12. El club.
Lila está comiendo zanahorias a mi lado. Tiene la teoría que si come vegetales los domingos en la tarde cuando tenga cuarenta lucirá radiante, joven y muy fresca. No es su verdura favorita. De hecho las odia porque son duras y muy naranjas en su opinión. Cree con fervor que las naranjas deberían llamarse zanahorias y las zanahorias, naranjas porque tiene más sentido para ella.
Me meto un pedazo de carne a la boca. Esta mañana solo tomé una taza de café porque me he quedado dormida. La cama de Reed fue lo suficientemente grande como para que alguno de los dos nos tocáramos. Abracé al peluche de Juana toda la noche y en cuanto pusimos la cabeza en la almohada caímos a los brazos de Morfeo. Sé que ha salido del estudio con dolor en el cuerpo y se ha quedado dormido. Marco me mantiene informada de todo y la verdad, lo agradezco.
Lila ha asistido a una craneotomía y ha pasado en quirófano más de ocho horas. Yo por mi parte, recibí el servicio muy lleno, tanto que sentía que me volvía loca, por suerte me he quedado solo con cinco pacientes después de las altas médicas.
Estamos en la cafetería del hospital. Epifanía está en estudios de laboratorio así que no hemos podido verle.
—¿Quieres una? — pregunta la morena extendiéndome un pedazo de zanahoria, pero no me deja responder cuando ya me la ha metido a la boca—. Me ha comentado Marco que te vio salir del departamento esta mañana.
—¿Crees que sería bueno si pido otra porción de albóndigas? —pregunto esquivando la acusación que es totalmente verdadera.
—A veces me preocupa tu seria obsesión por esas bolas de carne—. Su mirada corre hacia mi bandeja casi vacía y arruga la nariz con desaprobación—, aunque voy a suponer que es cierto lo que ha dicho Marco y que estás teniendo citas con mi hermano.
—Se me ha hecho tarde y...
—¡¿Han echado un polvo?! —Casi grita y yo tengo que negar con la cabeza cuando un par de personas han girado a vernos—. Necesito los detalles. Imaginaré que no es mi hermano. Es más, pensaré que es el bueno de...
—No hemos echado un polvo—la interrumpo.
Entrecierra los ojos mirándome fijamente y esa expresión me recuerda a Reed.
—Pero sí se han morreado—asegura. El calor visita mis mejillas y no tarda en llegar a mis orejas y cuando no lo niego ya está celebrando nuevamente. Trago saliva cuando ha comenzado aplaudir como niña chiquita, ya puedo imaginar cómo molestará con esto durante toda la semana—¿Y qué tal ha estado?
—No ha estado mal—digo y ella arruga la cara con desagrado—. Vale, ha estado más que bien.
—¡Lo sabía! ¡Te ha encantado! —afirma como si pudiera entrar a lo más recóndito de mi conciencia y leyera cada pensamiento que tengo sobre Reed.
—¿Qué hay de Marco?
Esta vez soy yo la que pregunta, no hemos tenido mucho tiempo para platicar desde que iniciamos en el hospital. Nos vemos para comer todos los días, sin embargo pocas veces hablamos de nosotros, siempre es de lo que hemos aprendido, nuestras pacientes o lo que servirán en la cafetería. Hemos sido amigas desde los seis años en los que tuve que mudarme a casa de mi padre, justo en su primer año de casado con su nueva esposa y madre de mi media hermana; Fabiola. A veces creo que es mi alma gemela pero en versión amiga.
Hemos hecho todo juntas, absolutamente todo y sé que sí ella está bien, yo lo estoy.
—Estoy comenzando a sentir que es un idiota—explica haciendo que cruja un pedazo de zanahoria—. Es decir, un día estamos pasándolo genial y al otro, tiene ensayos con la banda o debe ir quien sabe a dónde.
Cuando se queda en silencio creo que la razón por la que Marco se comporta tan raro, es Reed.
—¿Entonces...?
