0. Se parece al principio.
—Joder, ¿Te comiste al Grinch? —musitó Ronnie dando palmaditas a mi espalda
El horrible olor a alcohol y el pedazo de tortita con espinacas que me había comido hacia no mucho, ahora reposaba en la acera. Era asqueroso, mi vómito color verde, no verde lindo, ni verde fosforescente, era verde Grinch, hacia que la pobre Ronnie estuviera más asqueada que de costumbre.
¿Por qué mi vómito era de ese color?
La gente nos miraba raro y comenzaban a cotillear. Sí que parecía una loca y ebria loca con pijama de osos panda, pero en mi defensa ya era media noche.
Aunque, no era por eso que nos miraban. De hecho, ni siquiera su atención estaba posada en nosotros, si no en el idiota que habían sacado de alguna casa en ropa interior, llevaba un calzón rojo con caritas feliz. Tenía la mejor espalda que había visto los últimos días y eso que trabajaba frente a un gimnasio de lo más guay. Algunos gritos se escapaban de la casa que estaba a lado de la panadería.
Nos queríamos mover de ahí para no ser cotillas, pero debíamos esperar a Lila para ir a la farmacia por algún suero o lo que fuera que quitara ese malestar estomacal.
No le mientas al mundo, mentirosa. Estás aquí por el chisme.
Ronnie vivía dos calles atrás de nosotros-de Lila, y yo-las tres nos habíamos mudado al entrar a la universidad y hoy era uno de esos fines de semana en la que Ronnie nos pedía bajar a probar sus creaciones mágicas como ella los llamaba. Eran bebidas de todo tipo, y esta vez me había tocado la mala suerte de ingerir un torito de frutos rojos que sabía a Ambroxol, ese jarabe para la tos que te dejaba la lengua adormecida. Trabajaba en el bar de la esquina, y estudiaba gastronomía los fines de semana. Así era cómo había terminado medio ebria y desorientada en la acera de mi casa. Bueno, esa no había sido la razón del todo, era más bien un efecto colateral de un capullo que me había roto el corazón a los seis años y al que le había guardado rencor desde entonces, y el que según Lila regresaría en una semana.
Un ruido seco nos hizo sobresaltar.
El chico golpeó un par de veces la puerta, llevaba el cabello revuelto y parecía que tenía un tatuaje cerca del hombro, pero no podía asegurarlo.
Esperaba que si el mundo me daba la espalda, fuera la de él.
Concéntrate, Sue.
La puerta se abrió, yo y Ronnie dimos un paso más cerca de la escena y el vómito—casi de forma sincronizada—. Una rubia apareció hecha un manojo de llanto con mocos, aventó lo que quedaba de su camisa blanca y le enseñó el dedo corazón antes de cerrarle el portón en la cara. El chico, solo tomó su ropa y gritó un: Lo siento, preciosa.
Y creo que fue la peor palabra que jamás alguien pudo pronunciar, porque la puerta se volvió abrir; una pelirroja con un par de tatuajes en la cara y una mirada asesina gruñó algo que no entendí del todo, pero lo que sí vi y a toda velocidad fue un balón de basquetbol.
La chica lo aventó directamente al idiota pero, él fue más ágil y en un solo movimiento él estaba libre del peligro y cuando entendí todo...Mi alrededor se volvió muy oscuro y pesado.
Algo me había golpeado con fuerza.
-...
—Ya la has matado, en hora buena, no irás al cielo-escuché decir lejanamente.
No podía pensar bien, tenía ardor en la boca del estomago y una horrible jaqueca.
¿Qué había pasado y porqué sentía que me había torcido el cuello?, ¿Acaso me había pasado de copas? Ese estúpido torito...
No, no era eso. Yo estaba...
Cuando abrí los ojos lo primero que vi fue un aro de luz al rededor de la cabeza de un chico, no podía distinguir del todo, aunque pareció aliviado en cuanto me vio, llevaba una camisa blanca medio abotonada, y el sonido lejano de una corriente de aire acompañaba la escena. Me quedé perdida en esos ojos marrones intentando procesar todo lo que había pasado.
AHHHHHHHHHH, ME HABÍA MUERTO.
