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Capítulo 9

Cuando se ama

"Me gustaría volver a ser niña, cuando los adultos se esforzaban porque tu percepción del mundo fuera bella y no eran quienes la empeoraban día a día, casi adrede".


—Te lo estoy diciendo, Green, no caben más dulces en la tercera columna... —dijo al teléfono entre su mejilla y su hombro—. Ahora se cae el búho y perdemos.

—Oye, estás jugando sin decirme, ¿no? ¡Puedo oír el Sugar crush, tramposa! —respondió el auricular—. ¿Cuál es el sentido de jugar mientras hablamos si no nos sincronizamos, Rey?

—¡Demonios! ¡Volví a perder! —exclamó retrocediendo de la pantalla en su silla con ruedas.

—¡Eso te pasa por no jugar al mismo tiempo que yo! —se burló.

A las dos de la tarde, Regina acababa de almorzar, su madre se hallaba en la tienda de ropa que les pertenecía y su padre daba una conferencia de marketing en alguna universidad no muy prestigiosa. Si Regina no participaba en el negocio familiar, se debía a la exhaustiva investigación que debía estar realizando para su monografía; sin embargo, halló un tiempo libre para jugar en la computadora y, de paso, conversar con Green.

—¡Regina! —exclamó él.

—Perdón, estoy iniciando otra partida.

—¡Oye! Yo aún no pierdo...

La risa de la muchacha se vio interrumpida con la notificación de un mensaje nuevo que había llegado a la cuenta de e-mail abierta en ese momento. Mascó su chicle sin azúcar y, al creer que el mensaje había llegado a su cuenta, abrió una pestaña nueva para leerlo.

—Rey, ¿sigues jugando sin mí?

—Espera, me llegó un correo...

—Uy, ¿de tu novio? —rió.

—Sí, del que está hecho de azúcar...

Green, al teléfono, siguió protestando sin que Regina le prestara atención alguna. Seguido de unos cuantos clicks, para cuando Rey se dio cuenta de que el mensaje enviado no era para ella, ya lo estaba leyendo con atención.

Daniel:

Sé que los últimos días han sido difíciles para ti y no hemos podido vernos toda la semana anterior. Sin embargo, confío en que este sábado podamos terminar saldando cuentas. Te estaré esperando en el centro comercial de la av. Winstom como ya te dije, por si acaso.
Ansío verte, mi amor.

Sinceramente, tuya

Allison

Lo hubo de leer una decena de veces porque, quizás, estaba malinterpretando alguna palabra o frase, tal vez, lo habían enviado a la cuenta equivocada, era probable que se tratara de una burda broma. Mas al cabo de diez minutos, Regina deslizó sus dedos por su negra cabellera, llena de ansiedad y con un ritmo cardiaco fuera de sí, mordió sus labios y miró, angustiada, su celular, del cual la llamada con Green ya se había terminado. El mensaje que había leído era tan breve como la explicación que necesitaba para comprender lo que sucedía. Sin embargo, siguió negándoselo con furia, su familia era perfecta y no existía en ella la infidelidad, el engaño, la traición, la mentira, el abandono y mucho menos el adulterio. Debía de ser no más que una pesadilla, eso deseaba ella.

***

Una hora más tarde tocaron el timbre de la casa de la familia Berry. Regina bajó hasta la planta baja y al abrir la puerta se topó con la sonrisa radiante de su amiga de inquieta mirada.

—¡Hola, Re...!

—¡Peny! —soltó un alarido y se abalanzó a los brazos de la chica—. ¡Ay, gracias por venir! ¡Si tan solo supieras!

Penélope correspondió al abrazo, con cierta sorpresa, y tan apenada como confundida, acarició la cabeza de Regina antes de alejarla con suavidad.

—¿Qué pasó? —preguntó con los ojos muy abiertos.

—Ay, Peny... —sollozó—. Caramelito, mis papás... —Su voz se quebró en un agudísimo chillido.