—Pero tenemos buenos polvos cuando estamos juntos. En el baño, en la sala, en...
—¡¿En la sala?! —pregunto asqueada—. Es el lugar de los alimentos sagrados.
—Lo lamento por eso—menciona, pero sé que no lo siente en realidad porque tiene una sonrisa en los ojos.
—No lo lamentas ni un poco—menciono robándole una de esas papas hervidas que tiene sin tocar en la charola. Su teléfono suena con una notificación, no tarda ni en un segundo en leerlo y por la expresión que tiene luce extrañada—¿Todo bien?
—Es mamá, hoy hay cena. Reed quiere decirnos algo...También quiere que vayas tú.
—¿Yo? —cuestiono, nerviosa—. No creo que pueda...Yo...
Casi puedo escuchar las manecillas del reloj en mi cabeza, el fuerte tic tac al ir venir. Me he quedado callada sin saber qué decir o cómo actuar.
—¡¿Estás embarazada, Calíope Walter?! —Se ha parado de la mesa y me está apuntando con el tenedor. Si saliera embarazada tendría más miedo de decírselo a Lila que a mamá.
—¿Qué? ¡No! Claro que no—respondo con torpeza.
—Vale, porque no estoy lista para ser adulta.
—Ya eres adulta, Lila.
—No. Claro que no—dice negando con la cabeza firmemente.
La cena pasó sin muchos detalles. He visto a papá bajar del auto con Fabiola, ninguno de los dos me vio y lo agradezco de gran manera. Reed ha hecho un par de chistes sobre lo que dice su padre, y mis manos no dejan de sudar durante todo ese rato. Estoy tan nerviosa que apenas y he tocado la comida.
Marco está igual que yo, ni siquiera puede mirar a los Baker a los ojos, en especial a Lila.
Casi cómo si el cáncer supiera que hoy es el día, la nariz de Reed comienza a sangrar. Tomo una servilleta tan rápido como puedo y se la extiendo, él la toma pero no me mira. Ni siquiera una sola vez. La señora Baker aprieta mi mano en forma de agradecimiento.
Entonces, es cuando explica cómo se ha sentido los últimos meses. Lo extraño que ha estado su cuerpo y los horribles dolores que no lo dejan levantarse en las mañanas, todos escuchan con atención, incluso yo que he dejado de respirar con la misma frecuencia.
Las manecillas del reloj se han detenido. El silencio sucumbe sobre la mesa cuando Reed anuncia que ha iniciado quimioterapia porque tiene leucemia linfoblástica aguda, luce muy cansado, mucho peor de lo que estaba ayer. Y escucharlo decir eso en voz alta hace que un balde de agua fría recorra mi cuerpo entero.
La señora Baker se mantiene estática mirando fijamente el plato. El señor Baker tiene los labios fruncidos en una delgada línea y Lila...Li mira a su hermano con lágrimas en los ojos. No soy capaz de alzar la mirada o de moverme siquiera. No puedo.
—No quiero que se asusten—menciona—. Solo que alguien me dijo que quizá les gustaría saberlo.
—No—susurra Laila—. No, vamos a buscar una segunda opinión médica. Iremos a otra ciudad si hace falta. Esto no puede estar pasando. A mí Reed no.
—Mamá...—interviene Lila en un intento de parecer fuerte, pero le tiembla el labio.
—¡NO! No me digas que me calme. Es que no sé qué...
—Es mejor que los dejemos hablar en familia—menciona Marco y es todo lo que tiene que decir para que me levante de la mesa y salga al patio trasero con él.
El patio de los Baker da al de mi padre. Solo los divide un cercado. Pensar en eso hace que mi ansiedad aumente. Nos sentamos en los columpios que siguen a lado del gran árbol.
Ninguno de los dos hace el intento de hablar y creo que lo preferimos así.
—Me siento cómo un imbécil—dice en un intento de romper el silencio—. Reed es como mi hermano y todo este tiempo me he sentido enojado con él...Cómo si tuviera la culpa. Suena estúpido pero...
