Capítulo 8
Su vacío corazón sangrante
El sol seguía oculto cuando cierta chica de cabellos tan oscuros como la noche se levantó de su cama, veloz, al oír su despertador sobre una pequeña mesa cercana.
Luego de ocuparse en el baño, se vistió con su sostén deportivo, una camiseta del mismo tipo, pantalonetas, medias cortas y sus zapatillas. Terminó de atarse una alta coleta en el cabello y egresó de su habitación cuando el día ya había llegado. En pocos parpadeos llegó a la cocina y halló a su madre revisando la olla sobre la estufa y a su padre cerrando su casaca de buzo frente a un pequeño espejo colgado.
—¡Buen día! —canturreó Regina al asomarse a la habitación.
Su padre dejó de moverse y le dirigió una mirada llena de sorpresa, como si su presencia fuera extraña en su propia casa. El señor Berry sonrió con amplitud un segundo después y se acercó a su hija.
—¡Rey! —exclamó y besó su mejilla—. ¿Ya dejaste de soñar con osos polares? —Rió.
—Papá, te quedaste atrapado en mis seis años. —Sonrió antes de ver que la mujer de amarillo delantal permanecía en silencio todavía, e inmóvil, con la vista fija en algún punto vacío. Extrañada, decidió preguntar—: ¿Mamá? Buenos días...
La mujer se giró hacia ella y la observó por un instante con los ojos perdidos y vagos.
—Ah, hola, cariño. Buen día —musitó.
La señora Berry volvió a su cocina y se encargó más de prisa de ella puesto que había dejado de prestarle atención desde hacía un momento.
Regina frunció el ceño y se giró para ver a su padre pero este ya le había dado la espalda y se marchaba, sigiloso.
Los recuerdos más jóvenes que tenía Rey se basaban en varias escenas de sus padres besándola, cargándola o mimándose entre ellos, con risas y miradas sugestivas que en ese entonces ella no comprendía.
En aquella zona de Atlanta el matrimonio Berry era conocido no solo por verse y ser bastante joven para la edad que su hija tenía, sino, por la gran complicidad que demostraban, las nulas peleas que se oían en su hogar, siempre sonreírse en sus pláticas y darse grandes demostraciones de afecto como sus vacaciones por su aniversario, las flores que ella recibía en el trabajo o los besos que se regalaban en las calles. Todos en el barrio decían que su relación era envidiable para los años que llevaban juntos y lo diferentes que eran el uno del otro.
Regina siempre creyó que pese a sus carencias, cualquier problema físico o económico que pudieran tener, su familia era perfecta porque estaban unidos, se amaban y era lo único que importaba.
Después de que Regina se graduara de la preparatoria e ingresara a la universidad de Emory se centró tanto en sus estudios que descuidó cada detalle de la relación de sus padres, por lo que era evidente que no se percatara de las distancia que se estaba formando entre ellos.
Amanda, la señora Berry, era una mujer morena, esbelta y conservada a sus cuarenta y cinco años, amable, testaruda y estricta; mientras que el caucásico señor Berry, Daniel, era un hombre alto y atlético que trabajaba en una oficina a diario, de carácter apacible, noble y dulce la mayor parte del tiempo, adoraba a su familia... Ninguno alertó el descuido de su hija, pero aquella mañana fue obvio que habían tenido una discusión, la primera que había notado Rey. ¿Sería por la edad?
—¿Ya te aplicaste la medicina, Rey? —preguntó su padre acercándose a la puerta de salida.
—Sí, papi, ya —respondió, pensativa, con un asentimiento.
Su padre le sonrió con cierto matiz diferente en su gesto. No pudo obviarlo, una mezcla entre preocupación y tristeza se había formado en sus labios y ni siquiera la expresión afable consiguió borrarla.
Regina siguió a su padre, lanzó un "¡Mamá, volveremos pronto!" a la cocina y sin recibir respuesta alguna, ambos se marcharon.
Solo necesitaron de una mirada cómplice para comenzar a trotar juntos, puesto que el clima los estremecía con su baja temperatura a esas horas de la mañana.
Mientras iban entrando en calor, Regina no pudo evitar sonreír con cada mirada que le dirigía a su progenitor: ciento ochenta centímetros de amabilidad, una barba de tres días, el cabello negrísimo bien recortado, uno de esos relojes dorados en su muñeca izquierda y un abdomen plano. La joven no evitaba pensar que era gracias a ella que sus padres disfrutaban de una silueta saludable, la diabetes tenía varias ventajas al parecer.
