11. Efectos colaterales.
Los efectos de la primera quimioterapia no tardan en llegar.
Los efectos secundarios se instalan siempre en tu garganta y te abrazan todo el cuerpo dejándote casi paralizado por las emociones abrumantes que conllevan. No sé cómo sentirme o cómo tomar esto, es decir, no soy yo quién está pasando por esto, no soy su madre o hermana, pero, por alguna razón he estado sintiendo que lo puedo perder. Hay un sentimiento parecido a la rabia combinado con nostalgia que me ha apretado la garganta durante los últimos minutos.
Y de verdad. No sé cómo tomarlo.
Ha vomitado mucho y puedo ver cómo hace un esfuerzo por parecer fuerte; solo para que no nos preocupemos, no he dejado de pensar que lo mejor es avisarle a su familia. Si mamá supiera que estoy pasando por algo así, le gustaría estar conmigo. Pero, al final, no es mi decisión, es suya.
Hemos charlado sobre teorías conspirativas: Mundos paralelos, solipsismo y cómo rayos hacen la gelatina de limón, es decir, de dónde sale el color verde.
Sí, temas realmente profundos.
Es alérgico a la familia de las cefalosporinas y me pregunto qué tanto no conozco de Reed Baker.
Ahora nos hemos quedado en silencio porque la enfermera está llenando algunos datos a lado de su máquina. Seguimos por facetime, el doctor Hamid lo ha motivado durante toda la sesión y él ha respondido bastante animado, incluso después de vomitar. Faltan cinco minutos para que se acabe la terapia y él ya comienza a inquietarse.
La voz de Reed interrumpe mis cavilaciones.
—¿Quieres cenar conmigo? —pregunta tan rápido que tengo que parpadear para procesar lo que ha dicho.
—No puedes salir, Reed—interrumpe la enfermera—. Debes descansar.
—Podemos cenar en mi nuevo y bonito departamento—menciona, y está vez gira a mí—. Tengo jugo de manzana y Dumbo en DVD.
—Te veo en tu casa, capullo—respondo.
—Es oficialmente nuestra primera cita—menciona levantando las cejas en una cómica sincronización.
La guardia se va particularmente aburrida y sin mucho que hacer. Hay un ingreso más y me quedo el tiempo que resta con el bebé que no deja de llorar y su madre está tan cansada que se queda dormida en cuanto pone la cabeza sobre la almohada. Este bebé es más pequeño que los otros, ha pesado apenas dos kilos seiscientos gramos, tiene las manos apretadas y suspira de vez en cuando por el llanto de hace un momento.
Irene pasa su mano por su panza creando círculos.
—Da patadas cuando estoy cerca de los bebés—ríe—. Creí que había dejado la toxicidad cuando me separé de su padre, pero al parecer ha creado una mini versión de él.
Ambas nos reímos no tan alto, y cuando da otra patada me deja tocarle el abdomen. Hemos cerrado hojas, y el enfermero de la guardia nocturna llega mucho antes, así que me puedo ir sin problemas.
Lila me manda un mensaje diciendo que está noche se quedará en casa de sus padres—han hecho una cena para conocer a Marco como pretendiente de su hija—, y que me ha dejado un poco de pasta en el horno. Mamá me ha dejado mil mensajes preguntándome si su pastel ha funcionado. Marco me ha mandado la dirección del edificio y Fabiola ha llamado.
Estoy enfrente del edificio. Tiene una fachada bastante linda, sin moho pese a que las lluvias y la humedad abundan en la ciudad. Estoy un poco nerviosa, voy demasiado informal para mi gusto, llevo unos jeans negros y suéter que me queda enorme de color rosa, lo he encontrado en rebaja y solo he tenido que pagar dos dólares por él.
Estoy en el segundo piso ya, y todas las puertas tienen la misma letra: C. Busco el número 20, no entiendo cómo es que están ordenados, no tiene sentido, el número uno está en medio, y el doce a un lado. Cuando me acerco puedo ver que en realidad, antes había un uno más y ahora solo queda la tenue sombra de él.
Camino a la derecha hasta que estoy frente a su puerta. Los dedos me cosquillean, y cuando estoy a punto de tocar, Reed abre la puerta. Se ha duchado, lo sé porque aun tiene el cabello semi húmedo, lleva otra ropa y el olor de su gel combinado con su perfume me hacen aspirar un poco más.
Huele muy bien.
Seguro huelo antiséptico y sudor.
—¿Cómo estás, capullo?
—Mejor porque te estoy viendo—responde. Cierra la puerta a mis espaldas y yo echo una ojeada al lugar. Tiene una cocina integral muy linda, y la sala tiene un ventanal que da hacia la calle lateral del parque, hay mucho tráfico. Sus sofás son de un azul cielo que hacen juego con el tono cobalto de su pared.
La pequeña mesa tiene dos platos, cubiertos y una botella de vino.
—¿Debería internarte en alcohólicos anónimos? —bromeo.
—Es sin alcohol—menciona, divertido—. Porque sé que no tomas. Pero, usted señorita puede internarme donde quiera.
