10. Sentimientos acercándose a más sentimientos.
Las esperas me ponen nerviosa. No son lo mío. Todo el personal de enfermería a excepción de jefas de piso y pasantes, estamos en la sala de jefatura esperando que las listas sean pegadas para saber quién será nuestro nuevo adjunto o si debemos dejar el servicio e ir a otro. No estoy tan segura de querer dejar a Lila, pero no estoy en mi mejor momento para decidir, mi mente no deja de pensar en lo de Reed. Lila ni siquiera sabe que su hermano está aquí y no tengo cara para mirarle a los ojos y fingir que no sé nada. Simplemente no puedo.
He dormido sólo cuatro horas.
Me siento particularmente desanimada.
Todos están murmurando y eso hace que mis nervios aumenten. Camino de un lado a otro por el pasillo. Para este momento Reed debe estar siendo dado de alta. Hay rumores de que la siguiente semana hay un curso sobre reanimación o hemodiálisis, no sé. Después de todo, solo son rumores.
—¿He mencionado cuánto amo terapia intermedia? —menciona Lila.
—Sí, cómo veinte veces—murmura alguien y la morena sonríe satisfecha.
—Si Irene se va, me muero—le digo bajito para que nadie escuche.
Pero no puede responder porque ha salido la secretaría a pegar las listas. Todos se amontonan a la pizarra y solo puedo escuchar quejas y uno que otro comentario de felicidad. No me he movido, pero Lila tira codazos y ya está en primera fila buscando nuestros nombres.
—Mierda. No puede ser—se queja.
Se da la vuelta con sorpresa.
Suspiro ruidosamente, frustrada. Todo esta agonía para nada. Me vuelvo a dejar caer en la silla con pesadez.
—Te han mandado a alojamiento conjunto—menciona, y no sé si está feliz o apunto de echarse a llorar.
—¿Qué? ¿A mí? —pregunto caminando hacia la lista y asesorandome que en realidad sí, así es. Veo mi nombre al lado del de Irene, y eso me hace sentir mucho más tranquila de lo que esperaba. Piso número cuatro. En realidad me hace sentir muy feliz porque he estudiado muchísimo salud materno-infantil.
—Me han mandado a neuro—dice con el timbre apagado—. No quiero dejar a los pacientes.
Oh, no.
Suspira apoyando la cabeza contra la pared.
—Seguro es temporal—digo para consolarla.
—Oye, ¿En neuro no es donde está el guapo residente? Lo vi en el cuarto piso...
La que estaba preocupada.
Mierda.
Lo único malo de que estemos en cuarto piso, es que ambos servicios quedan pasando oncología y al menos que Reed le diga a Lila antes de la quimio, ella se enterará. Nada más con pensarlo se me eriza la piel y tengo que negar con la cabeza un par de veces para borrarlo de mi mente.
—¿Me has escuchado?
—Sí—miento—. No. Estaba pensando en cosas.
Ella pone mala cara pero no menciona nada.
Ambas subimos las escaleras hasta el cuarto piso. Irene ya está allá y nosotros hemos quedado que bajaremos a la hora de la comida con Epifanía. Ella gira a la derecha y yo a la izquierda cuando pasamos por el área de seguridad, al lado del elevador. Esta área huele a desinfectante y cítricos. He llegado a la central y me arrepiento al instante en que veo que tenemos muchos más pacientes de los que hay en terapia intermedia de adultos. La morena está lavándose las manos mientras le echa un vistazo al servicio. Las cortinas azules y el piso blanco reluciente hacen una extraña mezcla que disminuye mi tensión.
Me acomodo la tarjeta de identificación. No hablamos mucho antes de pasar con las pacientes y sus recién nacidos mini humanos. Nos hemos presentado y he conocido a los diez bebés que tenemos.
Irene ha mencionado que la mayoría se van de alta hoy, a excepción de tres que han tenido sangrado después de la cesárea. Hemos abierto hojas, bañado bebés y he podido escoger la ropa; por un momento olvido que mi mundo fuera de este servicio es un completo caos. Son tan pequeñitos que me dan ganas de tenerlos en brazos todo el día.
Ha llegado un nuevo ingreso.
Irene está dando una plática sobre planificación familiar mientras yo alimento a una bebé con fórmula por indicaciones de la pediatra. Tiene la nariz pequeñita y succiona como si hubiera permanecido los nueves meses de gestación sin alimento alguno.
Ronnie llega con los desayunos junto con el nutriólogo, tiene cara de pocos amigos pero en cuanto ve a la pequeña hace un puchero.