Rey se deshizo del contacto físico con Penélope, se abrazó a sí misma con una mano cubriendo su boca y desviando los ojos al vacío. Permaneció en silencio unos segundos y Penélope esperó con paciencia mientras veía cómo la mirada de Regina se tornaba vidriosa hasta dejar caer sus lágrimas con fluidez, como si fueran parte de su rostro. La joven, acongojada, frunció el ceño y negó con la cabeza antes susurrar, ya rota en un llanto inconsolable:

—Mis papás se van a divorciar...

Entonces berreó sin contenerse ya y Penélope supo cómo estrecharla entre sus brazos, o eso trató al no haber tenido tiempo de digerir la información.
Dentro de Regina, la sangre corría desesperada hacia sus mejillas y mientras sentía cómo gran parte de su corazón se partía en dos, no pudo evitar imaginarse una vida en que los almuerzos y risas familiares se terminarían, una en la cual ya no celebrarían la Navidad, el Año Nuevo y el Día de Acción de Gracias de la misma forma, sin las palabras de papá, los mimos de mamá y el cariño que ellos siempre se transmitían con tan solo una mirada que calaba hasta Regina para darle la sensación de calidez y felicidad, estímulo que siempre necesitó para ponerse de pie después de caer.
Su familia perfecta no lo sería más y, tal vez, uno de sus padres cambiaría su risa de ahora en adelante porque el hombre que ella más amaba había engañado a la mujer de su vida.

A su vez, Penélope entró en una insondable tristeza y las memorias de su niñez la consumieron por completo. Conocía a Regina desde los seis años, doce meses después le diagnosticaron a esta diabetes del tipo dos, y desde ese momento, tanto Penélope como los señores Berry, se convirtieron en un equipo que se dedicó a su sana alimentación y rutina de ejercicio.
Cada mañana despertaban a las cinco y media, se vestían y salían a correr, saltar la soga, realizar sentadillas, aeróbicos, subir y bajar escaleras, y cualquier otra actividad hasta que Regina no pudiera levantarse. No mucho tiempo después Penélope renunció al ejercicio puesto que tenía otras obligaciones que cumplir y algunos años más tarde la señora Berry también claudicaría, de modo que solo quedaron Regina y su padre.

Pero los momentos que Peny vivió con aquella familia quedaron grabadas en un tejido más profundo que el de su piel. "Peny, hijita, ¿nos acompañas a desayunar?" "Peny, ¿estás bien? ¿Ya te cansaste?" "¿Quieres que te cargue en mis hombros, pequeña?" "Gracias por acompañar a Rey siempre, sabes que como es hija única necesita un amigo... y estás tú todo el tiempo... Gracias, pequeña". Ella solía verlos como una pareja de adultos que estarían a su lado de manera incondicional, como si fuese una Berry más...

"Ojalá mis padres se llevaran como los papás de Rey... Por ellos sé que el amor existe".

Si después de más de una década el lazo que Amanda y Daniel habían mantenido se rompía, ¿todavía había pruebas de que el amor era real? ¿Acaso el amor no era eterno y sincero o este también se acababa?
Estaba segura de haber hallado en un matrimonio ajeno algo que nunca halló en su hogar, pero ahora que se desvanecía, su creencia no parecía más que una mentira muy cruel.

***

Regina le mostró a su amiga el correo que había recibido la cuenta de su padre y esta no dudó en expresarle todas las interrogantes que ella misma había tenido en un inicio: "¿Y si se equivocó de e-mail?" Por lo tanto, todavía ansiosas y con el corazón encogido, decidieron ir al centro comercial en el cual, según el mensaje de la mujer que firmaba como Allison, se encontrarían ella y el señor Berry.

