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Capítulo 4

Decepcionantes retrocesos de mentes inmaduras

En algún lugar de su mente, allá en donde las memorias iban adquiriendo más telarañas e imágenes difusas con el pasar de los días, se hallaba el recuerdo de la primera vez que Penélope le había prestado atención a la presencia de su compañero Harley Wood.

Aquella mañana de verano, la niña Penélope, de nada más que siete años, había llegado demasiado temprano a su escuela, por lo que se propuso explorar cada rincón desconocido de esta. Así fue como, entre juego y juego con el largo del vestido que llevaba puesto, llegó al salón de música.

Sus saltos y tarareos se detuvieron por completo cuando una delicada melodía se convirtió en el dueño de sus oídos e interés. La niña dio apenas unos pasos más hasta llegar a la sala de la que provenía el armonioso sonido, para empinarse lo más que pudo y ver su interior a través de la ventana. En algún momento creyó que vería a su profesora de flauta dulce, pero no fue así. Sentado frente al piano de cola, con los pies balanceándose desde la banqueta, se hallaba un niño de su edad que ejecutaba con destreza al gran instrumento, tal y como ella creyó que lo hubiera hecho un disco.

La melodía en cuestión levitaba a la pequeña hasta los lares de la gracia de la expresión y la plácida paz sobre las nubes, con su suavidad y liviandad, con la cantidad suficiente de tristeza y pesar en ella como para que siguiera siendo agradable en un instante de relajación.

Penélope cerró sus ojos, se recostó en la pared y al saborear con calma cada nota, una tenue sonrisa se formó en sus labios sin querer.

Aquel día Peny fue consciente de que estudiaba con un niño de cabellos tan castaños que se tornaban rojizos cuando los rayos solares se reflejaban en ellos. Por mucho tiempo sintió deseos de acercarse a hablarle, pero siempre hubo un impedimento para lograrlo, como el llamado inoportuno de alguien, el timbre de la campana, su ausencia o simple olvido. Por eso se dedicó a mirarlo desde lejos, sin escrutinio o intencionalidad, se trató de simple casualidad que el destino no evitaba. Pero si algo en Harley permaneció en su memoria fueron sus tristes ojos grises que pedían auxilio con desesperación sin ser entendidos nunca por nadie. Ojos que, con el transcurrir de los años, habían transformado su tímida mirada en una más indiferente, menos suave y más resentida, una firme mirada que yacía ahora sobre la tiesa anatomía de Penélope.

Como ella no logró articular palabra alguna, Harley alzó ambas cejas, extrañado, y suspiró frotando el puente de su nariz como si se hallara cansado. No tardó en acercarse a Penélope para decirle con un tono muy diferente al que había usado segundos atrás:

—¿Y ahora? —Penélope se sobresaltó—. ¿Qué quieres? ¿Crees que me complace verte en función poste? ¿Qué pasa?

Ante su ácida contestación, la joven endureció el gesto y mordió sus labios. Una fugaz reflexión sobre su más reciente arrepentimiento la hizo desear salir del lugar cuanto antes pero se quedó allí, paralizada, viendo cómo Harley se acercaba a ella cada vez más. Lo intentó pero no logró no sentir temor.

Él frunció más el entrecejo cuando estuvo a no muchos centímetros de ella.

—¿Y? —volvió a preguntar más irritado—. Estos dos putos días has estado actuando como una acosadora. ¿Vas a declararte o algo parecido?

"Hijo de tu madre posdata. Ya no quiero nada. Te echaré a los perros. Vete a bañar. Ni que estuvieras tan guapo. Te odio. Para eso me hago lesbiana", se repitió en su mente obviando por completo el resto de las palabras del muchacho.

—¿Siempre eres tan descarado? ¿Qué es lo que te pasa? ¡Yo solo quería agradecerte tus estúpidas flores! —vociferó.

—¿Flores? —Arqueó una ceja y torció la boca—. Yo no envío flores a nadie. Estás loca.

Harley se dispuso a marchar dando la media vuelta pero Penélope lo sujetó de la manga de su chaqueta para obligarlo a verla a los ojos.

—¡Oye! ¡Si tú no fuiste, entonces, quién!

Él esbozó una mueca más y de un tirón se deshizo del agarre de la muchacha. Siguió con su camino mientras le hablaba sin darle importancia.

—Yo qué sé. —Se encogió de hombros.