Del trote de unos treinta minutos, pasaron a correr entre los edificios del conjunto habitacional Heinz, luego rodearon el parque del distrito central y cuando ya estaban jadeando disminuyeron el paso.
—Rey, hoy no podré acompañarte en la noche —avisó el señor Berry en medio de respiraciones agitadas que cortaban sus palabras.
—¿Ah sí? Está bien, papá. ¿Pasó algo?
—Sí, verás, tengo que salir con... —El sonido de una melodía desde su celular lo interrumpió y tuvo que sacarlo de su bolsillo para contestar—. Rey, tardaré un rato. Ve avanzando, ¿sí?
Dicho esto detuvo su trote, colocó el teléfono en su oreja y comenzó su plática con un desconocido para la muchacha. Ella ni siquiera contestó, vio al hombre usando palabras poco formales, por lo que supuso que no era una llamada del trabajo, sino que se trataba de un familiar, y siguió con su trote.
Regina había pensado que el señor Berry la alcanzaría en poco tiempo pero cruzó la calle principal, siguió por la clínica Kingdom, llegó a la zona más abandonada y silenciosa del distrito y permanecía sola.
Estuvo a punto de dar media vuelta e ir a buscar a su padre cuando oyó el agudo sonido de vidrios partiéndose de golpe. Se sobresaltó un poco, estaba rodeada de tiendas clausuradas, calles sucias, estructuras altas, algunas quemadas, otras, solo vacías, por lo que sabía que la presencia de personas en ese lugar era muy poco usual. ¿Quién rompía ventanas?
Regina caminó con sigilo alrededor de un edificio naranja próximo, sintió cómo el ruido se intensificaba a medida que estaba más cerca de la parte trasera. ¿Sería un delincuente?
Por abandonadas que estuvieran esas edificaciones, Rey sabía que estaba prohibida la destrucción del inmueble de la comunidad, así que pensó, con ingenuidad, en ahuyentar a la persona que estuviera infringiendo la ley.
Su ritmo cardiaco se aceleró con fuerza, la temperatura de sus dedos descendió por completo y pese a que transpiraba, comenzó a sentir frío hasta el último instante en que se asomó con lentitud por la esquina de la edificación. Entonces lo vio.
Llevaba puesto un buzo negro, el cabello suelto y despeinado, las heridas en su rostro como moretones y rasguños eran bastante visibles pero lo que más resaltaba en él era la ira con la que levantaba una piedra y la arrojaba a las opacas ventanas de la construcción frente a él. Incluso escarbaba en la árida tierra con sus manos para conseguir más municiones que lanzar; Regina supo que, en ese estado, su intervención solo enfadaría más a Harley.
—Vaya que es un delincuente... —murmuró la chica para sí misma, con cuidado de no ser oída, y se marchó antes de que su presencia fuera captada.
Harley quedó sin compañía en aquel desolado lugar, lo cual lo tenía sin cuidado ya que la soledad en su vida, él sentía, había jugado un papel fundamental, a tal punto de volverse rutinaria y normal.
Con cierta pesadez en el cuerpo levantaba de dos en dos las piedras que se disponía a lanzar sin apuntar. Le gustaba el sonido del vidrio quebrándose o solo quería destruir cualquier objeto para sentirse un poco menos represivo, ni siquiera él lo sabía pero de lo que sí estaba seguro era de que llevaba en sí tanta energía acumulada que para deshacerse de ella en esa única acción, debería permanecer allí un mínimo de tres días y medio. Debido a esto, al cabo de diez minutos más, dejó las piedras que tenía en la mano y salió corriendo tan rápido como pudo.
El muchacho sentía su pulso en las sienes, toda su caja torácica e incluso le castañeaban los dientes, pero siguió moviendo sus piernas a gran velocidad, aunque estas parecieran flaquear, aunque necesitaba detenerse y beber agua, como un castigo autoimpuesto siguió corriendo a lo largo de las calles nubladas.
Su cabello se alborotaba, dejó de sentir su frente y mejillas, el viento golpeaba con violencia su faz, a cada segundo una gota de sudor caía en su camiseta y las heridas en partes de su cuerpo como la cara y los brazos, le ardían con el líquido y el frío.