A lo largo del trayecto Regina recibió varias llamadas a su celular de parte de su amigo Green, pero las silenció todas puesto que sus dedos temblaban y sabía que al pronunciar palabra su voz también vacilaría hasta el último instante antes de echarse a llorar sin ánimo de detenerse. Ni siquiera conversó con Penélope, quien sujetaba su mano en todo momento mientras estuvieron en el bus, solo compartieron algunas miradas y sonrisas.
Por más evidente que fuera el correo de "Allison" todavía querían preservar una última esperanza, aún querían otorgarle al señor Berry el beneficio de la duda, necesitaban creer que el amor existía...

Al bajar del ómnibus, las fuertes ventiscas golpearon sus rostros y revolvieron sus cabelleras ya de por sí desordenadas debido a las sacudidas que habían sufrido en el vehículo con la ventana abierta. Caminaron de la mano hasta el conglomerado y ruidoso establecimiento de cuanto artículo se les pudiera ocurrir para llenar un hogar, y comenzaron a buscar con los ojos a una pareja de aspecto joven.

Con cada segundo que transcurría y al no hallar a su padre, Rey no pudo evitar sentir cómo su alivio al basarse todo en un error, crecía con rapidez. Quizá, se habían equivocado, quizá, leyeron demasiado rápido, quizá, una desagradable coincidencia las había llevado hasta allí. Solo era una coincidencia. Tenía que...

—Rey... —llamó Penélope y sujetó con fuerza la mano de su amiga—. Tu papá está en los batidos... con una mujer...

A unos metros de ellas, cruzando las fuentes de ángeles y a través del agua que caía en cascada, Regina vio al señor Berry conversando con una mujer de tacones altos y teñido cabello rubio. Una mujer como esa no podía ser digna de un hombre como Daniel Berry, no alguien que no aparentaba más de treinta años.

Regina sintió un nudo que la ahogaba en la garganta, frunció el ceño y apretó la mandíbula lanzando a aquella mujer una ponzoñosa mirada de ojos vidriosos. Casi conseguía quemarse con el fuego en su estómago y sangrar con los cortes que le producirían los pedazos de vidrios del marco de una añeja fotografía familiar ya arruinada en el suelo.

Era verdad.

—Rey, mejor vámonos... —sugirió Penélope con un hilo de voz.

Regina mantuvo el semblante firme en dirección al lugar en el que se encontraba la pareja. Guardó un largo silencio hasta el momento en que soltó la mano de su amiga y comenzó a acercarse, rauda, a la pareja.

—¡Rey! —llamó la muchacha sin conseguir ser escuchada.

Pese a que se mostraba en desacuerdo, Peny decidió seguir a Regina justo detrás de ella, esquivando a las personas que se les interponían y tratando de no ser oída ni reconocida por el señor Berry. No tenía idea de las intenciones de Regina, ¿qué tramaba: aparecerse frente a ellos y gritarles? Tal vez, ni ella misma lo sabía.

Al estar cerca, pudieron oír una breve plática entre ellos:

—Creo que ya se ha dado cuenta... —susurró Berry con una voz grave.

—Si es que vas a formalizarnos, díselo cuánto antes... —respondió "Allison", seductora y, al mismo tiempo, amenazante.

Pese a su aroma a colonia, sus altos tacones y la falda descarada que esa mujer exhibía, las chicas debían admitir que aquella mujer no lucía como alguien palurdo que se halla en la esquina de un parque cualquiera, más bien, era el tipo de mujer atractiva y obsesionada con su aspecto que se hallaba en un gimnasio, una completa dama reptil.

Para ese instante el pulso de Rey iba a más de mil por minuto, encolerizada, apretó sus puños y rozó con fuerza sus dientes para que estos produjeran un estremecedor chirrido. Estaba dispuesta a seguir oyendo lo que decían, aseguraba que nada podría evitar que ella consiguiera más motivos para reclamarle a su padre y estar segura de que sus suposiciones eran ciertas.
Sin embargo, Penélope avanzó hasta donde ella se hallaba y pisó uno de los pasadores sueltos de su zapatilla, cayendo al suelo con torpeza.

De inmediato, varios de los presentes se volvieron hacia las muchachas, incluidos, claro, el señor Berry y la mujer que lo acompañaba.