—¿Ya fuiste a neuro? —pregunto y niega con la cabeza.
—Apenas vamos para allá, enfermera—responde el nutriólogo y solo veo cómo Ron rueda los ojos y se apresura apuntar en una lista de control todas las dietas. Unas normales y otras sin azúcar para diabético o algo así escucho—¿Necesita algo?
—No, nada, gracias. Era curiosidad.
Me da una mirada desdeñosa que no le dura mucho porque fabrica una sonrisa cuando llega con la siguiente paciente.
—Han cambiado a Lila allá—susurro a lado de ella cuando me levanto para sacarle el aire al neonato después de comer.
—Es mejor que soportar regaños de un viejo malhumorado—dice. Tengo la impresión de que él la ha escuchado y ella lo sabe—. Aparte, hay un tipo muy bueno ahí. Me ha mandado como mil mensajes diciéndome lo genial que es el nuevo servicio y lo mucho que va aprender.
Sonrío al escucharla. Es cierto. Ambas hicimos nuestro servicio social durante un año en un hospital que tenía los servicios básicos de salud y muchas, muchas carencias en cuanto material y medicamentos. Así que sí, estar aquí nos hace aprender siempre.
Después que Ronnie se marcha, dejo a la bebé en el cunero que está a lado de la camilla donde se encuentra su madre. Ya ha pasado un buen rato, hemos tomado una taza de café porque ninguna de las dos ha dormido lo suficiente, sé que la razón por la que estoy aquí es porque Irene lo solicitó al jefe Oscar. Y ella está aquí porque el embarazo la cansa cada vez más.
Estamos hablando con las pacientes de lo mucho que odiaban a sus parejas en el embarazo, lo mucho que lloraban, Irene ha estado de acuerdo con todas ellas. La mitad de la plática he estado distraída y pensando en si el capullo se sentirá bien o no.
El día ha transcurrido mucho más rápido de lo normal. Tan rápido entre bebés de tres kilos, y medicamentos, que dando justo las tres de la tarde la ginecóloga autoriza las altas médicas. Irene ha ido a comer. Deja firmada las hojas y yo me quedo cerrando el control de líquidos de las madres.
Ella ha dejado todo listo con los bebés. Me escucho a mi misma cantando canciones de los Backstreet Boys, los familiares han pagado y llenado las normas necesarias en caja. Y yo tengo un bonche de expedientes que tengo que ir a dejar archivo en cuanto termine.
Una hora y media después ya he terminado. Paso los medicamentos que le corresponden a mis únicas tres pacientes que están dando seno materno a libre demanda, todas son tan diferentes pero, las tres comparten ese brillo en sus miradas.
Me pregunto si Irene se verá así cuando nazca su bebé y el simple hecho de pensarlo, hace que un cosquilleo inunde mi corazón.
Se ha quedado apoyando en el tercer piso un rato. Ya ha vuelto.
He tenido que decirle a Lila que no puedo bajar a comer.
—¿Sue? —vuelve a llamar la morena.
¿Cuántas veces me ha llamado ya?
Las suficientes, seguro.
—El doctor Hamid dice que el ciclo de quimio de Reed está a punto de comenzar.
Intento lucir entusiasta cuando una de las pacientes, Margarita, me da una sonrisa fruncida, levanto la barandilla asegurando un clic, intento devolverle la sonrisa pero mi boca se niega hacer la forma. Me aferro al tubo antes de responder.
—¿Sabes cuántos ciclos se le darán?
—Me mencionó que serían tres ciclos por sesión—responde—¿No quieres ir a verlo?
Niego.
Sí que quiero ir, pero no me es posible cuando probablemente haya pacientes con infecciones y por protocolo no puedo estar en otra área si estoy con neonatos. Y aún faltan más de cuatro horas para salir. Pero, puedo llamarlo por facetime.
Sostengo el teléfono con ambas manos después de bajar y subir corriendo cuatro pisos para llevar los expedientes. El pecho me sube y me baja, deslizo mi dedo sobre el icono de llamar y aparecen tres puntitos que me indican que estoy en espera.
Estoy nerviosa; hay una mezcla extraña de sentimientos en mi pecho: Rabia, tristeza, ansiedad, es tan raro que siento que puedo explotar o cambiar de humor con facilidad. Irene ha ido con las pacientes y me ha dado mi espacio en la central.
Una mancha de color negro aparece en la pantalla acompañado del sonido de la máquina.
Se necesitan todas las partículas de mi cuerpo para mantener la calma.