El muchacho por el que ella tanto había luchado por acercarse la estaba dejando con la mayor de las facilidades. Una voz en su interior la regañó y resaltó tantas veces como le fue posible en dos segundos lo tonta que había sido, como si se tratara de una inexperta quinceañera. "Harley no vale la pena... No vale nada", se dijo llevando su puño a su pecho.
Quizás, un arrebato de cólera momentáneo o, tal vez, un hondo y pronunciado deseo de antaño de soltarle una grosería, fue lo que la impulsó a gritarle como nunca antes le había gritado a nadie.

—¡Oye, Harley, no he terminado de hablarte!

El aludido detuvo en seco su caminar y se giró con gran paciencia hacia su interlocutora. Entrecerró los ojos y enarcó una ceja. Detrás de su firme postura y el entrecejo fruncido que mostraba, Penélope dudaba cada vez más y estaba segura de desmayarse al primer flaqueo de sus piernas.

—¿Quién te dijo que podías llamarme por mi nombre? —preguntó, retórico, con un leve tono de amenaza.

"Hijo de...", pensó ella y las ganas de salir corriendo se acrecentaron con violencia.

—Todo el mundo te llama por tu nombre... —Se encogió de hombros, en serio parecía que no le importaban sus palabras.


Él se fue acercando a medida que parecía oler el temor que provocaba en ella. Igual que un perro.

—Soy Wood, niña. Así me llaman...

Cuando Peny se dio cuenta, él ya deslizaba sus dedos sobre uno de sus ensortijados cabellos. Ella contuvo su respiración y fijó su atención en aquellos vacíos ojos grises. Pasado un rato, una sonrisa burlona se asomó en sus finos labios y apartó varios mechones de su cabello como si le estorbaran.

—Recuerda eso. —Dio media vuelta y reanudó su ida—. Y mejor piensa antes de seguir espiándome o te pondré una orden de restricción... Mejor que yo me encargue.

Con su pulso acelerado a más de mil latidos por minuto, Penélope quedó sola bajo las opacas nubes y las furiosas ventiscas mientras Harley Wood se perdía a lo largo de la gruta y, luego, en el interior de otro pabellón.

Sintió deseos de dejarse caer, o de correr hacia él y tirarle un puntapié, cualquier acto que le permitiera deshacerse de toda la impotencia que sentía en ese instante. Era una imbécil y darse cuenta de ello le dolía más que el rechazo de Harley. ¿Era plausible que él hubiera reaccionado de una manera diferente?

—Obvio no, caramelo —decía Regina mientras picaba la lechuga en su plato—. Los chicos como él son así y no esperaba nada distinto de su parte. Pero el punto era que te le enfrentaras para sacarte la espinita de hablarle o no cuanto antes. ¿No te sientes más tranquila?

Su amiga de largo cabello negro se llevó su vegetal a la boca y siguió esbozando las muecas correspondientes. Penélope se limitó a resoplar y dejar caer su cabeza sobre la mesa de la cafetería en la que conversaba.

—¿Y quién es el chico del que hablan, Peny? Todavía no he tenido el agrado de involucrarme en el parloteo —preguntó Camile, sarcástica, alargando la palabra 'agrado'.

—Estas cosas suceden a diario sí o sí, mentita —siguió Rey—. Ignoras, conoces, te ilusionas, te acercas, decepción... Te puede parecer particular pero le ocurre a la gente todos los días.

—Sí, pero, ¿a quién se refieren? A lo mejor lo conozco —insistió Camile.

—Ley de vida —finalizó Regina antes de seguir almorzando su ensalada.

Penélope guardó silencio en la plática y suspiró con desánimo. Ni siquiera llegó a rozar la carne en su plato con el tenedor. Lo único que ansiaba hacer era decirle 'un par de cosas' a Harley. Por lo menos, hubiera sentido que parte del mar de obscenidades que guardaba en su interior se había evaporado.

Comenzó a trazar círculos con su dedo índice en la mesa y a jugar con algunos mechones de su castaño cabello. En su alborotada cabeza había lugar para el único y gran pensamiento de que estaba siendo boba y a tal punto de que no le importaba lo más mínimo.
Camile notó la intranquilidad que emanaba por los poros, por lo que después de un aplauso, le dio de golpes a la mesa con toda su fuerza.

—¡Oye, Peny, Peny, Peny, Penicienta! —gritó sobresaltando a la aludida—. ¡Te cuento la úl-ti-ma!

—¿Y ahora, Angelita? —indagó Regina con cierta indiferencia, ya que conocía la exageración que la joven rubia se tomaba para dar anuncios tales como la próxima extracción de una de sus muelas.