"Oh... ¿Por qué vine con Peny?"

—¿Penélope? —pronunció el hombre frente a ellas, con gran impresión y, sobre todo, incomodidad en su semblante.

—¡Buenas tardes, señor Daniel! —Se apresuró en contestar como un reflejo de la rutina.

—¿Qué están...?

Berry detuvo sus palabras en mitad de su confusión al ver los furiosos ojos de su hija, quien apretaba los puños y los dientes para no dejar brotar sus amargas lágrimas, para no romperse más de lo que estaba y en frente de todos.

***

—Un jugo de papaya sin azúcar ni algarrobina, por favor —pidió su padre a un muchacho de uniforme detrás del mostrador.

El chico asintió y se alejó hacia el otro extremo del local, en donde estaban las licuadoras y las frutas.

—Regina, ¿por qué viniste? —preguntó deslizando sus dedos por su negrísimo cabello lacio. Su hija apretó la tela de sus vaqueros sobre sus rodillas y bajó la cabeza sin emitir palabra alguna—. ¿Estuviste revisando mi e-mail? ¿Eh, hija? —Ella permaneció muda—. ¿No vas a decir nada? ¿Cuándo fue la última vez que yo revisé tus cosas? ¿Nunca te dije que era una falta de respeto?

—¡No puedes hablarme de faltas de respeto! —Alzó la voz, con las lágrimas recorriendo ya sus mejillas.

—No me contestes. Así sea un delincuente, sigo siendo tu padre, señorita —aseveró, firme.

—¡No! —exclamó, indignada.

—Regina...

—No sé quién seas hoy, pero mi padre jamás engañaría a mi mamá porque él la ama... Eso lo sé, estoy segura.

—Regina —dijo con pesar, como si cada palabra oída hubiera sido una tonelada de concreto sobre sus hombros.

—¿¡Por qué lo hiciste!? ¡Dime por qué! —Quebró su voz.

El señor Berry pasó la palma de su mano por su rostro y dirigió la mirada a un lugar vacío, tratando de que las palabras salieran de sus labios. Estaba cansado y su hija solo martillaba su conciencia.

—No puedo creer que te pongas así —afirmó.

—¿¡Cómo que 'que me ponga así'!? ¡Papá,...!

—Regina, tienes veintiún años. —Alzó la voz sobre la de la chica y la miró, tenso—. Ya no eres una niña de ocho que no puede vivir sin papá ni mamá, es más, hace tres años pudiste irte de casa como la gran mayoría de jóvenes de tu edad, pero decidiste quedarte. Entonces, deberías de comprender ya qué sucede en los matrimonios y abstenerte a la realidad. No vivimos en los cuentos Grimm.

La muchacha permaneció unos segundos escrutando cada rasgo reacio en el rostro de su padre, tratando de comprender por qué le hablaba de esa manera, intentando sostenerse a la versión del mundo que la hacía feliz.
Con las lágrimas empañando su vista, contestó, dolida, en un susurro:

—Quería creer que nuestra familia era perfecta... Puede que no los necesite ya, pero quería quedarme a su lado... —Bajó la cabeza y frotó su mejilla con el reverso de su mano.

El señor Berry la contempló por unos instantes antes de suspirar con cansancio y recostarse en sus manos entrelazadas sobre la mesa.
El joven de uniforme dejó el vaso del jugo de papaya entre ellos pero ninguno de los dos le prestó atención, ni siquiera miraban a Penélope y a la mujer Allison, quienes se hallaban a varios metros detrás de ellos, sentadas junto a la fuente, con un jugo cada una en sus manos y tratando de no fusilarse con miradas ladeadas.

—La perfección no existe, Regina —dijo el señor Berry, ya más tranquilo—. Todas las familias tienen problemas y es muy difícil saber si cuando te casas, lo haces por amor. No importa cuánto juren quererse, no pudimos sentir lo mismo después de quince años, si seguimos juntos es por ti... —La joven sollozó—. Ya eres mayor de edad, algún día tendrás tu propia familia y, quizá, sepas qué quiero decir.