No, no, no, yo debía vivir. Era muy joven y sin ningún logro en la vida, y si mis papás entraban a mi ordenador seguro encontrarían esa novela que no debía haber leído por curiosidad, seguro que por eso había muerto. Dios había decidido que ya no tenía remedio.
No, mi pizza congelada...
Ahora ese ángel de la muerte esperaba a que hablara para llevarme al más allá.
A parte de borracha, loca.
—¿Estás bien?
Si no me muevo, quizá se vaya.
Dios dame otra oportunidad, prometo ser mejor...
—Sue, ¿Estás bien? Soy Ron, un idiota te golpeó indirectamente con el balón—habló con tranquilidad—¿Llamo a la ambulancia?
—Gracias Dios, por darme una oportunidad—dije en voz alta juntando las manos en señal de gratitud eterna y muy sincera.
—Ya estarás contenta—habló el chico en un hilo de voz—. Ya la has dejado más loca que una cabra.
El chico de ojos marrones, el mismo al que habían sacado del edificio y el culpable de que la cabeza me latiera tal corazón en pleno trasplante me extendió una mano para ayudarme a levantar. Olía a perfume y humo. Cuando estuve de pie, la cabeza me dio vueltas, y tuve que sujetarme mucho más fuerte de su mano.
—Lo siento mucho, no quería lastimarte a ti—habló la pelirroja a mi derecha, pero, no quería girar, sentía que en cualquier momento podía marearme y caer. Solo asentí o lo que pareció ser más, una mueca de desagrado, comprensión y hastío.
—¿Cómo te sientes?—preguntó el chico, su voz golpeó mi mejilla y una corriente eléctrica me recorrió haciendo que mi cien palpitara, el tono era grueso y muy seguro.
—Eh, estoy bien. No bien porque gracias a ti me dieron un pelotazo.
—Sobre eso, lo lamento.
—Sí, ya se me ha pasado el dolor de cabeza con la disculpa—respondí con amabilidad falsa.
—Si quieres voy por una pastilla, seguro que el paracetamol funciona—dijo—. Lo que sea para que te sientas bien, bonita.
—Desaparecer me haría sentir mucho mejor—respondí de mala gana, queriendo no volver a ver a ese idiota en mi vida. Había algo en sus ojos color marrón que me resultaban familiares.
—Un paracetamol es mejor —añadió Ron.
—Mejor dos.
Creí que había entendido la ironía en mi tono, pero solo asintió.
Para mi sorpresa, el rarito de calzones rojos, se echó a correr escaleras arriba de nuestro edificio no sin antes girar a verme y estaba muy mareada para asegurarlo, pero podría casi jurar que me guiñó un ojo antes de desaparecer, las personas que estaban reunidas al otro lado de la calle comenzaron a caminar a sus respectivos destinos, cómo si el espectáculo hubiese acabado.
Y entendía, ese bombón ya se había ido.
A veces la gente si que puede ser chismosa.
Ya lo creo.
—¿A qué clase de locos le rentan en este lugar? —preguntó Ron.
—Yo vivo en ese lugar.
—Tiene sentido.
—Ya, vale, que no hace falta ser tan empática.
—Yo, de verdad lo siento—se disculpó de nuevo, tenía la voz más dulce que pude haber escuchado.
—Sí, no pasa nada, de verdad—dije débilmente—. Suerte con lo que sea que haya sido la razón por la que aventaste esa arma mortal.
—Suerte con el golpe, lo siento.
Cuando la chica se dio media vuelta, Ronnie se despidió porque debía de terminar su turno. Yo por mi lado subí las escaleras hasta el segundo piso sobándome la cabeza con la palma de la mano. Ese idiota iba a recibir su merecido en cuánto lo volviera a ver, o hasta que el karma apareciera.
Y algo me decía que iba a ser muy pronto.
¡Hola!
Cómo extrañaba esto. Me encantaaaa.
Ya saben que no lo escribí yo si la historia no empieza con un ridículo por parte de la protagonista.
¿Cómo han estado?
¿Qué les pareció el inicio?
¿Qué creen que pase en el primer capítulo?
Estoy tan feliz de regresar con ustedes. Espero la historia les guste tanto cómo a mí, prometo que me esforzaré para que tengan una buena lectura.
Nos vemos el próximo sábado. Recuerden que si votan y comentan el próximo capítulo es para ustedes.
Besos sabor a sandía. xoxo.
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