las competencias. Eso me gusta.
Asiento sin quitarle la vista.
—Tengo algo que confesar. Algo que te hará salir corriendo.
—Ya nada te hará librarte de mí, Walter.
—No sé nadar—digo intentando no reírme.
—Vale, sí. Nada te hará librarte de mí excepto eso—bromea. Doy un golpecito en su pierna.
—Capullo.
—Pero este capullo sabe nadar.
—Engreído.
—Si tuvieras un sueño—. Comienza a hablar mientras sirve jugo en las copas que están en la canasta—. Si el mundo se acabara hoy, o cayera un meteorito justo ahora que te gustaría hacer antes.
—Pedir perdón para ir al cielo—respondo sin pensar. Una risa se escapa de sus labios.
—Dime diez cosas que te gustaría hacer sin importar nada. Diez cosas que más anheles.
Doy un trago a mi copa sintiendo el néctar del jugo colarse en mi garganta.
—Vale. Espera.
Saco mi libreta de notas que llevo siempre en el bolso y anoto los números del uno al diez. Estoy a punto de anotar mi primer deseo y es en ese momento que entiendo; no tengo sueños muy grandes fuera de escribir y ser una autora reconocida.
¿Qué hay de los sueños magníficos que todo el mundo tiene?
Nadar con delfines es una buena idea.
Leí que son malos y no adorables como pensamos.
¿Aventarse de un paracaídas?
Seguro me muero de un infarto antes.
Seguro que debo tener algo más.
Hola, solecitos.
¿Cómo están? Muchos regresan a clases mañana, espero que les vaya muy bien y tengan un excelente inicio de curso. Les dejo este capítulo por si están aburridos en el día y quieren leer.
Espero les guste tanto como a mí. Nos leemos en la semana.
¿Qué les pareció el capítulo?
¿Cuál sería una cita ideal?
Besotes.
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