—Cuando tenía seis años... me dijiste que mi mamá era la mujer más maravillosa del mundo...

—Y siempre lo será.

Ambos guardaron un silencio tenso, en el cual Regina solo optó por enjugar sus lágrimas que seguían cayendo, y su padre, por desviar la mirada, masajear su entrecejo y disimular su corazón roto.

—Hay amores que se acaban con la rutina, cielo. Pero a ti... Confía en que te voy a amar por siempre... —Sujetó las delicadas manos de su hija entre las suyas y la obligó a verlo a los ojos.

—El amor no se acaba —repuso ella—, no el real...

El hombre asintió con lentitud y acercó con suavidad a la chica para estrecharla en sus brazos con la suficiente fuerza como para recomponer cada parte en ella que se había quebrado. Besó su cabeza y acarició su espalda, mientras ella sollozaba con más fuerza para desahogarse, para tener fortaleza luego cuando le tocara hablar con su madre.

—Lo que tuvimos tu madre y yo se terminó hace mucho, pero lo que siento por ti, ni la rutina ni la monotonía, los errores o cualquier cosa que imagines, puede desvanecerlo. ¿De acuerdo?

Regina guardó silencio contra su pecho, lloriqueó una vez más y pronunció con un hilo de voz casi imperceptible en el bullicio del lugar:

—Esta noche no irás a correr conmigo porque estarás con ella...

—Sí... —Tardó en contestar.

—¿Tiene como treinta?

—Treinta y ocho...

—Mi mamá todavía te ama...

Él resopló con hastío y volvió a besar a su hija mientras meneaba la cabeza.

—Ella estará bien. Lo sé.

Regina frunció su rostro una vez más y quiso deshacerse en lágrimas, pero se tragó el pesar y solo se apartó con suavidad de su progenitor. ¿Cómo era posible que él creyera que su madre ya no lo amaba?

—Me voy —avisó ella.

—Te amo, Rey.

La joven negó con la cabeza, se deshizo del contacto entre ambos, tomó el jugo que él le había comprado y se puso de pie de las bancas.

—Yo te odio, papá —dijo sin más y se alejó en dirección hacia su amiga.

El señor Berry suspiró, cerró sus ojos por un momento y decidió seguir a su hija.

Penélope y Allison se hallaban en mitad de una plática no muy amistosa cuando Regina se acercó a ambas, ignoró por completo la presencia de la mujer negándole incluso el contacto visual y se dirigió a la joven.

—Vámonos, Peny —dijo sin poder simular la fragilidad que la sostenía en ese instante.

Penélope asintió, se puso de pie y meneó su mano hacia Allison en forma de despedida, esta pronunció una mueca en su semblante y torció el gesto. Entonces llegó el señor Berry a su lado, escondió las manos en los bolsillos de su saco y comentó, casual:

—Hace mucho frío, ¿no quieren dinero para el taxi, niñas? —Sacó su billetera y buscó efectivo en ella.

—No, papá, hace mucho que no necesito nada de ti —negó Regina dejando al hombre inmóvil y observándola.

Penélope se despidió con respeto pero seriedad del señor, este le devolvió la palabra con cierta consternación, Regina solo tomó la mano de su amiga y se alejó tirando de ella. Allison apenas pudo pronunciar un "Cuídense" sin que nadie le prestara atención.

Los pasos se hacían más pesados cada vez, el viento se sentía más cruel y las conversaciones que resonaban en cada pared, más lejanas e indiferentes. Regina tenía una misma expresión de ira congelada en el rostro y Peny no supo nada más que hacer que beber de su jugo.
Ambas permanecieron en silencio hasta llegar a la salida del centro comercial. Transcurrieron varios minutos más hasta antes de que Penélope echara su vaso descartable a un tacho de basura cercano. En un instante cualquiera deslizó sus dos manos por una de las de Regina, sobresaltando a esta.
La joven de oscura cabellera se giró y vio a su amiga hacia abajo, quien recostaba su mejilla en el hombro de ella.