Y no tenía que explicármelo porque es justamente como me sentía.
—Cómo si te fuera a abandonar en cualquier momento—completo por él. Asiente.
La noche está estrellada. Mucho.
—Sí. Eso me hace ser un egoísta de mierda.
—Creo que somos dos.
—Papá murió de cáncer cuando yo tenía diez. Ni siquiera pudo tener quimio, el cáncer llegó y cuando nos dimos cuenta, ya había llenado hasta sus malditos riñones, Sue...Se fue tan rápido que no lo entendía y a veces, sigo sin entenderlo.
No digo nada. Porque mi incapacidad para decir palabras alentadoras en momentos así está adormeciendo mi lengua.
—Lo que quiero decir es que me gusta pensar que Reed tiene posibilidades. Es más que lo que otras personas obtienen—añade en un hilo de voz y yo asiento.
—¿Ha tomado su medicamento?
—Sí, pasó casi todo el día durmiendo, tenía mucho dolor de cuerpo pero antes de venir ha disminuido un poco.
—Vale.
—Creí que el área de oncología era solo para quimios. Pero me he equivocado cuando he tenido que pasar por hospitalización de oncología para llegar a la sala de espera.
—Sí, la sala de quimio apenas tiene seis máquinas. Pero está mejor equipada que todo el hospital—bromeo—¿Ya has hecho amigos?
—En la ciudad no tantos. En el hospital Reed me presentó a la mitad del personal.
Suelto una risa que vibra en mi pecho.
—Conoce a más personas que yo y yo trabajo ahí.
—Lo tuviste que ver hace dos navidades. Sus abuelos lo llevaron a esquiar y cuando regresamos, todas las tiendas del lugar le habían regalado cajas de chocolate amargo. Es una tradición o algo así. Pero tuvimos chocolate hasta el verano.
Me es muy fácil imaginarme a Reed haciendo amigos. Hablando con las personas y coqueteando a diestra y siniestra.
—La primera vez que vine de visita a casa de mi padre. Lila estaba armando una casa de muñecas mientras Reed estaba patinando con el regalo de navidad que había recibido. Mi hermana Fabiola estaba aprendiendo a andar en bicicleta y yo solo estaba comiendo pan navideño en la acera—. Suelto una risita divertida—. Nuestro vecino tenía un granero, y había una gallina que tenía pollitos pero había uno en particular que siempre se retrasaba. Reed solo dejó su bicicleta y se acercó a mí.
—Me sé esa historia—ríe conmigo.
—Le robamos ese pollo al señor Milton días después. Y la señora Baker nos ayudó a cuidarlo. Mi comida favorita era el pollo frito y Reed no lo sabe, pero yo solo quería cuidarlo para tener mi propio pollo frito. Le pusimos Juana y compramos alimento con nuestros ahorros.
—¿Qué?
Ha soltado una sonora carcajada.
—Pero conforme Juana fue creciendo comencé a encariñarme con ella, no estaba tan segura de sí me seguía gustando el pollo frito. Reed me enseñó a cuidarla y quererla—digo—. Lo que intento decir es que él no es el chico que merece algo así. Tú esperas que alguien cómo él viva bien. Con diversión y...
Se me quiebra la voz y soy incapaz de seguir lo que iba a decir.
—Hay un club de personas que tienen familiares con enfermedades terminales. Y dentro del club, hay dos círculos: El primero es de los que se rinden y el segundo de los que pelean. Lamento que tengamos que estar en el club. Pero, me alegra ser de los que pelean.
Y entonces no lo entiendes.
Hasta que lo entiendes.
Hemos pasado más de veinte minutos mirando el césped sin decir nada. Temo que Lila se moleste conmigo y deje de hablarme. Aún peor, que me odie por no decirle nada.
Hola, nuevamente.
Capítulo 2/3.
¿Qué les pareció?
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