—Tienes que ver lo guay que es esto—dice una voz que conozco a la perfección—. Le he preguntado a la enfermera que si puedo volverme un Transformers pero ha dicho que no. Yo digo que se ha negado por celos.
—Claro que sí, Reed—la escucho decir.
—Ya empiezo a sentir como me van saliendo ruedas—bromea. Y esta vez la mancha negra desaparece y puedo ver su cara. Tiene el cabello revuelto, y un moretón cerca del cuello que apenas y puedo notarlo, está sonriendo y mantiene esa mirada brillante.
—Con que no te conviertas en uno malo, todo está bien—digo siguiendo la corriente.
Hay un momento de silencio, donde nadie habla, el único sonido de fondo es el de las máquinas.
—Gracias por llamar—balbucea—, por no dejarme solo.
Oh, no, capullo insufrible.
Mi corazón se ha hecho chiquito. Sacudo la cabeza tratando de controlar las emociones que están brotando y fabrico la sonrisa más amable que puedo.
—¿Te han dicho cómo serán las sesiones?
—Serán ciclos de tres semanas con el que se administran un día de quimioterapia, día trece de agosto y día veinte, con día veintisiete libre. Y así hasta que el doctor Hamid lo indique—explica—. Pero también serán los lunes con otro medicamento, pero ese es por vía intravenosa. El doctor Hamid dice que es sólo el principio porque el tratamiento es agresivo. De inicio estaremos en la inducción.
La inducción dura aproximadamente un mes o un poco más, es intensiva y relativamente breve, algo así dijo el doctor Altman.
—Entiendo.
—Después se pone peor—bromea—. Vamos a descansar un poco y empezaremos con la consolidación.
Asiento cuando él lo hace.
—Tienes que ver lo sexi que me veo recibiendo mi tratamiento, Dumbo—. Ensancha una sonrisa y yo ruedo los ojos, divertida—. Los calzones rojos han quedado atrás, lo de hoy son las quimios.
—Lo sé—me rio con él—. Me he comenzado a sentir seducida.
Él sacude la cabeza y me guiña el ojo de forma casi exagerada, pero tan jodidamente perfecto que tengo que apretar los labios para no ensanchar una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Estás ocupada?
—Ya he pasado medicamentos y solo tengo tres pacientes.
—Voy a colgar, y te mandaré una buena canción—explica sin darme tiempo a responder.
Claro.
El teléfono suena con un mensaje, cuando lo abro me doy cuenta que es el link de la canción, siento el corazón acelerarse y ni siquiera sé por qué. Es solo una canción. No es que me la haya dedicado o algo así, probablemente es una canción infantil con gallinas de fondo.
Me pongo los audífonos cuando abro el enlace, comienzo a leer las primeras partes de la canción al mismo tiempo que el cantante las entona, estoy sonriendo como una loca. Sonrío tanto que siento mi corazón acelerarse. Capullo insufrible, es tan perfecto que duele.
I tried to be chill, but you're so hot that I melted.
I fell right through the cracks.
Now I'm trying to get back.
Before the cool done run out.
I'll be giving it my bestest.
And nothing's gonna stop me but divine intervention.
I reckon it's again my turn. To win some or learn some.
But I won't hesitate no more, no more.
It cannot wait, I'm yours.
Unos minutos más tarde está llamando nuevamente. No tardo ni un segundo en deslizar mi dedo por la pantalla cuando ya he visto una sonrisa con todos sus dientes.
—¿Y bien? —dice esperando una respuesta. Ruedo los ojos con hastío falso y ya ha soltado una risita—¿Te ha gustado?
¿Eso significa qué...?
Por supuesto. Oficialmente el rarito de calzones rojos nos ha dedicado una canción.
Me he emocionado.
Vale, muy maduro de mi parte.
—Me ha gustado—respondo por fin. Sonríe pero no dice nada.
—¿Sabes qué me ha dicho mi enfermera? —pregunta y no espera que responda—. Que me iría bien una canción. Así que es tu turno.
—No me uses para coquetear, Baker—escucho reclamar, la voz es lejana y madura; esta se opaca cuando Reed mueve el teléfono para mostrarme el tripe de dónde cuelga una solución.
Y eso es todo. Cuelga dejándome descolada, nuevamente.
Hola, solecitos.
¿Cómo están? Espero se encuentren muy bien, y la estén pasando genial.
¿Qué les pareció el capítulo?
¿Cómo se sintieron?
Está semana abra muchísimas actualizaciones si llego a terminar el libro. Gracias de antemano por estar aquí. Cuídense mucho y nos leemos mañana.
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