—Llamaré a mi madre para decirle que me quedaré a dormir en tu casa —susurró Penélope.

Regina la miró, luego de dos parpadeos sonrió con tristeza y estrechó con fuerza una de las manos de su amiga.

—No sería justo que te obligue a consolarme por algo tan superficial...

—Rey...

—Yo tuve a mis padres juntos todos los días de mi vida hasta ahora, y tú has podido abrazar a tu papá en solo dos ocasiones, hace muchos años... No es justo, cerecita... No se está acabando mi mundo, solo es un divorcio y yo ya estoy vieja como para no comprenderlo...

El bullicio de los autos corriendo frente a ellas no consiguió llenar el vacío que sintieron con su silencio prolongado. Un silencio que no se alivianó con los sollozos de Rey, sus vidriosos ojos y su forzada sonrisa que luchaba por no desaparecer con facilidad.
Respirar pesaba en el pecho y en la garganta, en aquel momento lo único que ella necesitaba era correr a los brazos de su padre una vez más para que este la alzara en sus hombros y luego besara, travieso, a su madre. Porque, tal vez, viviría encadenada a medicamentos, inyecciones y ejercicios por el resto de su vida, pero aunque su corazón se detuviera algún día, la diabetes nunca podría quitarle a su familia.
Había vivido por tanto tiempo en una atmósfera de amor y paz que al verse arrebatada de ella de forma tan abrupta, no concebía lo que estaba sucediendo como algo diferente de una pesadilla que se terminaría al abrir los ojos. La verdad era que si lo hacía, esta solo se vería con todas sus manchas de crudeza y realidad, no se desvanecería, ya no.

"¿Y me... voy a morir?"

"No, Rey, porque mamá y yo cuidaremos de ti siempre para que nada te pase".

"¿Los dos juntos?"

"Los dos juntos".

"¿Y si se separan como los papás de Peny?"

"A las personas que se aman ni la muerte los separa".

***

Ya entrada la noche el ir del segundero y el agua corriendo con fuerza del caño erizaban la piel de Regina y aceleraban su pulso. La duda de si dirigirse o no a su madre la carcomía a tal punto que necesitaba menear su rodilla para deshacerse un poco de su ansiedad, tan palpable como el estupor de la mujer.

Parecía que los trastes a lavar jamás se terminarían, puesto que apenas la mujer dejaba un plato ya limpio en el escurridor, comenzaba a llenar de detergente otro.
Los nervios de Rey se la estaban comiendo viva desde el umbral mientras presionaba con más fuerza uno de sus dedos con una astilla que sobresalía del marco de la puerta. Entonces, cuando creyó que su mejor alternativa era marcharse, su madre alzó la voz sin dejar de darle la espalda:

—Viste hoy a tu padre, ¿no es así, Regina? —inquirió con cierto enfado.

La joven demoró en contestar el mismo tiempo que una gota de sudor tardó en deslizarse por su sien.

—Sí, pero, ¿cómo,... cómo lo sabes? —masculló.

La mujer cerró la llave del lavabo, dejó en el escurridor el último traste y dio media vuelta para tener dónde apoyarse. Dirigió sus ojos al vacío, secó su nariz con el mandil que le colgaba sobre el vientre y negó con la cabeza.

—Me llamó hace un rato... Me dijo que cerrara su cuenta de e-mail en la computadora.

—No dormirá aquí hoy, ¿verdad?

La señora Berry volvió a negar con parsimonia, con la mirada fija en las losetas del suelo.

—Nunca más ahora que lo sabes... —susurró con la voz agrietada.

Regina se exaltó.

—¿Hace cuánto que tú lo sabes, mamá?

—Ya hace unos... meses... —Rascó su cabeza—. Pero salen desde hace un año.

La muchacha pasó saliva que llegó a su garganta como una piedra, recostó su espalda en la pared, pasó su mano por su frente y resopló con la mirada en el suelo.

—Jamás se lo voy a perdonar, mamá...

Amanda no resistió el oscuro mar que llevaba en su interior y comenzó a desbordarse por sus ojos. Apretó sus puños sujetando el mandil y subió la cabeza hacia el techo para tratar de captar más oxígeno.
Rey siempre lo había sabido, su madre adoraba a su padre, aun cuando estuviera enfadada, aun cuando gritara y quisiera mandarlo todo al diablo, ella lo amaba más allá de las iras y las peleas. ¿Por qué él se empecinaba en creer lo contrario?

Es que algún día Regina Berry tendría que dejar ir su infancia llena de amor gracias al cariño de su madre y a los cuidados de su padre. En el momento en que se fuera de casa, cuando se enamorara y se casara, cuando la enfermedad se la llevara debía de dejar a sus queridos progenitores, pero ¿qué pasaría con su madre si se suponía que ella siempre lo tendría a él a su lado?

La señora rompió en un llanto desconsolado, con los ojos divagando, sin encontrar el motivo ni razón a lo que había acontecido.
Regina se acercó a su madre y la estrechó en sus brazos tratando de brindarle el calor que necesitaba, mas ambas solo consiguieron que sus lágrimas corrieran con mayor fluidez.

Permanecieron de pie en la cocina, aferrada la una a la otra por varios minutos hasta que la más joven de ambas decidió inquirir para saber qué sentía con exactitud su mamá:

—¿Qué pasó?

Amanda cerró sus ojos con fuerza, apretó sus labios y a su hija contra ella misma.

—Cuando tenías quince... Nuestra relación comenzó a deteriorarse... —Tomó aire y arrugó entre sus dedos la blusa de la chica—. Tratamos de arreglar lo que se había roto pero no hallamos todos los pedazos... No los hallamos...

—Pero, ¿por qué? —balbuceó Regina.

—Me sentía tan sola... —Lloró volviendo añicos el corazón de la muchacha—. Todo el tiempo estaba trabajando y yo estaba tan sola... No pude evitar... salir con otro hombre.

Rey se apartó de su madre de repente y la miró con los ojos muy abiertos y las pupilas dilatadas. Amanda se temió lo peor aun ya habiéndolo visto venir, por lo que no cesó su llanto, por el contrario, se intensificó.

—¿Saliste con otro hombre? —inquirió con fuerza e indignación en cada letra.

La mujer sollozó, posó una de sus manos en su nariz y asintió repetidas veces, como si hubiera tratado de deshacerse del peso en sus hombros.

—Nunca me lo perdonó...

—¡Claro que no! ¡Él te amaba! ¡Yo lo sé! —gritó.

Su madre cubrió su rostro con ambas manos y bajó la cabeza. Regina retrocedió un par de pasos antes de jadear, furiosa, e irse a su habitación, rauda.
En ningún otro momento de su vida había sentido más incertidumbre en su corazón.
En algún momento se habían acabado las sonrisas de cada mañana, un día desaparecieron los regalos y detalles, las promesas se desvanecieron y solo quedó el recuerdo de su amor con el sueño de lo que pudo haber sido. ¿Sobre quién caía la culpa?

Jamás habían sido perfectos, no más que la pantalla de mentiras que los había cubierto por años. Si ella se había equivocado y él jamás la había perdonado, ¿por qué Regina se sentía la más desdichada?
Tal vez, era producto de su egoísmo, inmadurez o debilidad pero si de algo estaba segura era de que ya no tenía idea de cuándo asegurar que había sido amor. Solo sabía lo que ella sentía y había sentido desde siempre, por lo que la enfurecía no odiar a esas personas, sino, el hecho de que debía aceptar la realidad, pues era lo normal en ese mundo.

"Madura, Regina,... madura", se repitió en el frío de sus sábanas.

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