Después de algunos tramos, Harley llegó a una zona más comercial y las personas con las que se topaba no hacían más que escudriñarlo con rapidez, pues cualquiera pensaba que se trataba de un asaltante con el rostro descubierto.
La atención que recibía era insignificante a sus ojos, ni siquiera oía el cantar matinal de las aves o las bocinas de los autos porque lo único que importaba para él en ese instante era el grito de sus pensamientos.
Cada mañana que a Harley Wood se le antojaba correr caía en un mismo agujero de ensimismamiento pleno en el que se dejaba hundir por sus memorias, las penas, la monotonía, la ira, la soledad, el pesimismo, la rutina y cualquier otro aspecto de su vida que él quisiera saborear del presente o pasado, puesto que el futuro no existía, por lo tanto, era inútil darle importancia.
A medida que pensaba en lo que había perdido, aquello que no poseía, lo que más lo enfadaba, mordía con mayor fuerza su labio inferior y aceleraba el ritmo de su trote.
Cuando hubo llegado a la comisaría, su raudo correr se había transformado en un perezoso arrastrar de sus pies con la cabeza baja. Con el estupor que lo embargaba ya no había lugar en su mente para las amarguras, así que había logrado su objetivo, se sentía agotado pero en paz.
Aquel sábado por la mañana era el día en que cierto joven cumpliría con su pena de dos semanas y veinticuatro horas por robar una cajetilla de cigarros en una bodega cercana a su hogar, en estado etílico.
Harley conocía a ese muchacho con una perfección abrumadora, su problema radicaba en que cada vez que lo veía se dejaba dominar por sus impulsos y olvidaba detalles que podrían ayudarlo.
El día en que Tom Field volvería a sus andanzas en las calles era tan insignificante para Harley que lo suprimió de su mente como basura que necesitaba desechar, por desgracia.
No prestó atención a la comisaría cuando se arrastró cerca de ella, siguió caminando hasta tomar una avenida más corta que lo llevaría a su casa, pero también era la más silenciosa. Su sopor era tan denso y sus jadeos, tan ruidosos que no se percató de que alguien lo seguía sino hasta que esa persona alzó la voz mientras Harley descansaba reclinado en un árbol.
—Wood, qué bueno volver a verte...
Su voz de tonos muy agudos para su edad consiguió erizarle la piel y callar su tosca respiración.
"Mierda..."
—¿No me vas a contestar o cuánto tiempo quieres que espere? —insistió el muchacho acercándose.
Harley se giró con torpeza sintiendo cómo cada miembro de su cuerpo pesaba una tonelada como mínimo. Justo en ese instante de su nariz comenzó a brotar sangre hasta sus labios.
"Maldita sea, mierda, mierda..."
—Ah, mira qué sorpresa, Wood —comentó, sarcástico, al dar un aplauso—. Alguien te dejó un regalo antes de que yo llegara. Mira qué conveniente. —Rió.
—¿Qué quieres ahora, Tom? —preguntó Harley reclinando su espalda en el árbol y cubriendo su nariz con una de sus manos.
Tom Field era el tipo de muchacho que podía permanecer días o semanas enteras tras las rejas y jamás reflexionar sobre aquella lección. Su carácter tosco, agresivo y violento lo acercaba a delincuentes juveniles, de los que no asesinaban porque no se les había ocurrido o no lo habían necesitado todavía.
Al inspeccionarlo con escrutinio, Harley se percató de sus ropas inmundas, que seguro no debió haber cambiado desde antes de someterse a la ley, su piel pálida como el papel, sus ojeras más pronunciadas y oscuras que las del mismo Harley, el enrojecimiento de sus ojos, sus labios partidos y su negro cabello graso. Lucía casi tan desastroso como Wood, solo le hacían falta las heridas y cortadas en su faz, hecho por el cual, aquel se sintió lo suficiente superior como para burlarse.
—Por Dios, estás hecho todo un desgraciado... —Volvió a reír—. ¿Tu novia te golpeó al fin por serle infiel?
—Lárgate, Tom, no estoy de humor... —farfulló apretando su nariz.
—¿¡No estás de humor!? —vociferó—. ¿¡Y cómo crees que yo estoy después de quince días en la cárcel, eh!?
—Eso fue tu culpa, yo no robé esa porquería, ¿de acuerdo?