Penélope guardó sus palabras y dirigió a Camile una mirada con sed de más información.

—Los de penúltimo ciclo... —Se calló y giró su rostro hacia las otras dos muchachas con obvias intenciones de crear suspenso, a juzgar por la expresión en su rostro—. ¡Se van a Aspen! —gritó a todo pulmón alzando los brazos para toda la cafetería.

Poco faltaba para que los grillos emitieran su peculiar sonido. Las miradas ajenas apenas si le prestaron atención a la mesa de Penélope, pues todos eran conscientes del tipo de escándalo que armaban con Cam allí y cuando la misma Penélope se encontraba de buen humor.

Pasaron dos, tres, cuatro, cinco segundos y alguien decidió romper con la paz del silencio absoluto en aquella mesa.

—¿Y? —preguntó Regina.

—¡Y yo tengo contactos en todos los ciclos y todos los salones! —exclamó hacia las chicas exigiéndoles haber adivinado—. Podemos ir con ellos, Fulana y Sutana. Necesitamos vacaciones, sólo serán cuatro días, en serio. Y ellos tienen que pagar pero si yo quiero, voy gratis con ustedes... ¿Qué dicen? Nunca he estado en Colorado, ¿y ustedes?

Por un momento sólo se oyó el sorbete de Regina succionando el casi vacío vaso de soda sin azúcar. Ella no demostraba interés y Penélope llevó sus ojos a sus tiesas manos sobre sus rodillas.

—¿Peny? —llamó Camile acercando una de sus manos a su amiga—. No quiero ir sola, por favor. ¿Cuántas oportunidades hay en la vida de ir totalmente gratis a las montañas de nieve? —Penélope mordió su labio y si bien todo aquello que encerrara a Harley en su mente, se desvaneció, la figura de su madre alteraba sus pulsaciones—. ¿Recuerdas mi filosofía? Dijiste que te gustaba...

Sabía que trataba de subir su ánimo, de ser tan fresca y divertida como su naturaleza se lo exigía, pero tenía algo de miedo y muy pocos argumentos existían para cambiar su opinión.
De pronto, la joven de triste mirada fue asaltada por su niña inexperta interior, —¿o era estupidez?— produciendo que las vagas memorias de Harley que almacenaba salieran a flote. Así fue como concluyó que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para borrar de su mente cualquier tipo de decepción.
Bien decían que no se debe tomar decisiones con emociones fuertes presentes.

—¿Con quién debemos hablar, Cam?

Una amplia sonrisa atravesó el blanco rostro de la joven de rubios mechones.

***

—A partir de ahora puedes estar con nosotras cuando quieras, Jude. Por cierto, me encanta tu nombre.

Desde el día lunes por la mañana había recibido cientos de palabras de aliento que hacía doce meses hubiera atesorado en su diario lila, pero en el presente debía considerar la falsedad y daño que se escondían detrás de ellas. Jude lo sabía. La roja y deliciosa manzana del pecado se le había presentado cuando creía haberla superado y, para su poca sorpresa, estaba cayendo una vez más si es que todavía existía el camino de regreso a la normalidad.

Se trataba de un círculo hecho de rutina y viejos temores que la atacaban en sus puntos débiles: lunes de saludos, presentaciones y recomendaciones; martes de convencimientos e invitaciones; y miércoles de hechos y actos.
Tres días en los que todo a su alrededor había transcurrido demasiado lento. Tres días en los que volvía a caer con una mayor facilidad que la primera vez. Tres días en los que se echó por la borda todo el esfuerzo que venía realizando desde antes de su graduación. Tres días de miedo. Tres días de dolor. Tres días de intentos de huidas. Tres días que si hubiera tenido que cortarse una de sus extremidades para desaparecerlos de su realidad, lo hubiera hecho.

"Odio los lunes, martes y miércoles", gruñía cada vez que no la oían.

—Eres bastante delgada, Jude. Qué bonita. ¿Cuál es tu dieta, eh? —guiñaba un ojo, Ana.

Cerraba sus ojos para evitar que las lágrimas cayeran en la oscura soledad de su habitación.

—Jude, escúchame. Te vamos a decir esto a ti porque se nota que eres de confianza y aunque no lo creas, ya te queremos mucho, Jude. Por eso, dime, ¿sabes quiénes son Ana y Mia? —confesaba Ana mientras se pintaba los labios frente al espejo del baño.