Sonrío.
—¿Qué tal la quimio?
—Es una mierda—responde con sinceridad—. Sin embargo, tú y Rudy me lo han hecho más llevadero.
—¿Quieres cenar o prefieres ver una película antes? —pregunta, y luce ligeramente nervioso.
Me lo pienso y termino por elegir la película después de la cena.
Él apenas pica la comida, pero no menciono nada porque sé lo difícil que es la quimio en el primer día, lo he visto por un largo tiempo en los pacientes. Lo extraño es, que no lo entiendes del todo hasta que lo vives en primera mano.
Estoy devorando mi segundo plato y hemos platicado sobre nuestra infancia, la música que nos gusta y lo mucho que ambos odiamos el clima caluroso. Es muy fan de Chase Atlantic tanto como yo de los Backstreet Boys.
Le gusta aprender nuevas cosas en la mañana porque cree que son la mejor hora para hacerlo. Odia las películas de cachorros porque lo vuelven sensiblero. Por mi parte, amo las películas que me hacen llorar. Soy fiel amante de la increíble transición de crear el dolor en algo más. Literatura, canciones, pinturas o películas.
Me gusta escribir aunque no lleve ni un escrito decente.
—¿Puedo leer algo tuyo?
—Lo dudo—respondo dándole un trago a mi copa—. Aún no he escrito nada leíble.
—No dudes de ti, Sue—aconseja, ha rozado mi pierna con la suya dejándome inmóvil—. Tal vez, necesitas solo creer más en ti.
Niego con la cabeza y cambio el tema tan rápido cómo puedo.
Después de una hora y media, ya estamos en el sofá viendo Dumbo, Reed ha acabado recostado en mis piernas y yo pasándole la mano sobre el cabello. No presto atención a la película en realidad, lo estoy viendo a él, tiene la piel más pálida y está cansado, lo sé.
—Deja de mirarme así—susurra.
—¿Así cómo?
—Con lástima, Sue. No voy a morir, aún—. Su voz es grave y suave al mismo tiempo, cuando dice esto gira boca arriba y ahora su mirada está detallando mi rostro. Me mira tanto que estoy comenzando a sentir las orejas calientes.
—No digas eso—advierto desviando la mirada.
—No lo había entendido—. Comienza a hablar casi en un susurro—. No hasta que estuve vomitando conectado a esa cosa. Tengo cáncer, Sue,
Me quedo callada, mis dedos siguen haciendo trazos en su cabello. Mi corazón se aprieta cada vez más a medida que habla.
—No tienes que hacer esto solo, Reed.
Parece que no me escucha.
—¿Te lo puedes creer? —prosigue con una risita amarga—. Tengo cáncer. Y posiblemente le rompa el corazón a mamá, a Lila, incluso a papá y a ti. Por eso debo alejarme ahora que puedo.
Le pongo pausa a la película.
—Reed...
—No quiero romperte el corazón, Sue. No puedo hacerte eso.
—¿Y si fuera al revés? —me escucho decir. Tengo la voz quebrada y mis ojos comienzan a llenarse de lágrimas—. Si yo tuviera cáncer o Lila...
Él ya no me mira.
Ya he comenzado a llorar y Reed pasa sus pulgares por mis mejillas. Tiene esa expresión de arrepentimiento en su rostro y eso ocasiona que las lágrimas no dejen de brotar.
—Me quedaría con ustedes—responde con voz trémula.
—Pues yo me quiero quedar y estoy segura que ellos también; así que tienes una semana antes de tu siguiente quimioterapia para decirles, o yo te llevaré de la oreja hasta...
—Iré. Lo prometo, Dumbo.
—Vale.
—Pues, vale—repite con el mismo tono que yo. Le doy un ligero golpe en su pierna que me hace tensar en cuánto siento el contacto. No sé si lo ha notado pero espero que no.
—¿Tienes audífonos? —pregunto. Asiente y se levanta solo un poco para abrir el primer cajón a su izquierda, a lado de la televisión. Veo que se detiene unos segundos. Frunzo el entrecejo. ¿Se ha sentido mal acaso? Me levanto para asesorarme que todo está bien. No hace falta porque él gira primero.
Estamos frente a frente y luce tenso. Él traga saliva.
Seguro se ha comenzado a sentir mal y no quiere decirlo.
—¿Te sientes mal? —pregunto intentando ocultar el timbre de preocupación en mi voz.
Me mira, su mirada es tan intensa que por un momento olvido que probablemente se ha mareado. Estoy a punto de decir algo cuando jala mi suéter hacia él.
Me quedo estática cuando se inclina hacía mí con su mano en mi nuca. El aire se esfuma cuando siento sus labios presionar los míos, es suficiente para sentir mariposas en el estómago y cuando correspondo el beso; su otra mano toca la piel desnuda de mi cadera y todo dentro de mí se marea.
Mi corazón late a toda velocidad. Y esta vez soy yo la que hace un movimiento depositándolo en el sofá. Estoy inclinada de piernas cruzadas en el sillón con sus manos recorriendo mi abdomen y la parte baja de mi espalda, suelto un sonido gutural.