—¡Ah, no! ¡Claro que no! —Sonrió mientras negaba con su dedo índice al frente—. Harley Wood es una dama disfrazada de pordiosera, una pobre alma incomprendida que defiende a los débiles, obedece las normas, se acata al reglamento pero es una porquería de persona con el resto del mundo, ¡incluso con sus propios padres! —gritó esto último escupiendo en el rostro de su interlocutor.
Tom se deshacía en sarcasmos y gritos coléricos, pero Harley solo estaba pendiente de sus llagas, por lo que permaneció inmutable.
—Field, solo vete... Las damas también descansan, ¿sabes? —añadió al propósito para molestarlo.
—¿¡Quién mierda te has creído!?
Tom no esperó a que Harley se enderezara, se abalanzó sobre este y lo arrojó sobre las raíces del árbol. Ni siquiera esperó a que se retorciera y quejara, solo comenzó a patearlo en las costillas mientras rabiaba.
—¡Maldito seas, imbécil! ¡Por tu culpa me metieron a ese lugar de mierda! ¿¡En qué demonios estabas pensando!? —gritó—. ¿"Seré el héroe y llamaré a la policía porque ese idiota se llevó una estúpida caja de cigarros"? ¿¡De verdad valía la pena!?
—¡Ah! —Harley soltaba alaridos, tensaba sus músculos y ni siquiera podía abrir los ojos debido al dolor que sentía.
—¡Pues fúndete ahora, imbécil!
Tom se sentó a horcajadas sobre Wood y lo golpeó consecutivas veces en el rostro. Veía cómo su víctima escupía sangre y gritaba pero no pensó ni por un segundo en detenerse.
Entonces, Harley, como pudo y en un acto raudo de desesperación, cogió su navaja del bolsillo de su sudadera y la incrustó con fuerza en la zona más accesible de Field: su muslo.
—¡Ah, mierda! —gritó Tom retrocediendo—. ¡Carajo, sigues usando esa cosa!
—¡Ya sabes para qué sirve!
Con sus últimas fuerzas, Harley se puso de pie de golpe y pateó en el rostro a Tom enviándolo de espaldas a la acera. Escuchó sus quejidos y el sonido hueco que produjo su cabeza al estrellarse con el pavimento y siguió avanzando para volver a clavar su arma en el cuerpo del chico: su brazo izquierdo.
—¡Ya, maldita sea, Harley! —quiso detenerlo Tom.
—¡Quiero que me dejes en paz, imbécil! —respondió antes de golpear su rostro con el puño.
Tom escupió algunas gotas de sangre y estiró sus brazos frente a él para detener a su agresor.
—¡Me iré, también estoy cansado! —desgarró su garganta—. Ya, cálmate, Wood... Harley...
—Vete de aquí, idiota. —Escupió en la cara de Tom, se enderezó y pateó sus costillas una vez antes de dar media vuelta e irse.
Apenas logró oír los sollozos de Tom, quien optó solo por abrazarse a sí mismo y permanecer recostado en la acera con el dolor palpitante en su cuerpo, el cual no era superior al que Harley sentía, y a su vez este no era suficiente como para quitarle a Wood su dignidad aun cuando debía irse cojeando y lamentando cada pequeño paso que daba hacia su hogar.
***
Treinta minutos le tomó a Harley Wood recorrer los quinientos metros que lo separaban de su hogar. Renqueaba, escupía sangre, limpiaba su nariz y el sudor de su frente, apretaba la navaja ensangrentada en su mano y mordía sus labios para no gritar del dolor que sentía pero nunca se detuvo sino hasta que pudo recostarse por unos minutos en la puerta de madera de su casa.
Sujetó el pomo con fuerza y reclinó en él todo su peso.
Se sentía como un trozo de carne muerto mal cortado y medio sonrió ante ese pensamiento.
Luego de recuperar las fuerzas que creía necesitar, ingresó a su hogar, se arrastró en medio de la sala, pasó por el comedor, subió las escaleras hasta su habitación, allí se desnudó, entró a su baño personal y desde el suelo abrió la llave de la ducha para recibir las frías gotas de agua en su cuerpo maltrecho.
Cerró los ojos y levantó la cabeza para sentir que levitaba a un lugar menos tenso, en donde lo calmaba la risa de su hermana, lo arrullaban los abrazos de su madre biológica y lo protegían las palabras de su padre, un lugar perfecto en el que era pleno, nada lo enfadaba ni lo entristecía porque no estaba solo.
El desagüe de la ducha se deshizo de la mayor parte de la sangre y la tierra, lo que quedó en Harley lo quitó él con el frote de sus dedos enjabonados, lo cual le ardía hasta hacerlo fruncir el ceño y morderse la lengua pero sabía que no tenía otra alternativa.
Las penas que el agua no se llevó permanecieron en él, todavía no hallaba jabón que las quitara.
Dos horas más tarde salió de la ducha, dejó su ropa sucia sobre una silla próxima a su cama y luego de colocarse una camiseta suelta y unos pantalones holgados se tumbó en ella, boca abajo.
Mortificó su mente hasta quedarse dormido con su rostro hecho un desastre que no había querido ver en el espejo, sus heridas físicas que algún día sanarían, las tareas de la facultad que no había empezado, la incómoda presencia de todos los que se le acercaban por accidente o adrede, como J, el acoso de la fastidiosa Marks, sus discusiones con Tom Field y su banda, la indiferencia que le otorgaba a los adultos con los que vivía, y de nuevo la ingenua mirada de la chiquilla Marks... la sonrisa de su madre, la risa de su hermana, las palabras de su padre, la melancolía del ayer, la felicidad del pasado, la soledad del día a día, la rutina que lo iba destruyendo desde la secundaria, su monótona vida, los fríos ojos que había conseguido con los años, el perfume de mamá, la calidez de su hermana, las corbatas de papá... y las sonrisas y las risas, y las palabras y las promesas, y la melancolía y la felicidad, y Marks y su relación con él, y la soledad y la rutina, y la monotonía y el frío que lo helaba, y el perfume y el calor, y su familia y el amor perdido... y Marks, la niña de la voz chillona...
***
Abrió los ojos con lentitud para darse cuenta de que se había oscurecido por completo su alcoba pero delante de él se percibía una luz blancuzca, la de un teléfono celular: Aylin estaba sentada al filo de su cama manipulando su dispositivo.
Harley soltó un quejido. La muchacha no detuvo su actividad y pronunció sin mirarlo:
—¿Entonces tienes ganas de... o...? —preguntó con desinterés.
Harley no contestó, se limitó a raspar su garganta.
—Hoy no tenemos que usarlo porque estoy en los días, ya sabes...
—Ya. —El muchacho se incorporó al oírla, parecía casi curado por un milagro—. Usaste la llave, ¿no?
—Ugh. No, Harley, entré por la ventana, ¿que no ves que me urge? —preguntó, sarcástica, con una mueca en su rostro.
Harley imitó la morisqueta en son de burla.
—Ya, quítate esa ropa horrorosa que se me van las ganas...
Aylin dejó su celular sobre la cómoda y antes de que el muchacho terminara de quitarse la camiseta ella se acercó a él y lo besó con violencia. Había sido tosca, fue cuando Harley se dio cuenta de que cada parte de su cuerpo seguía muy sensible, mas no pudo alejar a la chica, solo cerró sus ojos con fuerza y ahogó su dolor.
Aylin era inconsciente del estado de Harley por lo que continuó frotando su pecho con el de él y mordiendo sus labios, acelerada, con cada beso. El chico la tomó por la nuca y la reclinó en su cama. Llevó sus dedos a la blusa de ella y la alzó de un tiro, masajeó uno de sus senos bajo su sujetador y deslizó sus labios hasta su cuello. Aylin gimió y tiró de los mechones de Harley, como si hubiera estado desesperada.
Ambos tenían el deseo palpitante en el paladar, estaban dispuestos a todo igual que siempre, pero cuando ella llevó sus piernas al torso del chico para bajarle los pantalones, el gemido no fue de placer.
—¿¡Qué carajos, Harley!?
Ella se detuvo, tomó al chico de sus hombros y lo alejó para verlo directa al rostro. Él no estaba tan arrepentido de lo que había pasado, solo de que no saciaría un apetito que casi nacía en él.
El chico no respondió, sino apretó sus dientes.
Aylin resopló, se levantó de la cama y prendió la luz para obtener una mejor visión del chico en la oscuridad de la noche. Quedó descolocada al ver el moretón en su mejilla, su ceja rota, uno de sus ojos hinchados igual que una pequeña pelota y los diversos rasguños en sus brazos y el resto de su faz.
—¡Estás hecho mierda! —exclamó—. ¿¡Qué demonios te pasó!?
Harley se sentó sobre su sábana, acomodó sus pantalones y suspiró con sus ojos en una dirección que no fuera la chica, pues no existía en él deseo alguno de narrar peleas absurdas ni revivir el dolor.
—¡Harley! —insistió ella.
—¿¡Qué!?
—¿¡Otra vez Tom!? ¿No estaba en prisión?
—Bueno, ya salió. —Se encogió de hombros.
Ella esperó a que el chico siguiera con su explicación, mas azuzó sus brazos, enfadada, al saber que Harley no iba a pronunciar palabra alguna sobre el asunto por su propia voluntad.
—¿Y? Deberías ir al médico porque así como estás va a ser muy incómodo... —recomendó y se acomodó la blusa.
Harley resopló.
—El doctor Kant siempre me dice lo mismo: "En mi opinión, hijo mío, deberías de ir a otro tipo de médico si sabes a lo que me refiero..." —imitó con un tono de voz burlesco e infantil—. ¿Crees que me gusta ir? Con un demonio...
El muchacho soltó un quejido y se dejó caer sobre el colchón con las manos en los ojos.
—No se trata de que si te gusta o no, a lo mejor tienes una lesión y tú estás bien, gracias... —Harley permaneció en silencio—. Ugh. Me llega tu actitud, hombre. ¿Sabes qué? Te dejo las llaves, así como estás no volveré en dos semanas.
Aylin abrió el primer cajón de la cómoda para guardar allí las llaves de la casa de Harley y lo único que aquel contenía eran unos pequeños paquetes de envoltura blanca. De inmediato, ella soltó un agudo grito y los tomó.
—¿¡Qué demonios es esto, Harley Wood!? —vociferó, indignada.
El joven quitó una de sus manos de sus ojos para ver lo que la chica sostenía y rugió, inalterable.
—Mmh...
—¿¡Cómo que "Mmh"!? ¡No me digas que consumes, estúpido!
—Ah... —Suspiró—. Sí soy estúpido pero no tan estúpido...
—¿¡Y por qué estás yendo a ver esos idiotas entonces, eh!? —Se dirigió al baño y Harley oyó cómo tiraba a la basura los paquetes para volver luego a su habitación—. Harley, si te da algo y me lo contagias, ¡te juro que no sé qué...!
—De todas formas, —alzó la voz— ya no iré por allá porque una de las taradas de mis compañeras...
Su habla se detuvo en seco con la duda de si seguir hablando o no. Miró a Aylin, quién alzó una ceja, dispuesta a seguir escuchándolo; sin embargo, él prefirió conservar un secreto más.
—De todos modos, no iré... —Tomó una almohada y se cubrió el rostro.
—Bien... —resopló—. Ten cuidado y ya que no vamos a hacer nada, me voy.
—Vete.
—¿A qué hora llegan tus 'papis'?
—Jennifer y Ned —corrigió— llegan en una hora y lo sabes.
—Bien. Ya me voy. Salúdalos de mi parte, ¿sí?
—Qué graciosa...
Sin nada más que decirse, ni siquiera una despedida, Aylin cerró la puerta después de salir, dejando a Harley solo en su alcoba. El muchacho resopló una vez más, contempló la luz que emitía el fluorescente y además del pensamiento de que tendría que ir al consultorio de su doctor más asiduo, Kant, vació su mente por completo para sentir en cada fibra el dolor punzante de las mellas que le habían producido las grescas del día anterior y esa misma mañana.
Conocía a Tom Field desde muy joven, nunca habían sido verdaderos amigos y toda posible relación amical que, quizá, hubiera surgido entre ellos se evaporó después de la tarde de aquel incidente, desde la cual, Harley lo había repudiado desde su médula al exterior de su ser.
Riley Thompson era apenas un conocido de oído para él, en alguna ocasión había escuchado a un tercero hablar del susodicho de penúltimo ciclo, pero nada más. Sabía que jugaba en el equipo de fútbol americano, que tenía muchos amigos y corría el rumor de que había matado a alguien hacía varios años, mas nunca lo creyó y menos al verlo defender a J y a Marks. Solo era una piedra más en el zapato que en algún momento se quitaría con satisfacción, hasta entonces lo único que le quedaba era tantear cada bulto demás en su rostro y susurrar para sí: "Voy a matar a ese idiota".
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