Tapaba sus oídos con desesperación y recogía sus piernas para pegarlas a su pecho. No quería seguir escuchando pero las palabras estaban ahí, enormes, como gritos, y no podía evitarlas. No podía evitar sentir ni recordar.

—¿Te gusta la pizza? Oh, no te preocupes por las calorías. Al rato las perdemos. Vamos las tres, ¿sí? —ofrecía Mia con la facilidad que una veinteañera promedio tiene para hablar sobre zapatos y tintes del cabello.

Caía sobre la alfombra junto a su cama y se deshacía en llantos que nadie debía oír.
"Pide ayuda", sugería su inconsciente. Sabía lo que debía de hacer pero también tomaba en cuenta el dinero que hacía falta para llevarla a una clínica. Dinero que sus padres no tenían después de los tratamientos con el psicólogo que comenzaban a tornarse difusos al punto de que casi se habían desvanecido por completo en su memoria.
Además, tenía ayuda, pensaba, claro que la tenía porque...

—Sabes que nosotras estamos aquí para ti, Jude. Si necesitas sinceridad, consejos o vestidos, Ana y yo estamos aquí. Siempre, ¿sí? Los demás no siempre dicen la verdad...

Claro, ¿quiénes podían ser un mejor auxilio que las personas de las que se debía cuidar? ¿Con qué cara podía acercarse a sus padres una noche cualquiera y confesarle que estaba envuelta una vez más en las manías de la enfermedad mortal que creían, había superado? ¿Tendría el corazón para decirles que todo el dinero, aparentemente, invertido en su salud había sido desperdiciado? ¿Tendría el valor? Si no, ¿a quién recurriría?
Podía sentir el gélido frío del miedo y la frustración en sus huesos. Se estaba vaciando de nuevo, la luz se apagaba de sus pupilas ya casi marchitas en las que el brillo había luchado por permanecer.
"¡Ya no quiero, por favor!", gritaba para sí en las noches que reflexionaba sus encuentros con sus nuevas 'amigas', Ana y Mia.

—Jude, sabes cuál es el precio de la belleza... Vamos, solo metes tu dedo en el paladar y ya está. Mia y yo ya no lo necesitamos y creíamos que tú tampoco...

Sabía que esas dos mujeres no eran sinceras en lo que les convenía. Apenas había estado con ellas un par de días y ya las había percibido como soberbias, ególatras, superficiales, inseguras pero muy firmes por fuera. Sin embargo, sabía que en el fondo sentían tanto miedo y pesar como ella. ¿No sería mejor salir del problema las tres juntas antes que abandonarlas?

Por instantes fugaces esos pensamientos rondaban su mente cuando recogían lo que a ella se le caía, cuando tomaban su mano y la llevaban a sus lugares preferidos en la universidad, cuando le sonreían, cuando reían con ella, cuando la invitaban a salir el fin de semana, cuando le confiaban secretos... Con solo su aspecto, Ana y Mia ya la consideraban como parte de ellas y no era para menos. Después de todo, Jude sabía que existían ciertos estados que prohibían la confianza en cualquier persona.

Luego su estómago rugía y estallaba en ira mandándolas al carajo. ¡Que se pudrieran de hambre, ella tenía que comer!
Luego una mirada le arrebataba el valor y se ceñía a sus reglas.

El odio que le tenía a su figura también decaía en su debilidad, su cobardía al no exigir su libertad... Oh, Jude se tenía tanta lástima...

Aquel día cuarto de la semana, luego de haber despistado a sus amigas para buscar a Harley, como ocurría cada vez que se sentía atosigada hasta el cuello, se topó con Penélope y su amiga Regina.

Había preguntado por Harley a ambas muchachas y, además de otorgarle un apodo desagradable, le habían mentido. De igual modo, Jude siguió sus instrucciones como si les hubiera creído y las perdió de vista para reanudar su búsqueda.

La universidad era un lugar extraño para ella, como si se tratara de otro planeta. Nadie la señalaba o se burlaba de ella, de hecho, apenas la veían, a excepción, claro está, de Ana y Mia. Estaba acostumbrada a la marginación de la escuela y la poca variedad entre sus estudiantes, pero allí parecía que hasta podía encontrar extraterrestres. No era tan especial como había creído, pese a ser raro, muchos usaban prendas diminutas aun en el frío invierno. Por desgracia, algo que no había variado en su cambio de ambiente era la ausencia de honestidad.

A kilómetros cualquiera podía notar el esfuerzo que muchos ejercían para agradar a otros, para encajar, para perderse en el montón y si querían ser admirados, como sus amigas, se convertían en el tipo de personas que eran Ana y Mia.

Cuando conoció a Harley pensó que él era uno de muchos, pero se equivocó. Hasta ese momento, no había hallado a alguien como él.
Si bien los elogios poco sinceros de Mia y Ana la hacían sentir mejor, en el fondo sabía que una palabra dura de Harley era más valiosa que cualquier halago. Él abría la boca y ella lloraba... pero el dolor que le provocaba no le quitaba la razón. Sin duda, prefería a ese muchacho cruel que a esas dos chicas de apariencia amable.

Perdida en sus comparaciones, Jude revisó el reloj de pared a las cuatro de la tarde con cinco minutos. Estaba a punto de llegar tarde a su clase, por lo que corrió atravesando los pasillos hasta llegar a su aula. Con la excusa de haberse perdido pidió una disculpa al maestro e ingresó al salón más tranquila. No tenía que decirle nada al profesor pero su costumbre de la preparatoria todavía no había olvidado y el hombre de bigote que escribía en el pizarrón supo comprenderlo.
Tuvo suerte de que 'ellas' no estuvieran allí.

Acabados los noventa minutos de su última clase, Jude salió del aula con la mayor de las parsimonias y actos por reflejo. Poco le importaba conocer más personas, en ese momento solo quería arrojarse a los brazos de alguien y llorar, no sonreír y decir: "¡Hola, soy Jude!"

Al caminar como una sonámbula por los pasillos, en medio de pláticas y risas ajenas, no pudo evitar advertir que volvería a llover debido al cielo gris. Esbozó una mueca de fastidio y resopló, ¿qué le pasaba a Georgia? No solía llover tan a menudo.

De pronto, vio cómo se acercaban un grupo de dos chicos y tres chicas que reían divertidos y bromeaban entre ellos. Una de las muchachas era Penélope, quien llevaba sobre su cabeza un desordenado moño con varios mechones sobre la cabeza. No era así como la había visto más temprano, ni siquiera estaba Regina.

Se quedó paralizada como si sus músculos no hubieran sido capaces de responderle. Para cuando decidió evitarlos ya era demasiado tarde: Penélope la había visto e incluso le había sonreído. Jude no tuvo más remedio que corresponder el gesto por forzado que fuera.

—Hey, Jude —saludó Penélope de un mejor humor que el que le había mostrado más temprano.

—Hey... —saludó ella con ambas cejas enarcadas.

Penélope notó la atención que les había llamado a sus amigos Jude, por lo que les susurró algo que esta no llegó a entender y el resto del grupo siguió avanzando para dejar a ambas muchachas solas.
La joven de rojizos cabellos escrutó a su acompañante y le preguntó con la mirada qué quería.

—Por si aún buscas a Harley, —Llevó sus manos a los bolsillos de la amplia chompa que llevaba puesta— está en la Biblioteca. Creo que se quedará allí un rato o no sé. No hablé con él pero fíjate si quieres... —Medio sonrió.

—Oh... —La había tomado por sorpresa. Adivinó las palabras que iba a decir—: Ya. Gracias. Iré a ver.

—Genial. Hasta mañana. —Le brindó una sonrisa que parecía sincera y salió corriendo detrás de sus amigos antes de oír una respuesta.


Jude dudó. ¿Era en serio o solo otro despiste? ¿Podía confiar en Penélope? Una parte de ella afirmaba y la otra negaba.
Así, preguntándose qué hacer una y otra vez sin responderse, llegó a la Biblioteca.

Se hallaba de pie frente a una puerta doble de madera, que llevaba en la parte superior unas pequeñas y cuadradas ventanas. Para su mala suerte, no era tan alta como para ver con facilidad por ellas.
Aspiró grandes bocanadas de aire y exhaló hondo cinco veces. Estiró sus brazos y piernas, cubrió mejor sus muñecas con sus pulseras y anudó con más fuerza su alta coleta antes de inflar el pecho y armarse de valor para ver a alguien que no la soportaba. Sabía que muchos la llamarían 'masoquista estúpida' pero en ese momento Harley Wood era el único con quien podía hablar sin fingir, pues no le temía en lo más mínimo.

Entonces cuando apenas logró rozar la barandilla de la puerta, esta se abrió con brusquedad golpeando su nariz y obligándola a retroceder un paso.

—Ups... —Jude oyó pronunciar a alguien y con las manos en su rostro, lo observó. Era él—.Ah, eras tú...


Jude frunció el ceño y soltó un gemido por el dolor que sentía en una de sus más delicadas zonas.

—Ah...

—No, no —silenció él colocando su dedo índice y el pulgar frente al rostro de la joven—. No me hables, aléjate.

Dicho esto, él dio media vuelta y se marchó a un raudo paso que solo sus largas piernas eran capaces de producir con naturalidad. Ella quiso seguirlo pero primero revisó su nariz. En vista de que no sangraba, suspiró.
Su trato con Harley era más difícil cada vez.

De pronto, la puerta de la biblioteca volvió a abrirse con violencia, de modo que volvió a estrellarse contra su rostro pero en esta ocasión, haciéndola caer.

—¡Ay, Dios mío! —Oyó pronunciar a un chico—. ¡Lo siento, lo siento! La puerta estaba atascada, no sabía que había alguien. ¿Estás bien?

Con el aturdimiento del golpe recibido con más fuerza que el anterior, Jude apenas logró percibir imágenes difuminadas de una silueta facial. Notó cómo el sujeto seguía moviendo los labios y chasqueaba los dedos frente a sus ojos pero no oía nada. Se sintió débil y de pronto, todo se oscureció.

"¡Ay, no, no, por favor! No te desmayes, quédate conmigo, pequeña pelirroja. Por favor, linda señorita, podemos entablar una relación de amistad, no una de homicida y víctima. Por favor, abra los ojos, por favor..."

Con una amplia sonrisa en los labios, Jude consiguió despegar sus párpados con lentitud y lo que veía ya no pudo ser más claro. La curva en los labios de ese muchacho jamás le había parecido más encantadora en otra persona.
Contempló sus ojos negros y redondos, su boca rosa con forma de corazón, sus pobladas cejas sin depilar, sus bien pronunciados pómulos bajo una estrecha frente de un delgado rostro con aire infantil.

Le encantó.

¿O seguía aturdida por el golpe?

—Uf... Por poco y creí que tendría que llamar a una ambulancia. —Rió breve.

Ella lo imitó sintiéndose ya una esclava de sus deseos.

—¿Cómo por cuánto tiempo dormí? —preguntó frotándose la nuca que yacía pegada a la pared.

—Mm... —Asintió con la curva de sus labios hacia abajo—. De dos a tres segundos...

—¿Qué?

Jude lo miró, incrédula, y al instante ambos rieron con complicidad como si se entendieran mejor que los que llevaban juntos más años de los que existía su planeta.

—No hubiera dejado que te desmayaras... No conmigo como único testigo. —Volvieron a reír un tanto nerviosos, sintiéndose tontos—. Pero dime, ¿estás bien?

El instante de paz se terminó antes de lo que ella hubiera querido. Ante aquella pregunta todo su ser bajo su piel se estremeció y por primera vez en mucho tiempo se le dificultó mentir por 'piedad'.
Si no hubiera sido consciente de lo que había hecho hacía horas, Jude hubiera creído que estaba ebria o drogada. ¿Por qué sus pensamientos se tornaron borrosos y las palabras se atascaron en su garganta?

Se esmeró en creer que no se debía a la empalagosa sonrisa del muchacho frente a ella. Estaba harta de caer ante la más pequeña tentación, sin embargo, creyó que sería feliz si caía a los pies de aquel muchacho. "Estúpida Jude".

—Pues... espero que no me sangre la nariz. —Estaba orgullosa de sí misma, no había mentido—.¿Cómo te encuentro en la guía telefónica para cobrarte lo de la clínica si la necesito?

Él sonrió y desvió los ojos hacia el techo para simular que lo pensaba.

—¿Y si yo te busco a ti? ¿Cómo te llamas?

Su femenino y pequeño corazón se aceleró de repente. Pensó que moriría pero estaba feliz al saber que podría hacerlo en los brazos de ese chico. "Así que esto es amor a primera vista", se dijo mordiéndose un labio antes de contestar, despistada:

—Jude... Soy Jude...

—Independientemente de la famosa canción de The Beatles, siempre he creído que ese nombre es perfecto para una melodía, ¿sabes? —Ella se perdió en sus ojos, risueña, y él no pudo evitar añadir—: No creas que te estoy coqueteando, eh. —Rió—. Te juro que no soy así. Es la verdad.

—No respondiste a mi pregunta. —Sonrió, pícara, ladeando la cabeza y con los ojos entrecerrados—. ¿Cuál es tu nombre?

—Uno muy corriente en realidad... Riley.

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