Suéltalo, aprovechada.
Mi mano está enredada en su cuello y tengo que separarme en busca de aire.
Hace calor.
Sonreímos sin quitarnos la mirada. Tiene pintalabios alrededor de la boca. Paso mi mano por su mejilla y limpio los restos de pintura, él aprovecha para tomar mi muñeca con suavidad y deposita un beso en la palma de mi mano.
Conecto los audífonos a mi celular—han terminado en el suelo—, y selecciono una canción. La canción que quería mandarle pero no me atreví. No hasta ahora. Con cuidado, y con el pulso acelerado tomo un auricular y lo coloco a su oreja; él tiene un audífono y yo otro.
Espero que capte la muy no indirecta canción.
All you have to do is stay a minute.
Just take your time.
The clock is ticking, so stay.
All you have to do is wait a second.
Your hands on mine.
The clock is ticking, so stay.
Siento sus ojos evaluar mi cara aunque él no tiene ninguna expresión en el rostro, antes hubiera pensado que es porque la canción no le gusta o le parece de lo más rara, pero justo ahora sé que no sabe que decir; que pone atención en cada segundo de lo que escucha.
Reed pasa su mano alrededor del sofá, cómo hacen los chicos en las películas en las salas del cine. Y aunque no me está abrazando puedo sentir su calor corporal salir de su cuerpo y rozar el mío, tiene esa mirada con la que comunica todo y entiendo lo que quiere decir.
—Sabes—comienzo hablar con voz nerviosa—. El cotilleo no me deja dormir a veces. Tengo curiosidad por algo.
—¿Ah sí? —Enarca una ceja, intrigado.
—¿Por qué la chica que vive cerca del edificio te sacó en calzones a plena calle?
Reed se queda boquiabierto.
—Oh, sí—murmura—. La chica que te dio el balonazo, era su novia. Y a diferencia de lo que cree tu mente...
—¿Qué creo, según tú?
Que es un gigoló o un mujeriego, sí.
—Que soy un gigoló que va por ahí mostrando su bien esculpido cuerpo—. El sarcasmo en sus palabras es evidente pero yo decido ignorarlo—. Nos encontró enrollándonos, yo no sabía que tenía pareja, pero he echado unos buenos polvos y...
Extiende el hombro sobre la mesilla y le doy un puñetazo.
—Auch—se queja—. No he terminado la historia, y ya me agredes.
—Eso fue por el balonazo que recibí por tu culpa.
—Lo siento—dice Reed. Pero conserva una sonrisa en la mirada que me hace querer besarlo nuevamente. —Y cuándo nos ha encontrado. Le ha dicho que estaba esperando a su prima y me he equivocado de habitación. Me ha sacado a golpes de ahí, como Dios me trajo al mundo.
Suelto una sonora carcajada y él lo hace conmigo.
—Claro. Búrlate, Dumbo—dice con indignación falsa.
—Ya vale. He tenido un momento de debilidad.
El reloj marca quince minutos antes de las doce.
—Te llevo a casa—dice—. Cuando tú me digas.
—No hace falta. Hoy dormiré en el hospital.
Reed arruga el entrecejo como si fuera lo peor que ha escuchado durante toda su vida.
—¿Por qué no te quedas a dormir aquí?
Me quedo completamente paralizada y dejo de respirar.
—Puedes dormir en mi cama, es más grande que la del hospital, eso es seguro. Yo dormiré en el sofá.
¿Me pregunto si es consciente de que debe descansar bien? De hecho, me pregunto sí es consiente de lo mucho que me gusta.
—Mañana tienes estudios a primera hora—respondo y modero mi tono para que no sepa que me he sentido tonta por lo que voy a decir—. Podemos dormir juntos.
Asiente fingiendo desinterés pero cuando giro para tomar mi celular, lo veo reprimir una sonrisa triunfante.
Capullo.
—Solo que yo duermo del lado de la pared y tú del lado donde sale el monstruo.
Él vuelve a asentir.
—Espantar monstruos es mi especialidad—Deja de reprimir la expresión en su rostro y ahora es clara—. He comprado un peluche de gallina que vi esta tarde porque me acordó a ti. Puedes abrazarlo cuando sientas miedo y si los peluches no son lo tuyo, yo y mis brazos estamos muy disponibles para ti.
Tomo en un vertiginoso momento a la gallina y sonrío intentando que el calor en mis mejillas desaparezca.
Y me es imposible no sentir que estoy comenzando a pillarme de él.
¿Qué me has hecho, capullo insufrible?
Hola, bebés. Espero se encuentren bien, solo ha pasado un día, pero es sábado de actualización y para que no se pierda la costumbre es: 1/3.
No se olviden de votar, y comentar que les pareció.
Espero les haya gustado, me divertí mucho escribiendo el final del capítulo.
Tomen mucha agua, duerman bien y cuídense. Besotes, nos leemos en el siguiente capítulo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro